LEO ACHILLI
Domingo

Muchos likes, pocos hechos

La cobertura periodística del caso Loan se basó demasiado en versiones y testimonios, alimentando la fantasía de las redes sociales, y muy poco en los datos y las pruebas.

La investigación periodística del caso Loan Peña, hace dos meses, empezó al revés. Primero fue el relato, después el dato. Y ha sido un después poco empírico, salpicado de versiones dudosas, interesadas o cómplices. Desde el principio, la cobertura estuvo signada por el regusto a escándalo. En su desarrollo quedó muy poco espacio para la recolección de verdadero material de prueba. Con excepciones, los periodistas estuvieron dedicados a otra cosa: a ir detrás del eco de las redes sociales.

La historia se instaló en el territorio sinuoso en el que todo vale y, por supuesto, captó la entera atención del público. Es a contracorriente decirlo, pero en el núcleo mismo de situaciones que componen el caso Loan, hay menos misterio que el que disparó la imaginación de la gente y más tarde extendieron los medios tradicionales.

La secuencia es clara. Puesto que Loan no se esfumó por arte de magia y, hasta donde sabemos, regresó sobre sus pasos, las alternativas lógicas son escasas. Un terreno, mitad abierto, mitad cubierto por árboles, que puede recorrerse en pocos minutos y apenas cuatro adultos en el camino del chico. Dos en la mitad, dos al final, muy presumiblemente arriba de una camioneta. Esta es la secuencia a investigar. El dato duro. La realidad, sin más. Aburrida. Tediosa. Indiscutible.

Empujado por el diálogo frenético de las redes, el periodismo de actualidad siempre llega tarde. Su esfuerzo consiste últimamente más en confirmar las alucinaciones colectivas que en confrontarlas con información concreta. Desde esta perspectiva, el periodismo nunca tuvo una primicia en el caso del niño correntino. Las versiones impactantes fueron obra de familiares, vecinos, abogados y algún policía. La audiencia y credibilidad del oficio van a la baja como ciertas acciones en el mercado de valores. Su metodología debería cambiar en sintonía con una época nueva que arrasa al sector.

Menos relato y más ciencia

En su libro Mis rincones oscuros (1996), el escritor de policiales James Ellroy relata la extensa y compleja investigación que empezó, siendo ya una estrella literaria mundial, sobre el asesinato de su madre Geneva Hilliker, ocurrido cuando él era un niño en 1958. En uno de los pasajes de esta obra de casi 500 páginas, el detective contratado por Ellroy, Bill Stoner, un sabueso experimentado, le advierte al escritor que no se deje llevar por las fábulas, la imaginación o el delirio, y que se atenga a los datos. Ahí está la clave para resolver el misterio que lo persigue desde su infancia.

La literatura periodística, esa que tanto amamos por años y que tiene como padre y madre aquel hito llamado Nuevo Periodismo, es hoy, con sus deficiencias narrativas, más territorio de Facebook y de X que de las crónicas de los medios. Por una cuestión de principios, falta de formación, temor o pereza, los periodistas no sólo no acostumbran a investigar basándose en herramientas metodológicas sino que persiguen un relato popular que no está cargado de información sino de emociones. De deseos colectivos de que las cosas sean de una determinada manera y no de otra. ¿Por qué la audiencia no es una fuente confiable? Porque la audiencia busca entretenerse, en tanto que la verdad suele ser demasiado abrupta. Porque mientras nos divertimos con historias fantasmales, la verdad puede esperar.

La audiencia busca entretenerse, en tanto que la verdad suele ser demasiado abrupta.

Al gremio no le gusta escuchar este tipo de cosas. Pero más que irresponsable, que lo fue en muchos de sus capítulos, la cobertura del caso Loan adoleció de falta de profesionalismo, de falta de metodología de la investigación y de falta de criterio. Un micrófono entre manos temblorosas, captando al vuelo la imaginación de quien estuviera dispuesto a hablar en cámara. Periodistas disculpándose y lagrimeando en vivo. Periodistas invocando tramas internacionales y poniéndole precio en millones de dólares a las “partes” comercializadas de un niño. Periodistas escuchando contradicciones grandes como una casa por parte de familiares directos –José Peña, que parece haber visto escenas pluridimensionales de un mismo momento– sin que se les mueva una pestaña. Sin capacidad de retruco. Periodistas aceptando de mil amores los guiones que proponen abogados de alto perfil: “El ADN dio negativo”, “Pornografía en el celular de un sospechoso”, “Loan en Barranquillas” y tanto más.

Enumerar la lista de hipótesis sin sustento, sin fuentes cabales, que se han levantado en este contexto significaría escribir un pequeño manual de todo lo que no debe hacer el periodismo. Pero el periodismo lo hace y lo sigue haciendo, aterrorizado porque el rating de lecturas o clicks está más pendiente de las versiones en redes que de lo que puede desarrollar un trabajo serio y, sí, aburrido en ocasiones.

