La confirmación de que a esta velocidad llegaremos a Navidad con niveles de inflación superiores al 80% ha provocado un estridente entredicho en la cúpula dirigencial de la coalición oficialista. En los últimos días se conocieron un sinfín de declaraciones que trataron de explicar los factores que están provocando semejante escalada de los precios, siendo las más relevantes las de la propia Cristina Kirchner y, contrapuestas, las de los responsables directos de la política económica del gobierno.
Hace dos viernes, en su alocución desde Chaco, la dos veces presidenta reiteró cuál es la teoría de la inflación que abraza, junto con las recetas que cree más apropiadas para enfrentarla. Para desplegar los fundamentos de su razonamiento, que viene copando el discurso kirchnerista, tomaré como ayuda Inflación, una costumbre argentina, el libro recientemente publicado por el economista Andrés Asiain cuya reseña era el objetivo inicial de la presente nota. ¡Perdón, Hernanii, pero pasaron cosas!
Para la actual vicepresidenta el fenómeno de la inflación argentina es producto de la “economía bimonetaria”, entendida como aquella en donde “la importancia del dólar es total y absoluta en la formación de precios”. Por ello, a partir de cualquier perturbación cambiaria, los precios se aceleran. El libro de Asiain extiende el argumento de la vice: “Una suba del dólar no sólo incrementa los costos de las industrias que utilizan insumos importados, sino también el precio de los alimentos exportables. Un fenómeno de vital importancia en países exportadores de materias primas como la Argentina”. En palabras del autor, esta suba termina generando “una serie de reacciones en cadena de otros actores económicos, en procura de no perder posición en la carrera por la distribución del ingreso”. La famosa puja distributiva.
Así, combinando a CFK con Asiain obtengo este set de ideas peculiares que sostienen que la Argentina sufre de inflación por “causas estructurales”. Ahora, uno podría preguntarse por qué es que, sistemáticamente, “sube el dólar”, propiciando la consecuente suba de los precios. Desde Chaco, Cristina responde: “Es la demanda de dólares, que además ya no es solamente para importación, sino que la gente busca el dólar y quiere ahorrar en dólares. Y no es una cuestión ni de izquierda, ni de derecha, ni de clase social. Desde una persona humilde, una mujer que trabaja en una casa de familia por ahí ve cómo puede comprar el cupo de los 200 dólares… Hoy tenemos como moneda de ahorro el dólar, y como el precio de inmuebles… Es un tema grave”.
Más allá de que es llamativo que ahora considere a la compra de dólares para atesoramiento como “estructural” –cuando hace no tanto la enojaba muchísimo–, uno podría preguntarse cuáles son esos motivos por los cuales el peso no es elegido como reserva de valor ni como unidad de cuenta para operaciones a mediano y largo plazo. Y por qué, si estamos en niveles nunca antes vistos de liquidación de divisas (se espera que el campo liquide cerca de 40.000 millones de dólares, el doble de lo que liquidó en 2019), al BCRA le está costando tanto acumular reservas internacionales. ¿Cómo se explica entonces esta escasez de divisas, que hace más difícil la estabilidad cambiaria y presiona sobre las expectativas de devaluación y, consecuentemente, sobre las de inflación? Para CFK, el culpable es, por supuesto, el sector privado, porque en 2020 y 2021 pagó deuda en moneda extranjera, lo que terminó “sacándole” los dólares al BCRA. Extraordinario.
La receta: más de lo mismo
¿Cuál es la receta, a la luz de este diagnóstico? Por un lado, claramente más intervención en el mercado de cambios. Es que los dólares para la industria, cuyo crecimiento permitirá automáticamente generar más empleo y mejores salarios, deben estar disponibles. Es este esquema mental de planificador central, alimentado por las nociones de “restricción externa”, el que termina motorizando todas las regulaciones del BCRA, achicando cada vez más el flujo de divisas que, paradójicamente, busca ampliar. Por otro lado, mayores controles desde la Secretaría de Comercio Interior. Hernán Letcher, el “joven economista” que apuntaba en 2019 a ser el Guillermo Moreno 2.0 de la actual administración, y al que CFK mencionó en su discurso, lo explicitó fuerte y claro: “Soy de los que creen que a los agentes económicos se los disciplina. La economía argentina no funciona por incentivos, sino por tensión”. Kirchnerismo manchesteriano.
