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A veces sucede que uno, sin darse cuenta y sin proponérselo, se convierte en una molestia. “Hay que tener cuidado con los ñoños republicanos… Ñeñeñe, que cada cosa que no les gusta dicen que es inconstitucional”. El gesto de burla completó la frase, el domingo pasado en LN+, dejando en evidencia que al presidente Javier Milei no le entusiasman mucho los límites normativos que se interponen ante su voluntad, y menos aún quienes le recuerdan que esos límites existen. Pero con un detalle importante: la irritación y el calificativo son anteriores al contexto de las candidaturas a la Corte Suprema y los obstáculos a la designación del juez Lijo. Ya a pocos días de asumir, y mucho antes de cualquier designación, el presidente afirmaba en uno de sus primeros reportajes: “Porque también están todos esos ñoños, que son ñoños republicanos, que parecen adolescentes con déficit de IQ: ‘No, porque las instituciones, las instituciones…’. ¿Me podés decir si yo alguna vez violé la Constitución?”.
La calificación resuena con ecos del otrora célebre honestismo, término acuñado por Martín Caparrós en 2009, cuando ya era inocultable el esquema de corrupción kirchnerista. El honestismo tomó vuelo propio en los años posteriores, como descalificación a opositores y escudo contra la pretensión de aplicar la ley a la banda criminal liderada por Néstor Kirchner. Con todas las diferencias entre ambos gobiernos, se percibe un desdén común hacia los simplones, insustanciales y pedestres —todos sinónimos de ñoño, según la RAE— que molestan al señalar lo obvio: las reglas, los procedimientos y la ley.
Ñoños ahora, honestistas antes: republicanos siempre. Acá estamos, somos más o menos los mismos, más viejos pero más pulidos, con algunas bajas y también nuevas incorporaciones jóvenes. Siempre menospreciados, por izquierda desde la academia y el bananaje superado del progresismo, y ahora también por la derecha libertaria. Jamás se nos hubiera ocurrido que íbamos a ser una molestia por enarbolar principios sarmientinos o alberdianos.
Acá estamos, somos más o menos los mismos, más viejos pero más pulidos, con algunas bajas y también nuevas incorporaciones jóvenes.
Vale recordarlo cada tanto: la demanda principal que llevó al gobierno a Milei y marginó a los partidos tradicionales fue la de poner fin a la inflación, evitar el abismo de la híper, y dar un piso de estabilidad al caos de una vida cotidiana sin precios ni moneda. En pos de ese objetivo se le extendió al Gobierno un crédito generoso, en el que se acepta que otras cuestiones sean soslayadas y por un tiempo pasen a un plano secundario. Es un hecho que hasta que el objetivo principal no esté consolidado, no habrá interés o margen para otras consideraciones. Pero en este contexto, también conviene recordar que estamos en un país con instituciones harapientas, poquísima gimnasia republicana y mucha inclinación a delegar en caciques. Y que, pese a nuestra historia y contra todos los pronósticos, siguen existiendo amplios sectores cuya demanda, además de estabilidad monetaria, incluye institucionalidad, un sistema republicano y un orden que trascienda al líder.
Recordemos: al fin y al cabo, somos los ñoños quienes pavimentamos el camino a la motosierra aun sin quererlo, hace más de una década, cuando encarnamos el ejemplo más acabado de orden espontáneo hayekiano. Sin partidos, líderes ni estructuras nos las ingeniamos para salir a las calles en todo el país y poner fin a la deriva autoritaria del kirchnerismo y al sueño-pesadilla de Cristina eterna. Al menos hasta hoy, no se observa en el peronismo ninguna recuperación ni liderazgo emergente, sólo estupor. Apenas una confederación de gobernadores e intendentes que cuidan sus quintitas: territorios donde por inercia, deterioro social e incapacidad opositora se sigue votando a un espectro partidario y saludando de lejos a un proyecto que ya no existe, pasea por Tribunales y apela a terceros para retener poder.
