Mi padre solía decir que en este país
la historia argentina había reemplazado al catecismo,
de modo que se esperaba adoración por todo lo que fuera argentino.
Por ejemplo, se nos enseñaba historia argentina
antes de permitirnos el conocimiento de los muchos países
y los muchos siglos que intervinieron en su formación.
–Autobiografía, Jorge Luis Borges, 1970
No es el idealismo individual lo que está en la base del resentimiento,
sino el idealismo colectivo, derivado de una utopía social delirante
o de la creencia irrestricta en el destino grandioso de una nación
(o de una religión, para incluir en el análisis del resentimiento
a los fundamentalismos religiosos todavía actuantes).
En otras palabras, detrás del resentimiento se sitúa siempre
una memoria colectiva de hechos, valores y sufrimientos,
que es impuesta a los individuos como verdad.
–”Sobre el resentimiento (y los argentinos)”, Héctor Ricardo Leis, 2002
En la última semana y de improviso, el Gobierno decretó que en nombre de la pandemia la cantidad de argentinos que podrán salir o entrar al país estará limitada a 600 personas por día. En el caso de los que entran, no importará que hayan partido sin estas condiciones vigentes. Esto tiene consecuencias inmediatas: aún con las limitaciones previas, se calcula que hay unas 50.000 personas en el exterior con regreso al país ya confirmado que automáticamente quedan varadas y a la espera de que se les conceda la gracia de poder regresar a sus casas. Al limitarse la cantidad de personas, automáticamente se limita la cantidad de vuelos, por lo cual todo el intercambio comercial por vía aérea (que suele ser el más urgente) queda también relegado. Esto significa un grado aún mayor de estrangulamiento en el aislamiento creciente que viene padeciendo la Argentina.
En medio de esta situación florecen las provocaciones del Gobierno, como la de la titular de Migraciones, Florencia Carignano, diciendo que “el hecho de encontrarse afuera del país no significa estar varado”, y previsiblemente los militantes salen a burlarse de las personas que viajaron, especialmente si fueron a Miami. El discurso en general gira en torno a “¿Se quejan de Argentina? Bueno, prueben a vivir afuera ya que tanto les gusta”, omitiendo que esa prueba es compulsiva, de sorpresa y con salarios argentinos que en el último año y medio cayeron a la tercera parte en términos de intercambio internacional. El mito del emigrado que se va al exterior a lavar copas termina en un destierro de hecho, castigo por haber viajado a tierras enemigas.
La expresión de la apertura al mundo que son los viajes al exterior remitiría de ahí en más a la cadena sintagmática: viajes – chetos – Miami – plata dulce – Dictadura.
Por desgracia, la dictadura militar que se conoce como El Proceso y duró desde 1976 hasta 1983 y fue el régimen militar más criminal y sangriento que haya conocido este país (que tuvo muchos gobiernos militares) fue también el régimen que abrazó la ideología de la apertura al mundo e incentivó los viajes al exterior. A partir de ese momento, cualquier tipo de apertura sería asociado por gran parte de la ciudadanía como una adhesión lisa y llana a la dictadura militar. La expresión más inmediata de la apertura al mundo que son los viajes al exterior remitiría de ahí en más a toda una cadena sintagmática: viajes – chetos – Miami – plata dulce – Dictadura.
El revisionismo kirchnerista se construyó a lo largo de 18 años sobre la premisa fundamental de que la dictadura fue cívico-militar. Así, los únicos inocentes indiscutibles en ese período de la historia serían los militantes en contra de la dictadura, sobrevivientes o no. Esto supone una instancia superadora de la historia previa de 20 años de democracia, en la que más allá de las contradicciones entre Conadep, Juicios a las Juntas, Obediencia Debida y Punto Final por un lado e Indultos por el otro, el factor común era el reconocimiento de los actores involucrados en el conflicto. Este nuevo mito fundacional ubica a la sociedad eternamente en una situación previa, de umbral, “a punto de cometer” Dictadura.
Entonces esta sociedad que está siempre a punto de cometer Dictadura se pone en la mira ante cualquier hecho que remita a la apertura al mundo. Que, se sabe, es la Dictadura. Esta concepción novedosa encaja sin fisuras en la tradición del peronismo como un nacionalismo cerrado y volcado sobre sí mismo que descansa en un líder que elabora secretamente un “Proyecto de País”. Nadie sabe en qué consiste el Proyecto de País, sólo que está garantizado por el líder (o lideresa) sosteniendo el poder a toda costa. Y en quien se debe confiar ciegamente.
