La estructura sintáctica es más o menos la misma: [X + elucubración genérica = conclusión].
En el titular de un diario, en la declaración de un candidato o en la sentencia de un opinador entusiasta, X se puede completar con datos reales, imaginarios o forzados a los intereses, gustos, prejuicios y necesidades del enunciador. El famoso sesgo de confirmación. “Hubo 10% de votos en blanco, esto habla de un hartazgo de la gente”. “El peronismo sacó el 20%, es claro que votaron en la interna de Juntos por el Cambio por el candidato que más les conviene”. “El triunfo de Maximiliano Pullaro en Santa Fe, un mensaje claro contra Patricia Bullrich”.
Me enojan y me generan curiosidad, en igual medida, los politólogos y afines invitados a la tele para decir algo en carácter de “analistas”, los tuiteros más perspicaces que todos los demás (aquellos que son capaces de detectar conspiraciones no advertidas, proyectar muertes políticas, ver lo que nadie más ve, tirar postas) y los opinadores que leen todo desde su metro cuadrado en el mundo. Son los exégetas del voto ajeno.
Aunque los exégetas se hicieron famosos con la Biblia –eran los únicos autorizados a leerla, interpretarla y trasladar el sentido oculto a todos los demás–, la actividad viene de lejos y, cuándo no, de los griegos. Conviene repasar su significado y también el de su contrario: la palabra exégesis significa “extraer el significado de un texto dado” y, por contraste, la eiségesis significa “insertar las interpretaciones personales en un texto”. Pues bien, nuestros comentadores hacen ambas cosas a la vez. Mientras escudriñan nuestro voto para extraer su significado oculto, lo van mechando con su interesada subjetividad.
Mientras escudriñan nuestro voto para extraer su significado oculto, lo van mechando con su interesada subjetividad.
No me cuesta nada saltearme los análisis cuando hay elecciones en otros distritos, prefiero tirarme a ver una serie hasta que se termine el domingo, después scrollear como autómata y enterarme esa noche –o al otro día– quiénes ganaron en Córdoba, en San Juan, en San Luis. Y, por supuesto, quién perdió. Ése es, definitiva e indiscutiblemente, por más que las interpretaciones digan otra cosa, el partido que sacó menos votos (bueno, no me refiero a los que salieron últimos y siempre sacan pocos, sino a los que solían ganar y ahora pierden, eso es lo que nos gusta ver a todos).
Pero el domingo pasado se votó en Santa Fe, donde vivo: no pude resistirme y terminé en el barro de los exégetas. Entre la presentación de Lionel Messi en Miami y el Gaturro vandalizado, se iban colando los analistas de poca y mucha monta para leer, explicar y examinar el sentido de mi voto, y el de las otras 1.749.487 personas que fueron a votar, más las motivaciones de los que no fueron. Todo dentro del marco de sus ideas previas, sus simplificaciones y sus deseos. El sesgo de confirmación no es nuevo; la predilección por la información que concuerda con nuestras hipótesis, expectativas y prejuicios es parte constitutiva de la naturaleza humana.
Prestamos atención de forma selectiva a la información que se acopla a nuestras ideas mientras ignoramos aquella parte que no comulga con nosotros: vemos lo que queremos ver, oímos lo que queremos oír, interpretamos lo que lleva agua hacia nuestro molino. Y así muchos creen saber por qué la gente vota lo que vota, no importa cuán lejos estén, no reparan en la deformación de vistas que produce la distancia, no parecen recordar que hay millones de personas en distintos puntos del país, cada uno con sus particularidades, que viven y votan sin estar pendientes de los armados políticos, las estrategias electorales y las lecturas de los círculos rojos.
Prestamos atención de forma selectiva a la información que se acopla a nuestras ideas mientras ignoramos aquella parte que no comulga con nosotros.
Tampoco es nueva la mala fe y la mentira, pero eso es otra cosa de la que no voy a hablar ahora. De lo que sí quiero hablar es del contraste entre cada cosa que leí el domingo y el lunes poselectoral y lo que vivo cotidianamente como habitante de la provincia (de una región, de una ciudad). Es cierto que sigo medios nacionales –que son porteños– y mi timeline en Twitter tampoco es demasiado local, pero no deja de asombrarme el modo en que, después de una elección, se pone en marcha el mecanismo siempre recurrente, sesgado y arbitrario de explicaciones causales sobre el voto de millones de personas.
Sobre las elecciones en Santa Fe, están los números a la vista y no tengo nada novedoso para decir porque, como no soy analista, no hablo. Sé a quién voté aunque no podría decir qué significa mi voto y preferiría que no vengan a querer explicármelo desde sus intereses y sus peleas semanales. No me metería a explicar el sentido del voto de mis vecinos, de los que votaron en mi mesa, de los que no conozco al otro lado de la vía, de los que viven en Teodelina o en Gato Colorado, en el límite con el Chaco. Y, como no sé lo que eso significa ni tampoco sé lo que votaron más allá de lo que dicen, lo que voy a decir sobre las elecciones del domingo pasado en el distrito donde vivo es lo que conozco como uno conoce de su pago chico: lo que ve, lo que escucha, lo que lo rodea. Excepto por lo que yo hice, el resto de lo que sé está hecho de discursos. Lo que sé es lo que la gente dice, no necesariamente lo que hace en el cuarto oscuro, que no es oscuro pero sí secreto.
