BERNARDO ERLICH
Domingo

Recuerdos del futuro juntos

En 'La Argentina del siglo 21', Rodolfo Terragno propuso en 1985 un camino al desarrollo que sorprende aún hoy por su pertinencia y sentido de la anticipación.

Mi papá era ingeniero y era imposible que saliera de casa sin antes haberle dedicado al menos media hora de lectura a su ejemplar de La Nación. En cambio, no era un tipo particularmente lector de libros, por eso en las raras ocasiones en las que aparecía alguno en su mesa de luz a mí me llamaba la atención y le preguntaba de qué se trataba. Él nunca leía ficción y yo no leía otra cosa, pero así y todo el ejemplar de La Argentina del siglo 21 que empezó a leer en algún momento de 1985 me intrigó bastante por su título y el diseño de su portada azul con una gran A plateada. Y porque no usaba los típicos números romanos para nombrar al siguiente siglo, ése que estaba a tan sólo 15 años de distancia pero que a mí me parecía todavía lejano. “Está bien”, habré pensado, “el año 2000 es el futuro y los números romanos son cosa del pasado”. Actualmente soy, desde luego, uno de los tantos cuarentones largos sorprendidos con este siglo XXI sin autos voladores, pero con un inusitado poder de cómputo en el celular que llevo en el bolsillo.

Terminé entonces de leer este libro hace unos pocos días y, gratamente impresionado por el contenido de aquella lectura de mi papá de hace más de 35 años, me propuse buscar algo más de información como para contextualizar y confirmar algunas sospechas. Encontré entonces un PDF con una reedición del año 2000 comentada por el propio Terragno. La oportunidad de la reedición era significativa: no sólo porque el siglo XXI había llegado al fin, sino porque lo encontraba al propio autor nada menos que como jefe de Gabinete de Ministros del gobierno de Fernando De la Rúa. En un nuevo prólogo agregado a esta edición, Terragno comenta brevemente algunas cuestiones muy interesantes acerca de un libro que llegó a vender 120.000 ejemplares. Por qué tenía tan poca información acerca del propio autor, cuál había sido el sentido de la escritura y publicación de aquella obra, por qué tenía aquel estilo tan despojado y directo, cuáles fueron algunas de las reacciones a su éxito editorial.

La Argentina del siglo 21 es, como no resultaba difícil adivinar, el resultado de un trabajo y una evolución intelectual desarrollados en el exterior.

La Argentina del siglo 21 es, como no resultaba difícil adivinar, el resultado de un trabajo y una evolución intelectual desarrollados en el exterior. Sólo de esa manera pueden entenderse las referencias a la biogenética y a la inteligencia artificial como dos de las fuerzas principales de la economía del futuro hechas por un autor argentino apenas en las primeras páginas de un libro de 1985.  Terragno explica que su libro es el fruto de sus años en el exilio, primero como periodista y asesor presidencial en Venezuela y luego como estudiante de posgrado en la London School of Economics. Aun cuando se reconocía como un intelectual de izquierda, cuando confiesa que, de haber estado en Argentina, no habría votado a Raúl Alfonsín, cuando admite el limitado alcance que tuvo luego su labor como ministro del gobierno radical, Terragno había tenido la oportunidad de conocer de primera mano cuáles eran los abordajes que la política y la academia del primer mundo tenían para esta cuestión que a él lo desvelaba: la acumulación de capital como premisa indispensable para el desarrollo.

En este prólogo de 2000 Terragno también cuenta una anécdota interesante. Al poco tiempo de que su amigo Gabriel García Márquez (ejem) ganara el Premio Nobel en 1982, recibió un llamado de él con una convocatoria a un gran proyecto: gastar el dinero del premio en un nuevo diario colombiano con proyección internacional. Sería éste un diario de izquierda pero moderno, a la usanza de las publicaciones europeas de esa tendencia. Con un estilo ágil y ameno, un diario que se ocuparía de cuestiones complejas en artículos breves, con una escritura despojada de todo ornamento. Con oraciones cortas y directas, casi sin subordinadas y sin ningún adverbio de modo. El sufijo -mente estaría proscripto de sus páginas. Algunos otros periodistas convocados se indignaron: nadie puede escribir así. Aquel diario, finalmente, nunca llegó a editarse. Pero Terragno se impuso a sí mismo la obligación de demostrar que sí se podía escribir así, no sólo artículos en un diario sino un libro completo. Ése es, precisamente, el estilo de La Argentina del siglo 21. Un objeto sumamente extraño para el panorama intelectual argentino de aquellos años, no sólo por sus temas y su abordaje, sino también por su forma.

