Los partidos políticos, las agrupaciones ciudadanas y las personas que trabajan o emprenden un proyecto hoy enfrentan un problema de base que lo invade todo, como un ruido sordo que trastorna y nadie apaga. Es la dificultad de abrirse paso en un ecosistema disfuncional, roto por décadas de excepcionalidad y de populismo institucionalizado. El término “law abiding citizen”, que en el mundo anglosajón describe al ciudadano respetuoso de las leyes, no tiene entre nosotros posibilidad de expresión equivalente: es difícil redactar la frase “ciudadano respetuoso o ejemplar” sin sentirse un completo idiota.
Y es que es muy alienante sostener la normalidad cotidiana en medio de ilegalidades paralelas, arbitrariedades institucionalizadas y violencia. La visión agonista de la política que desde hace años es el norte del kirchnerismo siempre fue el soporte teórico que encubrió la incapacidad de gestión y justificó la corrupción. Pero además esta praxis del conflicto permanente durante años se filtró a la comunicación, instaló sus modos y modificó las formas de relación en la sociedad.
La visión agonista de la política que desde hace años es el norte del kirchnerismo siempre fue el soporte teórico que encubrió la incapacidad de gestión y justificó la corrupción.
Se fue diluyendo el funcionamiento institucional y también se fueron disolviendo los principios y modos de la convivencia construida o soñada a partir del ’83. Nunca se superaron las crisis económicas ni se modificaron las estructuras del fracaso, pero en esos años sí tuvimos algo de normalidad, coexistencia entre opuestos sin dramatismos ni enemistades imposibles en nuestra vida cotidiana. Amigos que votaban diferentes partidos, un conurbano de jardín al frente con cercos bajos, cercano a otro con alambre romboidal y objetivo de clase media, partidos de fútbol abiertos a todo público en los que la violencia ocasional era un hecho disruptivo y no la norma. Tuvimos libertad de expresión, arte y entretenimiento sin proclamas forzadas de adhesión a dogmas partidarios, incluso con el derecho a la frivolidad o la indiferencia, y también humor político en abundancia en televisión, radio y medios gráficos. Lejos de ser un paraíso, pero más cerca de la vida normal.
Hoy, en cambio, se vive en el resultado de socavar normas políticas y sociales durante años de populismo. En el plano político, los partidos de la coalición Juntos por el Cambio tienen el desafío y la obligación de funcionar como actores del sistema casi en soledad, frente a interlocutores sin interés en el juego democrático ni en normas y reglas comunes. No sólo no existe voluntad de entablar ante la sociedad un diálogo de pares, en disentir o acordar: el accionar del gobierno desde diciembre de 2019 es sencillamente vandálico. No se trata de una visión maniquea sino de un estado de situación.
El rating del conflicto y el exabrupto mandan, el que no es depredador es presa, el que no ataca es percibido como débil.
El oficialismo excluye toda disidencia, discursiva y literalmente: desde acusar a JxC y a sus votantes de complicidad con dictaduras, de matar a Héctor Timerman o de dejar gente sin techo por “odio” a directamente apagar micrófonos en sesiones del Congreso. La coalición JxC vive en forma constante la anormalidad de tener que ejercer como actor del sistema democrático en un ambiente hostil a su continuidad, en el que respetar las reglas de otrora ya no rinde: el rating del conflicto y el exabrupto mandan, el que no es depredador es presa, el que no ataca es percibido como débil, culpable, blanco fácil del reproche. La rendición de cuentas sólo se le exige al demócrata, porque es gratis: si juega con reglas no muerde y se le pega con tranquilidad.
En este contexto es insólita la persistencia en llamar al diálogo con el populismo y perder el tiempo a la defensiva y dando explicaciones. Sin embargo, antagonizar entre diferentes es la actividad natural de la política y de la vida, y hay que recuperarla.
Estamos en el baile: bailemos
Ante la imposibilidad de practicar una competencia normal contra las aspiraciones hegemónicas y antidemocráticas del partido peronista en el poder –bajo cualquiera de sus mutaciones, corporaciones o representantes tercerizados en la cultura, universidades, medios y asociaciones–, no queda otra que ganarle al ruido sordo del conflicto permanente con música propia a todo volumen, y salir a la pista a bailar sin pareja. Pero ni en soledad ni en minoría: una gran parte de la sociedad ya está ocupando la pista de baile por su cuenta y moviéndose con un ritmo propio.
Ser DJ responsable de elegir la música implica salir del universo del kirchnerismo dominante y de sus franquicias de reemplazo, y reconocer de una vez que los modos del populismo del partido peronista son incompatibles con la vida democrática. Es decir, no legitimar más el populismo bajo ninguna de sus formas, abandonar la ficción de acuerdos con caníbales y pasar a la discusión de soluciones, donde el populismo hoy no tiene nada que ofrecer. Para restablecer la conversación pública la opción viable es antagonizar con los hechos: discutir con los fracasos, señalar las consecuencias de la gestión y el trauma social como resultado inevitable de políticas desquiciadas, y traducir siempre cómo impactan las consecuencias de esas políticas en la vida personal de cada ciudadano. La gestión criminal de la pandemia es el ejemplo más visible, el daño a personas e instituciones llega a niveles inconcebibles en tiempos democráticos y los efectos se sentirán por años. Es preciso discutir errores y delitos, y oponerles con fuerza las alternativas que como oposición fueron presentadas bajo la forma de proyectos de ley, investigaciones, planes alternativos y denuncias ante la justicia. Discutir con los hechos, y defender las alternativas.
No legitimar más al populismo, abandonar la ficción de acuerdos con caníbales y pasar a la discusión de soluciones, donde el populismo hoy no tiene nada que ofrecer.
Pero sobre todo, cambiar la música es abrir la agenda del futuro concreto y restablecer una discusión real sobre planes de gobierno, soluciones y avances. Esta vez sin paternalismos, sin el optimismo eslogan que le escamotea a la sociedad lo oscuro del panorama: es con el optimismo de remover escombros y limpiar sabiendo que hay un horizonte real y continuidad. A este debate se tienen que sumar todos los que suscriban el acuerdo básico por la vida democrática, el Estado de derecho y la división de poderes como premisa base, todos los que puedan sostener la discusión con generosidad y con datos. Porque es necesario hacer docencia sobre disensos y soluciones: podemos antagonizar entre nosotros dentro del marco de ese acuerdo fundamental, y aún así permanecer juntos y sumar más actores. Si la coalición mantuvo la unidad durante el gobierno y fuera de él es porque existe un consenso de base que debe ser celebrado y fortalecido todo el tiempo, y que es impulsado desde dentro y fuera de los partidos por amplios sectores de la sociedad que quieren dar la pelea por la república.
Esta es la convicción de miles y miles de personas en todo el país que tomaron la iniciativa y salieron a la pista en 2019: el resultado fueron más de 2,2 millones de votos por encima de los obtenidos en 2015, y casi 2,7 millones de votos más que en las primarias, pese al desgaste de los últimos dos años de gobierno, y pese a las innumerables diferencias internas y distintos puntos de vista entre quienes querían un segundo término de gobierno. Esta es la base de representación más sólida y la mayor oportunidad desde 1983, y no es posible desperdiciarla o desoírla. Hay que definitivamente ocupar el centro de la pista y cambiar la música.
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