La imaginería latinoamericanista
El kirchnerismo se instauró formalmente en 2003, pero hubo protokirchnerismos encarnados en las numerosas facciones progre de la Argentina en democracia, quizá desde el mismísimo 10 de diciembre de 1983 en que la multitud le coreaba al Alfonsín que hablaba desde el balcón del Cabildo “el pueblo unido jamás será vencido”, con todas las reminiscencias de “Ein Volk ein Reich ein Führer” que tiene ese estribillo acuñado por los chicos de Quilapayún.
“Para defendernos del Imperialismo, que hoy puso su garra en Granada, no habrá tampoco distinciones políticas entre los argentinos” decía el mismísimo Alfonsín en su cierre de campaña en octubre de 1983, apenas dos minutos antes de empezar a recitar el preámbulo de la Constitución. Se refería a la operación norteamericana Urgent Fury que había ocurrido el día anterior para deponer a un tiranito aliado de Cuba y la URSS. Claramente planteaba un “nosotros” (los argentinos, sin distinción) defendiéndonos de ellos (los yanquis). Y vaya si garpaba ser antiyanqui para meter esto en un cierre de campaña (¡y ganar!).
Toda esa imaginería latinoamericanista que despuntaba en canciones urgentes para Nicaragua y criticaba a la chica plástica de esas que veo por ahí, estaba incluso avalada por los Clash que habían hecho Sandinista! y de alguna manera hasta parecía cool. Las venas abiertas de América Latina era la fuente de todo lo que había que saber de la historia, que era que primero los españoles, luego los ingleses y por último los yanquis habían asolado nuestro territorio (y todos los otros territorios al sur del Río Bravo) para llevarse nuestras riquezas y dejarnos sin nada. A nosotros, que siempre estuvimos ahí y fuimos lo mismo y los mismos que somos hoy.
Esas canciones y textos comprometidos que servían para marcar la cancha de lo serio y denunciar la banalidad del confort se convirtieron en un código común.
Esas canciones y textos comprometidos, de denuncia del sometimiento, que servían para marcar la cancha de lo serio y denunciar la banalidad del confort se convirtieron en un código común, un guiño de la intelectualidad latinoamericana patriota y progre. Tanto como el idioma castellano, la motivación de conseguir la green card y el ansia de progresar para los inmigrantes en Miami. Dos mundos de hispanidad completamente escindidos.
Pero sin tanto extremismo latinoamericanista o filo revolucionario, hubo en los ’80 una educación de la sociedad en cierto tipo de progresismo costumbrista representado por los unitarios teatrales de la televisión al estilo de Situación límite. Y Nelly Fernández Tiscornia supo forjar toda una serie de clichés cuya máxima expresión es Made in Lanús / Made in Argentina. No es caprichoso el cambio de título de la obra de teatro a la película: el universalismo planteado como una extensión de lo conurbano a todo el país. La Argentina es Lanús. Lo que rige es la solidaridad del vecindario cuando se te incendia el taller porque acá sos el Negro. ¿Y allá qué vas a ser?
Es un valor preferible ser pobre y solidario que no ser pobre. Si dejáramos de ser pobres ¿dejaríamos de ser solidarios? Preferible detestar o por lo menos desconfiar de la no pobreza a enfrentarse a las consecuencias de dejar de ser pobres. En esta obra están todos los clichés, desde el dulce de leche a lo que es la buena carne o el corregir a la gringa que dice que Buenos Aires queda en Brasil respondiéndole que no se equivoque, que nosotros ¡bailamos el tango! Pero sobre todo a una confusión de la identidad personal (“quién soy”) con la identidad nacional (“yo sólo puedo ser yo acá”). Nosotros somos como se es acá: pobre pero bueno.
Y por otro lado, están todos los clichés respecto de “cómo son los yanquis”. Y los yanquis son forzosamente superficiales, frívolos, no valoran nada porque lo que se rompe lo tiran en lugar de arreglarlo, apretan botones en lugar de hacer las cosas a mano y sus hijos son todos drogadictos que se curan sólo en los centros de rehabilitación donde reciben un poco de humanidad, que viene de la mano del terapeuta personaje de Luis Brandoni.