En las últimas horas trascendió otra hipótesis revolucionaria a partir de los testimonios de los menores en Cámara Gesell y de una tía: que un presunto encapuchado podría haber cargado a Loan. Una imagen que recuerda el mundialmente conocido caso de la niña Madeleine McCann, desaparecida en Portugal. Si alguna vez le pedimos al periodismo que nos “cuente” los hechos con sabor literario, ese reclamo puede considerarse terminado. Asistimos al final del periodismo tal y como lo conocíamos.

Al periodismo no debemos exigirle “versiones”, “opiniones”, “puntos de vista”, “qué dicen los vecinos”. Al periodismo le debemos reclamar datos, hechos concretos, lógica aplicada.

Las historias son hoy el coto del usuario de Facebook y de X, mientras que justamente el periodismo no tiene licencia para fantasear. Al periodismo no debemos exigirle “versiones”, “opiniones”, “puntos de vista”, “qué dicen los vecinos”. Al periodismo le debemos reclamar datos, hechos concretos, probabilidades matemáticas, lógica aplicada, secuencia espacio/tiempo. ¿Suena a ciencia? Sí. ¿Acaso no invocamos en las universidades la etiqueta de Ciencias de la Comunicación? En todo caso, el periodismo es metodología y no arte.

En la cobertura de la desaparición de Loan, la lógica fue dejada de lado. La física del movimiento. El flujo probabilístico de los hechos. La estimación matemática. Todas herramientas que en éste, como en otros casos, resultan imprescindibles.

La audiencia tiene bien aceitada la historia de ficción imposible, rara, excepcional, lo que sea y que tenga aroma a más, en el teatro de operaciones de la fantasía y la catarsis como son las redes. El periodismo no puede ni debe competir con eso.

Ocho minutos clave

La cobertura dio por establecido desde sus inicios que Loan había sido víctima de la trata de personas y secuestrado por elementos en las sombras, abducido del campo en el que se hallaba. La misma cobertura periodística se encargó de subrayar que para cuando la Justicia y los cronistas llegaron a 9 de Julio, Loan ya se encontraba en Paraguay, Brasil y, ahora, la última versión, en Colombia. De este modo, la propia presencia de los “enviados especiales” a Corrientes se volvía innecesaria. ¿Qué hace un relator de historias cuando tiene tiempo, espacio y el objeto de su investigación queda lejos de su alcance? Pues fantasea, fabula e inventa sin medir dónde el relato termina convertido en un nudo ciego de tantos adjetivos.

¿Pero había que investigar la trata de personas o la desaparición puntual de Loan?

El foco de la investigación judicial, criminal o periodística siempre ha sido el mismo. Loan Peña emprendió el regreso por un camino de unos 600 a 800 metros que puede cubrirse en entre ocho y diez minutos sin demasiada prisa. La misión inicial de un cronista cualquiera debió haber sido mensurar el espacio/tiempo para tener un mapa del escenario. No correr a preguntarle a una tía qué imaginaba ella qué había ocurrido.

El foco de la investigación judicial, criminal o periodística siempre ha sido el mismo. Loan Peña emprendió el regreso por un camino de unos 600 a 800 metros que puede cubrirse en entre ocho y diez minutos.

De acuerdo a los datos existentes y comprobados a través de pruebas empíricas y fuentes oficiales, alrededor de las 14 horas del 13 de junio, adultos y niños se encontraban en el naranjal. Loan comió una naranja junto a Antonio Benítez, jugó con los demás niños y manifestó primero que quería volver con su papá José Peña y finalmente que se iba. Lo confirmaron los propios chicos en Cámara Gesell.

Su desaparición ocurre en el lapso de los ocho a iez minutos que pudo haber tardado en volver a la casa de su abuela Catalina Peña. Aceptando que efectivamente regresó. El sector inmediato al camino está compuesto por fracciones de bosque y grandes espacios desnudos.

El dato de la traslación surge de los propios abogados de la familia, que cronometraron el recorrido. Les dio 7 minutos y 36 segundos el cálculo promedio de velocidad de un adulto caminando y de un niño corriendo, según consultas a una IA y a las estadísticas del promedio tradicional.

Laudelina estaba cerca

Resulta improbable que al menos Benítez no fuera consciente de su partida (compartieron una naranja, subrayo). Por otro lado, Benítez sabía que su esposa, Laudelina Peña, estaba relativamente cerca. A unos 400 metros. Ella se había quedado “por la mitad” y, con ella, Camila Nuñez. Ignoramos si todo el tiempo o si se separaron. Acá no hay certezas, a pesar de las declaraciones de Nuñez, donde asegura que permanecieron juntas.

El camino es abierto en casi la mitad de su extensión; conecta la casa de la abuela con el naranjal. No hay una gran posibilidad de confusión. Se trata de un trayecto mucho más despejado del que describieron las crónicas periodísticas en un primer momento.

