En una situación de crisis en la que la confianza social ha sido erosionada por múltiples fracasos, uno de los papeles más importante de una fuerza política es construir referencialidad. Hacer el esfuerzo de sostener, con los costos de corto plazo que ello implique, posiciones que señalen al electorado que hay una organización que se propone, con sentido responsable, ejercer la representación en toda su dimensión.
Representar es interpretar genuinamente. No es imitar la indignación legítima de la sociedad, sino responder a ese estado de ánimo con conducta ejemplar, compromiso cívico y propuestas. La salida de la crisis no será burocrática. Necesitará de sensibilidad porque el dolor no es impostado, de apego a la verdad, porque la hondura de la situación muchas veces pretende ser maquillado, y de pedagogía porque es necesario que aprendamos de esta experiencia y que construyamos una salida coherente y consistente.
La “referencialidad” es lo opuesto a la política-espectáculo dependiente de la volátil opinión pública. El sentido referencial pretende construir una relación estable, basada en la confianza, construida desde el diálogo, la amplitud y la coherencia. Es el gesto mediante el cual las organizaciones y los cuadros políticos ofrecen una visión y una escucha. Un lugar desde el cual además de ser receptivos a las necesidades y aspiraciones públicas, se recupera el rol de constructores de sentido que han ido perdiendo las estructuras políticas, y que las ha reconfigurado como máquinas electorales, y por tanto percibidas (no sin algo de razón) como menos útiles para la superación de la crisis.
Lo que planteo no es un preciosismo académico: si la población siente que las organizaciones políticas no son útiles, pronto dispondrán de otras ofertas.
Si la población siente que las organizaciones políticas no son útiles, pronto dispondrán de otras ofertas.
Un ejemplo recurrente de fuerzas políticas sin vocación referencial, son las tres décadas que llevamos de apelación a “lo nuevo”, intentando transferir a la política, con éxitos y fracasos, liderazgos generados en otras esferas. Si las organizaciones políticas pudieran aprovechar cabalmente esa energía, ese proceso sería realmente saludable y demostrativo de un nivel virtuoso de compromiso con lo público. Con partidos débiles y organizaciones atadas al calendario electoral, se malgastan las mejores vocaciones de cambio.
Juntos por el Cambio será importante siempre que sea útil al mandato histórico que le dan sus votantes, de lo contrario será una anécdota. Ese mandato es claro: desplazar al kirchnerismo del gobierno en elecciones libres, gobernar con solvencia y decencia, generar un marco de relaciones socioeconómicas amigable a la inversión, revertir el sesgo corporativo del país, sentando las bases de una sociedad integrada a la agenda contemporánea para poner al país en el sendero del futuro. Es un mandato amplio, pero no infinito. Por lo pronto, es claro el mensaje de discontinuidad con el actual modelo de gestión política.
Una parte muy importante de la sociedad argentina ya ha advertido inequívocamente que el populismo no conduce a ningún lugar interesante, malgasta los recursos, deteriora la institucionalidad pública, nos avergüenza con su política exterior, trivializa temas relevantes, diseña políticas cada vez más rústicas, se empeña en enfrentarnos unos con otros, etc.
La prioridad es institucionalizar
Sin embargo, como queda demostrado a lo largo de todo el continente, el nivel de condicionamiento que el populismo instala es de tal dimensión, que los cambios que son necesarios para transitar hacia una Argentina más próspera, más integrada al mundo, mejor administrada, etc., requieren no solo de visión, representatividad y estabilidad política, sino de equipos y tiempo. La naturaleza del cambio hacia un orden pospopulista es enorme.
Una organización política, entre otras cosas, es el mecanismo para sostener en el tiempo las prácticas que nos pueden sacar de un escenario y colocar en otro. El tiempo nunca es neutro en política, entre otras cosas, porque la paciencia social nunca es infinita, porque las oportunidades no están a la vuelta de la esquina y porque la visión que sirve para un momento, puede quedar obsoleta en un mundo que cambia sin avisar.
Salvo que creyéramos en soluciones mesiánicas, que solo diéramos importancia a la contienda electoral o que supusiésemos que la tarea es sencilla, la prioridad absoluta es consolidar una estructura institucional para Juntos por el Cambio.
También es una decepción no alcanzar la capacidad de acción que derribe los obstáculos que todo cambio exige.
Hay muchas formas de desencanto, no solo nos desencantamos frente al engaño de que se realice lo contrario de lo propuesto, algo que no está en nuestras opciones. También es una decepción no alcanzar la capacidad de acción que derribe los obstáculos que todo cambio exige. Esa capacidad no es fruto del amontonamiento político o del carisma de alguien, sino de disponer de una trama de relaciones y compromisos que pueden sostener un proceso electoral, garantizar calidad técnica en el funcionariado, eventualmente proveer al recambio de funcionarios procesando políticamente diferencias sin daño al rumbo principal de un gobierno, defender públicamente ese rumbo, interactuar con públicos diversos, sensibilizar sobre nuevas agendas, explicar, discutir y evaluar con estrictez.
No es posible que sostengamos todo el tiempo la vocación institucionalista para el futuro de la Nación y nosotros mismos no podamos darnos un orden más previsible.
Necesitamos un Juntos por el Cambio mejor institucionalizado, no para los dirigentes, sino para contribuir a darle certidumbre a nuestros electores y nuestros defensores (muy fieles, aun los que se desempeñan en distritos o contextos adversos), para facilitar la tarea de los equipos técnicos, para elevar la política desde el cuentapropismo de iniciativa personal a la respuesta concertada que pone, por delante de todo, la causa.
Un Juntos por el Cambio con reglas claras, marcos de actuación estabilizados y formas de deliberación acordadas, se transformará inmediatamente en un factor de estabilización en un sistema político crecientemente convulso, plagado de corrimientos, rupturas y ampliaciones.
