ELIAS WENGIEL
Domingo

Antes de Perón,
después de Perón

En su nuevo libro 'Los días más felices', el autor analiza en detalle la manera en la que el peronismo logró instalarse en el imaginario social argentino. Aquí, un adelanto.

De las muchas experiencias populistas ensayadas en América del Sur, la del peronismo es la más prolongada. Ha habido ciertamente otras cuyos efectos pueden ser considerados, con justicia, más agudos, como es el caso de la Cuba de Castro o la Venezuela chavista. Pero los más de setenta años durante los cuales el peronismo ha sido el movimiento político más influyente en la vida argentina no tienen parangón por duración y por la importancia del país, el tercero de América Latina si se considera la combinación entre superficie, población y producto interno bruto (PIB).

Podrá objetarse que el peronismo no siempre estuvo en el poder y que fue, además, proscripto por un largo período. Pero aun cuando gobernaban otros partidos el peronismo conservó la centralidad política a través de su ininterrumpido dominio de instrumentos decisivos del sistema estatal, como el Senado (eventualmente, la Cámara de Diputados) y la mayoría de los gobiernos provinciales y municipales, y de organizaciones sociales de enorme poder, como la Confederación General del Trabajo (CGT), la red de punteros barriales y los movimientos piqueteros. Por cuanto repudiable, la proscripción total o parcial del peronismo (1955-1973) no hace más que confirmar la primacía política del peronismo: hasta las dictaduras militares consideraban que la única manera posible de mantenerse en el gobierno era proscribiendo al principal partido nacional.

En el poder o fuera de él, proscripto o no, el peronismo ha sido desde 1946 la fuerza sobre cuyo eje ha girado la Argentina.

En el poder o fuera de él, proscripto o no, el peronismo ha sido desde 1946 la fuerza sobre cuyo eje ha girado la Argentina, y su hegemonía político-ideológico-cultural parece estar directamente asociada a un período de profunda decadencia económica y social del país. A pesar de la relatividad de las fechas de inicio y cierre de los períodos históricos, la discusión sobre el momento inicial de esa decadencia es significativa. En 1946, año del inicio del primer ciclo democrático peronista, Argentina era el octavo país más rico del mundo, su PIB per cápita (USD 7.436) era el más alto de América Latina, casi cuadruplicaba el de su principal vecino, Brasil (USD 1.934) y más que duplicaba el de México (USD 3.124). El PIB argentino era también el doble que el de los países latinos pobres de Europa (Italia —USD 3.805—, España —USD 3.473— y Portugal —USD 3.073—) y superior al del país latino más rico, Francia (USD 6.142). Setenta años después, para 2015, al final de un ciclo político que duró doce años (2003-2015) y fue el más largo de la historia argentina, el país ocupaba el 56º lugar en el ranking mundial de riqueza, su producto interno líquido (PIL) (USD 19.502) ya no era el mayor de América Latina (Chile: USD 21.589) y tanto México (USD 16.096) como Brasil (USD 15.826) la habían casi alcanzado.

¿Hubo una Argentina antes de Perón (a. P.) y otra Argentina después de Perón (d. P)? ¿Ha sido la decadencia culpa exclusiva del peronismo o, como sostiene la mayoría de los analistas, existe una responsabilidad similar compartida por las demás fuerzas políticas? Ni culpa exclusiva ni responsabilidad igual. Tan cierto es que nadie logró corregir duraderamente los desequilibrios macroeconómicos generados por el peronismo como que el peronismo y la dictadura militar de 1943 de la que fue continuador en el poder fueron responsables de su generación. Para avanzar en esta dirección de análisis, nos remitiremos a la más clásica de las descripciones de las economías populistas.

En La macroeconomía del populismo en la América Latina, Dornbusch y Edwards (1990) caracterizaron al populismo económico como “un enfoque del análisis económico que hace hincapié en el crecimiento y la redistribución del ingreso, y minimiza los riesgos de la inflación y el financiamiento deficitario, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante las políticas ‘agresivas’ que operan fuera del mercado”. Tomaremos como base esta definición, una de las más citadas en la bibliografía académica, para intentar demostrar que todos los factores de una economía populista (inflación, déficit, restricciones externas y desinversión) estaban ausentes del escenario argentino hasta la irrupción del peronismo, que aparecieron con él y que, mediante diferentes estrategias y con diversa gravedad, se reforzaron durante todos y cada uno de los ciclos de gobierno peronistas.

