ELÍAS WENGIEL
Domingo

En defensa de la dolarización

No sería el régimen monetario ideal para la Argentina, pero por nuestras urgencias, nuestra historia y nuestra política todas las demás opciones son peores.

Los descalabros monetarios del siglo XXI reavivaron un debate irresuelto en la Argentina desde 1945: ¿cómo eliminar la inflación? Como candidato outsider de la política, Javier Milei propuso hacerlo dolarizando la economía. Además de cosechar el apoyo de la mayoría de los argentinos, sus declaraciones públicas recientes sugieren que no ha abandonado este objetivo.

Adoptar el dólar como moneda de curso legal es un cambio de paradigma institucional y económico que impactaría en todos los ámbitos de la vida de los argentinos. Desde las decisiones individuales de ahorro y consumo hasta la inserción del país en el mundo, pasando por los cambios en las estrategias empresariales. Este es el hilo conductor de nuestro nuevo libro Argentina dolarizada: perspectivas para una nueva economía, en el que explicamos por qué dolarizar refrenda una decisión que los argentinos ya tomamos hace décadas. A continuación, algunas cuestiones, preguntas y respuestas que abordamos ahí.

Los modelos vecinos

Perú, Uruguay, Chile y Colombia implementaron una variedad de estrategias no necesariamente excluyentes para controlar la inflación y estabilizar sus economías: la construcción de la credibilidad del Banco Central, la adopción de disciplina fiscal, el bimonetarismo y regímenes de metas de inflación, entre ellas. En todos estos casos, el proceso desinflacionario requirió tiempo y un compromiso permanente, lo que plantea desafíos adicionales en un contexto político cambiante y anómico como el de la Argentina.

En nuestro país, es difícil creer que los gobiernos populistas que nos han gobernado durante décadas tengan la convicción de proteger nuestras reservas y la moneda para mantener la estabilidad monetaria. Bajo todas estas premisas, en Argentina dolarizada evidenciamos que, a pesar de los costos que conlleva, un régimen de dolarización es la alternativa que ofrece mejores chances de éxito para eliminar la inflación y sentar las bases para una reforma estructural sostenible.

La pregunta de fondo es si la Argentina tiene tiempo disponible para construir primero instituciones y luego avanzar en la estabilidad y el crecimiento económico. De los datos y de la historia reciente se desprende nuestra conclusión: el sistema político no ofrece incentivos para construir consensos de largo plazo en torno de la institucionalidad económica de nuestro Banco Central.

Siendo la dolarización una opción subóptima monetaria, en el contexto argentino ha cobrado cada día más valor estudiarla y, posiblemente, implementarla.

Por eso, aún siendo la dolarización una opción subóptima monetaria, en el contexto argentino ha cobrado cada día más valor estudiarla y, posiblemente, implementarla. Insistimos con su valor subóptimo, porque sin dudas es mejor tener una moneda propia con políticas monetarias que se respeten en el tiempo y con un Banco Central enfocado en proteger la estabilidad de todos los argentinos. Sin embargo, en la Argentina eso es un deseo trunco, incapaz de llevarse adelante.

La dolarización es una opción y un camino que tiene la Argentina para resolver sus problemas monetarios. No es el único que puede resolverlos, pero sí es el más exigente de todos en cuanto al ancla y posible cumplimiento en el tiempo. En este caso, se estaría llevando adelante una política monetaria muy restrictiva, que evitaría la incidencia la dirigencia de turno. Es el corsé perfecto para aquel paciente que no tiene control de sí mismo.

La credibilidad del Banco Central aparece en la Argentina como un problema institucional central en esta discusión. Uno de los daños más grandes a la institucionalidad y credibilidad del BCRA ocurrió en 2012, cuando se aprobó una reforma de su Carta Orgánica impulsada por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. La falta de estabilidad en la dirección de la entidad, lo cual se evidenció especialmente en los numerosos cambios de presidentes, ha socavado su credibilidad y capacidad para implementar políticas monetarias consistentes y duraderas en el tiempo.

La dolarización puede ser el puntapié inicial para comenzar una nueva etapa de respeto por las instituciones de mercado y los contratos financieros. La reforma monetaria puede ser el ancla fundacional de un nuevo proceso, en el que el respeto por la ley financiera, honrar las deudas contraídas y respetar la calidad institucional de mercado en la Argentina se vuelvan la norma.  

La mejor salida

Cuando los gobernantes de un país demuestran de manera consistente a lo largo del tiempo que con un régimen de política flexible y discrecional no logran generar credibilidad y, por ende, tampoco estabilidad, entonces, para alcanzar este último objetivo, no queda otro camino que la dolarización. La flexibilidad es un lujo que sólo se pueden dar los países creíbles.

