Lo perfecto es enemigo de lo bueno.
–Voltaire
Desde hace meses se multiplican en redes sociales, diarios, programas de radio y de TV solemnes monsergas condenando las formas y prácticas del actual gobierno. Como si viniésemos de 60 años de vida cívica suiza, comunicadores, analistas, académicos y dirigentes opositores protestan contra los modales del presidente, que muy probablemente ganó las elecciones porque (y no a pesar de que) se mostraba como lo opuesto a un político profesional y respetuoso de las formas.
En noviembre del año pasado, la mañana siguiente al debate entre Javier Milei y Sergio Massa, uno de los pintores que estaban trabajando en casa me dijo: “Massa fue un profesional pero, como dice Valeria Lynch, un profesional de la mentira”. Y agregó: “A Milei lo vi como si hubiese estado yo parado ahí, que apenas terminé la primaria, me sentí identificado”. Ahí me di cuenta de que yo, que pensaba que Massa había ganado el debate, no la había visto, como la mayoría de los sobreescolarizados. Políticos y analistas, salvo escasas excepciones, parecen no haberlo comprendido aún: la cuarentena eterna rompió muchas cosas y distorsionó la percepción de aquellos que tuvieron un sueldo asegurado y un hogar cómodo para convivir con la familia durante meses.
Las almas bellas, o no tan bellas, objeto de estas líneas, son como los caballeros medievales: necesitan vivir en constantes batallas épicas que las mantienen en movimiento y le dan sentido a su existencia. Así como algunos guerreros atravesaban Europa para conquistar territorios en nombre de la cruz, las nuestras se mantienen al galope en búsqueda de la sociedad ideal a la que –lamentamos informarles– nunca llegaremos. La Argentina republicana es su Tierra Santa, pero de telgopor. Creer que la madeja de intereses corporativos que atraviesan y paralizan a este país, y que lo vienen condenando a la decadencia desde hace décadas, se resuelve con una solicitada, un recurso de amparo o juntando firmas en change.org equivale a no entender ya no la política sino la Argentina misma. A la patria corporativa se la combate abriendo el país al mundo, no burlándose del gobierno en Twitter. A Hugo Moyano no se lo combate con una ONG.
A la patria corporativa se la combate abriendo el país al mundo, no burlándose del gobierno en Twitter. A Hugo Moyano no se lo combate con una ONG.
Refaccionar una casa implica primero destruir, ensuciar y derribar para poder, recién después, colocar los nuevos pisos, instalar las cañerías y pintar. Reconstruir un país tambien requiere primero romper, y cuando uno rompe, se ensucia, se equivoca, se mancha. Incluso, a veces, se rajan caños que no había que tocar. Funciona así. Si uno no está dispuesto a convivir durante algunos meses con albañiles y con el polvillo de la obra, es preferible quedarse con la casa tal cual estaba. Acomodar la realidad, por lo tanto, requiere enchastrarse, pifiarla, atar cosas con alambre, hacer otras cosas que no parecen lindas.
Al oficialismo, que tiene sólo siete senadores y 38 diputados, las almas bellas le reclaman que no gobierne por decreto sino a través de leyes del Congreso. Está muy bien, para eso tenemos un poder legislativo. Pero después, cuando lo hace, “son demasiados artículos para tratar en forma perentoria”. Al alma bella, la escasez de recursos y la crisis terminal que vive el país no le harán mella: “se podía hacer mejor”, “habría que encontrarle la vuelta”, “el presidente está mal asesorado”, “falta gestión”.
Si esos proyectos después sufren modificaciones durante el trámite parlamentario, para conseguir apoyos sin los cuales es imposible alcanzar mayorías (las matemáticas mandan), le reprocharán al gobierno su falta de purismo, se reirán de sus tejemanejes con la casta, su incapacidad de concretar las iniciativas en su versión original. “De ley Ómnibus a ley Combi”, se podía leer, en tono jocoso, para burlarse de la cantidad de artículos de la Ley Bases que el Gobierno había resignado para lograr su sanción. Si, en cambio, el oficialismo retira el proyecto de ley, como hizo en febrero, le achacarán su falta de cintura política y su poca voluntad negociadora. Las disculpas no alcanzan: antes que nada, la crítica, recordarnos esos cinco que faltan para el peso. Porque la condena moral dota de sentido y coherencia a sus ideas. Son obispos de la república, de la economía, de las buenas costumbres.
Quien dura no vive
Dicen que “la política es el arte de lo posible”: se trata de acercarnos al objetivo poquito a poquito, en la medida en la que nos lo permitan las circunstancias. Si no llegamos, porque –seamos sinceros– nunca vamos a llegar, al menos quedar un cachito más cerca de cuando empezamos la travesía. Otros tomarán la posta. De lo contrario, nos quedaremos en las buenas intenciones, en la hoja de ruta para un sendero que no nos animamos a cruzar porque es empinado, está embarrado y hay animales salvajes. Con lo que haya disponible, con lo que esté a mano, hay que ponerse en marcha. Nos vamos a ensuciar, nos van a doler las piernas, tal vez nos pique alguna araña. Quienes miren, desde el costado del camino, criticarán el ritmo adoptado, comentarán que era mejor elegir una gorrita clara, que ellos hubiesen escogido tal calzado, que nos olvidamos el Off. Pero la vida es eso: atravesar situaciones conflictivas, encontrarles la vuelta y avanzar mientras otros comentan. La alternativa no es preservarse para la próxima aventura, la alternativa es durar. Y quien dura no vive.