La inflación antes y después de Perón

Más allá de algunos picos durante el siglo XIX desaparecidos en el siglo XX, Argentina carecía de un problema inflacionario hasta el advenimiento del peronismo. Desde su período fundacional, el índice había oscilado entre el 2,8% anual de las guerras de la independencia (1810-1820), el 3,2% de los caudillos y Rosas (1821-1852), el 2,3% del período de la organización nacional (1853-1879), el 1,6% de la República Conservadora (1880-1915), el 1,4% entre la Ley Sáenz Peña y la etapa radical de Yrigoyen y Alvear (1916-1930) y el 1,4% de los golpes militares y los gobiernos conservadores que los siguieron hasta 1944. Resumiendo, desde su declaración constitucional (1853) la Argentina tenía una inflación baja y descendente (2,3%, 1,6%, 1,4% y 0,3%), cuya media de 1810 a 1945 fue del 2,15% anual. Lejos de agravarse, en el siglo xx a. P. (1900-1945) el guarismo inflacionario anual había bajado hasta el 1,61%. Todo cambiaría para peor de 1945 en adelante, y la Argentina d. P. entraría en un nuevo escenario económico dominado por el déficit fiscal, las restricciones externas, la desinversión y, sobre todo, la inflación.

Aun si se argumenta a favor de la corresponsabilidad de otras fuerzas políticas en el tema inflacionario, resulta imposible eludir las diferencias. Puede discutirse el manejo posterior del fenómeno y señalar los fracasos de los diferentes actores políticos en derrotarlo, pero las cifras ponen fuera de toda discusión la autoría de la introducción de la economía inflacionaria en el país. Además, como demostraremos, en todos los episodios críticos adjudicables a la incapacidad de los gobiernos no peronistas para domar al monstruo inflacionario (1976, 1983, 1999 y 2015), el fenómeno ya estaba lanzado y las condiciones externas eran extremadamente desfavorables. Todo lo contrario sucedió durante los gobiernos peronistas, responsables de tres enormes aceleraciones inflacionarias en contextos marcados por condiciones internacionales extremadamente favorables, crecimiento sostenido y saldo comercial positivo.

La primera de estas grandes aceleraciones inflacionarias coincidió con el primer ciclo peronista en el poder.

La primera de estas grandes aceleraciones coincidió con el primer ciclo peronista en el poder. Corrientes políticas anarcocapitalistas aparecidas recientemente en Argentina suelen adjudicar el problema inflacionario a la creación del Banco Central de la República Argentina (BCRA). Sin embargo, el BCRA fue creado en 1935, un año de alta inflación (14,1%), y resultó efectivo en reducirla durante la década siguiente, hasta la llegada del peronismo. Entre 1936 y 1944, la inflación total fue del 14,99%, es decir, 1,57% de promedio anual. Recién en 1945, con Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión preparando su candidatura presidencial para el año siguiente con el concurso del gobierno de facto, la inflación saltó al 22,6% y se mantuvo en guarismos inusualmente altos durante varios años hasta desembocar en el 50,2% de 1951. Los responsables fueron Perón y el peronismo, y no el BCRA, una institución existente en la mayoría de los países del mundo, en los que no existen el peronismo y la inflación.

Durante aquellos años inaugurales de la “Revolución Argentina” de la que Perón fue ministro, secretario y vicepresidente, y de su sucesor político, el primer gobierno peronista, caracterizados ambos por los términos de intercambio más altos de la historia hasta esa fecha, la política económica fue fuertemente procíclica, lo que hizo que la inflación se multiplicara por quince desde 1943 hasta 1951, en solo nueve años. Fue entonces que la economía argentina cambió para siempre.

Con déficit, con inflación, con PJ

Sin pretender establecer un paradigma en la polémica sobre las causas de la inflación, ambición que excedería mis capacidades y los alcances de este trabajo, es remarcable la correspondencia entre el aumento del déficit fiscal y la inflación en ambos períodos de aceleración inflacionaria. Al aumento del déficit promedio de 2,3% (1936-1942) a 3,7% (1943-1951), correspondió un aumento de la inflación anual del 2,7% al 20,4% anual promedio, que coincidió con el primer episodio de los días más felices.  Y como dicta la teoría económica, los aumentos en el volumen del déficit precedieron por bastante tiempo a los incrementos inflacionarios. Por eso, la silueta de la curva punteada (déficit) anticipa la evolución de las barras (inflación).