Hay quienes se oponen a la dolarización porque la asocian con la convertibilidad, cuyo final traumático quedó grabado en la memoria colectiva de los argentinos. Se trata de regímenes parecidos pero esencialmente distintos. A Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín les costó muy poco revertir la convertibilidad. Por el contrario, al presidente ecuatoriano Rafael Correa, pese a sufrir la crisis de 2008, un default soberano y un terremoto, nunca pudo revertir la dolarización de la economía porque el dólar era más popular que él.

Seguir abrigando esperanzas de que el peso pueda en algún momento ser una moneda fuerte y estable es voluntarismo, ya que esto sólo ocurrió cuando estuvo respaldado por el oro (o por el dólar bajo la convertibilidad). Durante el resto de nuestra larga historia monetaria, que se remonta a 1822, el peso fue una moneda basura, impuesta compulsivamente por el curso forzoso y abusada recurrentemente por el poder político, tanto democrático como autocrático, para financiar su estrafalaria afición al gasto.

Seguir abrigando esperanzas de que el peso pueda en algún momento ser una moneda fuerte y estable es voluntarismo.

El presidente Milei debe resolver dos problemas rápidamente: bajar la inflación y sacar la economía del estancamiento en el que se encuentra desde 2011. Esto requiere una profunda reforma monetaria (el peso está muerto), reducir el gasto público y la presión impositiva, abrir y desregular la economía, etc. Es decir, un cambio de régimen fiscal, monetario y regulatorio. El dilema que enfrentan los gobernantes en la Argentina es que, para que un plan de estabilización sea viable macroeconómicamente, éste requiere un fuerte ajuste fiscal; pero, al mismo, tiempo para ser viable políticamente, requiere que la economía crezca.

Gracias a décadas de populismo, y la consecuente anomia institucional, la Argentina ha quedado entrampada en el cortoplacismo y las políticas de Estado terminan siendo una quimera. La realidad es que en una democracia anómica como la nuestra, el único mecanismo de compromiso efectivo es aquel que se sustenta en el voto de la gente. Ni la Constitución ni la ley son un freno a los embates de los lobbies y sus agentes. La única magia de la dolarización es que tiene como reaseguro a la mayoría de los votantes que, una vez que cobran su salario en dólares, no están dispuestos a que los vuelvan a estafar con papelitos pintados.

Pero la dolarización no es un atajo, ni hace magia. Simplemente, como lo demuestra la evidencia de numerosos países, no sólo elimina la inflación rápidamente sino también permanentemente. Y eliminar la inflación es una condición necesaria (pero no suficiente), más en el plano político que el macroeconómico, para poder avanzar exitosamente con todas las otras reformas estructurales que necesita la Argentina a fin de volver a crecer de manera sostenida.

En la Argentina un régimen bimonetario no generaría los resultados esperados. Quedaríamos más cerca de Venezuela que de Perú y Uruguay.

En la Argentina un régimen bimonetario no generaría los resultados esperados. Quedaríamos más cerca de Venezuela que de Perú y Uruguay. La razón es muy simple: no generaría suficiente credibilidad. Cualquier régimen monetario con un sistema bancario en el que coexistan (y compitan libremente) el peso y el dólar quedará siempre expuesto a la confiscación vía pesificación compulsiva, tal como ocurrió en 2002, y a un descalce cambiario que sería una permanente amenaza a la estabilidad financiera.

Los argentinos tenemos entre cinco y seis veces más dólares billetes que pesos billetes. Es decir, ya hemos elegido el dólar a pesar de todas las ventajas que le otorgan al peso el curso forzoso y las restricciones que imponen el cepo y las regulaciones del BCRA.

Sin embargo, nuestra larga adicción al populismo nos ha llevado a una situación subóptima. Enfrentamos un menú muy limitado de opciones viables para estabilizar rápidamente la economía. Mientras el peso sobreviva, es poco probable que un presidente, por más decidido y bienintencionado que sea, pueda bajar la inflación dentro de los cortísimos plazos que imponen el calendario electoral y la dinámica de la política argentina. En un escenario como el actual, la única manera de recomponer el capital político de un gobierno reformista es eliminando la inflación rápidamente sin provocar una profunda recesión. No es un objetivo imposible de lograr. Es exactamente lo que ocurrió con la convertibilidad en 1991. La estabilidad creíble y duradera es reactivante y la reactivación mejora el equilibrio fiscal.