Cosas que sí sé
En Funes, donde yo vivo, ganó el Roly Santacroce por paliza y va para su segundo mandato. Es peronista, nadie de mi entorno lo votó, la de la fiambrería lo detesta porque pavimentó todo, el vecino de enfrenté lo votó porque pavimentó la cuadra, la profesora de pilates dice que es un impresentable, dos amigos de mi hija lo votaron. Uno de los que lo votó, optó por el peronismo también en todas las categorías y dice que le va a votar a Patricia Bullrich en las presidenciales porque Massa es un hijo de puta. El otro que lo votó, dice que es peronista por el tema de la soberanía nacional. También dice que es socialdemócrata, que Cristina robó y Macri también, pero que ella es populista porque le importa el pueblo y que a Macri no. Hasta hace una semana decía que iba a votar a Bullrich porque Massa le parece un pelotudo pero ahora se arrepintió y lo va a votar igual. Para gobernador quería votar a Mónica Fein porque su papá la conocía personalmente pero, como sabía que iba a perder la interna de JxC (que acá se llama Unidos para Cambiar Santa Fe), al final lo votó a Leandro Busatto, que tampoco iba a ganar pero es peronista.
Una amiga de mi hija no fue a votar porque no tiene idea de por quién hacerlo, otra tampoco fue porque está en Disney, una dijo que en las provinciales no iba a votar pero sí a Bullrich porque hace videos montando a caballo en TikTok y a ella le gusta la equitación, otra que iba votar a cualquiera que no sea peronista y, como demoraba mucho, la presidente de mesa le dijo que deje todo en blanco que era más fácil. Los lectores no acostumbrados a la boleta única de papel deben tener en cuenta que cada categoría tiene una boleta en la que se despliegan los candidatos con su foto correspondiente y un cuadradito para poner una cruz. Si no marcás ninguno, votás en blanco en esa categoría, si marcás más de uno, anulado.
Mientras iban votando, los amigos de mi hija chateaban por WhatsApp. Aquí reproduzco una transcripción parcial (lamentablemente sin emojis, memes ni stickers) que me facilitaron para esta nota:
Chicos, ¿cómo se vota? ¿Hacemos videollamada?
¿Hay que votar a presidente?
No!!!
¿Qué hace un senador?
Son los que votan las leyes
Ahí voy a votar al que tenga más facha
A gobernador voto al pelado
Ustedes a gobernador a quién votan?
Calculo que voy a votar a Pullaro
Pullaro, ¿el narco? jajajj
Y vos le vas a votar al pelotudo de Levandoski o como se escriba
Votale a Losada que es más sexi
Ojalá viviera en Rosario para votarle a Monteverde. Ese sí que es sexi
Qué horror! son muchos, le voto a Maradona
Votá a los pelados
Eso, le voy a votar a todos los pelados
Ya está, lo voto a Crivaro y que vivan los pelados!
Todos tienen 16 años y es la primera vez que votan de acuerdo a lo que, según el sitio educ.ar, se conoce como voto joven y viene con esta rimbombante declaración de principios: “Juventudes y participación. Voto a los 16. El voto constituye una instancia fundamental de participación, entre las muchas que propone nuestro sistema democrático. Sin duda, tiene una importancia destacada por tratarse al mismo tiempo de un acontecimiento individual y colectivo. Para las y los jóvenes, además, es un momento especial donde tienen la oportunidad de ejercer sus derechos poniéndose de manifiesto su carácter de sujetos de derecho con una autonomía creciente tal como lo indica la Ley de Protección Integral de niñas, niños y adolescentes”.
Mis dos hijas nos preguntaron a quién votar. La de 16 habla de política, la de 20, jamás: está más interesada en la combinación de horarios para ver Barbie y Oppenheimer que por cualquier candidatura. Dice que no habla de política con sus amigas y que sólo sabe que una va a votar a Grabois y que el domingo votó al Roly. Ninguno de estos adolescentes habla de Javier Milei ni tiene ni tuvo intenciones de votarlo. No saben lo que son los tres tercios.
Uno que conozco de hace años votó al peronismo en todas las categorías. “Como siempre y a ojos cerrados”, dijo. Mis tíos que viven en el campo dicen que van a votar a Bullrich, no tienen idea de quién es Martín Lousteau y putean cada día por las retenciones. No sé a quién votaron esta vez.
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Mi papá quería votar a Luis Juez, que es de Córdoba, mira tele todo el día y también quiere votar a los candidatos dela Ciudad o de la Provincia de Buenos Aires. Vive en el sur de Santa Fe, rodeado de soja, pero cree que los límites de distrito no están hechos para él. Dice que a Pullaro lo conoce porque es de Hughes –un pueblo que está cerca del suyo–, que un amigo le dijo posta posta que ahí no lo quiere nadie pero que Carolina Losada se fue al carajo y que si le rompen mucho las pelotas se queda en su casa y no va a votar porque tiene 82 años y ya no es obligatorio.
