A fin del año pasado publiqué Diario de la grieta, un libro que intenta ser a la vez una crónica política de 2019, un diario íntimo y una confesión. Lo que confesaba era mi voto a Macri, las ganas enormes de que no volviera el kirchnerismo y sobre todo la dificultad para hacerme cargo de mis elecciones políticas en el círculo social y cultural en el que me movía y me muevo. Sentí que tenía una historia para contar, que la mía era una forma de transitar la coyuntura política muy particular, que esa suerte de clandestinidad apenas disimulada era, al mismo tiempo, un síntoma claro de la grieta pero también una anomalía. Por otro lado, escribir y publicar ese libro era para mí la forma de sacarme un peso de encima. Estaba cansado de mentir y esconderme.
Hace unos días fui a la canchita de fútbol de la plaza de Parque Chas para encontrarme con el grupo con el que entrenamos los miércoles y los viernes. Con varios de ellos vengo compartiendo nuestros partidos de fútbol 5 desde hace años. En el libro cuento que casi todos trabajan en cine y sienten afinidad con el kirchnerismo o al menos un rechazo grande al macrismo. Muchas veces se habla de política, antes o después de los partidos, pero yo siempre me las arreglé para participar de las conversaciones sin mentir ni delatarme. En la puerta de la cancha me encontré a uno de los que suelen participar de los partidos, un joven productor de cine, conversando con una pareja que casualmente pasaba por ahí y que, aún más casualmente, también forma parte de un fragmento del libro. Sobre todo ella, de quien describo la discusión que tenemos acerca de Claudia Hilb mientras paseamos por las sierras de Córdoba. Saludé a los tres y hablamos un poco del clima, de los colegios de nuestros hijos y de la pandemia. Lo que más temía era que alguno hiciera mención al libro, pero no pasó. Muy probablemente, porque no lo habían leído o porque ni siquiera sabían que existía, pero también es posible que hayan decidido obviarlo para evitar un momento incómodo.
En esos días, me escribió el coordinador para el INCAA de las proyecciones de películas en las cárceles. Él también es uno de los personajes secundarios del libro, donde cuento y destaco el trabajo que hace promoviendo el cine argentino en las cárceles, algo que me parece muy valioso y necesario, pero también soy muy crítico con la forma en que hace intervenir su postura partidaria en su comunicación con los detenidos. Lo primero que pensé al ver su nombre en mi WhatsApp era que me escribía para reclamar por lo que conté de él. Pero no; me invitaba nuevamente a proyectar mi película Las Vegas, esta vez en forma virtual. Acepté, acordamos una fecha y unos días después estaba participando en una conversación con detenidos en dos alcaidías del conurbano. La charla estaba coordinada por él y por otros funcionarios de la provincia de Buenos Aires, todos kirchneristas, por supuesto.
Creo que frente al kirchnerismo, que basa su estrategia en pensar a todo adversario como enemigo, hace falta contrastar con una cultura política más civilizada y tolerante.
Estos dos hechos, sumados a otros parecidos que me tocó vivir estos meses, me hicieron sentir al mismo tiempo relajado y preocupado. Me tranquilizaba la idea de que puedo seguir conviviendo, trabajando y hasta disfrutando junto a gente con la que no acuerdo en casi nada políticamente. Aunque lo debería plantear al revés: compruebo que ellos pueden seguir compartiendo situaciones conmigo sin inconvenientes y sin incomodidad, porque la realidad es que de mi parte nunca tuve problemas en hacerlo con ellos.
La apuesta del libro tenía que ver con esto, con encontrar la posibilidad de una conversación y debates políticos que no disimulen las diferencias pero que eviten el insulto y la agresión. Las tres largas conversaciones con amigos se proponen un poco como una utopía pero también como una realidad que a veces la radicalidad de las posiciones no nos deja ver. La grieta parece atravesar todo, pero mientras tanto la vida sigue y las diferencias políticas pueden dejar de estar por encima de los afectos.
