Puede escuchar eso, señor Anderson? Es el sonido de lo inevitable”, le dice el agente Smith a Neo en una conocida escena de la película Matrix. Faltan tres semanas para las elecciones y está por verse si la estrategia basada en la platita y el despliegue del aparato territorial del Frente de Todos tendrá éxito en lograr revertir los resultados de las PASO en Buenos Aires, Chubut y La Pampa.
A nivel nacional, dada la mala performance del Gobierno en los distritos más poblados de la franja central del país, incluso en el escenario hoy improbable de un triunfo en la provincia de Buenos Aires, el Frente de Todos no será la fuerza más votada en el país. La eventual pérdida de la mayoría absoluta en el Senado, o de la condición de primera minoría en la Cámara Baja, sumadas al golpe más que simbólico de una derrota en Buenos Aires sólo ahondará su fragilidad política.
La elección pasará y entonces llegará el 15-N. Con el resultado electoral en la mano, el Gobierno, independientemente de la magnitud de la derrota, deberá encarar finalmente las tareas que desde el 10 de diciembre de 2019 ha venido postergando: presentar un plan económico y negociar un programa con el Fondo Monetario Internacional. Ello supondrá abandonar el esquema de política económica que alguna vez bauticé como election targeting, aplicado a lo largo de este año. Su expresión más reciente es el congelamiento de precios anunciado la semana pasada por el flamante secretario de Comercio, Roberto Feletti.
La negociación con el FMI no sólo deberá encararse en un contexto de debilidad política, sino que deberá realizarse contra reloj. El año que viene la Argentina afronta vencimientos con el organismo por casi 19.000 millones de dólares. Sólo durante el primer trimestre hay que pagar casi 4.000 millones. Hasta ahora se ha venido asumiendo que hay tiempo hasta marzo para lograr el acuerdo sin entrar en default con el FMI.
Probablemente eso explique la extemporánea convocatoria a un gran acuerdo que realizó esta semana Sergio Massa, fríamente recibida por la principal coalición opositora.
Pasado el 14 de noviembre, la política de fugar hacia adelante enfrentará costos crecientes. Algunos miembros del Frente de Todos parecen haber reparado en eso. Probablemente eso explique la extemporánea convocatoria a un gran acuerdo que realizó esta semana el presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa, fríamente recibida por la principal coalición opositora.
Más allá de lo inoportuno del timing, la propuesta de Massa tiene sentido. Quedan dos años de gestión por delante y el arreglo con el Fondo requiere de un amplio consenso político. No sólo por el requisito legal que se autoimpuso el Gobierno al promover la aprobación de la Ley de Fortalecimiento de la Sostenibilidad de la Deuda Pública, que estipula que cualquier arreglo con el FMI sea aprobado por el Congreso, sino también porque el Fondo buscará que el programa a negociar cuente con un amplio respaldo político. Especialmente si el Gobierno mantiene la pretensión de negociar un programa a diez años.
El contexto de fragilidad política y económica, que el gobierno atribuye a la herencia y a la pandemia pero que tiene como partícipe necesario al particular experimento político diseñado por Cristina Fernández de Kirchner, supone un desafío para Juntos por el Cambio, que puede resumirse en un interrogante bastante sencillo: ¿qué hacer?
Dos niveles
Hace algo más de 30 años, el politólogo Robert Putnam escribió un ya clásico artículo titulado: “Diplomacia y la lógica del juego de dos niveles”. Allí Putnam sostiene que cualquier negociación internacional puede pensarse como un juego de dos niveles. En una primera mesa (Nivel 1) negocian los jefes de Estado los términos de un acuerdo internacional, mientras que en una segunda mesa (Nivel 2) cada jefe de Estado debe lograr el respaldo a nivel interno para que los compromisos asumidos internacionalmente sean cumplibles. Del esquema propuesto por Putnam se desprende que una negociación exitosa requiere que haya algún tipo de intersección entre las preferencias de los mandantes de los negociadores.
Pensando en el programa con el Fondo, el Gobierno debe acordar con el staff técnico un arreglo que logre a la vez el respaldo del Congreso (uno de los tantos actores relevantes del Nivel 2 para la Argentina) y el apoyo del Directorio del Fondo; básicamente, de sus principales accionistas (el Nivel 2 del organismo).
Desde el punto de vista de la negociación, la debilidad interna de Fernández no es necesariamente negativa. Quien no cuenta con suficiente respaldo interno no puede asumir compromisos ambiciosos a nivel internacional, lo cual lo lleva a una posición de dureza negociadora. Pero a la vez, la debilidad política extrema plantea incertidumbres en la contraparte (en este caso el FMI) sobre la capacidad de cumplimiento del Gobierno. “¿Tiene sentido firmar un acuerdo con alguien que no puede mínimamente garantizar su cumplimiento?”, podría razonar el staff del Fondo.
