LEO ACHILLI
Domingo

Una coalición para
ganar y gobernar

Candidaturas, programa y ampliación: tres desafíos que Juntos por el Cambio debe resolver ya mismo no sólo para volver a la Casa Rosada, sino también para tener éxito después.

¿Será posible que, en medio de una crisis tan compleja como la que viene arrastrando desde hace ya más de una década nuestro país, una coalición heterogénea como Juntos por el Cambio pueda sostener un buen gobierno, que tenga la suficiente puntería y solidez como para abrir una vía de salida y sacarnos del pantano?

En 2023 probablemente lo sabremos, porque lo que sin duda es muy probable que ocurra es que JxC vuelva a conquistar la presidencia. Pero sería de desear que la autoconfianza que pueda resultar de esas buenas perspectivas electorales no estimule en sus líderes y simpatizantes ni el conformismo ni el autobombo, y se preste la suficiente atención a la pregunta sobre las condiciones necesarias para un buen gobierno. Desde el vamos. Así tal vez habrá más chances de éxito.

Empecemos por decir lo más obvio: para bien o para mal estamos condenados a que nos gobiernen coaliciones. Por la fragmentación de nuestro sistema de partidos, que afecta al no peronismo desde hace varias décadas, y desde hace algo menos de tiempo también al peronismo. Pero hasta ahora no ha sido precisamente “para bien”, porque nuestras coaliciones no han generado gestiones muy eficaces que digamos. No sucedió con la Alianza, tampoco con Cambiemos y, si extendemos la noción de “coalición” lo suficiente, podríamos decir que aún menos ha sido el caso con el Frente de Todos.

Las coaliciones necesitan ciertos recursos —no muy fáciles de conseguir en nuestro caso— para funcionar medianamente bien en la gestión.

Las razones son también bastante obvias. Las coaliciones necesitan ciertos recursos —no muy fáciles de conseguir en nuestro caso— para funcionar medianamente bien en la gestión: un liderazgo firme e inclusivo, aliados coherentes y disciplinados, un programa bien definido, consensuado y/o negociado entre sus miembros, y reglas de juego eficaces para tomar decisiones y resolver conflictos. La Alianza no tuvo ninguna de las cuatro cosas, tampoco parece haberlas logrado el Frente de Todos, y Cambiemos contó con liderazgo y cierta cohesión de sus aliados, pero tuvo poco programa y casi nada de reglas.

Fue por eso una gran noticia que JxC optara por “institucionalizarse” y diera pasos importantes en los últimos meses en esa dirección: formalizó la integración de su mesa nacional, ordenó su agenda legislativa, estableció algunos mecanismos para resolver diferencias, etc. De todos modos, todavía hay mucho por hacer. Y los tropezones experimentados en las últimas semanas así lo demuestran: que las diferencias entre sus principales dirigentes sigan manifestándose pública y conflictivamente, volcándose en posiciones divergentes en la arena parlamentaria, indica que tal vez lo más importante aún esté pendiente.

Desafíos y posibles soluciones

En el terreno de las candidaturas, tal vez el más importante y el más urgente a encarar, contra lo que se suele pensar, se ha hecho muy poco. O peor, lo que se está intentando tiene altas probabilidades de fracasar: la competencia interna se pretende postergar hasta lo más cerca posible de las PASO de 2023, con la idea bienintencionada pero ilusa de que “2022 debe servir para consolidar la unidad” cuando los aspirantes a la presidencia están obligados a hacer más bien todo lo contrario. Primero, por la dispersión y la paridad de fuerzas imperantes internamente: la situación que se suele describir como “horizontalidad de los liderazgos” es un fuerte estímulo para que todos ellos traten de aprovechar al máximo las oportunidades que se les presenten para sacar ventaja a los demás. Segundo, y por sobre todo, por el vacío de poder que genera un gobierno nacional en crisis permanente. La política huye del vacío, y dado que Alberto lo genera todo el tiempo, es natural que ganen protagonismo los aspirantes a reemplazarlo. Por más renuentes que se muestren a cumplir ese rol, por temor al desgaste que pueda conllevar estar demasiado tiempo en la palestra, o por las mencionadas prioridades y reticencias de la fuerza en que actúan.