Algunas almas bellas, no tan bellas, se quejan de que Milei “tiene a la casta adentro”. Forma parte de la fantasía adolescente según la cual el país puede ser reseteado cada cuatro años como una notebook que quedó tildada. “Siguen muchos peronistas en el Estado”. Y sí, el peronismo gobernó 28 de los últimos 35 años, ¿qué pretenden que haya en la administración pública? ¿Intransigentes de Alende? ¿Votantes de Fernández Meijide? Hay que gobernar con el peronismo y con los peronistas, ¿cuándo lo vamos a entender? Llevamos 70 años de antinomias absurdas.
Algunos de los que condenan los acuerdos de Milei con gobernadores del PJ o dirigentes sindicales fueron entusiastas votantes de Horacio Rodríguez Larreta en las PASO del año pasado. No se me ocurre nada más parecido al Consejo de Mayo anunciado por Milei la semana pasada (integrado por representantes del Poder Ejecutivo, de las provincias, del Congreso y de las organizaciones sindicales y empresarias) que el acuerdo con el 70% de la clase dirigente que proponía Larreta en su campaña. Curiosamente, algunas de las almas bellas que llevan siete meses reclamando diálogo y consenso, como Facundo Manes, Martín Lousteau y Maxi Ferraro, no asistieron a la convocatoria de Tucumán.
Algunos de los ausentes argumentaron que con una firma y una foto no es suficiente, que por eso no iban. Para las almas bellas, en realidad, nunca nada será suficiente.
Algunos de los ausentes, como Miguel Ángel Pichetto y el bloque de apóstoles de Lilita Carrió, argumentaron que con una firma y una foto no es suficiente, que por eso no iban. Para las almas bellas, en realidad, nunca nada será suficiente. Hay que entender eso, porque de lo contrario nos chocaremos una y otra vez con el muro de la frustración. Todo siempre podría ser mejor. Ante la disyuntiva entre lo óptimo y lo posible, elegirán recordarnos que lo óptimo era mejor que lo posible –cosa que ya sabemos–, por lo que es preferible la nada. Pero las almas bellas no sólo están en el ámbito de la política: todos hemos compartido experiencias o situaciones con personas para las que nada, nunca, estará del todo bien, nada será suficiente, todo es perfectible y, por lo tanto, inútil. Son un ticket a la infelicidad. En el caso de los países, a la inmovilidad y a la decadencia.
Como enseñó Maquiavelo, el logro de buenas políticas puede requerir acciones inmorales. Suena feo, es cierto, pero c’est la vie. Para lograr un fin noble como la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata o la liberación de Europa de la ocupación alemana hubo que cometer acciones moralmente reprochables. Lo mismo vale para la construcción del Estado liberal que se comenzó a montar en las décadas de 1860 y 1870. ¿O creemos que la Argentina pujante a la que vinieron nuestros bisabuelos se gestó con un férreo apego a las buenas prácticas electorales y al Código Penal? Se hizo lo que en ese momento se consideró que había que hacer para insertar a la Argentina en la economía capitalista y se hizo como se pudo.
Las almas bellas de aquellos años llenaron hojas de periódicos y diarios de sesiones discutiendo las formas. Si hubiese sido por ellos, seguiríamos transportando la mercadería en carretas en una llanura pampeana poblada de saladeros. Una vez que la penetración del capital tuvo lugar, ya no hubo vuelta atrás. La nueva realidad, los nuevos agentes económicos y sus intereses fueron conduciendo a la modernización, institucionalización y democratización del país. Mejoraron los ingresos, surgieron las clases medias y el sufragio universal se terminó imponiendo, dando paso a un nuevo país, más democrático. En la Argentina de 1916 se vivía mucho mejor que en la de 1862. Cómo se logró esa mejora no es apto para seres sensibles. Eso es distinto, dirán algunos, no podés comparar. No, no es distinto y sí, sí puedo comparar.
Spoiler alert
En 1914, José Ortega y Gasset escribió: “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Es decir, soy lo que soy pero también soy la realidad en la que estoy inserto y lo que hago con ella, porque mi vida debe realizarse ahí. Debo trabajar en y sobre las condiciones que me rodean. El alma bella, en cambio, parece haber resuelto que parte de su apostolado consiste en sufrir una lucha, “que es cruel y es mucha”. Tenemos todos restricciones materiales y emocionales y debemos accionar sobre ellas para que nuestros días sean algo más o menos parecido a lo que soñamos. La alternativa es quedarnos cruzados de brazos y tercerizar la tarea: que un otro (un padre, una madre, una pareja) esté dispuesto a ensuciarse las manos y a inventarnos una realidad más o menos parecida a nuestro ideal. Y, lo más difícil, a sostenerla. Spoiler alert: esas experiencias suelen terminar mal.
“Cuando las circunstancias cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted qué hace?”, dicen que respondió el economista Paul Samuelson durante una entrevista televisiva en 1970 (aunque la frase suele atribuirse a John Maynard Keynes y hay incluso quienes se la adjudican a Winston Churchill). Independientemente de quién haya sido su autor, estas palabras nos convocan a la reflexión acerca de la necesidad –y conveniencia– de adaptar nuestras ideas y líneas de acción a una realidad que es dinámica, a circunstancias cambiantes, a un contexto que nos excede, a una sociedad tan fluida como la argentina. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de quedarnos al costado del camino –y acá tomo prestadas unas palabras de Joaquín Sabina– “como un perro de nadie, ladrando a las puertas del cielo”. Escena triste si las hay.
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