La magnitud de la deuda argentina con el organismo, la paciencia estratégica de los grandes accionistas del Fondo –especialmente Estados Unidos– y el daño en términos de imagen para el Fondo por “dejar caer a la Argentina una vez más” probablemente ayuden a la posición negociadora argentina. Pero previo a ello, el Gobierno debe primero ayudarse a sí mismo, una tarea a la que le ha venido escapando desde hace tiempo. Y aún resta ver cómo procesa el resultado electoral del 14 de noviembre. Si el mismo es una mera réplica de la foto del 12 de septiembre, probablemente haya más motivos de incertidumbre y más dificultades para negociar un arreglo contrarreloj.
El consenso y sus desafíos
El momento crítico por el que atraviesa el país lógicamente lleva a que abunden las voces que públicamente reclaman acuerdos, consensos, bajar los niveles de confrontación y “terminar con la grieta”. Ciertamente, como señaló Abraham Lincoln citando el Evangelio hace algo más de 150 años, “una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse en pie”.
Un conjunto de acuerdos mínimos entre el Gobierno y la principal fuerza de oposición serán necesarios no ya para resolver los problemas estructurales del país, sino para evitar su agravamiento durante los próximos dos años. Pero incluso admitiendo la necesidad del consenso, el mismo plantea una serie de interrogantes de difícil respuesta.
Una primera pregunta es quién convoca al consenso y en nombre de quién, lo cual remite a la obvia cuestión acerca de quién manda dentro del Frente de Todos. Todo ello está condicionado por el resultado electoral. La mirada convencional es que, incluso perdiendo, el Gobierno logrará amortiguar el cataclismo electoral de las PASO gracias a un aumento de la participación. La cuestión aquí es quién dentro del Gobierno se atribuye el mérito de la “remontada”. Pero bajo un escenario alternativo en el que el resultado es igual o peor al de las PASO, ¿quién en el Frente de Todos tendrá la autoridad para convocar al consenso? ¿Con qué respaldo? ¿Con qué capacidad de alinear a los propios? Para conocer la respuesta a estas preguntas habrá que esperar a la elección e incluso después tal vez sea necesario un tiempo hasta tener certezas sobre estas cuestiones. Posiblemente el FMI también se plantee estos mismos interrogantes.
Pero este no es el único obstáculo para el nuevo gran acuerdo de todos los argentinos. Supongamos que un mal resultado electoral lleva a una fractura del oficialismo en la que el Presidente y los líderes territoriales se despegan de la vicepresidenta y procuran asegurar la gobernabilidad de los próximos dos años avanzando hacia un arreglo con el FMI bajo el paraguas de un acuerdo con Juntos por el Cambio. Desde la mirada de la oposición no parece buen negocio. El kirchnerismo se preservaría en estado de pureza arguyendo que no ha abandonado sus ideales en las puertas de Balcarce 50, y podría acusar a Fernández de traicionar el mandato surgido de las urnas en 2019.
Si las experiencias de otros países de la región sirven como ejemplo, en 2017 Lenin Moreno ganó las elecciones presidenciales de Ecuador como candidato correísta. Correa nominó a un vicepresidente que debería hacer las veces de comisario político. Moreno rápidamente se deshizo de su comisario político y traicionó a Correa. Se movió hacia el centro y, urgido por una acuciante situación económica, debió ir al FMI. Los socialcristianos y CREO, el partido del actual presidente Guillermo Lasso, apoyaron algunas decisiones de Moreno. Al hacerlo, compartieron cargas y costos. A pesar de su alianza electoral con los socialcristianos (hoy disuelta), Guillermo Lasso obtuvo en la primera vuelta presidencial del 7 de febrero de este año 10 puntos menos que cuatro años atrás.
Supongamos que el FdT logra mantenerse cohesionado y busca el consenso con la oposición. ¿Consenso en torno a qué? ¿Cuál sería el objetivo de los 5, 8, 10 o 13 puntos de consenso?
Pero supongamos que el Frente de Todos logra mantenerse cohesionado y con una visión clara acerca del rumbo que pretende para los dos años del actual mandato presidencial, y en base a ello, dada la crítica de situación de la Argentina, hace un llamamiento al diálogo y busca el consenso con la oposición. ¿Consenso en torno a qué? ¿Cuál sería el objetivo de los 5, 8, 10 o 13 puntos de consenso entre oficialismo y oposición? ¿Resolver los problemas estructurales del país o más bien resolver los problemas del Frente de Todos?