Lo sorprendente no es que cualquier economista de Juntos por el Cambio esté lejos de compartir los argumentos arriba descriptos. Lo verdaderamente llamativo, aunque muy bienvenido, es que los propios integrantes del equipo económico de la coalición estén dando argumentos que contrastan fuertemente con los dichos de la presidenta del Senado. Primero fue Martín Guzmán: “Si decimos que hay bimonetarismo, al mismo tiempo tenemos que ser cuidadosos con la emisión. Y si no abunda el crédito, hay que tener cuidado con lo fiscal y elegir dónde se utilizan los recursos”. Notable. Luego vino el autor del libro Los tres kirchnerismos, Matías Kulfas, y remató: “Aparece la idea de que el problema de la inflación tiene que ver exclusivamente con oligopolios o monopolios. No digo que no sea importante, lo que digo es que la inflación es más amplia y tiene que ver con la macro, la política monetaria, fiscal y cambiaria”.
Ambas posiciones tienen más aire de familia a las cambiemitas que a las kirchneristas de pura cepa. Y para no tener dudas, miren esta pieza de Guzmán: “Algo que en la Argentina ha sido muy difícil de construir, pero debemos construir, es un sentido común sobre qué cosas funcionan y cuáles no”. ¡Bienvenido al club, Martín!
Producto tal vez de la ofuscación al escuchar a la máxima líder de su espacio político levantar el nombre de un Premio Nobel para reafirmar, una vez más, que las teorías económicas “mueren” en la Argentina, Guzmán expresó contundentemente: “¿En qué país del mundo ha funcionado, para encauzar un sendero de desarrollo con inclusión social, tener subsidios energéticos por 3 o 4 puntos del producto? ¿En qué país del mundo ha funcionado que haya déficits persistentes financiados por una moneda que la gente, por la inflación, empieza a dejar de querer?”. ¡En ninguno, Martín, en ninguno! Toreado por la vicepresidenta y en un arrebato de lucidez, el ministro blanqueó entre líneas que el corazón del proceso inflacionario argentino es la monetización sostenida del déficit fiscal, motorizado en el último tiempo por el atraso tarifario, lo que provoca una huida del peso hacia otros activos, siendo el dólar uno de ellos: bimonetarismo champagne.
El ministro blanqueó entre líneas que el corazón del proceso inflacionario argentino es la monetización sostenida del déficit fiscal.
Uno podría tomarse con nerviosismo estas declaraciones de los líderes del equipo económico albertista, más aún cuando es tan claro que nos llevaron, por acción u omisión, a un régimen de inflación totalmente distinto al de hace un año. Uno en el que avanza la indexación de contratos con plazos más cortos, reduciendo el horizonte temporal de las decisiones; uno en el que el acuerdo con el FMI empieza a naufragar, elevando la incertidumbre financiera; y uno en el que la política económica carece de la autoridad necesaria para frenar las demandas sociales que surgen desde distintos sectores, lo que puede terminar en una aceleración del desequilibrio fiscal-monetario hasta niveles que mi generación sólo leyó en libros.
O también uno podría optar por ver el vaso medio lleno y alegrarse por el hecho de que la prédica kirchnerista pierde fuerza en su propio espacio. Al fin y al cabo esto significa que preceptos básicos son compartidos por más porciones de la sociedad. Algo que es de gran importancia ya que, y citando una de las pocas frases con las que coincido del libro del colega Asiain, “es posible terminar con la inflación sólo si logramos comprender en profundidad sus causas, sin repetir recetas ya fracasadas”. A partir de ahí es que se podría empezar a pensar en un plan antiinflacionario.
Después de muchos años en los que la palabra de Cristina Kirchner fue incuestionable puertas adentro, esta semana hubo voces internas que de manera clara contrastaron con sus ideas. Lejos estoy de pensar que esto tiene que ver con un naciente frente de renovación albertista, me parece que ese barco ya zarpó. Creo más bien que esto es reflejo de que una parte, ya muy mayoritaria, de la sociedad se permite decir sueltamente ante el relato kirchnerista: “no, no es así”. Un cambio de época que tendrá un nuevo plebiscito en 2023.
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