Por más que se esfuercen, no podrán evitar, en consecuencia, que 2023 sea el eje principal de discusión a todo lo largo del año en curso. Y las invocaciones a “dejar de lado intereses personales”, que se lanzan regularmente desde diversas instancias de JxC y desde fuera, a lo que más van a contribuir es a deslegitimar a la propia coalición y a sus líderes, alimentando los cuestionamientos que se les hacen por su supuesto “privilegio a la egoísta captura de cargos”. JxC se hace, así, un flaco favor a sí misma a costa de sus principales activos: el prestigio de sus líderes y su compromiso con la mejora del sistema político.

Es imperativo crear mecanismos previos a las PASO que fomenten la convergencia de fuerzas y actores detrás de no más de dos opciones.

Para que un recurso indiscutiblemente valioso con que cuenta JxC, esto es, la presencia en sus filas de varios dirigentes con buena imagen pública y chances ciertas de competir por la presidencia (que lo distingue muy ventajosamente del actual oficialismo) no se torne paradójicamente una desventaja para ella, y se ordene el proceso de construcción y selección de candidaturas, es imperativo crear mecanismos previos a las PASO (para las que falta todavía un año y medio, un tiempo demasiado prolongado para atravesarlo con el actual grado de fragmentación), que fomenten la convergencia de fuerzas y actores detrás de no más de dos opciones. Pues, además, una interna entre tantos aspirantes como hoy existen podría no ofrecer una solución al desafío de forjar un liderazgo inclusivo y abarcador: si el que resultara victorioso lo lograra con mucho menos del 50% de las adhesiones del espacio, ¿qué tipo de conducción estaría en condiciones de ejercer, qué disciplina legislativa cabría esperar en una coalición fundada en ese grado de dispersión u “horizontalidad”? ¿Cuánta confianza sería ella capaz de generar en una sociedad ya muy ganada por el escepticismo?

Los mecanismos favorables a la convergencia y la cooperación a los que es posible recurrir no son demasiado complejos y podrían ser ventajosos para todas las fuerzas en pugna. Uno de ellos sería establecer que solo las dos primeras listas de precandidatos a legisladores nacionales obtendrían lugares en las definitivas, lo que estimularía a que los que tengan más posibilidades de quedar terceros o cuartos en las PASO negociaran su integración en ofertas más amplias. Cuanto antes esto suceda, mejor para todos.

Cualquier solución que se intente debería contemplar la composición de candidaturas cruzadas, una práctica espontáneamente difundida ya en la coalición, y que resulta muy conveniente para agregar voluntades y moderar el patriotismo partidario. Obviamente la construcción de las candidaturas no debería absorber todas las energías de JxC, ni ahora ni en 2023. Conviene darle la mayor prioridad posible a la agenda legislativa, terreno en el que puede jugar a favor el resultado de las últimas elecciones, para avanzar ahora en proyectos importantes para el programa de gobierno (boleta única, ficha limpia, Consejo de la Magistratura, etc.).

Un programa y una pedagogía

Éste es el segundo punto que es urgente atender. JxC ha tendido más bien a evitar las precisiones programáticas, a sabiendas de que equivalen en muchos casos —sobre todo en el terreno económico— a dar malas noticias por anticipado. Tampoco se ha mostrado proclive a enfrentar anticipadamente debates internos conflictivos que, sumados a los ya existentes, complicarían demasiado el escenario.

El postulado implícito en esta posición es que sólo cuando el actual gobierno toque fondo los ciudadanos estarán dispuestos a aceptar que la salida no será sencilla ni inocua, y ese momento probablemente no esté lejos de la elección de un candidato en las PASO, lo cual ordenaría el debate interno. ¿Qué mejor entonces que dejar que el propio proceso electoral haga decantar los problemas, cuya resolución hoy parece muy complicada?