Razones para dolarizar la Argentina

1. Eliminar la inflación beneficia a los más pobres: la pobreza en la Argentina se origina en la caída sostenida de la productividad y la incapacidad del sector privado de generar empleo. Ambos factores son consecuencia directa de una inflación alta, persistente y volátil; inestabilidad de la macro y en las reglas de juego; proteccionismo; una maraña de regulaciones; una elevada presión impositiva y un régimen laboral corporativista. Resulta obvio que una dolarización no resolvería todos estos problemas por sí sola, pero en política económica se necesita un instrumento para cada objetivo.

El objetivo de una dolarización es eliminar la inflación para siempre, fenómeno que perjudica especialmente a las personas que viven en la pobreza. Eliminada la inflación, es más fácil, desde el punto de vista político, avanzar con otras reformas estructurales. ¿Qué muestran otros países que ya adoptaron la dolarización? El último informe de la CEPAL muestra que la tasa de pobreza de la Argentina y de Ecuador es prácticamente la misma, lo cual es notable si consideramos que nuestro país ha sido históricamente mucho más rico. Así, la dolarización no aumentaría la pobreza, sino que posiblemente la disminuiría a niveles mínimos en décadas.

2. Mayor disciplina fiscal: la experiencia argentina sugiere que la imposición de un régimen monetario y cambiario “duro” está asociada a una mayor disciplina fiscal. De hecho, esto ocurrió en los primeros años de la convertibilidad, cuando la Argentina pasó de tener déficits fiscales primarios altos y recurrentes a superávit fiscales primarios. La inflación es esencialmente un problema fiscal en el que la política monetaria es cómplice. Con una dolarización, desaparece el cómplice y se produce un divorcio entre lo fiscal y lo monetario.

3. El fin de los empresarios prebendarios: es mucho más probable que la Argentina pueda completar las reformas estructurales que generen un aumento sostenido de la productividad y, por ende, una caída del tipo de cambio real de equilibrio (TCRe) bajo una dolarización que bajo cualquier otro esquema en el que sobreviva el peso y, por ende, la inflación. Que nuestro país se “encarezca” en dólares no es necesariamente algo negativo. En Estados Unidos, la misma canasta de bienes y servicios es más “cara” que acá, pero el ingreso per cápita también es más alto. Ahora bien: sólo los empresarios prebendarios pretenden aumentar su competitividad con una devaluación del peso, algo que perjudica mayormente a los trabajadores. Por eso, la dolarización no sólo es aconsejable para la Argentina, sino que también es posible: le cuesta mucho más caro a los trabajadores tratar de sostener el peso que dolarizar.

4. Un claro impulso a las economías regionales: si bien la caja de conversión (“convertibilidad”) aplicada en los años ’90 y la dolarización son regímenes diferentes, la experiencia aporta evidencia significativa sobre cómo este último podría impactar positivamente en las economías regionales. Entre 1993 y 2001, las exportaciones totales crecieron a una tasa que duplica la del período 2002-2022. Además, y más importante aún, la tasa de crecimiento promedio de las trece provincias con menor PBI en 2004 fue 10,2 % en el primer período y 5,7 % en el segundo.

La participación en el total de exportaciones de las cuatro provincias más grandes en ambos períodos fue de 72 % y 75 % respectivamente. Es decir, hubo una mayor concentración geográfica de las exportaciones desde que se abandonó la paridad cambiaria.

Durante la convertibilidad, la tasa de crecimiento de las exportaciones de provincias “pequeñas” fue significativamente mayor que entre 2002-2022. De hecho, las diez provincias cuyas exportaciones crecieron más rápidamente en el período 1993-2001 representaban 22 % del PBI de 2004, mientras que en el período 2002-2022 representaban el 59 % del PBI de 2004. Por su parte, el valor de las exportaciones argentinas quintuplicaba al de las ecuatorianas y desde entonces el ratio cayó sostenidamente. Hoy ni siquiera triplican el valor de las ecuatorianas.

5. Dolarizar permitirá bajar impuestos: sin inflación elevada que distorsiona y licúa alícuotas en términos reales, nuestro país podría avanzar en una reforma profunda del sistema tributario que priorice la modernización, mejore la fiscalización y el cumplimiento de las obligaciones. El eje de esta reforma tiene que estar puesto en impulsar la inversión, el aumento de la productividad y la reducción de la informalidad. La simplificación en el sistema de cobro de impuestos debe ser el corazón de la reforma, con incentivos a los contribuyentes pagadores en detrimento de aquellos evasores.

Así, la reforma que proponemos tiene como eje central la reducción del gasto público y un mejoramiento de su calidad, la reducción y eliminación de impuestos distorsivos y extorsivos y mayor eficiencia en la recaudación vía gravámenes nacionales, como el impuesto a las ganancias.