Mi suegra se olvidó los lentes y no está segura de haber votado “bien”, es decir, lo que quería votar.
En una pareja de amigos, los dos tenían hace tiempo su voto decidido por Pullaro y un rato antes de ir para la escuela, en el asado del domingo, ella salió con que “mejor le voto a Losada porque ya veo que pierde y van a venir los boludos a decir que perdió Bullrich”. Al marido no le gusta Losada (bah, sí le gusta, no la vota) desde el telar de la abundancia y todavía menos cuando declaró que si perdía no acompañaría al ganador. “Ni en pedo le voto”, dijo. Lo que siguió fue una inverosímil negociación electoral matrimonial que cerró así:
–Si le votás a Pullaro hoy, te prometo que si ella gana yo le voto.
–Trato hecho.
Imposible saber lo que pasó en el cuarto oscuro.
Un amigo de Rosario se fue a andar en moto a Córdoba “porque total las PASO no sirven para nada”. Excepto su hermana, que votó a Fein para gobernadora y a Juan Monteverde para intendente, toda su familia dijo que votó a Pullaro y a Pablo Javkin (que no compartían el mismo espacio en la interna, la boleta única tiene estas cosas). En la nacional, algunos van a votar a Horacio Rodríguez Larreta y otros a Bullrich. Su mujer sí fue a votar.
–A quién votaste?
–A Pullaro, a Javkin, a Del Frade, creo que eso era para diputado… Para concejal a Federico Lifschitz y para senador creo que a uno del socialismo. No me acuerdo.
–¿Y en las nacionales a quién vas a votar?
–A Bullrich.
Ninguno usa Twitter. No saben qué son halcones y palomas y después resulta que viene uno a explicarnos que sus votos a Pullaro “son un mensaje claro contra Bullrich”, nos muestran una foto y sacan conclusiones. “Con el triunfo en Santa Fe, Larreta podría gobernar 10 provincias”.
El Roly Santacroce sacó el doble que su lista de concejales y casi cuatro veces más que el candidato de Unidos para Cambiar Santa Fe. En 2019, logró la intendencia de una ciudad antiperonista cuando los candidatos de JxC y el Frente Progresista fueron separados, a gobernador ganó Antonio Bonfatti del Frente Progresista y a presidente ganó Mauricio Macri. Cada votante interesado conoce el funcionamiento de su aldea y aspira, mínimamente, a que no lo subestimen.
Exégesis + Eiségesis
En apenas unas horas, y poco después de empezado el escrutinio, leí de todo. Mentiras, aprovechamientos y exageraciones que quizás son inevitables en el juego político, pero lo que verdaderamente me enoja son los que pretenden leer mi voto e interpretar supuestas intenciones. Le grité al televisor, quería decirle que votamos candidato a gobernador, no a presidente y que esa será otra elección, pero caí en la cuenta de que lo sabían, que deberían saberlo. Vi cómo le encontraron a mi voto un sentido dirigido de acuerdo a sus propios intereses allá y no a los míos acá.
“Alrededor del 38 % de los electores en Santa Fe no fue a votar y eso habla de un hartazgo con la clase dirigente. La política tiene que comprender estos mensajes”. Cuando leo el tuit me acuerdo de otra amiga de mi hija. Su familia vive a las afueras de Roldán, en el límite con Funes y a cinco kilómetros del centro de votación. Como el sábado había salido, el domingo se levantó tarde, se preparó un té calentito, cortó una porción de torta y se sentó a la mesa justo en el momento en que sus padres salían en el auto a votar: “Pero me acabo de hacer el té”. Como un Bartleby electoral, no se negó a votar: prefirió no hacerlo.
Como un Bartleby electoral, no se negó a votar: prefirió no hacerlo.
Sí, sabemos que el voto no es sólo un derecho sino una obligación y que tenemos responsabilidades cívicas y un montón de cosas ciertas y que muchas personas leen, se informan y comparan antes de votar y que hay otras que se involucran en proyectos, creen en ellos y los militan en base a unas convicciones firmes e inamovibles, por lo menos hasta la próxima elección.
No quería hacer una reflexión y voy a hacerla. Y sin embargo.
Y sin embargo quiero rescatar el carácter irrenunciablemente individual que encierra el precepto democrático: “Un ciudadano, un voto”. Aunque ese ciudadano nos parezca un pelotudo, claro.
Una república democrática está hecha de muchas cosas pero, cada dos años, se hace con la suma de lo que hace una persona más lo que hace otra persona y otra más, cada una de ellas en su lugar, con sus circunstancias y arbitrariedades, también con sus motivaciones y condicionamientos, que pueden ir desde el pavimento o la garrafa hasta la lectura de Marx o una taza de té servida.
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