Manos a la obra

Las premisas de La Argentina del siglo 21, su diagnóstico y sus propuestas más contundentes se concentran en el primero de los cuatro capítulos del libro. Terragno afirma, no sin preocupación, que en Argentina el futuro es un asunto ausente, incluso a apenas 15 años del nuevo milenio. Esa incertidumbre, esa sensación de estancamiento constante de la sociedad es el resultado de miles de mentes que miran obstinadamente al pasado. Lo peor: no sólo nadie se ocupa de pensar cómo será nuestro siglo XXI, sino que todos seguimos intentando explicar al siglo XX con las categorías del XIX: montonera y Mazorca vs. Revolución Industrial.

Tampoco son muchos los interesados en comprender la relevancia de los avances de la ciencia que, por aquellos años, según Terragno, estaba logrando saltos cualitativos que no se veían desde Galileo y Newton. La única teoría de moda en los países avanzados con buena acogida en Argentina era el psicoanálisis. En todo lo demás prevalecía el prejuicio contra el “cientificismo” de las ciencias sociales (y, agregaría yo, de la religión) y las visiones de la economía y la sociedad provenientes de teorías marxianas cada vez más perimidas. Nadie advertía que la física, la cibernética y la genética estaban cambiando al mundo de manera acelerada, que de la expansión de las capacidades mentales que resultaran de las nuevas máquinas inteligentes surgiría un nuevo mundo pos-industrial que ya por entonces empezaba a perfilarse. Terragno entiende que los países en desarrollo que no logren incorporarse rápidamente a la nueva economía del conocimiento (no la llama exactamente así) verán pasar ante sus ojos una nueva oportunidad de acumular capital y saltear lo que solía verse como las barreras de la dependencia. Quizás, la última oportunidad.

Terragno entiende que los países en desarrollo que no logren incorporarse rápidamente a la nueva economía de la información verán pasar ante sus ojos una nueva oportunidad de acumular capital.

Hay luego una idea muy contraintuitiva planteada por Terragno en el capítulo 2. El autor, quien ya ha aclarado que es muy consciente de las deficiencias y limitaciones estructurales de la Argentina, de sus problemas políticos y de la alarmante situación heredada de la última dictadura (asuntos que ya había tratado en Memorias del presente, otro libro publicado un año antes), afirma que no tiene en realidad mucho sentido continuar con las discusiones que giran en falso en torno a los grandes modelos integrales. Dando por descontado que la joven democracia argentina logrará mantenerse y consolidarse (algo que estaba muy lejos de ser una apuesta segura en aquel momento), Terragno cree que lo que necesitan los dirigentes argentinos es, en verdad, un cambio de mentalidad. No tiene tanto sentido seguir pensando en las condiciones institucionales ideales para lograr un ecosistema más favorable al progreso, ni grandes proyectos que pretendan reformar integralmente al país. Alcanzaría, seguramente, con ponerse a pensar ideas más pequeñas y concretas y ponerlas inmediatamente en práctica. La lucha contra el eterno corporativismo que desgasta a la Argentina podría ser sólo una cuestión de actitud. Como lo cuenta Juan Carlos Torre con algo de desdén hacia Terragno, algunos años después este último podría comprobar que las actitudes no cambian tan fácilmente.

En el siguiente capítulo es la educación el principal asunto analizado, uno fundamental para lograr ese cambio de mentalidad indispensable para el nuevo siglo. Plenamente consciente de lo que implica introducir computadoras en escuelas que no tienen paredes o techos (o peor: que no tienen alumnos), Terragno señala que no podemos darnos el lujo de adaptar nuestra realidad a nuestras posibilidades porque ésa es la mejor garantía de que la realidad no cambiará nunca. Se permite proponer entonces una nueva educación que empiece por un cambio en la formación de los docentes. Necesitamos que sean maestros con otro enfoque quienes introduzcan a los alumnos en la inducción y en el pensamiento científico en lugar de los dogmas, en la duda y la exploración en lugar de las certezas, en el uso de computadoras pero también, y muy especialmente, en su programación. Una vez que entendamos que el trabajo de almacenamiento de memoria y procesamiento de datos en el futuro estará a cargo de la “fuerza bruta” de cómputo de las máquinas, será tarea de una nueva generación de programadores la de enseñarles a razonar a las nuevas máquinas, siempre para nuestro provecho. Terragno dice también que, así como las ciencias duras aprendieron a manejarse con lo indeterminado y las probabilidades en los estudios subatómicos, las ciencias sociales necesitan urgentemente animarse a adoptar el rigor del método científico más básico: no se puede seguir diciendo cualquier cosa sin siquiera cotejar mínimamente las afirmaciones con la realidad.