Ese mundo que ya era una maqueta hace 35 años, donde Yoly y el Negro eran dueños del taller y la casa y pagaban el viaje de egresados de la hija en cuotas “porque no me alcanza para pagar todo junto” pero iban a verla progresar y tener un título, hoy es la maqueta de la maqueta. Difícil en esta época que el Negro y la Yoly vean a su hija progresar, las cosas son cada vez más difíciles de arreglar cuando se rompen y el problema de los hijos drogadictos ya no es sólo de los yanquis. Porque a esos estereotipos que ya eran caducos hace 35 años se les cayó encima el cambio monstruoso que experimentó la humanidad sobre el final del milenio.
No vamos a hacer la revolución por ahora
El fin de la Guerra Fría supuso un repliegue para este progresismo nacional panlatinoamericanista, en medio de un desconcierto enorme. La apertura era un aluvión que no se podía detener y era mejor surfear. Y la expresión más acabada de esta contradicción era el Página/12 de los ’90. Los guiños, los chistes de Rudy y Paz y de Rep, los juegos de palabras cancheros en las tapas y una guerrilla retórica permanente en contra de una nueva entelequia aglutinadora y convocante llamada neoliberalismo. Una batalla bufa, una especie de parodia como lo había sido El superagente 86 en la niñez para la generación que se hizo adulta con el Página, batalla que se sabía perdida de antemano pero que había que atravesar para ganar tiempo mientras se guardaba y se cultivaba en secreto la Torá de la lucha de clases y la insurgencia pensando cómo resolver el nuevo dilema de la madurez, que ya no era “Patria o Muerte” sino “Laburo o Tongo”. Y que en ese mundo ahora global, la tierra prometida era encontrar la ONG que nos albergara. Como decía en 1992 una profesora de Antropología Estructural en Filo: “Nosotros no vamos a hacer la revolución, por ahora”.
Los chistes de Rudy y Paz y de Rep, los juegos de palabras cancheros y una guerrilla retórica permanente en contra de una nueva entelequia aglutinadora llamada neoliberalismo.
El mundo nos pasaba por encima y de alguna manera había que dar cuenta de lo que pasaba en el mundo, porque lo contrario era quedar out. Y esa parte de reconocer que en definitiva la Identidad Nacional no daba para más, quedaba relegada a un lugar chiquito, disimulado y semanal: el Radar. Que era la ilusión de que se podían conciliar ambos mundos. Nadie aclararía jamás cómo se resolvía la contradicción de la peste neoliberal en el cuerpo principal del diario con la caja de 42 cds de Miles Davis que le regalaban a Diego Fischerman para que hiciera la reseña en el Radar y todo seguiría en su curso normal hasta el final del milenio. El resto, ese renacimiento del Golem del resentimiento nacional a partir de la nueva debacle que significó el 2001 argentino en concomitancia con el 9/11 y una nueva disyuntiva de apertura o repliegue, es historia conocida y ya bastante fresca.
Toda esa concepción de “nosotros, los argentinos” como la nación potencialmente poderosísima a la que los otros poderosos quieren someter y arruinar viene de larga data y tiene incluso sus mini Protocolos de los sabios de Sion en mitos como este de Churchill en Yalta hablando de someter y humillar a la Argentina, que hasta Chequeado tuvo que desmentir.
En los últimos años fue creciendo un cuestionamiento a ese sentido común del ser nacional que tiene arraigo en la sociedad desde que en épocas de la Segunda Guerra Mundial triunfó en la Argentina la facción militar gobernante que devino en el GOU y luego en el Peronismo. Y que decidió que en ese conflicto, en lugar de aliarse con los Aliados había que aliarse con los Nazis. Se puede cortar la cadena en ese punto diciendo que el peronismo es responsable de este primero estancamiento y luego retroceso y ciertamente lo es, porque fue la organización política que tramitó en la Argentina los momentos clave en la segunda mitad del siglo XX. Pero está claro que el peronismo tiene arraigo en un sentido común que se impuso desde mucho antes, que flashea destino de grandeza y pueblo elegido, conspiranoia de un mundo que presuntamente está pendiente de la Argentina para perjudicarla y finalmente la ilusión eterna de ese vivir con lo nuestro cada vez más patético, de producciones chingadas que solo sobreviven a fuerza de tongo.
Es una época en la que una nueva desgracia afecta a todo el mundo dándole la oportunidad de reinventarse y avanzar en un nuevo salto de integración global, mientras que el ser nacional ahora encarnado en el neokirchnerismo de poder ejecutivo testaferro vuelve a aprovechar esa oportunidad para acelerar con más fuerza el salto al abismo autoritario. Y aislar por todos los medios posibles a la ciudadanía no militante, que si pretende resistirse y moverse con libertad será parte retroactiva de la Dictadura eterna, que siempre está a punto de acontecer.
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