Poder absoluto
Cristina eterna fue el hybris de 2011, un triunfo arrasador del kirchnerismo con más del 54% en elecciones generales frente a la ridiculez de una oposición dividida a niveles subatómicos. El escenario era descomunal: el kirchnerismo con quórum propio en Diputados, 130 bancas del Frente para la Victoria sin sumar los aliados ocasionales, mayoría propia de 38 bancas en el Senado presidido por el insigne Amado Boudou. Ese fue el momento en el que La Cámpora hizo su ingreso masivo al Congreso de la mano de entonces jóvenes dirigentes que venían a comerse la cancha: el Cuervo Larroque, Wado de Pedro, Mayra Mendoza, Anabel Sagasti, Horacio Pietragalla. Hasta Facundo Moyano —desde otro ángulo— dijo presente. Y además había que sumar al elenco hegemónico unos 20 gobernadores peronistas, más intendentes, sindicatos, movimientos sociales e Iglesia, Venezuela, Irán y el eje de los enemigos de Occidente.
Una locura aquello. Imposible que el kirchnerismo no manifestara abiertamente la intención del poder total, reelección sin límite y reforma constitucional. Hoy asombra y da vértigo esa acumulación de poder de 2011. Nadie volvió a tener ese predominio a nivel nacional, sólo la pesadilla global del COVID le otorgó al gobierno de los Fernández un poder breve y traumático.
Ese fue el escenario en el que los republicanos de a pie entramos en escena, nos hicimos ver, frenamos el autoritarismo, plantamos nuestras demandas y no volvimos atrás. A fuerza de ñoñez republicana, poco tiempo después del triunfo comenzó la erosión de la hegemonía kirchnerista y también la creación de una alternativa de unidad que desembocó en el 2015.
Podemos felicitarnos, ñoños, que no es poca cosa. Hoy no es nuestro momento, pero nada tan improbable como remontar un escenario como aquel. Estamos en otro mundo, Estados Unidos pegó un viraje más que populista, el desprecio institucional es la nueva norma, y a la deriva autoritaria se le suma el probable desmantelamiento del orden liberal republicano con capitalismo y libertad de mercado, ese horizonte que se va sin que nosotros hayamos podido llegar, extraviados en el bosque del peronismo mientras otros despegaban durante gran parte del siglo XX.
Si algo nos enseñaron estos últimos años, es que necesitamos dirigencias capaces de defender ideas con mucha, muchísima más firmeza y audacia.
A nivel doméstico tampoco es éste nuestro momento, porque la representación de la demanda republicana volvió a estar dispersa y sumida en sus propias neurosis, pequeñeces, incapacidades y conflictos internos. Si algo nos enseñaron estos últimos años, es que necesitamos dirigencias capaces de defender ideas con mucha, muchísima más firmeza y audacia. Con desparpajo y menos complejos: a la dirigencia republicana le sobra experiencia y capacidad técnica para el trabajo de gestión. Agarrar la pala y encarar la realidad no parece ser para cualquiera, y el peronismo hizo gala de fugarse de esas responsabilidades con batallas de hegemonía cultural que se esfumaron post-COVID, otra preocupante coincidencia con el actual gobierno. Nosotros no, y aun con apenas cuatro años y sin un mandato ni cheque en blanco dejamos otra impronta
Hoy la agenda de un país roto con desocupación, indigencia y educación destrozada no puede pasar por batallas culturales perimidas, huevadas virales, influencers sin secundario completo y shows fugaces. Hay que poner todos los fierros sobre la mesa: y cuando digo fierros digo los de obra, infraestructura, redes, caminos; planes de mediano y largo plazo, licitaciones transparentes, reformas a fondo en el mundo laboral y educativo, combate frontal a la pobreza, la marginalidad y la anomia. Futuro.
Que los influencers lloren veredas rotas e inundaciones que rozan el cordón de la vereda en el único distrito que supo resistir a la decadencia del peronismo. Los ñoños republicanos tenemos otra agenda. Volvamos a asumirnos como adultos en la sala: con todos nuestros matices y diferencias queremos instituciones republicanas en resguardo de las libertades. De todas, las individuales y las del mercado. Esta vez tenemos que llegar a tiempo, sea cual sea el nuevo esquema global. Hay un amplio sector que espera más y que está listo si lo convocan para hacer de esto un lugar vivible y feliz.
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