Empiezo por este caso no porque sea el más grave sino porque, como quedó olvidado, puede ser el más elocuente para lo que quiero decir. En septiembre de 2020, policías bonaerenses iniciaron una protesta por mejores salarios y condiciones laborales que derivó en un grupo de ellos apostados durante horas frente a la Quinta de Olivos. Hasta el mediodía de ese miércoles 9 de septiembre, la crisis había sido toda responsabilidad de Alberto Fernández y Axel Kicillof, incapaces de controlar una situación inédita y sorprendidos por una de las primeras protestas contra un gobierno todavía popular. Con el correr de las horas, sin embargo, el oficialismo y sus satélites pusieron en marcha su clásico operativo de emergencia para estos casos: primero retratar a sus adversarios como antidemocráticos, después prepotear al resto para exigir su repudio.
El primer paso, por lo tanto, fue colocar a los policías bonaerenses fuera de los límites de la democracia. En pocas horas llovieron los comunicados, casi todos idénticos. Para la CGT, los manifestantes representaban “una real amenaza para el normal funcionamiento del Estado”. La CTA dijo que era una “sublevación armada”. El Consejo Interuniversitario Nacional, que reúne a los rectores de las universidades nacionales, agregó que la protesta “atenta contra el orden constitucional”. Abuelas de Plaza de Mayo, usando los hashtags #DemocraciaParaSiempre y #NuncaMasEsNuncaMas, dijo que nuestra democracia no podía tolerar este tipo de “reclamos violentos”. Emilio Pérsico y el Chino Navarro, del Movimiento Evita, advirtieron que la marcha “no tiene ningún lugar en la democracia”. La Comisión Provincial por la Memoria agregó que la protesta “[agredía] la democracia y el orden constitucional”. Para el PJ porteño, la protesta “no se puede aceptar en democracia”. La agrupación peronista Descamisados sintetizó: “Con la democracia no se jode”.
Artemio López llamó a los manifestantes “banda sediciosa”. Ofelia Fernández los acusó de “ponerse al servicio de la desestabilización”. Sergio Maldonado dijo “no al Apriete de la #DerechaGolpista”. Daniel Grinbank dijo que desde la Semana Santa de 1987 que no recordaba “una sublevación tan obsena [sic] al orden institucional de la democracia”. Desde Madrid hizo su aporte el compañero Íñigo Errejón: “Siguiendo con preocupación las noticias de Buenos Aires. Al lado de la democracia y el pueblo argentino. #NuncaMasEsNuncaMas #TodosConAlberto”. Usando el hashtag #PazyDemocracia, Juan Grabois convocó para esa noche a una marcha en Olivos (luego suspendida) con el lema “todxs con velas, distancia social y barbijo”. Cierro la lista (pido disculpas si quedó demasiado larga, pero dejé afuera decenas de ejemplos) con el comunicado del bloque de diputados del Frente de Todos, que insistía en que la marcha era “inaceptable en democracia” e introducía, apenas empezada la tarde, la segunda fase del operativo: la protesta, decían, “debe ser repudiada por todo el arco político”.
Artemio López llamó a los manifestantes ‘banda sediciosa’. Ofelia Fernández los acusó de ‘ponerse al servicio de la desestabilización”.
Me acuerdo perfecto de este cambio de clima porque ese miércoles estaba en casa (¡ASPO!), paré un rato a almorzar y cuando volví a la computadora tenía a una docena de tuiteros e intelectuales oficialistas exigiéndome que me pronunciara en defensa de la democracia y en contra del supuesto golpe de Estado. No sólo a mí, apenas un tuitero en el llano, sino, como arengaba el bloque de diputados del FdT, a toda la oposición. “Cuando se disipe el humo, habrá quedado claro quién se puso del lado de la democracia y quién remoloneó”, exageró el autor kirchnerista Marcelo Figueras. “Todos los actores democráticos tienen que salir a condenar la manifestación policial”, aportó Leandro Santoro. “Ojalá la oposición esté a la altura institucional. Por más democracia en Argentina”, deseó el ensayista nacionalista Hernán Brienza. “Los principales dirigentes de la oposición tienen que salir a condenar a esos policías”, ordenó el periodista Diego Iglesias.
