Hace unos 15 años viajé por primera y única vez a Polonia. Para mí era un viaje especial, porque en ese país había nacido mi abuelo materno, al que quise tanto. A todos los polacos que iba conociendo les decía que mi abuelo había sido polaco. Lo decía con orgullo pero sobre todo buscando complicidad. Después aclaraba: “polaco judío”. Y ahí venía la incomodidad. Miraban al piso, tartamudeaban y cambiaban de tema. Pronto descubrí que una parte grande de Polonia (o al menos de Varsovia, que era donde yo estaba) seguía siendo profundamente antisemita. A través de sus monumentos, la ciudad proponía una memoria intensa de la resistencia del pueblo polaco frente a la invasión nazi de 1939, pero silenciaba, casi hasta el negacionismo, el hecho de que más de tres millones de judíos, el 10% de la población polaca, era judía cuando se inició la Segunda Guerra Mundial. Y que muy pocos sobrevivieron luego de la ocupación nazi.
Mi mujer tenía una amiga argentina viviendo en Varsovia con su novio polaco. A través de ella recibimos la invitación para alojarnos en su casa. El novio polaco era inteligente y amable y hablaba un muy correcto español. Era periodista, comprometido con causas progresistas; un clásico intelectual de izquierda. Me confirmó que los judíos no eran bien vistos en Polonia. De hecho, estaba desarrollando una investigación académica acerca de la historia del antisemitismo en su país. Por suerte, dentro de su casa, podía hablar de mis antepasados judíos sin hacer sentir incómodo a nadie. Para agradecer su hospitalidad decidimos hacerle un regalo. En una librería del centro de Varsovia encontramos una traducción polaca de una selección de cuentos de Borges. Al abrir el paquete, el amigo polaco dijo: “¡Ah, Borges, ese fascista!”.
No muchos saben que Borges fue uno de los primeros intelectuales argentinos en denunciar la barbarie nazi.
Fue imposible hacerle entender que Borges no era un fascista, sino precisamente alguien que había combatido siempre al fascismo. No muchos saben que Borges fue uno de los primeros intelectuales argentinos en denunciar la barbarie nazi, antes incluso de que se conociera la existencia de los campos de concentración. Son frecuentes las referencias críticas al nazismo y al antisemitismo en los textos de Borges ya desde 1933 e incluso en sus intervenciones públicas. Borges era, en esos años, lo que hoy llamaríamos un militante antinazi. Firmaba manifiestos, escribía artículos periodísticos, organizaba encuentros de escritores. Ahora eso nos puede parecer ser una posición cómoda y esperable, pero la realidad es que en esa época una parte importante del mundo intelectual argentino se definía como germanófilo (eufemismo por “nazi”) o elegía la neutralidad cobarde. Sin embargo, desconociendo todo eso, nuestro amigo polaco ya había decidido que Borges era un fascista, algo que seguramente había aprendido en algún tramo de su formación intelectual en la izquierda marxista.
En la Argentina sobrevive el mismo prejuicio. Aun cuando se elogia su lugar como mayor escritor argentino de la historia, son muchos los que se ven obligados a decir que efectivamente lo fue, “a pesar de su ideología”. Es un lugar común insistir con la idea de que Borges era un fascista, o al menos un reaccionario. Yo creo que ni siquiera era un conservador, más allá de su afiliación a ese partido. Algunos otros tratan de zanjar el problema, sosteniendo la postura de que no habría que prestarles atención a las ideas políticas de Borges, porque lo que importa es su obra literaria. Sugieren que Borges de política no entendía nada, que sólo se vio forzado a intervenir con sus opiniones por las numerosas entrevistas que tuvo que dar, sobre todo en los últimos años de su vida.
La propia obra de Borges desmiente esta idea. Su ideología política se manifiesta también en sus cuentos, ensayos y poemas. Nunca quiso esconder su mirada sobre el mundo. A partir de la lectura de Borges, la emoción estética no entra en contradicción con el placer ante la formulación de ideas. La concepción de Borges como un escritor encerrado en una torre de marfil, separado del mundo real, no sólo es falsa sino que busca minimizarlo. Borges fue un escritor de su tiempo, aun cuando sus historias transcurrieran en épocas y espacios exóticos o remotos.
Su obra también fue política
Borges fue un perfecto cultor del aforismo. En sus poemas y sus cuentos, y no sólo en sus ensayos, se cuelan esas frases agudas, filosas, que no quieren disimular una intención de alguna manera pedagógica, aunque se aprovechen de la paradoja y la precisión del lenguaje. Borges siempre quiso que se note lo que él pensaba, lo que él creía, sus preferencias. Nunca disimuló su preocupación por la ética, incluso como un factor literario. Y la ética no es otra cosa que el estudio del Bien y el Mal y cómo estos se relacionan con el comportamiento humano en una comunidad. ¿Acaso la política es otra cosa? Además, sus textos están atravesados por una mirada sobre el mundo que no se contradice con sus opiniones públicas. No se pueden separar las ideas del autor de las ideas de su obra literaria. Es una falacia pretender que Borges era un reaccionario, pero que sus cuentos y poemas no lo son. En todo caso, podemos aceptar que no hace falta coincidir con las ideas de un escritor para admirarlo, pero no negar que su visión del mundo va a estar implicada en su obra.
