Tres peñascos. Unos arrecifes soñados de postal de all inclusive, en el Pacífico Sur, muy cerca de Fiji y Samoa. O de Papúa Nueva Guinea. 1972. Ahí se erigió la República de Minerva: soberana, con bandera y moneda propia, “sin impuestos, Estado benefactor, subsidios ni forma alguna de intervencionismo”. Su creador era un ruso exiliado tanto de la Unión Soviética como del nazismo que se convirtió en magnate del real estate en Las Vegas. Michael Oliver llegó de los campos de concentración a Estados Unidos en 1945: un biotipo curtido en resistencia al Estado más el sueño americano. Modelo Azimov, digamos.
Ya desde Robinson Crusoe, las islas representan la fantasía literaria de construir un mundo con otras reglas. Esa es la utopía que mueve a libertarios de la segunda mitad del siglo, lectores de Ayn Rand, que se extiende como un culto juvenil en los claustros universitarios de la Costa Oeste. La conexión de primera o segunda generación de inmigrantes que llegan a la tierra de oportunidades con un mensaje de progreso individual sin el obstáculo del aparato represor y tributario del Estado, cofradías de campus de élite y lecturas de John Stuart Mill fogueó esa subcultura antes que la académica escuela austríaca.
El historiador de la Universidad de Cornell para temas de América Latina, Raymond Craib, registró durante años esas utopías libertarias, sus intentos, su fugacidad y sobre todo sus fracasos para establecer estados al margen del Estado. Adventure Capitalism: A History of Libertarian Exit, from the Era of Decolonization to the Digital Age, editado a mediados de 2022 en inglés, pone el foco en los pilares culturales que dan forma a estas fantasías de micronaciones autorreguladas pensadas como “experimentos morales” y, sobre todo, como obsesiona a Craib, sus pasos en falso.
Las utopías tech y las finanzas desbocadas reavivaron el interés por los experimentos libertarios que hoy desfilarán en descapotable por Avenida de Mayo.
Esa fantasía atraviesa a aquellos locos de Minerva con experiencias recientes como las islas Satoshi, fideicomiso del nieto del economista estrella Milton Friedman: ahora se combinan las promesas de autonomía y de librarse del yugo de los bancos centrales que nos traen las criptomonedas a través de financistas icónicos como Peter Thiel. Su figura es clave: combina sociedades y amistad estrecha con el gran ícono libertario Elon Musk (con quien cofundó PayPal). En lugar de islas desiertas busca llevar su utopía posthumanista hasta Marte con su empresa SpaceX. Thiel, figura central del lado radical de Silicon Valley, también sostiene una relación personal con Sam Altman, CEO estrella de inteligencia artificial a través de OpenAI. Las utopías tech de fines de los ’90 y las finanzas desbocadas de comienzos del siglo XXI reavivaron el interés por los experimentos libertarios que hoy mismo desfilarán en descapotable por nuestras calles empedradas y los desvencijados palacetes de Avenida de Mayo.
Volvamos al Pacífico. Tras varios viajes exploratorios al Caribe (Bahamas, Turcas y Caicos, Surinam), finalmente el lituano Oliver se instaló en 1972 junto con sus socios en unos diminutos arrecifes y plantaron, orgullosos, la bandera de la República de Minerva: 30.000 colonos que se instalarían en parcelas de unos 10.000 metros cuadrados. Las reglas de propiedad se combinaban con la doctrina de Oliver: “colectivistas, criminales, nihilistas y anarquistas” quedaban excluidos aunque pudieran pagar. ¡Afuera! El experimento duró poco: pasaron apenas unos meses hasta que el rey de Tonga Taufa’ahau Tupou IV, a quien pertenecía esa porción de los arrecifes, reclamó potestad por el territorio oceánico. El mismo rey llegó hasta el lugar en una embarcación junto a cuatro prisioneros y cuatro músicos, y desalojó a los pioneros de Minerva, que no opusieron resistencia alguna y se retiraron antes de cualquier contienda.
Armen su país
Pero si en Estados Unidos el sueño es la isla propia, aquí el delirio es “armen un partido, ganen las elecciones”. Entonces, habría que entender las excentricidades de Javier Milei y sus exabruptos, su arenga sobre leones y sus exaltadas metáforas sobre “el Estado”, y su armado político como un eslabón más pragmático que aquellos idealistas insulares. Ninguna locura.
La frase completa de la ex vicepresidenta es de 2011, meses antes del “vamos por todo”, decía: “Las corporaciones de turno no pueden ocupar nunca más la Casa de Gobierno para tomar decisiones, como lo hicieron durante años. El que quiera hacerlo que abandone la corporación y cree un partido político”. Si bien la frase se interpretó destinada a Techint –el holding de Rocca que en esos tiempos resistía a la intervención de la Anses en las empresas–, que dos que lo intentaron lo hayan logrado convierte la provocación en tarea sencilla. Mauricio Macri representó esa definición en el paso de Socma al Pro (su propio partido); el caso Milei (que dejó la Corporación América y armó La Libertad Avanza) es la mejor confirmación a aquel desafío. Lo hizo de manera personal. Individual. Y la noche en que fue electo lo sostuvo: “Seré el primer presidente liberal-libertario de la historia”.
El coqueteo via Twitter entre su dueño, el Charles Foster Kane Elon Musk, y el capitán libertario más austral del mundo refuerza el valor histórico de la asunción de hoy.
Los análisis de Craib, de todos modos, piensan esas salidas utópicas, de “exit”, en la clave de su corta duración y su fracaso. A lo largo de sus páginas llenas de datos contrapone ilusiones voluntaristas y de extremos éticos individuales en su intento de convertirse en organizaciones modernas. Casi en simultáneo, Balaji Srinivasan editó The Network State: How To Start a New Country, otro libro dedicado, desde la criptografia, a analizar modelos alternativos de gobernanza social basados en las más modernas tecnologías de la información que buscan superar la dicotomia Estado-individuo. Hoy Srinivasan forma parte de Andreessen Horowitz, el fondo de inversión más relevante de la nueva revolución digital, liderado por el tecno-utopista Marc Andreessen. Más allá de las experiencias concretas y su derrotero, los “estados-red” son expresiones de la búsqueda de actualizar el algoritmo de la democracia representativa como el más eficiente para resolver tensiones en la actualidad y de la revisión del sistema operativo de la sociedad.
Esta misma semana, en el extremo, el analista Jared Brock retomaba el asunto en clave inversa: sostiene que el desplazamiento de la ideología de la colonización de las grandes potencias del siglo XVIII y XIX a las corporaciones tecnológicas del siglo XXI como entidades supranacionales prefigura un nuevo debate. El libro The Anarchy: The Relentless Rise of the East India Company (2019), de William Dalrymple, iluminó el fenómeno. Puso el foco en la East Indian Company o las bananeras del Caribe: corporaciones que fueron vanguardia en el capitalismo de frontera, delante de las grandes naciones imperiales de su época.
El coqueteo via Twitter, ahora X, entre su dueño, el Charles Foster Kane Elon Musk, y el capitán libertario más austral del mundo a días de su asumir su experimento, refuerza el valor histórico de la asunción de hoy: un corte de una entrevista del Turco Asís se hizo globalmente viral por el RT del propio Elon; la explicación de Milei de la justicia social y la libertad, con citas a John Stuart Mill, desde el país de Perón, es una pieza llamada a quedar en la historia de ese movimiento. Entre los pioneros fallidos de la República de Minerva y el despliegue de las corporaciones y las finanzas tech: aventura y capitalismo.
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