Deditos levantados
Ante esta lluvia de deditos levantados, los dirigentes de la oposición fueron aflojando y empezaron a entregar los repudios reclamados. Mario Negri, Fernando Iglesias, Martín Lousteau y Luis Petri, entre otros, defendieron el reclamo legítimo de los policías bonaerenses pero criticaron a los policías por hacerlo en Olivos frente a la Quinta Presidencial. Esto último, para, por ejemplo, Horacio Rodríguez Larreta, era “inadmisible”.
Con estas capitulaciones se completaba la pinza clásica del kirchnerismo de, primero, calificar de antidemocráticos o golpistas a argentinos que se les paran de manos y, después, usar la culpa de los demás, especialmente progresistas y coreacentristas, para someterlos con el #NuncaMasEsNuncaMas y que se pronuncien en el mismo sentido. El episodio de los policías bonaerenses es espectacular, además, por cómo terminó. Una hora después de publicar su tuit, Rodríguez Larreta fue a la Quinta de Olivos junto con otros dirigentes opositores, convocados por el Gobierno para anunciar la resolución del conflicto. Aparentemente la democracia había prevalecido, pero lo que no sabía Horacio era que la resolución consistía en quitarle decenas de miles de millones de pesos en coparticipación a la Ciudad para dárselos a Kicillof, que a su vez (supuestamente) se los daría a los policías.
El evento fue un papelón mayúsculo para todos los implicados, una humillación para los opositores presentes y, eventualmente, un tiro en el pie para el propio Alberto, que ese día perdió el aura dialoguista que había logrado al principio de la pandemia y tuvo que ver, tiempo después, cómo la medida era dada vuelta por la Corte Suprema. En cualquier caso, con lo que me quiero quedar de aquella jornada, de la que ya nadie habla porque era todo teatro, es con el modus operandi perverso del kirchnerismo: primero anuncio un falso golpe de Estado, después te obligo a denunciarlo y después, cuando ya estás abollado y en el piso, te vuelvo a sacudir otra vez con una medida inconsulta e inconstitucional.
Primero anuncio un falso golpe de Estado, después te obligo a denunciarlo y después, cuando ya estás en el piso, te vuelvo a sacudir con una medida inconsulta e inconstitucional.
No era la primera vez que lo hacían ni fue la última. Otro episodio insólito, igual de olvidado, fue cuando el gobierno de Macri publicó en 2018 una nueva “Directiva de Política de Defensa Nacional”, que autorizaba a las Fuerzas Armadas a dar apoyo logístico a las fuerzas de seguridad en ciertos contextos. La respuesta por izquierda fue instantánea: Macri estaba autorizando al Ejército a hacer “seguridad interior”, como la dictadura, y, por lo tanto, rompiendo un “consenso alfonsinista”. Por supuesto que la directiva no decía eso, pero no importaba. Otra crisis que duró un día, pero el formato era similar: yo digo quiénes están adentro o afuera de la democracia y vos estás afuera. Más famosamente el esquema se había usado durante el caso Maldonado (“primer desaparecido de la democracia”) y se volvió a usar el año pasado, tras el ataque fallido contra Cristina Kirchner, cuando funcionó a toda potencia la doble máquina de 1) “es un atentado contra la democracia” (no lo era), y 2) exigir repudios compungidos a dirigentes de la oposición o neutrales con miedo de ser percibidos como antidemocráticos.
De este último episodio rescato un documento llamado “En defensa de la democracia”, también olvidado, que firmaron más de cien fundaciones y organizaciones, algunas de ellas muy importantes, como ACDE, Vida Silvestre, CIPPEC, Chequeado, el CELS y la AMIA. El texto replicaba el discurso oficial de que el ataque contra Cristina “pone en riesgo la democracia” y después hacía un llamado para “frenar el avance de la violencia política”, un pedido que era innecesario entonces, porque suponía la existencia de una oleada de violencia creciente, y parece aún más exagerado visto a la distancia. Me detengo en este documento, no el más importante ni el más relevante de aquellos días, porque es casi idéntico a otro, firmado por algunas de las mismas organizaciones (CIPPEC, CELS, Fundar, Amnistía Internacional, etc.) y publicado el lunes anterior al balotaje con el título de “La democracia se mejora con más democracia”. Aunque no nombraban a Milei, las asociaciones firmantes veían “con preocupación” la aparición en la campaña de “discursos de odio y violencia política”, que son “inaceptables” y, acá viene lo central, “promueven que nos apartemos del pacto democrático que tanto costó sostener”. Usando un lenguaje en apariencia neutro y el aniversario de los 40 años de democracia, el documento se las ingeniaba igual para repetir argumentos centrales de la campaña de Sergio Massa y plegarse, quizás sin quererlo, al psicopateo de aquellos días en los que tanto el oficialismo como buena parte del progresismo insistían, sobreactuando frívolamente y por puro interés electoral, en que en la elección del domingo pasado estaba en juego nuestra democracia.