El capítulo final es el más breve. Ahí Terragno resume sus propuestas y presenta sus principales conclusiones. Insiste con su llamado a un cambio de mentalidad: desarrollo en el siglo XXI no será lograr más cantidades de lo mismo, sino lograr cosas nuevas y mucho más avanzadas. Destaca el rol que tendrán las mujeres al observar que son ellas las que muestran cada vez mejores estadísticas de formación y ocupación. Les pide a los sindicatos que no le tengan miedo al progreso, que en la nueva economía se perderán muchos trabajos, pero que también se crearán muchos otros en ramas que todavía no existen. Señala cuáles pueden ser los puntos fuertes que puede aprovechar el país: la biogenética aplicada al agro, la tecnología nuclear, las ciencias duras. No le parece algo imposible para un país que tiene tres Nobel en ciencias.

Algunas limitaciones (perdonables)

Pero así como son notables la claridad y la perspicacia de Terragno para entender los ejes principales de la economía y las sociedades del nuevo milenio, también son evidentes algunas limitaciones en su análisis. Sería tal vez excesivo recriminarle que no tuvo en cuenta la nueva ola globalizadora y el revolucionario impacto que tuvo la masificación de Internet, sobre todo porque él mismo había podido comprobar en su práctica periodística que un procesador de texto muy básico y un rudimentario módem conectado a una línea telefónica le habían bastado para eludir todos los bloqueos físicos que le habían querido imponer los sindicatos ingleses a una de las publicaciones periódicas que llegó a dirigir. También, porque fue un testigo de primera mano de los inicios del “valle de silicio” en California, este Silicon Valley que hoy es la sede central de las big tech que le imponen sus condiciones al mundo. Recordar otra vez: lo decía en 1985, en un libro publicado en Argentina.

De todos modos, en algunas cuestiones Terragno muestra ciertos signos de pertenencia inevitable a su época y a sus ideas de izquierda. Presenta desde luego un mundo bipolar y, aunque sus preferencias por el mundo libre y capitalista son innegables, todavía parece darle más chances de las que le gustaría reconocer al bloque comunista que se desmoronaría unos pocos años más tarde. De ese mismo esquematismo se deriva quizás su tendencia a creer en la necesidad de que los países en desarrollo –particularmente los latinoamericanos– no deberían alinearse claramente detrás de las potencias occidentales, sino insistir en una tercera posición más independiente. No faltaría mucho para que estas ideas quedaran completamente en el olvido.

Terragno quizás confiaba demasiado en el rol del Estado como un guía natural que debía señalarle el camino a la sociedad.

Terragno quizás confiaba demasiado en el rol del Estado no sólo como un guía natural que debía señalarle el camino a la sociedad y como el aparato que debía establecer y defender los intereses estratégicos del país, sino que también creía que debía ser un ejecutor activo de la innovación. Estaba convencido de que un Estado más pequeño y eficiente era posible, uno que liderara ciertos procesos que, según él, el sector privado no estaba en condiciones de asumir. Y no sólo creía que era éste el caso en Argentina, sino incluso en Estados Unidos, por ejemplo: señala la importancia del aparato de defensa del Pentágono, de los avances espaciales de la NASA, de las definiciones del Departamento de Energía. Es evidente que le tenía mucha confianza al INTA y al INTI, y eso le impidió quizás imaginar que algún día tendríamos a Bioceres, a Globant o a Mercado Libre. Tampoco pudo imaginar el poder innovador del agro con la siembra directa o las silobolsas. Y su admiración por la NASA no le permitió suponer que algún día aparecería un tal Elon Musk, con los cohetes de Space X y los autos eléctricos de Tesla.

En compensación quizás a estas cosas que su inteligencia no pudo anticipar, Terragno se permite en su prólogo de 2000 una pequeña maldad: cita uno de los principales libros que se escribieron como respuesta a la publicación de La Argentina del siglo 21, un libro escrito en 1986 por un periodista del diario La Razón a partir de varias horas de conversaciones con un ascendente político justicialista. En el futuro alternativo que se propone en aquel texto se pueden leer frases de este tenor: “nacionalización del comercio exterior y del sistema bancario”, “recrear el IAPI”, “impedir el reciclaje financiero y especulativo de la patria financiera impune”, y “enfrentar a los enemigos de adentro y de afuera”. El periodista de La Razón era Gustavo Béliz. El político peronista, Carlos Saúl Menem.

 

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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