ZIPERARTE
Nota mental

Qué dice California

Me gusta viajar pero me aburre hacer turismo.

Escribo esto en un cuarto de hotel de San Francisco, en el barrio de Pacific Heights. Soy muy malo planeando viajes, no tengo paciencia: le pregunto a la IA cuál es la mejor zona, me meto en Booking y busco un hotel que pueda pagar. No chequeo nada, ordeno por calificaciones y reservo. Me llevo algunos chascos (el hotel de Los Ángeles estaba bien ubicado pero no era muy lindo), aunque en general me las arreglo.

Pacific Heights es un barrio residencial precioso, recoleto y distinguido. Tiene unas casas victorianas que parecen construidas ayer por lo bien conservadas que están. Su prolijidad, sus colores fuertes y la madera les dan un aire falso, como de set de filmación. De hecho, pensé que estaban construidas hace poco, imitando el estilo victoriano, pero no: la mayoría son construcciones de fines del siglo XIX o principios del XX. La madera no es solo porque era más barato: también resiste mejor los terremotos.

Acá hubo uno fuerte en 1906, así que muchas fueron reconstruidas o refaccionadas después. Algunas no: la famosa mansión Haas-Lilienthal, construida en 1886 para el matrimonio de William Haas y Bertha Greenebaum, sobrevivió al terremoto y hoy es un museo, la única casa victoriana de la zona que se puede ver por dentro.

Pero no fui. Me gusta viajar pero me aburre el turismo. Anteayer fui a Crissy Field para ver la famosa imagen del Golden Gate (aunque dicen que se ve mejor desde Sausalito, adonde voy a ir mañana), más por un sentimiento de obligación. ¿Cómo voy a pasar por San Francisco y no ver BIEN el Golden Gate? Saqué la inevitable foto, que obviamente salió como el orto porque es muy difícil, sino imposible, capturar la majestuosidad de esas cosas con la lente de una cámara de celular, y la subí a Instagram. Mucho mejor la otra foto: la del cartel que muestra el Physical Suicide Deterrement System con el Golden Gate en segundo plano.

Este Sistema de Disuasión Física contra el Suicidio consta de unas redes de acero inoxidable ubicadas a unos seis metros debajo de la pasarela del puente. Entonces, si te tirás, no vas a caer 70 metros al estrecho del Golden Gate sino solo seis. Quizás no mueras y solo quedes tullido gracias a la municipalidad de San Francisco.

Subí la foto con un texto irónico: “No dejan a la gente suicidarse en paz”. Por supuesto, la verdadera razón debe ser que es costoso rescatar cadáveres del agua. También pudo haber habido un lobby de alguna asociación de “Familiares de Suicidados en el Golden Gate”. Sea como fuere, se calcula que unas 2.000 personas se tiraron del puente hacia la muerte desde su inauguración en 1937. Y desde que pusieron las “redes disuasorias”, el promedio de muertes anuales bajó un 73%.

No puedo evitar el cinismo y decir que quien se quiere suicidar lo hará de todas maneras. Pero parece que no: los que se tiran del Golden Gate tienen una fijación con el puente y, en la mayoría de los casos, si no se matan así, no se matan. Eso dice un estudio de 1978 de la Universidad de California en Berkeley: siguieron durante 25 años a 515 sobrevivientes de suicidios en el Golden Gate y descubrieron que el 94% no cometió suicidio después. Apenas 30 personas llevaron a cabo su funesto deseo en otra parte. Esos eran los verdaderos suicidas.

Estas son las cosas que más me interesan de los viajes, cosas que igual se encuentran en internet: las historias.

Lo que no se encuentra en internet son las charlas con la gente. Quizás no terminás de conocer una ciudad si no viviste en ella. A Nueva York o a Río fui unas cuantas veces, puedo recomendar mil lugares para comer, librerías, playas, bares, pero no las viví. Por eso lo mejor de los viajes no es “conocer” (que igual está bien) sino hablar con la gente, descubrir cómo son y qué piensan estas personas que sí viven la ciudad.

En Río, por ejemplo, una chica me dijo que la gente votaba a Lula “pelo churrasco”, algo que me pareció graciosísimo porque es idéntico a lo que decimos acá: “por el asado”. En la barra de un speakeasy en Nueva York, a fines de 2015, un americano me dijo: “I read an article about your ex president ordering an assassination”. También: “I think Bernie Sanders will beat Hillary because she has all that email shit”. Y: “Jeb Bush is a pussy, I can’t believe he comes from the Bush family”.