Contra Milei el mecanismo fue idéntico al que habían usado contra los policías bonaerenses: primero la denuncia por antidemocrático, después la inundación de comunicados propios, más tarde la exigencia de repudios y, finalmente, la réplica mansa de los neutrales.
Una negativa y una positiva
Una conclusión negativa de este repaso: nadie parece estar escarmentando. Como el famoso Pedro de la fábula, siguen gritando “¡viene el lobo!”, pinchados por una fuerza política que mil veces ha mostrado un compromiso dudoso con el fortalecimiento de la democracia (sin ir más lejos, empuja ahora mismo un juicio político farsesco contra otro poder del Estado) y sin evaluar retrospectivamente si las advertencias anteriores habían estado justificadas. No tengo dudas de que el peronismo kirchnerista seguirá haciéndolo: dada su falta absoluta de proyecto de país o visión de futuro para los argentinos (en parte por eso perdieron esta elección y varias de las anteriores), el recurso que más a mano van a tener, el menos creativo pero el que mejor conocen, será negarle la legitimidad al gobierno de Milei, empujarlo a los bordes de la democracia, asociarlo con la dictadura, reclamar amarilla en cada pelota dividida. Ya lo hicieron con el gobierno de Macri, al que Cristina y otros, como Wado de Pedro, calificaron desde el principio y hasta el final como un engaño, una estafa electoral, porque no podían aceptar que el pueblo votara conscientemente otra cosa que no fuera peronismo. Será igual ahora, confundirán lo que no les gusta con lo antidemocrático, algunos dirán que bajar el gasto es ser como Martínez de Hoz, e intentarán que otros, asustados o remolones, los sigan en el camino de la denuncia oportunista y sobreactuada. De los kirchneristas no espero nada; de los otros, como las organizaciones firmantes de las cartas mencionadas acá arriba, espero más cabeza fría.
[ Si te gusta lo que hacemos y querés ser parte del cambio intelectual y político de la Argentina, hacete socio de Seúl. ]
Cierro con una conclusión positiva: los rendimientos políticos de la pinza extorsiva parecen estar decreciendo. Para empezar, no tuvieron efecto electoral, como tampoco lo tuvieron las decenas de comunicados corporativos que pidieron el voto por Massa (cámaras empresarias, sindicatos, clubes de fútbol, universidades, swifties, fans de Sandro, etc.). La sociedad, que valora la democracia y parece confiar más en su fortaleza que los peronistas y las corporaciones, ya no se asusta con estas admoniciones. No puede ser que todos sean golpistas menos ustedes, deben haber razonado muchos. No puede ser que estén todos tan orgullosos de la democracia, como mostraron en sus videos y cartas sobre el 40º aniversario, y al mismo tiempo crean que está en peligro cada cinco minutos.
El siguiente paso es que, además de su nulo efecto electoral, las denuncias de “vos sos la dictadura” también fracasen (y, por lo tanto, dejen de ser usadas) en el debate público. Acá la responsabilidad, otra vez, no será de los kirchneristas, que son inimputables, sino de los que hasta ahora elegían plegarse por miedo o conveniencia. Milei es un presidente legítimo, votado por una mayoría, y que propondrá o dirá o hará cosas que quizás sean impopulares o terribles, pero eso no lo convertirá necesariamente en antidemocrático. Por supuesto que si busca abusar de su poder, arrogarse funciones que no le corresponden, demonizar a sus opositores o la justicia o la oposición, debilitar los organismos de control o usar el Estado para beneficio propio, seremos los primeros en decirlo. Como lo dijimos con el kirchnerismo, que hizo todas esas cosas pero no generó una lluvia de comunicados ni hashtags lacrimógenos.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.