Hace unos días, un amigo recordaba que yo lo introduje en la vigilia que produce el concatenado sin sentido aparente de las columnas de contenidos que ofrece YouTube al costado de su pantalla principal. Él citaba las imágenes de Ronaldinho en una publicidad, en las que mostraba una destreza inusitada para golpear un travesaño a distancia, con la misma pelota, de volea, en el aire, sin tiempo. Esa disolución del talento en las nubosidades del fake, me contaba, le resultan la quintaescencia de la plataforma. El pasado puede ser lo próximo que hagamos con tan solo un click, un guión de publicistas puede convertirse en la trama de lo real: lo que acaba de transmitir una cadena caribeña será comentado en un inglés deforme desde Beirut.
Como en una cinta de Moebius ajada, ahora soy yo quien mece el puntero del mouse entre los fotogramas que ilustran las sugerencias. Me voy, me fui, a 2008. Ahí me espera una emisión de Televisión Registrada, el programa que en ese entonces conducían Gabriel Schultz y Sebastián Wainraich. Con ironía, comentan el videoclip que acaban de presentar, creado a partir de un puñado de intervenciones de periodistas, conductores y gerentes de otros canales que coinciden en algo muy puntual: tildarlos de oficialistas.
En el video que cito, Wainraich se desentiende del rótulo de oficialista con un gesto (poco después abandonó el ciclo por la incomodidad que le generaba el creciente tono K que adoptaban los contenidos): alza los brazos, sacude sus muñecas, prueba que no las sostiene ninguna cuerda al grito de “no tenemos piolines”, sugiere que no es el títere de nadie y sus detractores de ocasión no podrían defenderse así. Resulta asombroso, pero en esa lista aparecen Jorge Rial y los entonces gerentes artísticos de Telefé –en profundo modo menemista– Claudio Villarruel y Bernarda Llorente. Hoy basta con verlos de refilón para detectar a la tipología ultra K.
En esa lista aparecían Jorge Rial y los entonces gerentes artísticos de Telefé –en profundo modo menemista– Claudio Villarruel y Bernarda Llorente.
Telefónica era accionista mayoritario del canal empelotado, símbolos de la oleada privatizadora que tuvo lugar durante el gobierno de Carlos Menem (porque, claro, tanta algarabía reformista parece querer hacer olvidar que no fue necesario sancionar una nueva Ley de Medios para que los peronistas en modo noventoso dejaran en manos privadas a los canales estatales). Llorente, para poner en evidencia la elasticidad de las transformaciones justicialistas, era aludida en la canción del clip de TVR en el verso “en la emisora de la esposa de Taiana”. Eso no cambió, la presidenta de Télam sigue en pareja con el actual Ministro de Defensa.
Triángulo amoroso sofovicheano
Más allá de los detalles enumerados, también sorprende que los otros apuntados por el informe sean los integrantes de Caiga Quien Caiga. La imagen se detiene por unos segundos sobre el rostro de Mario Pergolini y la letra de La Canción de la Semana señala a CQC como house organ de Macri y del gobierno de Cristina. Claro, en aquellos días, el notero Gonzalito Martínez galanteaba con CFK en cada acto en el que la cruzaba, la llenaba de piropos y componía una complicidad en tono de comedia cinematográfica nacional con Néstor Kirchner: un potencial triángulo amoroso era reprimido por la mirada guardiana del ex presidente, pero un guiño, una media sonrisa, habilitaban a la franela sofovicheana: “Viste la nami que me como, ¿no?”.
Aquellos bananas que se las sabían todas, y que exponían a la dirigencia política como una retahíla de ignorantes, corruptos, estúpidos, ventajeros y mafiosos, se fueron licuando. Sus ataques sostenidos por elementos gráficos y sonoros –puñetazos, viñetas, onomatopeyas, música de fondo en la isla de edición– se volvieron la plastilina con la que construyeron el busto del hombre que supo enamorarlos de la política: se rindieron ante Néstor Kirchner. Tanto es así que cuando murió fue canonizado al aire por Gonzalito, Juan Di Natale y la conductora Ernestina Pais: “Con él se empezó a hablar de temas silenciados como la redistribución de la pobreza, las marchas sociales no se reprimieron más e hizo una apuesta por integrarse a Latinoamérica”. El discurso recuerda, por su mezcla de ternura y patetismo –¡ay, Juan, leyendo ese machete!–, a los actos de la escuela primaria. Faltó que pidieran ponerse de pie para cantar el himno. Ramplona etapa formativa.
Para adormecerlos, [Néstor Kirchner] se hizo cómplice de sus bromas, les mostró una cara tierna, se hizo el boludo en la mayoría de las entrevistas.
