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Hace unas semanas Lali Espósito lanzó No vayas a atender cuando el demonio llama, su sexto disco de estudio. Presentado como un homenaje al rock nacional, el track list cuenta con apariciones de artistas de generaciones anteriores (Miranda!) y posteriores (Dillom y Duki), además de la polémica “Fanático”, publicada el año pasado, donde la artista acusaba indirectamente al presidente Milei de estar obsesionado con ella.
Es sin dudas el disco más sexual de Lali. Si bien sus obras anteriores ya hablaban de deseo y enamoramiento (como casi toda la música pop), en estas canciones el approach es más explícito. En “Locura” canta “mi sueño mojado es tenerlo encerrado en mi casa”; en “Sexy”, “puedo sentir cómo te mueves adentro de mí”. Subida a guitarras sucias y baterías potentes, el aura general del disco es de euforia, vértigo, rebeldía y desborde.
Lo que me pareció novedoso es que Lali, ex teen popstar, se presenta ahora como una mujer adulta que fantasea desde el propio hambre, al revés que buena parte de la edificación femenina más convencional de la música de charts. Si otras artistas mujeres se regodean por un tercero que se excita ante sus atributos y reaccionan en términos esperables (responder la instastory), Lali habla desde la carencia: ella desea, ella quiere, ella mira.
Otras it girls argentinas, cuando hablan de sexo hablan principalmente de la validación para los ojos del otro. “Se le ve en la mirada cómo disfruta, me disfruta”, entona Emilia Mernes. “Todo el mundo preguntando: ¿Quién es ella? Más dura, más suelta, más bella”, la imita Tini. Lali, por el contrario, canta como sujeto deseante, no sólo como objeto deseado.
Francisco, Moreno y Lali
A raíz de su cruce digital con el presidente Javier Milei, que la acusó de ser contratada por provincias y municipios y la bautizó “Lali Depósito”, y de su relación de pareja con el periodista peronista Pedro Rosemblat, Lali se convirtió en el último año en un ícono del desorientado progresismo porteño, el mismo que, ahora que el conservadurismo está in de nuevo, lloró la muerte del Papa Francisco y reivindica, a veces con recelo, a Guillermo Moreno. Incluso Cristina Kirchner se esforzó por ubicarla como referente. Al último acto del día de la militancia peronista, en noviembre del año pasado, la ex presidenta entró al escenario con “Fanático” sonando de fondo. Después de ser entrevistada por Rosemblat en su canal, Gelatina, para el 50º aniversario de la muerte de Perón, compartió una foto en sus redes: “Gracias Pedro y un abrazo muy grande a todo el equipo de Gelatina… ahh y un beso para Lali”.
¿Qué buscaba Cristina acercándose a Lali? Por un lado, “conectar con los jóvenes”, objetivo elusivo de todo político y obsesión de CFK, que hace 10 años parecía tener bajo control un sector del voto (el de los sub-30) que hoy parece corrido hacia los libertarios. En cualquier caso, la Generación Z, los nacidos después de 1997, es impenetrable para cualquiera, y estos consumos impostados deberían interpelar poco a sus miembros.
Por otro lado, Cristina debe haber advertido que la imagen de marca de Lali, a pesar de su origen como producto clasemediero en la fábrica de Cris Morena (Rincón de Luz, Floricienta, Casi ángeles), remite ahora a un imaginario más nacional y más popular. Mientras Tini, Emilia Mernes y Nicki Nicole, para alcanzar los charts de hispanohablantes, usan un lenguaje menos argentino (“tú” en vez de “vos”, “quieres” en vez de “querés”), Lali se construye como una Madonna nacional, que toma fernet y sale con un morocho peronista. Así, posa frente a la bandera argentina, incluye en su estilismo un cinturón con el Sol de Mayo en la hebilla, y dedica buena parte del videoclip de “No me importa” recorrer las calles de Buenos Aires.
Después de jugar a la ambigüedad durante los años de la grieta K-antiK, la posición política de Lali se ha vuelto bastante explícita.
Además, después de jugar a la ambigüedad durante los años de la grieta K-antiK, la posición política de Lali se ha vuelto bastante explícita. Su célebre “Qué peligroso. Qué triste”, publicado la misma noche de las PASO de 2023, la transformó casi instantáneamente en un sinónimo de resistencia contra la ultraderecha anti-derechos. Para los detractores porteños del mileísmo, una de cuyas banderas principales es la agenda cultural y el rechazo al “desfinanciamiento de la cultura”, Lali resulta conveniente: su nuevo sonidillo punk rebelde, la nostalgia por un rock cuyo principal valor es ser nacional y las ambiguas referencias a una fuerza comercial e interesada al cual se derrota con amor y unidad, hacen a la efigie de los adolescentes treintañeros que siguen sin comprender el triunfo de Milei. Ella lo sabe, y da lo que le piden: esporádicas declaraciones y gestos públicos que dejan asentado que, puesta a elegir, está más cerca del kirchnerismo que de cualquier otra fuerza política.