El planteo es comprensible, más si atendemos al hecho de que se está compitiendo ya no contra uno, sino contra dos populismos, de signos opuestos y complementarios: el de quienes afirman que no hay ningún costo que pagar y se puede seguir haciendo magia distributiva, y el de quienes dicen que todos los costos se pueden cargar a una pequeña casta de malditos, cuyo exorcismo y expulsión del cuerpo sano y productivo de la sociedad insumiría, también, unos simples trucos de magia.

Pero sucede igual que con las candidaturas: por más que sea comprensible la actitud dilatoria, insistir en ella no es conveniente. En este caso, porque hacerlo conspira contra la creación de un consenso de salida, sustento necesario de un voto que no sea meramente negativo y exprese confianza detrás de una nueva coalición de gobierno.

Se pasa por alto así que la principal tarea de la hora es hacer pedagogía, explicar qué hay que hacer y por qué.

Y esta dilación tampoco se justifica por aversión al riesgo, a menos que se insista en subestimar la comprensión de la situación por parte de los votantes, repitiendo un error ya cometido entre 2015 y 2019. Además de que, igual que entonces, se pasa por alto así que la principal tarea de la hora es hacer pedagogía, explicar qué hay que hacer y por qué. Tarea para la que la actual situación ofrece una ventaja decisiva: tiempo. Que, a falta de otros recursos, resulta crítico no desperdiciar.

Algunos pasos importantes en esta dirección se han dado desde las fundaciones partidarias, que han encarado un valioso esfuerzo de síntesis alrededor de ejes programáticos comunes. Pero esa iniciativa, si los líderes del espacio no dan señales en contrario, puede terminar en la misma zona de confort en que estos líderes se mueven hoy en general, con pocas definiciones innovadoras y dominada también por la aversión al riesgo. Conviene por eso que los dirigentes mismos se involucren en esta tarea, en lo posible empezando por los temas que generen menos disensos y conflictos, como podrían ser los impositivos, la redefinición de los subsidios y los planes sociales. Pero avanzando sin demasiada demora hacia la cuestión decisiva de la estabilización.

Eso ayudaría a superar, de paso, una disyuntiva algo estéril que viene enfrentando intensamente a distintas corrientes de la coalición: ¿la oposición debe evitar ante todo la bomba de tiempo, o el estallido? Sucede que para JxC en la oposición es imposible en verdad evitar que le planten esta bomba, ya que, si algo mantiene unido al Frente de Todos, es justamente la tarea de dejarla activa. No es tampoco responsabilidad opositora tratar de aventar un descalabro económico agudo que el oficialismo está tratando de eludir a su manera, es decir, mediante el precario acuerdo alcanzado con el Fondo. La discusión, por lo tanto, tal vez debería ser más bien cómo lograr que el gobierno haga el menor daño posible en los dos años que le quedan y, a la vez, que esconda la menor cantidad de mugre bajo la alfombra. Anticipar definiciones programáticas precisas serviría para dar un marco a ese doble esfuerzo. Y también, y principalmente, para ofrecerle un horizonte de certidumbre a la opinión pública, tentada hoy de refugiarse en salidas mágicas porque quienes buscan una salida razonable y viable no están hablando lo suficiente.

Solos o mal acompañados

La tercera cuestión es, justamente, la de la competencia con esos otros discursos en danza, cómo encararla y hacia qué sectores es posible a la vez intentar una ampliación de la coalición. Respecto a esto último se han venido contraponiendo alternativas que parecen difíciles de conciliar: crecer hacia el centro político, buscando aliados moderados del peronismo, o hacia los sectores ideológicamente más afines con las reformas de mercado, por ponerlo de alguna manera, apostando a un entendimiento con los llamados libertarios.

Lo cierto es que, en términos electorales, ambas opciones resultan poco o nada viables, por lo que carece de sentido práctico invertir esfuerzos en dirimir la cuestión. Sería más conveniente quizás ocuparse ahora de delinear la posible coalición de gobierno y no considerarlo un asunto distante, del que más adelante habrá tiempo de ocuparse. Se puede hacer ahora, desde el vamos, junto a las candidaturas y el programa. Una buena vía de entrada para ello sería considerar el modo en que esos otros actores están preparándose para enfrentar la próxima elección, y cómo eso podría afectar las propias opciones y estrategias.

