Marcelo Tinelli tiene ahora los pómulos de Chirolita, como dos musculitos, dos medias pelotas de ping pong que brillan bajo cincuenta mil lumens en un estudio de televisión, gritón, musical y repetido. De la vejez imparable, la pérdida de colágeno es la que te informa que ya no sos una meseta, se cuelga la piel: triste, si se está muy apegado a lo icónico publicitario; si no, real, como la noche. Mi amigo médico, el doctor Patricio Nayar, dice siempre: envejecer es un arte, y refiere a la artesanía de los cuidados, al noviazgo con lo inevitable. Un dramón caminar a la extinción, y no por universal menos difícil para cada persona.
Que Marcelo luce más joven, luce más joven, no se puede negar. Y si su expresividad menguó, Dios sabe que no perdimos nada, porque su real contribución a la, así llamada, cultura popular nunca fue su propio muñeco sino haberle dado vida a los muñecos de otros, que sí tenían la gracia natural, el don, Pablo, Pachu, Listorti, Campi, el inmenso Yayo Guridi y tantos más.
Su gran talento fue unir los puntos entre los auspiciantes, los canales y su troupe de cómicos. Mi tesis: Tinelli no captó lo popular como un baqueano, sino que captó cómo se usa bien el capital para tener lo popular bien agarrado de las pelotas, para fundarlo y explotarlo, para contratar lo que parecía popular y pegarle para arriba, si andaba bien, y descartarlo si no caminaba y volver a sacar del medio.
Tinelli no captó lo popular como un baqueano, sino que captó cómo se usa bien el capital para tener lo popular bien agarrado de las pelotas
Su rating dependía de esa rápida intermediación y de su carácter vanguardista, casi siempre en el peor sentido, de ganarle un metro por año a los estándares de la tele, usando el capital que se abarataba con las camaritas personales, y el dólar barato, que permitían colarse en cualquier lugar del mundo. También por el uso no culposo de la fenomenal asimetría con el resto de la humanidad, y de la industria, que permitía a sus actores hacer la magia de burlarse de la gente, y de los famosos, que caían todos patéticamente agradecidos por participar en bromas que los ponían al borde del infarto. Y, no menor, la apertura a un segundo destape, que habilitó la expansión del vocabulario permitido en televisión. Palabras como ojete, cachucha, pija, se escucharon por primera vez en la tele en el show de Tinelli, y si les pusieron un pitido no fue para ocultarlas sino para resaltarlas. En fin, un montón de guita para él y para su cadena de valor. La agenda global y local facilitó el resto, los mundiales, Maradona, Rodrigo, enanos y enanas, travestis, y toda clase de minones.
Ha sido hasta aquí, Marce, un enorme broker de lo popular y un gran empresario. La precuela es conocida. Hacía vestuarios con José Maria Muñoz, notas deportivas para Badía y Compañía y el capital social que fue reuniendo en esas producciones le permitió un día subirse al tren de la victoria, tras la deserción de un locutor más conocido, Gustavo Lutteral, y presentar un programa de bloopers en la medianoche de Telefé, algo que a aquél le habrá parecido una forma de fracasar y hundirse en vivo y en directo, y que Marce agarró de emboquillada y de ahí en más, hasta acá.
No puedo decir que crecimos con Tinelli, pero sí que maduramos mientras él maduraba, que nos minipatrimoniamos mientras él se multipatrimoniaba, que nos dimos vuelta, más o menos que él, pero que se vio mucho menos, y que siguió una línea de puntos de ascenso asociándose con los obstáculos y haciendo fácil en lo privado lo que para tanta gente es directamente imposible, separarse, dos veces, convivir, cuatro, traer cinco hijos al mundo sin especular sobre el momento ideal para hacerlo y asomar, hasta donde se puede ver, como un buen padre. Además de su talento personal para administrarse las emociones hubo un gran formateador de egos detrás dando manija, porque hay terapias que sirven para ayudar a darse los gustos y terapias que sólo sirven para administrar la desazón de no dárselos.
Si Showmatch paraba, él no paraba, y usó siempre el leverage de su fama y su programa para penetrar otros negocios. Su condición de rey absoluto de la televisión no le permitió, sin embargo, coronar en el fútbol ni en la política. Aún. Se ve que son dos mundos donde la condición imperial obtenida en el campo de las audiencias vastas es condición necesaria para que te dejen pasar, te escuchen, te mimen, te franeleen, te usen y te paguen, pero insuficiente para que las endogamias que controlan los resortes institucionales te unjan, así como así.
Olor político
Así es en la Argentina; en Brasil, donde Silvio Santos, un super popular conductor de televisión y propietario de la cadena SBT fue candidato en 1989 por el Partido Municipalista Brasileiro, los partidos se compran en Mercado Livre. (El tribunal superior electoral le volteó la candidatura luego cuando empezaba a descollar y a deslucir a Collor de Melo, el amigo de la cadena Globo). 32 años después, Luciano Huck, el conductor del Caldeirão do Huck, en Globo, desde hace veinte años, está hablando con seis partidos para armar el trencito antibolsonarista mas no petista. Por supuesto, tampoco es un hecho que corone, como sí lo hizo Volodymyr Zelensky en Ucrania, a quien recomiendo ver en YouTube, porque aun en ruso, es verdaderamente gracioso, un comediante que llegó a la presidencia.