6. Volvería el crédito privado: durante muchas gestiones, nuestro Banco Central se dedicó a destruir el crédito y a utilizar este mecanismo, que es tan importante y valioso, para hacer politiquería cortoplacista. Si analizamos el periodo 1980-2024, vemos que prácticamente en estos 44 años, cuando la Argentina convivió en regímenes monetarios flexibles, el país tuvo una tasa de interés real negativa. Significa que la inflación fue mayor al retorno que los argentinos obtuvieron por sus ahorros.

En la Argentina, el sistema financiero y el crédito otorgado por los bancos a los privados representa menos de 10 % del PIB, según estimaciones del Banco Mundial. Para tener referencias, en Chile representa 83 % del PIB; en Brasil alcanza el 72 %; en Ecuador, alrededor de 50,8 % y, en España, 88 %. En Colombia es de 44 %; en Paraguay, de 53 % y en Perú es del 47,7 %. Es decir, la Argentina tiene ratios de préstamos de los bancos hacia el sector privado comparables a países de África, como Nigeria (12,9 %), Zambia (10,2 %) y Zimbabue (8,7 %), u otras economías muy conflictivas como Irak (11,9 %).

La Argentina tiene ratios de préstamos de los bancos hacia el sector privado comparables a países de África.

Si analizamos los créditos hipotecarios como porcentaje del PBI desde 1993 a 2018, vemos que la Argentina no ha superado el 2,1 % en esos 25 años. Durante la convertibilidad, cuando se generó estabilidad monetaria a partir de una baja sustancial de la inflación, no se logró revertir la tendencia. Una de las principales razones radica en que en este periodo seguía existiendo un descreimiento muy alto hacia la moneda nacional, que se evidenciaba con el diferencial de tasas de interés entre pesos y dólares. Es decir, seguía existiendo el peso en la economía.

Ecuador logró desarrollar el crédito a partir de la dolarización, con un crédito destinado al sector privado que supera el 50 % del PBI. En el caso de Panamá, según datos del Banco Mundial, el crédito interno al sector privado como porcentaje del PBI supera el 100 %. En El Salvador, otra economía dolarizada, el crédito interno al sector privado al 2022 alcanzaba el 61 % del PBI.

7. Un clima favorable para la inversión productiva: garantizar la seguridad jurídica y el respeto de los contratos es esencial. Los inversores necesitan confiar en que su patrimonio estará protegido y en que los acuerdos comerciales serán respetados. Éste es un tema central que la dolarización fortalece. El nuevo régimen monetario no sólo permitiría bajar drásticamente el riesgo país, sino que sería el mayor atractivo para que cientos de miles de millones de dólares de argentinos en el exterior puedan verterse en la economía local a partir de los desarrollos de los mercados de capitales y robustez del sistema financiero.

Para que esto suceda, la Argentina deberá potenciar la libertad de mercado, sacando todo tipo de restricciones que impidan a las personas disponer del uso de su capital, en cualquier etapa de la inversión. Es un tema clave: uno de los mayores enemigos de los desarrollos de los mercados de capitales son las restricciones de los gobiernos para hacer negocios.

La dolarización es necesaria

La dolarización no es la solución a todos los problemas de la Argentina. Insistimos: en política económica es necesario un instrumento para cada objetivo. En este caso, el objetivo es erradicar para siempre la inflación. Nuestra historia y la de otros países demuestran que no hay otro instrumento de política económica que ofrezca mayores probabilidades de éxito en la consecución de ese objetivo.

Es en este contexto en el que planteamos la necesidad de adoptar medidas más drásticas y menos susceptibles a la manipulación política. Doscientos años de historia nos demuestran que limitar el accionar de los gobiernos en materia monetaria es crucial para lograr la estabilidad y avanzar exitosamente con un plan de reformas.

Dolarizar es la cura más efectiva a la inconsistencia temporal crónica que nos aqueja desde hace décadas. Al eliminar la discrecionalidad en la política monetaria y establecer un mecanismo de compromiso más sólido, el régimen de libertad monetaria con el dólar como moneda de curso legal nos ofrece la mejor oportunidad de restaurar la credibilidad perdida. Además, no sólo permitirá a un gobierno reformista avanzar con otras cuestiones esenciales, como la reducción permanente del gasto público y la apertura de la economía, sino que también pondrá un límite al descalabro económico de los gobiernos populistas.

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Emilio Ocampo

Economista, historiador y docente universitario. Director del Centro de Estudios de Historia Económica y miembro del Comité Académico del Máster de Finanzas de la Universidad del CEMA (UCEMA). En X es @ocampo_emilio.

Alfredo Romano

Licenciado en Administración de Empresas, magíster en Finanzas (Universidad de San Andrés) y en Políticas Públicas (Universidad de Columbia). En X es @romanoal.

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