La semana pasada dos jóvenes activistas arrojaron sopa de tomate a una pintura de Van Gogh en la National Gallery de Londres. Cuando las interrogaron sobre el porqué del daño, deslizaron que buscaban llamar la atención para que la gente hable de lo verdaderamente urgente: el cambio climático. “¿Urgente para quiénes?”, me pregunté en ese momento. “¿Quiénes son los de Just Stop Oil para determinar que el medio ambiente debe resultarme más importante que los girasoles pintados por el neerlandés o que el apocalipsis inexorable es más preocupante que la puesta en riesgo del patrimonio artístico?”
El libro Disputar el presente: una generación en busca de nuevos sentidos (Paidós, 2022), de Lucas Grimson, me despertó preguntas similares, al tratarse de un alegato de las aparentes demandas de la generación que nació con el kirchnerismo en el poder. Como la define Mercedes D’Alessandro en el prólogo, la generación “de las Ofelia Fernández, de les Jóvenes por el Clima, de la revolución de las hijas, de les chiques que pueden vivir su sexualidad e identidad de género con derechos”.
Para quienes se perdieron los memes, Grimson es un joven militante de la corriente estudiantil La Mella, que a los 19 años ya era funcionario de juventudes del Ministerio de Salud y se volvió sensación cuando en una conferencia de prensa del reporte diario de Covid usó la expresión “les pibis“ para arengar a la juventud a ponerse bien el barbijo. Hijo de Alejandro Grimson, asesor en discurso del presidente Alberto Fernández, Luki dio sus primeros pasos en política en el instituto secundario porteño ILSE, donde formó un grupo para repensar los efectos de la masculinidad tóxica, área en la que logró posicionarse como un referente.
La juventud virtuosa
En su libro, Grimson le arroga a la militancia juvenil a la que él pertenece el monopolio de atributos como la rebeldía, el amor, la empatía y la sensibilidad. Valores de los que carecería, por supuesto, el neoliberalismo, al que en el libro construye como su archi-villano. Cuando trata problemas del presente suele situarlos convenientemente sólo en los confines de la jurisdicción de Horacio Rodríguez Larreta, dejando tácitamente claro que para el libro la juventud son 40 manzanas de la ciudad de Buenos Aires.
Una falacia recurrente en su discurso es presentar a la juventud como un valor en sí mismo, acaso una tendencia de este siglo: exigir la presencia de jóvenes en todos los espacios participativos, como si el solo hecho de no tener dolor de ciático acreditara mérito suficiente para ocupar lugares de mando, espacios en las listas electorales, bancas legislativas y minutos en el prime time televisivo. Este fenómeno, en mi opinión, se debe al enfoque interseccional en boga, que reclama cupos para todo, y en parte también a la cultura de la inmediatez, que premia poco el empeño en cultivarse o virtudes como la perseverancia, la tolerancia a la frustración y la madurez.
Una falacia recurrente en su discurso es presentar a la juventud como un valor en sí mismo.
El piberío revolucionario descripto en el libro guerrea contra el adultocentrismo (¡sí, una nueva conspiración!), que los quiere someter a la descarnada dictadura de las pasantías laborales, los uniformes escolares o los baños divididos por género. Pero para su descontento, reconocer a los jóvenes como sujetos de derecho (y entender la importancia de pensar políticas públicas que mejoren su calidad de vida) no significa que haya que ponderar sus opiniones al respecto. Ser joven no te vuelve especialista en políticas de juventud, así como ser inmigrante no te vuelve experto en políticas migratorias ni usar profilácticos te vuelve experto en políticas de salud reproductiva.
El metaverso de les pibis
Disputar el presente se propone tratar los temas específicos de la nueva generación, con especial énfasis en las cuestiones de género y en las problemáticas sociales agravadas por la pandemia. Pero se cuida mucho de reprobar la cuarentena interminable. Para ser “la juventud que vino a cuestionarlo todo” es bastante indulgente con el kirchnerismo.
El capítulo en el que habla de las épocas de encierro por Covid parece escrito desde Narnia. Me resultó angustiante. Habla casi en clave romántica, omitiendo que mientras él jugaba al Among Us o “mataba la tusa” en la Breshita virtual, a otros los mataba la policía a la que el Presidente le había otorgado por DNU plena discrecionalidad para hacer cumplir los protocolos sanitarios. Lucas relata con naturalidad que había que tener una justificación para salir a caminar o visitar a un amigo, sin ningún adjetivo de reprobación. Como si Alberto Fernández no hubiese sido anfitrión de un evento en la Quinta de Olivos cuando la gente no podía velar a sus familiares muertos. Hasta dedica un apartado a repudiar las marchas anticuarentena y las quemas de barbijos. Y, el colmo: su veredicto final de que durante la pandemia faltó Estado presente.