La furia de los wild boys, sin embargo, ya había sido contenida. Antes de partir, Néstor les aplicó un dardo como los que usaba el Dr. Tracy para sedar a los animales salvajes en Daktari. Una acción propia del aikido, arte marcial que tiene como objetivo reducir al oponente sin dañarlo y sin humillarlo. En otras palabras, usar la fuerza del adversario contra él mismo. Para adormecerlos, se hizo cómplice de sus bromas, les mostró una cara tierna, se hizo el boludo en la mayoría de las entrevistas; facetas similares a las que mostraron Hugo Chávez o Vladimir Putin en los medios antes de ejercer el poder. Por ejemplo, durante su campaña presidencial les prometió que si ganaba serían invitados al despacho; a su lado, una Cristina jovial, sin el rictus sobrador que le vemos desde hace años, sonreía como una amiga nueva y para siempre admirada.
No está claro que constituya un mérito, pero CQC puede jactarse de haber sido pionero en dejar en ridículo a sus entrevistados, en especial a los que se revolcaban en la arena política. Adjetivar al ciclo como revolucionario fue siempre exagerado, aunque es cierto que supo crear un cuerpo de movileros dispuestos a luchar contra la mala praxis política. Pergolini solía calificar a CQC como un programa de humor inteligente, con la intención de alejarlo de la chabacanería del que producía su némesis, Marcelo Tinelli. (Dato pintoresco: tiempo después, Caiga Quien Caiga pasó de Canal 13 a Telefé porque Pergolini no quería compartir la grilla de programación con Tinelli. ¿O era la torta publicitaria, Mario? ¡Qué tiempos aquellos en lo que Mario se creía muy distinto de Marcelo!) La lógica era más o menos parecida a la del cineasta Michael Moore, para quien las ideas se relacionan entre sí por mera yuxtaposición. De hecho, no es una locura comparar las tonteras cinematográficas y televisivas de Moore con muchas de las actuadas por los CQC que hoy se mudaron hacia el lábil conjunto de “periodistas serios”. Allí radicaban –¿quién lo hubiera imaginado?– los preceptos doctrinarios de los neodisciplinadores K.
El hijo del Dr. K. practicó una suerte de cata de pobrismo cuando armaba colectas en Perros de la calle para lavar sus culpas de nuevo rico.
El paladín de la renovación fue Gonzalito, al que se sumó Diego Iglesias. Desde hacía tiempo estaban adentro Daniel Tognetti y Andy Kusnetzoff. El hijo del Dr. K. (así se hace llamar Juan Carlos, el creador del Atlas digital de la sexualidad humana; los primeros baños de progresismo de Andrés son herencia paterna) practicó una suerte de cata de pobrismo cuando armaba colectas en Perros de la calle para lavar sus culpas de nuevo rico. “Con el tiempo aprendí que había que ponerse en el lugar del otro, cada uno con su rol”, decía. El nuevo Andy pergeñó una maravilla de síntesis, el argumento le sirve para jugar a la comprensión de algunos problemas socioeconómicos y legitima su sempiterna batalla por ocupar el puesto de liderazgo que Pergolini jamás querría ceder. Poco importa si con la maniobra esmerila su adoración por las jerarquías, la meritocracia y otras ideas que le factura al liberalismo.
“Vos desde Necochea, otro desde un barrio, yo desde la radio”, modulaba el estratega con marketinero mesianismo. La fe del credo que pregonan los pastores electrónicos está hervida en sopas TED (con una consonante tapa aquellas cursadas en TEA). En esas charlas dio lecciones que todavía no había aprendido: con la mía, nada; con la tuya, todo. La patinada del millonario es un gag con el que sueña la manada a la que alimenta con proteínas solidarias y él lo sabe bien, porque la vida TED saca, pero también TED da.
Los disciplinadores
Diego Iglesias se convirtió en uno de los grandes disciplinadores de la cuarentena dictada y violada por el presidente Fernández; llegó a coquetear con el lanzamiento de La Pedro Cahn, una corriente política que nació en una remera –en clave de humorada, con la risa nerviosa de quien aguanta todo sin pensar– e inspirada en la figura del infectólogo que más minutos de aire tuvo en los medios durante el primer tramo de la pandemia, para llevar el miedo a los hogares con más potencia que toda la cinematografía de Darío Argento.