La reciente muerte de Federico Monjeau sirve para entender esto. La cantidad, calidad y sinceridad de los agradecimientos, homenajes y textos que se le dedicaron no solo probaron la grandeza de Federico como persona y como escritor y crítico, sino también que en las cosas importantes la grieta tal vez sea una nimiedad sobredimensionada. Eran conocidas las posturas políticas recientes de Federico, muy críticas al kirchnerismo, pero eso no impidió que lo homenajearan y lo despidieran con tanto amor y admiración muchos que adhieren al gobierno actual y admiran a la vicepresidenta. Pero no puedo olvidarme de señalar una omisión imperdonable, que se hizo aún más evidente frente a la unanimidad del contexto: Página/12, diario en el que trabajó varios años, no le dedicó ni una línea. Podemos pensar que fue un descuido involuntario, pero más verosímil es creer que fue el resultado de una actitud miserable.
Me sigo preguntando cómo se puede seguir conviviendo, incluso desde el afecto, con personas que callan o justifican cosas imperdonables y vergonzosas, como el gobierno de Insfrán.
Yo sigo creyendo en la posibilidad de una convivencia. Creo que frente a las posturas de una parte importante del kirchnerismo, que discrimina y hasta pide prohibir los discursos críticos hacia ellos, y que basa su estrategia en la lógica de pensar a todo adversario ideológico como enemigo, hace falta contrastar con una cultura política más civilizada y tolerante. Me han criticado esta posición, por tibia o por falsa. Creo que se puede ser firme en las posiciones políticas propias y duro en la crítica con las de los demás, pero sin dejar de considerar un límite que incluya la duda sobre nuestras posiciones más radicales, la tolerancia hacia el otro y sobre todo el espacio para que el otro pueda expresarse con total libertad.
Pero al mismo tiempo me sigo preguntando cómo se puede seguir conviviendo, incluso desde el afecto, con personas que avalan una propuesta política que, aunque ellos consideren honestamente lo contrario, nos va a llevar a más atraso y más pobreza, o con personas que desde posiciones hipócritas defienden, callan o justifican cosas imperdonables y vergonzosas, como el gobierno de Insfrán, las actitudes autoritarias de Moyano y muchos otros sindicalistas, el episodio de las vacunas, la corrupción como sistema de supervivencia política y tantas otras cosas que no son excepciones en los gobiernos kirchneristas sino que constituyen su base de funcionamiento. Porque al mismo tiempo que compruebo que es posible esa convivencia con ellos, me doy cuenta de que aquello que me llevó a escribir el libro sigue vigente. Si esa convivencia es posible es porque tanto ellos como yo callamos o disimulamos. Algo no está bien acá.
El fin de la ambigüedad
El mío no es un libro sobre cine, pero abundan los nombres propios vinculados a la comunidad cinematográfica local y la narración de situaciones cruzadas por mi actividad como cineasta. Al mismo tiempo, yo esperaba y temía que esa sinceridad tuviera consecuencias. Esperaba y temía que algunos se sintieran ofendidos o sorprendidos. Lo más triste es que todo sigue igual. No estoy diciendo que un libro (y menos uno como el mío) pudiera tener un efecto de cambio en la sociedad, y ni siquiera en un medio social y cultural determinado como el del cine argentino, pero al menos pensaba que podía cambiar algo de mí vínculo personal con ese medio.
Los pocos colegas (de ambos lados de la grieta) que me han felicitado o que han comentado el libro, lo hicieron por privado, casi ninguno en público o en sus redes sociales.