Vine a California con el prejuicio de que me iba a encontrar en la meca del wokismo. Apenas bajé del avión vi una chica obesa con el pelo rapado al costado usando barbijo (no me cancelen, es solo una descripción objetiva). Es cierto que hacía tiempo que no veía tanta gente usando barbijo. Los CVS Pharmacy están llenos de barbijos, tests de covid y carteles para vacunarse. Pero nada es obligatorio.

En la entrada del tour de la Warner (el único tour que hice hasta ahora) había baño de damas, de varones y “gender neutral”. Obviamente nadie lo usaba y fantaseé con entrar ahí, pensando que seguramente estaría más limpio, pero no quise comportarme como un boludo fan de Laje. Se nota que la construcción de ese tercer baño fue una inversión que todo el mundo sabe que es inútil, pero que sirve para que los guardianes de la diversidad pongan un tilde verde en alguna planilla. Quiero decir: los y las trans entrarán al baño de su género autopercibido, supongo (para terror de J. K. Rowling).

Mucha bandera LGBT en los bares (not that there’s anything wrong with that) y alguna que otra de Palestina. En Urban Outfitters, donde compran los hippies con OSDE, vi una remera que decía “Protect trans youth”. Estoy a favor de “proteger a la juventud trans”, por supuesto, pero me causa mucha gracia que alguien considere la posibilidad de ponerlo en una remera.

Me acordé de esa extraordinaria canción de Bo Burnham titulada «White Woman’s Instagram». El tipo enumera las cosas típicas que hay en los feeds de Instagram de las mujeres (y no solo de las blancas, en realidad, pero al agregar lo de “white” zafa de acusaciones de misoginia, seguramente): “Una novela, una ventana abierta, una pareja dándose la mano, una palta, un poema escrito en la arena, nieve recién caída en el suelo, un golden retriever con una corona de flores. ¿Es el paraíso o es solo el Instagram de una mujer blanca?”. Y una de las cosas que menciona es “un atrapasueños comprado en Urban Outfitters”.

Igual me compré una camisa.

Banderas palestinas vi menos de las que esperaba. Percibí una mayor correlación entre demencia y palestinismo que entre progresismo y palestinismo. El primer día en Venice Beach, por ejemplo, un viejo que parecía haberse tomado todo el ácido producido en Los Ángeles desde 1967 hasta ayer había armado un puestito con fotos de chicos palestinos muertos, banderas palestinas y carteles anti Israel:

Israel & US are responsible for FAMINE in GAZA.

The White Supremacy Alligator Alcatraz Genocide in Gaza. The Cruelty is the Point.

A War on Children

Y parte de la letra de «For What It’s Worth», de Buffalo Springfield: “Paranoia strikes deep/ into your life it will creep/ it starts when you’re always afraid/ step out of line, the men come and take you away”.

A mí justo esa parte de la letra me parece que ilustra bien a estos locos tomados por las teorías conspirativas. Vi a otro parecido en un bondi de San Francisco. Un viejo también. Me lo imagino de 18 en el Summer of Love y un poco de envidia me da. Bermudas beige, remera sin mangas verde flúo, lentes de marco grueso, mochila, bastón y una gorra tipo béisbol que tenía escrito en marcador “Israel sucks society” en el frente y “Greed kills” en un costado. Hablaba solo, o quizás le hablaba al pasajero que tenía a dos asientos de distancia, que no lo escuchaba porque andaba con los AirPods (todo el mundo anda con AirPods acá). Me dio más pena que otra cosa. (Ay, qué suerte que seas tan buena, reina.)

Pero a pesar de estos loquitos, no me crucé con gente tan politizada. El miércoles al mediodía estaba laburando en el lobby del hotel en Monterey (sí, laburando, esta joda no se paga sola) y el alboroto tuitero por el asesinato de Charlie Kirk me distrajo. Pensé que me encontraba ante un acontecimiento parecido al del asesinato de Kennedy (en cuanto a importancia histórica) y el alma de periodista que se regocija siempre que comunica una noticia, cual vieja chismosa, me llevó a decirle a la chica que estaba con su notebook enfrente mío: “They shot Charlie Kirk”. La chica levantó los ojos de la pantalla y me preguntó, sin inmutarse demasiado: “Who?”. Pensé que había pronunciado mal, entonces aclaré: “Charlie Kirk. That Trumpist guy…” La chica volvió la mirada a su pantalla y me lanzó: “Oh, that’s too bad”.

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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