Si con la política le fue difícil, en el fútbol podría haberle ido mejor. Muerto Julio Grondona, qué podía impedir que un reconocido hincha de fútbol, experiodista deportivo, dirigente de San Lorenzo, empresario notable, TINELLI, llegara a presidir la AFA, el sillón de la calle Viamonte parece torneado para alguien como él. Lo impidió en diciembre de 2015 que no se inclinó lo suficiente con el único que podía restarle esa ventaja, Mauricio Macri, quien había sido recientemente electo como presidente de la Nación. La política de nuevo. Puede que sobre Macri haya jugado el rencor por la presencia final de Daniel Scioli en Showmatch previa al ballotage, o puede que Tinelli contemple que, por los favores que espera recibir, el pedido de contraprestaciones sean de facilitación automática, como si fueran canjes con Garbarino, y no una hipoteca, que es lo que espera el político, una paritaria de una sola ronda que compre un período largo. Su desaparición de la llamada Mesa del Hambre, creada por el actual presidente Alberto Fernández, en la que debía sentarse como uno más a escuchar a la ecónoma Narda Lepes hablar mal de la Coca Cola, hace pensar que también con Fernández se le ensució la línea de pescar en altura.
Su desaparición de la llamada Mesa del Hambre hace pensar que también con Fernández se le ensució la línea de pescar en altura.
Su perseverancia es, de todos modos, admirable y no puedo dejar de compararla con la de Scioli, a quien le pasa lava volcánica por encima y se levanta y se ofrece como alternativa a lo que sea. Daniel, que también era un famoso, sí aceptó de la política el trago de aceite de ricino bautismal que exige beberse de un saque a los novatos con aspiraciones.
Ahora, en su primera semana del Showmatch 2021, Marcelo se enfrenta al monstruo de los ratings menguantes. Año a año perdió televidentes, es un hecho, y esto es atribuible a los recambios biológicos, que los jóvenes no miran tele de aire pero también a que la economía paralizada desde 2011 no le permitió moverse de un estudio, y lo hizo producir siempre barato, para renovar hay que invertir, pero también a que el segundo destape, la atlántida sexual y escatológica que había descubierto y conquistado, remitió hacia un cursillismo de izquierda que hoy domina la cultura argentina.
‘maskenfreiheit’
La corrección política que arrasa en Estados Unidos con todo lo bueno para uniformizar un solo texto santurrón que conforme a la familia Obama aquí corrió tan bien como el Covid. A la Argentina le cuesta importar cosas que sirvan, pero de lo que no sirve nos abastecemos sin problema. Y puso en guardia a los anunciantes, que pusieron en guardia a los conductores, que pusieron en guardia a los guionistas y productores, y si hoy una familia argentina de bien no puede escuchar chistes verdes por televisión, como escuchó durante décadas sin que se afectara ningún derecho humano, pero tampoco puede escuchar chistes de suegras o de maridos y esposas, en fin, notablemente esos argentinos comienzan a doparse para dormir o se retiran a Internet donde pueden hacer la catarsis necesaria para vivir y ser ellos mismos. O sea, ya no es cosa de chicos esa deserción de la tele de aire.
En la productora de Tinelli podrán romperse la cabeza analizando modelos de negocio, formatos de televisión, los minuto a minuto, pero si el mundo Tinelli agoniza, si esto se verifica este año, lo hace porque el mundo que lo incubó agoniza también. No es sólo que la televisión de aire no existe más: perdieron músculo las columnas semánticas que la sustentaban, la barra de amigos, los solteros contra casados, las oficinas. No puede decirse que Marcelo no haya intentado adaptarse. Puso en los jurados de sus concursos de baile mujeres alfa y varones beta, puso bailarines con discapacidades.
Este vacío que le estaría haciendo la audiencia a Marcelo, según las primeras mediciones, se combina con la licencia que pidió en San Lorenzo, al que no pudo sacar campeón, y la polémica por tener el show al aire con el movimiento de trabajadores que implica mientras el resto de la población es sometido a un toque de queda. Los que no lo quieren bien, quieren presentar al emperador de la tele empantanado, sin dirección. Y Marce, créase o no, ya tiene 61 años, una edad en la que el aire jubilatorio se empieza a respirar, dicen que también cambia el aliento, el olor de la nuca. Yo estimo que con estos diez o quince pirulos menos que ahora muestra y que ve reflejado en los monitores podrá enfrentar cualquier desencuentro con la fe, con más energía y con espíritu, hasta de revancha. Por supuesto que hay una palabra en alemán para todo esto: maskenfreiheit, la libertad que da el uso de las máscaras.
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