En estos últimos meses he recibido muchos comentarios y devoluciones, pero la mayoría de parte de personas que no son del mundo del cine. Hubo una reseña de Quintín, alguien vinculado al cine pero cuya actividad e intereses, sobre todo en los últimos años, han ido por otro rumbos. Los pocos colegas (de ambos lados de la grieta) que me han felicitado o que han comentado el libro, lo hicieron por privado, casi ninguno en público o en sus redes sociales. Hubo excepciones, pero como dice el lugar común, fueron la excepción que confirmó la regla. Es curioso, porque se trata de un medio altamente politizado. Y no hablo solamente de las roscas vinculadas a la política cinematográfica, el manejo del INCAA y las luchas de poder entre las distintas asociaciones profesionales. De eso hay mucho, pero me refiero a las discusiones sobre política nacional y las afinidades partidarias explícitas. ¿Cómo podía ser que no se interesaran por un libro de un colega que expone claramente su posición política y lo que eso implica en su vida privada?
Cuando ya me resignaba a no tener interlocutores dentro del cine, apareció una reseña de Nicolás Prividera en el sitio Con los ojos abiertos: un director de cine en un medio especializado en cine. Tuve varias discusiones con Prividera, a quien no conozco personalmente. Siempre fueron con respeto pero con firmeza, de ambos lados. Alguna vez comentó positivamente una de mis películas. Y yo premié su ópera prima siendo jurado de un festival. Pero está claro que vemos el mundo y el cine desde lugares muy diferentes.
Su reseña del libro es muy crítica y prácticamente no rescata ningún elemento positivo, pero es laboriosa y no hay agravios personales. Sí me resulta muy molesto algo que es una tendencia en todo lo que Prividera escribe, que lo lleva a la inspección minuciosa de fragmentos en la obra criticada para confirmar así su hipótesis previa. El procedimiento se le nota mucho y aunque es admirable el trabajo que se toma para su propósito, muy por encima de la pereza habitual en la mayor parte de la crítica de cine de la Argentina, sus textos terminan siendo más informes policiales que textos críticos. Y en su afán por confirmar lo que él piensa suele sacar los fragmentos de contexto, cayendo muy seguido en falacias argumentativas. No es que no tenga aciertos en sus observaciones, porque Prividera es inteligente y detallista, pero el tono policíaco y la manipulación en el análisis limitan su eficacia crítica.
Si el libro todavía se paraba en cierta zona de ambigüedad, hoy sé con una convicción definitiva que el camino recorrido por el gobierno de los Fernández no es el que quiero para la Argentina.
Agradezco, sin embargo, que se haya tomado el trabajo de leer y pensar mi libro. Se detiene en señalar algunas contradicciones, que son ciertas y que yo debí haber visto antes. También reclama que no me animé, hasta ahora, a formular mi punto de vista político en ninguna de mis películas, lo que es cierto y tal vez debería hacer en algún momento. Pero más allá de esto, su texto me hizo volver a pensar en la famosa grieta y en qué podemos hacer con ella. Así como me entristece que muy poco haya cambiado en mi relación con la gente que me rodea y vota distinto, algo sí se modificó en mí. Si el libro todavía se paraba en cierta zona de ambigüedad respecto a nuestra realidad política, hoy sé con una convicción definitiva que el camino recorrido a partir de las decisiones tomadas por el gobierno de los Fernández no es lo que quiero para la Argentina.
Frente a este escenario, debería insistir en mi esfuerzo por no esconderme más. ¿De qué tengo que avergonzarme? Ese debería ser mi punto de partida. Y lo quiero sostener porque sospecho que lo que me pasa a mí les pasa a muchos otros. Y creo que aquellos como yo, que sostenemos ideas opuestas al status quo establecido en nuestros ámbitos sociales y culturales, estamos en una posición privilegiada para ayudar a construir un discurso progresista, liberal, democrático y procapitalista que empiece a desarmar los prejuicios y falsedades que muchos aceptan y promueven con una convicción absoluta, desde el cinismo o desde la conveniencia personal, y que muchos otros aceptan desde la comodidad o el acostumbramiento, sin detenerse a pensar que lo que nos gobierna es una mezcla rancia de nacionalismo berreta, autoritarismo soberbio y desconocimiento de las reglas de juego del mundo, aunque esté disfrazado de una épica progresista y popular.
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