A los libertarios les está yendo demasiado bien solos como para que les resulte tentador sumarse a JxC.

En ese sentido lo que puede observarse es, por un lado, que a los libertarios les está yendo demasiado bien solos como para que les resulte tentador sumarse a JxC, mientras que a los peronistas no kirchneristas o moderados, aunque les vaya bastante mal dentro del FdT, parece haberlos ganado una aversión al riesgo tan extrema que se encaminan a abstenerse por completo de participar de la competencia nacional: todo indica que su única apuesta será conservar los recursos esenciales a su reproducción, es decir, gobernaciones, intendencias y sindicatos.

De este lado se prepara, en consecuencia, un masivo adelantamiento de elecciones distritales, que podría significar que el único que pierda en las presidenciales sea Alberto y se escamotee en gran medida la posibilidad de que la oposición crezca en peso territorial. Mientras que del lado de los libertarios se observa la actitud opuesta: la anticipación de la campaña presidencial, cabalgando sobre el ánimo antipolítico con un populismo antiestatista opuesto al populismo distributivo e intervencionista del oficialismo, pero que se suele asociar también con JxC. Este planteo está logrando eco en el interior del país en grupos de opinión muy diversos, generando un movimiento transversal de votantes que es imposible prever hasta dónde llegará pero que sería ya imprudente subestimar. Y que puede tener otro efecto limitante sobre las posibilidades de JxC: acotar su capacidad de formar una nueva mayoría legislativa.

Cómo ganar, cómo gobernar

¿Cuál sería la principal conclusión que podríamos extraer? Que ampliar los límites de la actual coalición va a ser bastante difícil antes de las elecciones, pero hacerlo después va a ser aún más necesario de lo que se podía imaginar luego de los comicios del año pasado. No habrá más opción que tratar de “ganar solos”, pero dadas las limitaciones impuestas por la competencia, sería aún más difícil tratar a continuación de “gobernar solos”.

¿Cuáles son los potenciales aliados que se deben privilegiar, entonces? ¿Los que por su discurso están más cerca de compartir los objetivos de la estabilización y las reformas, o los que por su representatividad sectorial y territorial serán más gravitantes para negociar la salida, darle sustentabilidad política a los cambios? Cada una de esas opciones tiene sus riesgos y, hoy por hoy, es tan inconveniente como innecesario quedarse con una y descartar la otra. Lo seguro es que ninguna será sencilla ni se podrá improvisar.

Por lo tanto, a diferencia de lo que se suele pensar, y por más que de momento sea muy difícil avanzar en acuerdos o siquiera canales para ampliar la futura coalición de gobierno, eso tampoco se puede dejar simplemente para más adelante, para cuando se hayan terminado de contar los votos. Es conveniente —y más que conveniente, es imperioso— hacerlo lo antes posible. Porque la próxima gestión no va a tener luna de miel alguna para ir componiendo de a poco su fórmula política. No tendrá tiempo para sentarse a pensar en alternativas para dar sustentabilidad al plan de estabilización, y menos aún va a tener chances de aprender por ensayo y error, al estilo de Menem entre 1989 y 1991. Nada de eso; con suerte tendrá a su disposición una oportunidad, un solo tiro para dar en el blanco. Y mejor que no lo desperdicie.

El autor dirige la Iniciativa por la Cooperación Interpartidaria, un programa de acción pública orientada a promover la formación de una amplia coalición de salida de la crisis que cuenta con el respaldo del Club Político Argentino y diversas personalidades (más información en  www.cooperacioninterpartidaria.ar).

 

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Marcos Novaro

Sociólogo y doctor en Filosofía (UBA). Profesor titular de “Teoría Política Contemporánea” (UBA). Autor de Historia de la Argentina 1955/2010 (Siglo XXI, 2010) y Dinero y poder, la difícil relación entre empresarios y políticos en Argentina (Edhasa, 2019), entre otros libros.

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