Adultos y niños a las 13:52 habían iniciado el paseo hacia el naranjal desde el hogar de Catalina. A las 14 estaban ahí. A las 14:24, Benítez llama a su esposa, Laudelina Peña. No hay respuesta, y lo intenta de nuevo a las 14:25. Hablan 19 minutos. Este dato funciona como una variable a la hora de establecer el tiempo de Loan en el naranjal. A las 14:24, Benítez no observa a Loan entre los demás chicos y adultos.

Es factible que Benítez observara su partida en el sector despejado y que sólo atinara a llamar a Laudelina cuando lo perdió de vista. Benítez bien puede guardarse para sí mismo el dato.

Basándose en esta ecuación, Loan llegó a las 14 al naranjal, pero a las 14:24 ya no estaba. Partió sin duda minutos antes. Esto nos ofrece un rango de menos de 24 minutos en este espacio. Luego el retorno: ocho a diez minutos. Sin embargo, a pocos metros de su vuelta, entre cuatro y cinco minutos en tiempo, estaban Laudelina Peña y Camila Nuñez. Son los únicos adultos ubicados en la misma senda que recorría Loan, si seguimos la línea temporal y testimonial.

Lo que diferencia a Camila de Laudelina es que esta última ofreció tres versiones de los hechos. En una de ellas, incluso, se autoincrimina como partícipe de una operación para desviar la búsqueda. Pero, por regla, se ubica como inocente de la desaparición. Camila descree de las versiones de Laudelina y no confía en lo que dice. ¿Pero de qué descree o no confía si realmente estuvieron juntas todo ese tiempo? ¿O existe un lapso que Camila no registró?

Nuñez asevera que si Loan volvió sobre sus pasos, tuvo que cruzárselo. ¿Pero estaba Camila en la misma ubicación que Laudelina? Nuñez también exculpa a Carlos Pérez y a Victoria Caillava al ofrecer un tiempo distinto de salida de la camioneta. No obstante, al asegurar que no se encontró con Loan, apunta al resto de los adultos. Desde su visión, el niño desapareció entre la salida del naranjal y antes de llegar a ella o ellas. En unos cuatro minutos.

Laudelina es quien ofrece relatos, la que fabula, la que pretende desviar la estructura de los hechos. Es un centro. Todo converge en ella.

Laudelina es quien ofrece relatos, la que fabula, la que pretende desviar la estructura de los hechos. Es un centro. Todo converge en ella. Su hija menor y su marido estaban en el naranjal. Junto a su otra hija, Macarena Benítez, encuentran el botín de Loan. La propia Laudelina estaba en el camino de retorno del niño. Laudelina dijo primero que no sabía nada, luego que observó los segundos posteriores a un accidente y cómo metían a Loan en una camioneta. En su última versión confesó que había mentido.

Es improbable que, si Loan logró realizar el trayecto de regreso, no se haya topado con Laudelina o Camila para instantes después desaparecer. Esto las señala por decantación como primeras y fuertes sospechosas de su pérdida: como cómplices o actoras directas. La investigación en curso debería explicar qué ocurrió físicamente con el niño.

La ecuación, no obstante, no se resuelve aquí. Si a los 4 o 5 minutos, como es lógico presuponer, se cruza con Laudelina o Camila, el acontecimiento casi inmediato, entre los 3 y 4 minutos siguientes, es la salida de la camioneta que abordaban Carlos Pérez y Victoria Caillava. Algunos testimonios ubican esta partida a las 14:30. Es una secuencia lógica y probabilística muy apretada.

Sean culpables o inocentes los cuatro adultos sospechados que más cerca estuvieron de Loan en su regreso, los ocho minutos que los envuelven constituyen el verdadero nudo de la investigación.

Los testimonios de ambos son confusos, contradictorios e inexactos. Su estado psicológico no está determinado. ¿Habían bebido? En los diálogos de WhatsApp de los que participa Caillava se menciona una petaca. ¿Qué llevaban en la heladera? ¿Qué medicina específica inyectable recibió Caillava esa misma noche en el marco de una urgencia en el hospital local? Esto último serviría a los fines de entender su estado emocional aquella noche. ¿Por qué se fueron y no colaboraron inmediatamente en la búsqueda? ¿Por qué Caillava regresó junto al marido con mantas y agua como presuponiendo que la búsqueda iba a ser larga? ¿Acaso no fue capaz de suponer en forma optimista que el chico podría aparecer de un momento a otro? Hace pensar en que sabían algo que los demás no.

La pareja conducía el único vehículo que salió del lugar conocido como paraje El Algarrobal en esa secuencia específica de tiempo. Sean culpables o inocentes, los cuatro adultos sospechados que más cerca estuvieron de Loan en su regreso, los ocho minutos que los envuelven, constituyen el verdadero nudo de la investigación. Por tedioso que suene, hay que insistir en ellos las veces que sea necesario.

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Claudio Andrade

Periodista, cocinero y amante infiel del vino chileno. Trabajó en Página/12, el diario Río Negro y Clarín. Recibió el Premio Fopea al Periodismo en Profundidad 2018 por su cobertura del caso Maldonado. Actualmente vive entre Puerto Natales (Chile), Punta Arenas, Bariloche y Buenos Aires.

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