ZIPERARTE
Nota mental

#33 | Una rosa es una rosa es una rosa

Que el árbol no tape el bosque.

Adhiero fervientemente a esa idea que dice que “el árbol no te tape el bosque”. Quise buscar su origen con la ayuda ineludible de mi compadre Claude (hoy nadie te cree que adelgazaste sin Ozempic ni que dijiste algo interesante sin ayuda de la inteligencia artificial, así que reconozcámoslo) y el tipo me dijo que es una idea muy antigua que se encuentra, quizás no con esas palabras, tanto en la Biblia como en Aristóteles.

Encontró, sin embargo, una versión casi textual en un poema alemán del siglo XVIII. El autor es Christoph Martin Wieland, quien escribió la primera bildungsromanHistoria de Agatón (1766-1767). El poema al que me refiero es del año siguiente y se llama Musarión o la Filosofía de las Gracias . El contexto en el que dice la frase (“Sie sehn den Wald vor lauter Bäumen nicht”, es decir “no ven el bosque por los árboles”) no podría ilustrar mejor lo que vengo a decir. Es realmente sorprendente.

Musarión cuenta la historia de Fanias, un joven que luego de un desengaño amoroso se fue a vivir al campo adoptando la pose de filósofo cínico.

disgusto y melancolía se pintaban
visiblemente en su mirada, andar y postura;
y lo que aún le faltaba para ser Timón, lo completaba
un manto tan deshilachado, desteñido
y gastado, que despertaba la sospecha
de que había heredado de aquel que antaño cubriera a Crates
el patriarca de los cínicos.

La cuestión es que a Fanias se le aparece Musarión, la chica que le había roto el corazón tiempo atrás, que le dice, un poco como la de «Mil horas», de Calamaro:

¿para qué la apariencia exterior
de un Diógenes? ¿para qué una barba salvaje?
Me parece que un hombre sabio se viste como las demás personas

Pero en lugar de decirle “ya no te quiero”, lo histeriquea y le pide pasar la noche en su casa:

Ya anochece. Me he demorado demasiado
contigo. Atenas está lejos de aquí;
En esta región no conozco a nadie excepto a ti

El boludo de Fanias le dice que tiene gente en su casa, dos viejos filósofos que son como sus maestros. Pero Musarión es rápida:

Uno se las arregla como puede;
¿Y no podemos engañar al sueño charlando?
Vamos, querido – ¡tu brazo!
¿Y bien, Fanias? ¿Te acalora mi propuesta?
Como si fuera algo terriblemente arriesgado.
¿Tres sabios no podrán sin duda conmigo?
Nada temo estando con ustedes, y estoy sola.

Uno imagina que a Fanias ya se le puso gomosen y accede a la propuesta. Cuando llegan a la casa, encuentran a los filósofos, el estoico Cleanto y el pitagórico Teofrón, debatiendo a las trompadas (literalmente). Al ver a la pareja, los muchachos se avergüenzan, y Musarión lanza esta ironía extraordinaria:

“Los señores se ejercitan”, dice con tono sereno
la burlona, “presumiblemente según la doctrina
de que el ejercicio corporal también nutre la fuerza del espíritu.
¡Un juego verdaderamente varonil! del cual
sería muy deseable
que la blandura de nuestras costumbres
no lo sacara poco a poco de moda.”

Si ya nos estamos enamorando todos de Musarión, imaginate el pobre Fanias, ya completamente a su merced. Mientras cenan un pollo viejo y toman vino, Musarión le hace miraditas al enamorado.

Pero el ingenio de la dama, la libre vivacidad
que esparce con gracia sobre lo que dice y hace,
y de vez en cuando una mirada llena de ternura
que ella, como si se olvidara, primero clava en él
y luego deja deslizar hacia un lado, debilita
pronto el disgusto que arruga su frente;
cada vez más débilmente resiste su corazón al dulce impulso,
y, antes de que se dé cuenta, demuestra
todo su ser ya la silenciosa victoria del amor.

En el horno, Fanias.

Y acá es donde el autor lanza la metáfora del árbol y el bosque, que probablemente no inventó, pero usó de manera magistral. Porque mientras Cleanto y Teofrón siguen debatiendo cuestiones filosóficas, están completamente en babia respecto de lo que está pasando en esa mesa.

Mientras tanto, aunque era tan visible como podía ser,
a los dos sabios nada se les hace evidente,
aunque midan a la bella con grandes ojos.
A los señores de esta clase, a menudo los ciega demasiada luz;
No ven el bosque por los árboles.

Si querés saber cómo sigue el poema (no voy a espoilear), acá lo tenés completo . No es muy largo y realmente es muy divertido. Si no sabés alemán, recomiendo Claude para la traducción. Yo solo quería llegar a la metáfora del bosque y los árboles, que está acompañada por dos ideas extraordinarias: “A los señores de esta clase, a menudo los ciega demasiada luz”; otra aún mejor: “A los dos sabios nada se les hace evidente”.

El debate de las últimas dos semanas sobre si Argentina fue o no una potencia en 1910 y las charlas privadas y públicas que tuve al respecto me confirmaron que a los autodenominados académicos nada se les hace evidente, que los ciega demasiada luz, que no ven el bosque por los árboles.

A una idea tan sencilla, cristalina e incontrovertibe como que la Argentina era próspera a comienzos del siglo XX, al menos más (mucho más) que lo que es hoy, los historiadores profesionales con sello IRAM en la frente desplegaron un sinnúmero de peros: que era rica pero no potencia, que geopolíticamente no tenía peso, que la distribución de la riqueza era inequitativa, que el director de la Casa de Tucumán es amigo de Bussi, que el acto de Montoneros no fue un 9 de Julio, que Fernando Iglesias es profesor de vóley, que hay algún director de un museo que no es totalmente kirchnerista, que Milei tiene una postura política sobre el pasado, que decir eso implica hablar mal de la democracia nacida en 1916 y otras afirmaciones que pueden ser verdaderas, falsas o discutibles, pero que son todas ellas árboles que tapan el bosque: Argentina estaba mejor en 1910 que hoy. “¿A qué te referís con ‘mejor’?” dirían Cleanto y Teofrón mientras Fania y Musarión se revuelcan en el dormitorio. Yo diré: mejor. “A rose is a rose is a rose” escribió también en un poema Gertrude Stein.

Nos vemos en quince días.

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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