Por otro lado, aun si sostuviéramos que lo esencial de Borges y sus temas más frecuentes no están relacionado con la política, ¿por qué negarle importancia a las opiniones que fue emitiendo en tantas entrevistas, sobre todo en los últimos años de su vida? ¿Por qué Borges no le negaba una entrevista a casi nadie? Yo creo que es verosímil la idea de que sospechaba que ese lugar de entrevistado podía ser también una forma de intervención literaria. No creo que haya sido la vanidad ni la necesidad de autopromoción lo que lo llevó a convertirse en una suerte de estrella televisiva y preferido de las revistas populares. Hubo muchos Borges (el poeta, el narrador, el pensador, el crítico, el humorista), pero todos son parte del mismo. El Borges entrevistado era una parte más dentro de esa multiplicidad.
Salvo algunos deslices eventuales, lo que Borges fue diciendo de la Argentina y del contexto mundial a lo largo de su vida fue siempre interesante, muchas veces disruptivo y generalmente adelantado a su época. Podemos decir de Borges lo mismo que él dijo de Oscar Wilde: “Leyendo y releyendo, a lo largo de los años, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que casi siempre, tiene razón”. Como ya dije, presintió el horror nazi cuando no muchos se animaban a verlo; apoyo la creación del Estado de Israel y la lucha del pueblo judío; no compró las mentiras del estalinismo ni las de la dictadura de Castro en Cuba (como sí lo hicieron tantos otros intelectuales del mundo); tuvo un apoyo inicial a la dictadura militar del ’76, pero no tardó casi nada en ser crítico; fue de los pocos que estuvo en contra de la organización del Mundial ’78 y la invasión a Malvinas en 1982; estuvo a favor de la legalización del divorcio antes de que se promulgara e incluso dio a entender que el aborto debía ser algo permitido; imaginó un mundo ideal sin gobiernos; se rebeló ante toda forma de nacionalismo, en el que veía la causa fundamental de los males del mundo.
Otros escritores se han juntado con dictadores, pero como se trataba de dictadores de izquierda, el progresismo latinoamericano convirtió eso en un signo de compromiso.
Se le reprocha su elogio a Pinochet y haber participado en un encuentro con él en 1976 en una visita a Chile, pero sobre todo, al menos en la Argentina, su mayor pecado parece haber sido el de ser antiperonista. Respecto a lo de Pinochet, es evidente que fue un error, pero también es cierto que le trajo más perjuicios que beneficios. Está probado que una de las razones principales para no haber ganado el Nobel ese año fue ese encuentro. Por otra parte, se lo acusa de haber participado de una reunión con el dictador, pero la realidad es que Borges fue invitado por una Universidad. Una vez en Chile recibió la invitación del presidente, la que decidió aceptar. Otros escritores no sólo se han juntado muchas veces con dictadores sino que han sido sus amigos, lo que mostraron con orgullo y de lo que nunca se arrepintieron. Pero como se trataba de dictadores de izquierda, el mundo cultural progresista latinoamericano no sólo los perdonó sino que convirtió eso en un signo de compromiso. Posiblemente, a algunos de ellos los ayudó a ser beneficiados por el mismo Nobel que se le negó a Borges. Respecto a su antiperonismo, es evidente que su posición se debía a los rasgos más negativos de Perón y no a sus virtudes. Borges no podía aceptar del peronismo sus rasgos autoritarios, la vocación de poder totalizadora, el culto al nacionalismo, la exageración del Estado y el personalismo encarnado en su líder. En eso tampoco estaba equivocado.
Podría ser la posición más cómoda dejar en el olvido las posiciones políticas de Borges. Está claro que cuando pase el tiempo será mucho más trascendente haber escrito El sur que haber firmado un manifiesto contra Hitler. Y estará bien que así sea. Sin embargo, no está mal recordar también a un hombre que fue valiente y comprometido con sus ideas, que supo pensar más allá de lo que se suponía que estaba bien en cada momento, que casi nunca fue cómplice de los poderosos, que resignó premios por no responder a lo que se esperaba de un intelectual latinoamericano. En vez de esconder sus ideas políticas o disimularlas desde una innecesaria posición vergonzosa, ya podemos aceptar a Borges en su totalidad, en los distintos aspectos que lo configuran como el más grande argentino de todos los tiempos.
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