Juguemos un poco. Las fans de Tini y Emilia van al Lollapalooza y miran Disney+, les gusta Coldplay y fuman vape. Las de Lali van al Cosquín Rock y miran la programación de Blender y Gelatina mientras prenden un porro y enderezan el póster del Indio Solari en la pared (colgado con fines aspiracionales). Unas van a la peluquería a retocarse los baby lights, las otras se recortan ellas mismas el flequillo. Cartera versus tote bag, journaling versus club de poesía. El mejor plan de las tinistas y fans de Emilia es tomar un matcha latte; las laliters prefieren despotricar, altaneramente, contra la manía de llamar a los cafés por sus terminologías en inglés, en reemplazo del clásico “cortado”. En cualquier caso, estas diferencias demográficas son cosméticas. Cuando llega el momento de la música, tanto lo que hace Lali como lo que hacen sus competidoras se trata de un pop dirigido a la clase media, divertido y de fácil digestión.
En la dating scene
¿Qué hace, concretamente, que la propuesta de No vayas a atender cuando el demonio llama se distinga de otras entregas del pop femenino nacional? Si volvemos al ítem del deseo, vemos que la representación que hace Lali es más interesante, y más empoderante también. Luciano Lutereau, psicoanalista y filósofo, explica que en la dating scene actual “nos vemos a nosotros mismos mientras otro nos ve”, porque la posibilidad de crear perfiles en redes sociales nos arma con la potestad de su diseño: nuestros seguidores tendrán acceso solamente a esto, y sabrán solo esto otro. La proyección de nuestra imagen está bajo control; una serie de funcionalidades permite operar el nombre (la marca) a voluntad.
En su libro Adiós al matrimonio (Paidós, 2022), Lutereau sentencia que el usuario básico de la virtualidad está “interesado en ser reconocido como deseable antes que dispuesto a vivir un deseo”. Se crea así una relación erótica que no tiene que ver con el lazo con un otro, sino más bien con la construcción de la propia imagen. La persona que ofrece un cumplido (generalmente, vía la respuesta de una instastory) se convierte en el medio que permite esa vinculación narcisista con uno mismo.
“Quiere mojarse con mis labios sabor a caramelo”, canta Emilia en su verso de “Blackout”. “Despreocúpate, con este culo, to’ se prende fuego”. En “Bunda”, el estribillo enuncia: “E agora você tá apaixonado pela minha bunda. Si te lo muevo, voy a hacer que te confundas”. El patrón que se repite en este estilo de canciones es la narrativa de una mujer que es deseada, y que le encanta saberlo. Lo cual es comprensible: a todos nos genera placer sabernos “gustados”. Ahora bien: llama la atención la ausencia del posicionamiento de muchas de estas cantantes como sujetos que desean.
¿Podría considerarse esta música pop como un reflejo (o refuerzo) del usuario devoto de su propia imagen?
¿Podría considerarse esta música pop como un reflejo (o refuerzo) del usuario devoto de su propia imagen? En los hits y en las redes, a veces parece que ya no se trata de querer satisfacer un hambre con el otro, sino de erotizarse con el conocimiento de que uno es atractivo. Plataformas como Instagram o TikTok promueven una forma de vincularse que tiene más que ver con el mostrar un poco (de piel y de vida), y regodearse con los comentarios, los likes y las respuestas. Todo conservado en el potencial: “No te imaginás lo que pasaría si me tuvieras enfrente”.
Las letras del nuevo disco de Lali, en cambio, son emitidas desde la posición de un sujeto que desea. “Siempre que nos vemos quiero portarme mal”; “hace mucho calor, quiero de eso, mi amor”; “él es sexy y atrevido, me lo da cuando lo pido”. Incluso en el “me gusta que baila y no me saca los ojos de encima” el enfoque es egocéntrico: a mí me gusta gustarte.
Asumirse como deseante es asumirse como incompleto. Implica, sobre todo, de reconocer que requiere algo de uno: no se puede desear y ser impasible a la vez. Por eso la música de Tini y Emilia, a pesar de sus alusiones al cuerpo y al sexo, no tiene erotismo. O tiene un erotismo narcisista, que usa al otro como puntal para la construcción de la autoimagen. Lali, por el contrario, trata su carencia: hay cosas que desea, justamente porque no las tiene. Este reconocimiento de la incompletitud no solo es una aceptación de la condición humana (y por eso aparece más cercana que otras cantantes femeninas); sino que se trata de un abordaje de la sexualidad, el erotismo y el deseo mucho más real.
No vayas a atender cuando el demonio llama advierte que, para que sea divertido, hay que involucrarse: la seducción pide que uno se embarre. Sino, se deviene en la “pedestalización” del sujeto; ahí arriba (tiesas, duras), nada compromete el posicionamiento discreto y lejano que las Emis y las Tinis tan concienzudamente han construido. Mientras ellas posan, Lali está abajo, en el suelo, pasándolo bomba.
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