Valga esta cita textual para introducir a un caso muy particular. “Desde que dejé CQC me alejé de los programas políticos y no quiero volver a hacer ese papel. Me gusta más ir por el lado del humor que por el de la acidez. Hoy ya no me siento cómodo hablando de política”. Estas palabras de Clemente Cancela intentaban morigerar un gesto elocuente: en 2016 aceptó un contrato en la TV Pública de gestión macrista para activar el programa Desordenados, despolitizado. Las esquirlas de la vanguardia postapocalíptica del CQC conducido por Roberto Pettinato y Diego Iglesias en 2013 empezaban a lacerar los santos pies de quienes huyeron a destiempo.
Suele decirse que el cine de animación puede hacer realidad a las fantasías más estrafalarias. Los límites no existen, cada una de las imágenes provenientes de la cabecita de un autor en llamas pueden trastocar el confín de lo verosímil. La película de Cancela está atravesada por el desborde de, pongamos, un Hayao Miyazaki. Desordenados duró cuatro meses en el aire y su programa en Radio Blue se levantó. El bueno de Clemente se arriesgó y armó Congo FM, un proyecto radial operado bajo la modalidad crowfounding.
Ahí se vio el retorno a la acción del joven lleno de entusiasmo que demostraba sus conocimientos de inglés con un cacareo para Anne Krueger en Washington.
Así renació la olvidada pasión del muchacho que rozó la política como pudo. Desde el espacio que se regaló en Congo llamó cínico a Macri porque dijo que los vecinos no pisarían más la mierda y el barro, después de que se pavimentara una calle. Ahí se vio el retorno a la acción del joven lleno de entusiasmo que demostraba sus conocimientos de inglés con un cacareo para Anne Krueger en Washington, mientras le regalaba un pote de vaselina para aludir a las relaciones carnales del FMI y la Argentina (el chiste ya atrasaba en la rutina de Tato Bores en la televisión de los ’80).
“Cancela cancela” también es una humorada vetusta. Sin embargo, describe bien: si parte de la ciudadanía goza de un bienestar promovido por un espacio vinculable a la derecha, en él prevalecerá la impugnación indignada porque quien lo pone en circulación lo anuncia como un boquipapa. Es el sujeto ideal para interpretar el consabido “no tenemos plata, ni trabajo, ¡pero por lo menos no gobierna la derecha!”.
Al mismo tiempo, desorienta un poco que se lo vea siempre tan preocupado por el éxito del otro. En una remake destemplada de Nicolás Repetto cuando se deslumbraba con famosos invitados a La noticia rebelde y les lanzaba “¿hiciste mucha tarasca?” –para Repetto el éxito era engrosar la cuenta bancaria–, Clemente se desvela con inquietudes del tipo “¿cuándo la pegaste? ¡Vos la pegaste de grande!”; para él también es hacerla, producir dinero. Tal vez le haya quedado ese mohín de tanto ver de cerca cómo sus empleadores y, peor, sus compañeros, se la llevaban mientras él era arrastrado por el Efecto Tequila que arrasó, justo, cuando pegó el primer laburo grande.
Durante la cuarentena, [Cancela] la gestapeó como todo progresista que se precie de tal cuando la puja entre humanismo o barbarie ya estaba instalada.
Durante la cuarentena, la gestapeó como todo progresista que se precie de tal cuando la puja entre humanismo o barbarie ya estaba instalada. Los bárbaros eran quienes se dignaban cuestionar el encierro (insisto, el presidente Fernández lo burló sin cuestionarlo). El clímax: Clemente tomó la lanza contra Kusnetzoff (no chicos, paren…) cuando fue a trabajar con coronavirus. “No dije nunca lo que pienso sobre Andy y menos ahora, porque ya pasó; pero que no nos quede que va a donar plasma. Lo que nos tiene que quedar es la irresponsabilidad de la gente”. La situación, en parte, puede explicar cómo funcionan los modos progresistas. Los actores y periodistas K, mientras alardean con que son abiertos y tolerantes, llevan al extremo la caricatura de quienes no piensan como ellos, ilegítimos para tratar determinados temas en los que no están directamente involucrados. Es decir, si no son del origen correcto, de la religión correcta, de la identidad correcta, del partido correcto.
Te hiciste militante de grande
Juan Di Natale también se convirtió frente a los ojos de todos. Así como protagonizó uno de los hitos de CQC al tocarle el culo al dirigente del Partido Socialista Argentino Norberto Laporta, hoy conduce el zombie de TVR (Sobredosis de TV, por C5N) y lleva adelante, en la ahora ultraoficialista Radio 10, un programa titulado Segunda dosis. ¿Te la pusieron, Juan? El caso Di Natale tiene aristas graciosas. Bautizado socarronamente en radio pasillo como JuanK Di Natale, luego del affaire de los Fernández tras las PASO escribió en su cuenta de Twitter: “Necesito que alguien me explique por qué todo esto tiene que resolverse en público y no en conversaciones y negociaciones privadas”. La respuesta, que desbordó a la comunidad progresista, la dio Alberto Samid: “No lo entenderías, porque te hiciste militante de grande”. Y al bueno de Juan no le quedó otra que volver a su esquina del ring mascullando corrección política, lejos del clinch que proponía el Rey de la Carne desde su prisión domiciliaria.