El siguiente gran episodio inflacionario, ocurrido durante el segundo ciclo peronista, se inició también con términos de intercambio favorables y un país que tenía crecimiento sostenido desde hacía una década. La política oficial consistió entonces en insistir con la emisión monetaria al mismo tiempo en que se confiaba en los acuerdos entre empresarios y sindicalistas —y en el prestigio de Perón— para controlar la inflación, moderando los acuerdos salariales mientras se atrasaban las tarifas y el tipo de cambio para permitir los días más felices, segunda temporada. El cambio de escenario internacional ocurrido con la crisis del petróleo, sumado a las distorsiones macroeconómicas acumuladas y su desmanejo por parte del Gobierno, desembocaron en el mayor shock económico-social de la historia argentina: el Rodrigazo. La inflación reprimida se descontroló y en 1975 llegó al 335% anual, habiéndose multiplicado por ocho en un solo año e inaugurando otro clásico de la economía argentina d. P.: el shock socioeconómico inflacionario, poderoso licuador del gasto público, los salarios y las jubilaciones que carece del tradicional obstáculo de ser etiquetado de “ajuste neoliberal”.

También aquí se observa una alta correspondencia entre el aumento del déficit fiscal y la posterior suba de la inflación: desde 1970, el déficit argentino creció sistemáticamente, pasando de ser el 1,37% del PIB en 1972 a representar el 5,51% en 1975, es decir, multiplicándose por cuatro en los tres años del segundo ciclo peronista, con consecuencias inflacionarias evidentes.

Un tercer episodio de aceleración inflacionaria deliberada destinada a crear días felices peronistas ocurrió bajo la presidencia de Néstor Kirchner.

Finalmente, un tercer episodio de aceleración inflacionaria deliberada destinada a crear días felices peronistas ocurrió bajo la presidencia de Néstor Kirchner. Pasado el período menemista, en que la inflación fue controlada al costo de renunciar a la política monetaria, con consecuencias destructivas sobre la competitividad y el empleo, el peronismo se hizo cargo del gobierno en un país cuya inflación, después del enorme ajuste efectuado en 2002 por Eduardo Duhalde, era del 3,7% anual. Los salarios, las jubilaciones y las expectativas sociales eran entonces las más bajas de la historia argentina, y los términos de intercambio comercial se hicieron enseguida extraordinariamente favorables, cuando el precio de las exportaciones argentinas se duplicó en pocos años al inicio del mandato de Néstor Kirchner, pasando de un índice de 84 en el segundo trimestre de 2003 a 166 en el primero de 2008.  El cultivo líder de la Argentina, que la presidente Cristina de Kirchner calificaría despectivamente de “yuyito”, lideró esa suba, pasando del valor de 250 dólares la tonelada en mayo de 2003 a 634 dólares la tonelada en junio de 2008.

Además, para 2003 existía una gran capacidad instalada ociosa, lo cual permitía crecer vigorosamente sin necesidad de grandes inversiones, y no se pagaba un peso de la deuda externa, lo que liberaba recursos para volcar al ciclo expansivo. La Argentina crecía a tasas chinas, y el peronismo en el poder hablaba del “ciclo de crecimiento económico más exitoso de la historia nacional”. Sin embargo, como si nada bastara a la ambición de crear días aún más felices, el peronismo kirchnerista aplicó todo tipo de políticas procíclicas, de manera que la inflación se multiplicó por seis en cinco años (de 3,7% en 2003 a 22,9% en 2008), desperdiciando por tercera vez la posibilidad de acabar definitivamente con el principal flagelo de la economía nacional y el principal creador de pobres. En lugar de eso, el peronismo en el poder inició una nueva espiralización inflacionaria que terminaría generando un nuevo ciclo estanflacionario (estancamiento + inflación) del que la economía argentina aún no ha logrado salir. La correspondencia entre déficit e inflación es también aquí evidente. En este caso, junto al aumento inflacionario se verificó un deterioro fiscal que llevó desde un superávit de 1,82% del PIB (2004) a un déficit del 4,15% (2014),  es decir, seis puntos del PIB perdidos durante el período ascendente del ciclo que deberían haber servido exactamente para lo contrario.

El fenómeno inflacionario llegó entonces a la Argentina con el peronismo. Fue desde 1946, y no antes, que el BCRA se transformó en el prestamista de primera instancia del Gobierno, ignorando los límites impuestos por ley en el momento de su creación. El movimiento nacido bajo la invocación de la justicia social fue responsable de introducir duraderamente en la economía argentina la inflación, la mayor productora de pobres.

 

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Fernando Iglesias

Diputado Nacional (PRO-CABA). Su libro más reciente es El Medioevo peronista (Libros del Zorzal, 2020).

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