Un JxC con reglas claras, marcos de actuación estabilizados y formas de deliberación acordadas, se transformará inmediatamente en un factor de estabilización.
No se trata solo, ni mucho menos, de la selección de candidatos (además para eso existen las PASO), se trata de compromisos con la transformación que la Argentina necesita, con el imaginario de cambio incluyente que nuestros votantes reclaman, de recuperación del sentido convivencial y limitación de la politización absoluta de la vida cotidiana que impone el populismo.
La superación real de la crisis está asociada a desmontar las causas que le dieron origen; y en ese proceso es clave que la población conozca el rumbo y los fundamentos de nuestra acción política. Necesitamos un respaldo explícito y sostenido, y para ello no solo un programa acordado, sino una organización comprometida.
Nuestros votantes no nos van a decir “institucionalícense”, pero todos los días nos reclaman “unidad”, y no hay modo de construir una unidad duradera y eficaz en base a conversaciones de café. Necesitamos de un orden institucional para nuestro espacio en cumplimiento de un reclamo urgente y exigente de nuestros votantes, legítimamente temerosos frente a las provocaciones autoritarias que algunos personajes del kirchnerismo nos regalan día a día.
Por otra parte, una institucionalidad más consolidada establecerá los limites que esta fuerza (amplísima) debe asumir. Los cambiemitas de a pie son quienes más desean ganar elecciones, y muchas veces parecen más conscientes que los propios dirigentes respecto de las incompatibilidades políticas o los juegos de ego. También generar instancias de movilización política y participación popular puede agregarle mucho a una fuerza que, en definitiva, se ha propuesto incidir en la cultura política del país. Esa incidencia solo es posible representando.
Los cambiemitas de a pie son quienes más desean ganar elecciones, y muchas veces parecen más conscientes que los propios dirigentes respecto de las incompatibilidades políticas o los juegos de ego.
Los partidos que integran la coalición se verán jerarquizados en un proceso institucional de Juntos por el Cambio que recepte las representaciones de los mismos, y además las mejores expresiones individuales brillarán más intensamente con el respaldo de una organización estable en el tiempo, clara en su oferta electoral y potente en su anclaje social.
En América Latina dos grandes coaliciones han transformado sus países, la Concertación en Chile y el Frente Amplio en Uruguay. En ambos casos, han gobernado varios periodos, se han alternado en el liderazgo políticos de distinto origen, y han reconfigurado un estable mapa político tradicional (Uruguay), o disipado los riesgos de regresión autoritaria (Chile). En los dos casos, el orden unitario del país les ha facilitado las cosas, minimizando las tensiones entre expresiones locales y conducción central. De ellos podemos aprender mucho: siempre defendieron sus rasgos identitarios y, a pesar de las disputas (muchas veces severas), la construcción compartida no se ha puesto en debate. Las fuerzas discuten por qué Frente o qué Concertación prefieren, no si se mantienen o salen de las organizaciones.
En Argentina, la UCR, la CC y el PRO constituyen tres tradiciones políticas distintas, que bajo mecanismos claros de colaboración pueden hacer un aporte sustancial a este dramático momento, y por supuesto también las expresiones políticas distritales que, en cada caso, completan un arco iris que debe expresarse con normas y en armonía.
Somos la fuerza donde conviven una perspectiva institucionalista marcada, vocación por la transparencia, compromiso en la modernización de la gestión pública, anclaje histórico y territorial, y sensibilidad social. Sin marco institucional, cada vez más pareceremos un rejunte. Con marco institucional, estaremos aceptando la trascendencia del espacio común, la criticidad del momento, el sentido estructural de nuestra oferta a la sociedad y la primacía de la visión sobre las ocurrencias.
Modelos posibles
No quiero parecer solemne, pero no estamos para improvisaciones, ofertas insostenibles o inconductas políticas.
Institucionalizar no es solo ordenar, sino establecer una disciplina. En un país signado por los espasmos y el mal uso de la creatividad individual, la gran transformación que debemos realizar necesitará de la menor fuga de energía posible. Tan necesaria como la creatividad para enfrentar los problemas, será la disciplina para cohesionar y mantener el rumbo.
Existen múltiples modelos y formatos, que exceden este texto. Bien puede pensarse en una Convención Nacional de Juntos por el Cambio que refleje la composición de los partidos en las Cámaras y recepte de manera reglada particularidades atendibles. Un espacio colectivo de esa naturaleza podría hacerse cargo de la generación concertada de un programa común y de la estrategia de ampliaciones y alianzas.
La democracia globalmente está siendo asediada desde muchos lugares con algunos señalamientos legítimos y otros oportunistas. Juntos por el Cambio no debe renunciar a su rol de defensa institucional, no solo desde la palabra sino desde la práctica política.
La pospandemia le dará enormes oportunidades a Argentina. Lo que hoy nos parece un horizonte inalcanzable se transformará en una meta razonable cuando nos pongamos en marcha de manera coordinada, sencillamente porque cambiará el humor social y nuestra señal de coherencia será una referencia. Si hay algo que la ciudadanía desea es que sus esfuerzos tengan un sentido. El programa da sentido, la organización da certeza.
La organización que necesitamos no es una máquina pesada del industrialismo fordista, sino una organización-red del siglo XXI, rápida, ágil, innovadora, abierta; pero comprometida con el cambio y ajena a toda tentación simplificadora o continuista. Simplemente porque nuestro acuerdo con los votantes debe basarse en la dificultad de la empresa que se asume y la irrevocable vocación de transformar de todos modos.
Un largo camino empieza por el primer paso: no menospreciemos el peso de la organización y, a partir de allí, la dinámica del cambio será imparable.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.