Hace medio siglo, en circunstancias políticas muy diferentes a las de hoy, el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse lanzó el Gran Acuerdo Nacional convocando a todas las fuerzas políticas. El objetivo era conducir una salida ordenada del régimen autoritario que pomposamente se había autodenominado Revolución Argentina. Las palabras de Juan Domingo Perón sobre el GAN son conocidas: “El GAN, que sólo estuvo en la imaginación, tenía un solo objetivo: provocar unas elecciones para entregar el gobierno y salvar el prestigio y el honor de las Fuerzas Armadas. Claro, lógicamente tenía que fracasar, porque el objetivo era tan pequeño. Porque el verdadero objetivo, lo que hay que salvar, es a la República Argentina, no a sus Fuerzas Armadas”.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. “Ya no hay morsas ni tortugas”, como cantó Serú Girán. Tampoco “brujos”. Pero, apelando a la sabiduría del general Perón, bien podría uno preguntarse si el objetivo del llamamiento massista al consenso es salvar al Gobierno o resolver los problemas que desde hace tiempo atraviesa la Argentina. Si el objetivo es pequeño, el consenso sólo habrá de fracasar.
Tit-for-tat
Los dilemas van más allá de los objetivos que eventualmente tenga el GAN 2.0 o la tan anhelada versión criolla del Pacto de la Moncloa, el sueño húmedo de la dirigencia argentina de más de 50 años. Suponiendo que hay un grado razonable de acuerdo sobre objetivos e instrumentos, resta por definir cómo se distribuyen los costos asociados a la estabilización que urgentemente requiere la economía argentina. Y aquí nuevamente cabe “volver a Perón” y a su conocida respuesta al desafío a debatir lanzado por Francisco Manrique: “Un amigo mío una vez me propuso un negocio de vender sándwiches de vaca y de pollo. Cuando le pregunté cómo era eso, me contestó: un pollo, una vaca; vos ponés la vaca”.
Pocas dudas hay de que el rol de una oposición constructiva, aparte de su tarea fundamental que es ejercer desde el Congreso la función de control sobre el Ejecutivo, es ser parte de la solución antes que del problema. En principio, Juntos por el Cambio debe cooperar con el Gobierno en la refinanciación de los pagos al FMI. Ello supone previamente aprobar el presupuesto para el año que viene. Y, a priori, la principal fuerza opositora debe ser constructiva antes que recalcitrante. Pero no a cualquier precio. Si el Gobierno propone sanear las cuentas públicas –un objetivo deseable– pero sobre la base de un aumento de la carga tributaria que descanse fundamentalmente sobre la base de votantes de Juntos por el Cambio, ¿qué debería hacer la principal coalición opositora? ¿Acaso inmolarse en el altar del consenso a costa de perder a sus votantes?
Finalmente, la cuestión de la confianza. Un arreglo de largo plazo con el FMI, pieza fundamental de cualquier consenso que alcancen Gobierno y oposición, es en principio un beneficio del que gozará quien asuma la presidencia en 2023, dado el alivio financiero que supone. Esa es la zanahoria para Juntos por el Cambio, dada la expectativa de que alguno de sus líderes suceda a Fernández. Pero como ilustra el dilema del prisionero, la cooperación es dificultosa incluso en situaciones en las que resulta en un beneficio mutuo para las partes. El temor a que la contraparte no honre sus promesas lleva a un escenario de no cooperación independientemente de los beneficios que pueda generar. Sin embargo, cuando el juego del prisionero se juega más de una vez y el costo de ser engañado en el primer turno es bajo, existen incentivos para cooperar (confiar) más allá del comportamiento de la otra parte. Es lo que el politólogo Robert Axelrod denominó tit-for-tat en su libro La evolución de la cooperación. Pero como el mismo Axelrod muestra, así como el tit-for-tat puede llevar a un círculo virtuoso de cooperación, también puede resultar en una espiral no cooperativa, si en el primer turno una parte confía y resulta engañada, lo cual llevará a que tome revancha en el siguiente encuentro.
El Presidente, que es quien pasadas las elecciones tendrá a su cargo la tarea de convocar a un acuerdo (suponiendo que esa sea su intención), es un jugador no confiable.
¿A qué va todo esto? A que el Presidente, que es quien pasadas las elecciones tendrá a su cargo la tarea de convocar a un acuerdo (suponiendo que esa sea su intención), es un jugador no confiable. La eventual convocatoria a una mesa de diálogo no será el primer turno en el juego del prisionero del que participan el Gobierno y la oposición. En instancias previas, Juntos por el Cambio fue cooperativo y el resultado fue la defección presidencial. Como. por ejemplo. durante las protestas de la Policía de la provincia de Buenos Aires en septiembre de 2020. Los intendentes de Juntos por el Cambio concurrieron a un acto de apoyo a la institucionalidad en la residencia de Olivos durante el cual el presidente Alberto Fernández anunció la quita de recursos a la Ciudad de Buenos Aires.
Llegará el 15-N y tal vez para entonces tengamos una mayor claridad sobre cuál será el balance de fuerzas dentro del Frente de Todos y cuál será el rumbo que buscará Alberto Fernández en los dos años finales de su mandato. ¿Qué debería hacer la oposición? Dado que es altamente improbable que en la semana inmediatamente posterior a las elecciones haya certeza sobre estas cuestiones, tal vez haya que “desensillar hasta que aclare”.
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