[ Si te gusta lo que hacemos y querés ser parte del cambio intelectual y político de la Argentina, hacete socio de Seúl. ]
El Van Gogh de Grimson es el “Dibu” Martínez, entrañable arquero de la Scaloneta, contra quien dirige su encono por sus libidinales gestos de celebración. Nuevamente nuestro deconstructor estrella habla en representación de toda su franja etaria para reprobar a la Selección por “promover el falocentrismo” y afirmar que es momento de terminar con las chicanas futboleras. ¿Pero cuántas copas tienen los varones antipatriarcales? Lo cierto es que fuera de esa esfera hiper-politizada, difícilmente hallemos una creciente preocupación por cuestionar los mandatos de masculinidad, replantear la monogamia o “sensibilizar” las canciones de hinchada, como sí, en cambio, la hay en lo que respecta a combatir la violencia contra la mujer y en el acceso a la educación sexual.
También hay, entre los nacidos en los tardíos ’90 y los 2000, un destacable denominador común que Grimson jamás menciona: el desánimo con respecto al país y el interés en emigrar. Pero el éxodo de jóvenes argentinos no existe en el metaverso de les pibis. A los chicos sin esperanza y con la incertidumbre de si llegan a fin de mes los llama a replantearse privilegios de clase, género y raza. Lo que es saber patear al ángulo.
La auténtica reacción conservadora
Tampoco falta en el libro la mención a los discursos de odio, ese comodín. En la volteada caen los libertarios, a quienes el autor les disputa la verdadera defensa de la libertad y acusa de profundizar el status quo con un disfraz revolucionario. Sin embargo, el autor no tiene autoridad moral para quejarse, ya que la intolerancia, el simplismo y el moralismo que denuncia en los libertarios son rasgos que la militancia kirchnerista comparte en gran proporción. Tampoco debería patalear tanto ante las posturas reaccionarias alguien cuyo líder político es un pañuelo celeste y emisario del Vaticano como Juan Grabois. Pocas cosas son más conservadoras que el nepotismo, y Grimson es un hijo pródigo del establishment, una paradoja caminante que llama a romper con las estructuras desde el seno mismo de la cúpula burocrática. Es un niño rico encumbrado por la familia, que cobra por ser funcional al poder y se narra a sí mismo como vocero del vulgo.
La juventud kirchnerista protesta contra la falta de empleo pero se opone a Rappi y a las pasantías laborales.
¿Cómo no va a perder terreno ante los libertarios una revolución con el impacto de un sorbete de cartón? La juventud kirchnerista protesta contra la falta de empleo pero se opone a Rappi y a las pasantías laborales; jura defender la educación de calidad pero no se alzó contra el cierre de escuelas durante la pandemia y apenas habla de la deserción escolar y del deterioro educativo con la flexibilización de exigencias para pasar de año; despotrica contra las fake news pero insiste con la desaparición de Santiago Maldonado; dice defender la libre expresión pero guerrea contra medios de comunicación y pretende regular los discursos en redes sociales.
Aseguran querer ampliar libertades para que les pibis puedan decidir sobre su propio cuerpo, pero no quieren permitirles tomar decisiones sobre cómo invertir su dinero, en qué moneda ahorrar, cómo financiar boletos de avión y con qué términos ingresar a un alquiler. Mientras justifican un aparato que nos complica la vida, nos venden que la verdadera subversión es fumar porro y tener una relación abierta.
¿Les pibis dónde están?
Algo que me llama mucho la atención de todo el relato es que no parece escrito para centennials, ni tampoco parece escrito por uno. El público objetivo de estos lugares comunes con espíritu setentista y olor a naftalina no es el que aparenta ser. El libro no le habla a la juventud sino a pendeviejos nostálgicos que quieren seguir sintiéndose en onda por saber quién es Nicki Nicole. No afirmo que los jóvenes que comparten esta agenda no existan, pero yo todavía no los encontré. Y eso que también estudié en una facultad de sociales.
El pibi es el último manotazo de ahogado de un kirchnerismo que perdió toda capacidad de movilizar masivamente a la juventud y busca fidelizar a sus bases más frescas, los adolescentes de 40 años, dándole un nuevo cariz a la simbología de siempre.
Lejos de ser la voz de una generación, Grimson expone en su libro las prioridades y los sentimientos de la clase media progresista porteña y hace un obsceno alardeo moral, o virtue signalling. La suya no es una reivindicación de la militancia juvenil, sino de la militancia kirchnerista. Difícilmente esta supuesta ambiciosa “exploración de nuevos sentidos”, creo yo, sea más que un intento de legitimar y hacer crecer el kiosco a través de conclusiones totalizadoras.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.