El no future que anunciaban las letras abulonadas de CQC a fuego lento se transformó en puro presente. ¿Cuánto pesa una convicción? ¿Había un mercado de ideas para la juventud y otro, paralelo, para formar una familia sin pasar sobresaltos económicos? ¿No era posible hacer las dos cosas con menos ironía y sarcasmo, con más honestidad intelectual? Revisar esa etapa de la televisión argentina habilita a pensar en la grieta ideológica en el contexto de los medios como si fuera un mapita que indica en dónde quedan los locales de cada marca en un shopping. Alinearse es cobrar guita; claro que es muy justo laburar y recibir un sueldo, lo que resulta difícil de justificar es el pago por la conversión en ladero K.
La mutación de Daniel Tognetti es paradigmática. Pasó de actuar como periodista inexperto a ser la expresión cabal del bananismo que rezumaba el programa.
La mutación de Daniel Tognetti es paradigmática. En las entrañas de CQC, pasó de actuar como periodista inexperto –acaso haya sido su mejor personaje– a ser la expresión cabal del bananismo que rezumaba el programa. Fue progresivo: el periodista que dudaba de todo frente a su entrevistado con una naturalidad tal que nadie se daba cuenta de que se trataba de una cargada devino en un gastador serial. A propósito, el modus operandi de Tognetti se asemejaba mucho al de las cámaras ocultas de Tinelli, el rival directo y blanco permanente de las críticas de Pergolini. Su esmero por diferenciarse fue en vano, quedó muy claro que había más coincidencias que otra cosa, fútbol incluido.
Cuando el cronista que aparentaba inexperiencia se bloqueaba y sus interlocutores más solidarios pretendían ayudarlo, la entrevista no se cortaba; de hecho, la nota que se emitía era el supuesto off del reportaje frustrado. ¿Cuáles son las diferencias con las fustigadas cámaras ocultas de Marcelo Tinelli y su épica de la cosificación con verdugueo?
La década del ’90 estuvo marcada por muchos temas –revolución productiva, uno a uno, privatizaciones–, que los medios difundieron hasta la legitimación. Fue la puesta en escena de la cosmovisión de los sectores dominantes de la sociedad, que hegemonizaron el espacio social. En ese contexto, la televisión erosionó la tradicional dimensión del discurso político y contribuyó al desarrollo de un nuevo tipo de destinatario múltiple. Las estrategias comerciales y de marketing puestas al servicio de un espectador en plan consumidor para que quiera –sienta que necesita, incluso– abarcarlo todo. Ese vértigo en la edición y las admoniciones cancheras no podían generar más que identificaciones de corto plazo.
El tiempo demostró que CQC no desnudaba a nuestra clase política argentina para modificar el escenario político. La puja era por un espacio preferencial en el status quo.
El tiempo demostró que Caiga Quien Caiga no desnudaba a nuestra clase política argentina para modificar el escenario político. La puja era por un espacio preferencial en el status quo. No creo que sobrevivan aquellas opiniones sobre el ciclo que lo tildaban de revolucionario porque “peleaban contra el poder establecido”; quedó evidenciado que el diseño de campañas corporativas para primeras marcas y volverse ricos con el uno a uno menemista no era una contingencia, era el verdadero proyecto de quienes trabajaban de objetores burlones.
Prevalecieron los chantajes, la mezquindad, la pedantería y cierta insensatez, hasta formar un frente de poder capaz de responder con artillería pesada a cualquier crítica. Es aventurado estimar que no habrá más cambios o renuncios en estos perfiles de comunicadores. La risa del cretino, el grito del cínico, la protesta burda, pueden ser las ropas de un nuevo santurrón que resigna toda forma de autenticidad. Parecen haber cruzado un portal sin retorno –los hemos visto burlarse con descaro de un senador o un ministro y, luego, rendirse a sus pies para financiar el combustible de su retórica–, pero quizás eso que cruzan sea el marco del vestidor en el que duermen los trajes negros y a por ellos van, con pelusitas imposibles de sacar, botamangas tropezadas, ojales agigantados y los bolsillos con un peso, un dólar.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.