ELÍAS WENGIEL
Domingo

Una mujer, un siglo

Sexo, dinero y poder: la vida de Pamela Digby tuvo todo eso, pero también es un ejemplo de cómo una mujer con vocación para la alta política decidió enfrentar las reglas sociales de su época.

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Kingmaker: Pamela Harriman’s Astonishing Life of Power, Seduction, and Intrigue
Sonia Purnell
Penguin Random House, 2024
US$ 35,-

 

Pamela Digby nació en Inglaterra en 1920, la hija mayor de una familia aristocrática en decadencia. Para 1997, el año de su muerte en París, Pamela había asociado por matrimonio su nombre al de dos apellidos ilustres (Churchill y Harriman) y a un tercero menos conocido (Hayward); había acumulado una gran cantidad de amantes, típicamente ricos o, al menos, poderosos; y había obtenido otra nacionalidad, la americana, en cuya representación como embajadora se encontraba al momento de su deceso. Acusada de ser poco menos que una prostituta por muchos de sus contemporáneos (sobre todo por sus contemporáneas), en dos de sus biografías Digby es además presentada como una mujer de la alta sociedad y de los excesos, fuente de inspiración para el personaje de Lady Ina Coolbirth, de Truman Capote. Otra biografía más reciente, objeto principal de esta reseña, la reconvierte en una pieza fundamental de la diplomacia atlántica en el siglo XX y casi en un extraño ícono del feminismo.

El libro está dividido en tres grandes partes: la primera, “Guerra”, cuenta los orígenes de Pamela y su actividad durante la Segunda Guerra Mundial, muy cercana a Winston y Clementine Churchill (y cuando digo “muy cercano”, me refiero a que Andrew Roberts, biógrafo de Churchill, dice que cuando el primer ministro dormía en el refugio del Anexo, Pamela dormía en la cama marinera arriba de Winston). En la segunda parte, “Paz”, vemos a Pamela en su esplendor como mujer de la sociedad y del jet set. Recién en la tercera parte, “Poder”, Pamela logra, después de mucho esfuerzo y de un casamiento muy conveniente, convertirse en una jugadora relevante en el tablero político. Según Purnell, esto es lo que había intentado durante toda su vida sin lograrlo, por el solo hecho de haber nacido mujer: “La lotería de haber nacido niña significó que a Pamela se le negaría educación, expectativas y una gran herencia. El resto de su vida estaría destinado a compensar ese hecho”.

La biografía de Purnell, uno de los libros de 2024 según ‘The Economist’, se lee como una novela romántica.

Esas tres partes son llamadas “actos”, y está bien, porque uno casi que puede ver al siglo XX desfilando por el escenario[1] que fue la vida de Pamela, con todos sus personajes: desde Adolf Hitler, con quien habría tomado el té en 1938 en Berlín, hasta Bill Clinton, a quien ayudó a convertir en presidente, pasando por John Fitzgerald Kennedy, de quien fue por lo menos amiga (respecto de JFK, es posible que su padre Joe haya abusado de Pamela cuando éste fue embajador en Gran Bretaña, poco antes de la Segunda Guerra). La biografía de Purnell, uno de los libros de 2024 según The Economist, se lee como una novela romántica: uno da vuelta la página casi con la velocidad con la que Pamela cambiaba de amante durante la guerra.

Aquel fue el primer momento de oro de Pamela. Tras una infancia no demasiado feliz, sin oportunidades de educación y sin mucho éxito en su presentación en sociedad, el primer gran giro fue su matrimonio con Randolph Churchill, el único hijo varón de Winston. Randolph era un desastre, borracho y bochornoso, y una frenemy se lo habría presentado a Pamela más para complicarle la vida que para ayudarla. A poco de conocerla, tras un almuerzo, “[…] tomando café, Randolph finalmente la miró fijo y fue al punto. Él no la amaba, por supuesto, pero se la veía suficientemente saludable como para tener a su hijo. Su padre, que tenía una fervorosa fe en la línea masculina Churchill, esperaba de él que engendrara un hijo antes de que partiera para la guerra. Así que, en pocas palabras, ¿sería su esposa? Su propuesta tenía todo el romance de una transacción de negocios. En un sentido, eso es lo que era”.

Al poco tiempo, Randolph efectivamente engendraría un hijo con Pamela, a quien llamarían Winston, como el abuelo, y luego partiría hacia el frente. Hasta el Día D, ella tendría como amantes a muchos de los más importantes americanos que pasaron por Londres, incluyendo a Averell Harriman (encargado del programa de lend-lease mediante el cual Estados Unidos armaba a Gran Bretaña); el periodista Ed Murrow y su jefe de la CBS, Bill Paley; y varios importantes militares. También a algunos ingleses, como Charles Portal, de la Royal Air Force. Hasta el libro de Purnell, Pamela era vista simplemente como una muchacha muy bella y sexualmente muy activa. Andrew Roberts, en su enorme biografía de Churchill, dice que “Randolph cometió un error al casarse con Pamela, de 19 años, justo antes de irse en largas misiones al exterior. Él puede haber estado listo para sentar cabeza, pero ella sin duda no lo estaba”. Por lo que fue la vida posterior de Randolph, podemos estar seguros de que él definitivamente no lo estaba. Respecto de Pamela, ahora, con nuevos archivos abiertos, Purnell sostiene que ella no era sólo una chica veloz, sino una pieza clave de Churchill en su diplomacia con Estados Unidos.

En cada uno de esos amoríos con personajes influyentes, sobre todo militares, políticos o periodistas, Pamela trabajaba para que Estados Unidos entrara en la guerra y apoyara el esfuerzo bélico británico.

En cada uno de esos amoríos con personajes influyentes, dice Purnell, Pamela trabajaba para que Estados Unidos entrara en la guerra y apoyara el esfuerzo bélico británico: “La vida sexual estratégica de Pamela ahora es reconocida por estudiosos de la diplomacia y de la guerra como políticamente significativa”. Así, al concluir el primer acto, dice Purnell: “Usando su nombre, su personalidad, su sexualidad y su inteligencia, ayudó a tejer, sostener y elevar una red de vínculos políticos, militares y emocionales entre Estados Unidos y Gran Bretaña que muchos hoy llaman la Relación Especial”, convirtiéndose en “la cortesana más influyente de la historia”.

¿Era tan así? Roberts, el biógrafo de Churchill, quien no parece querer demasiado a Pamela, decía también: “Los Churchill [Winston y su mujer Clementine, de quien Purnell también escribió una biografía] han sido acusados de poner a las relaciones anglo-americanas antes que a la supervivencia del matrimonio de su hijo, en el peor de los casos facilitando y en el mejor de los casos haciendo la vista gorda al amorío que ocurría bajo su propio techo”. Leyendo a Purnell, y considerando cuánto ama Roberts a Winston, me quedan pocas dudas de que Pamela trabajaba para el primer ministro al ponerle los cuernos a su hijo, más allá de que muchos de esos amantes también le pagaban a Pamela por sus servicios con dinero o bienes.

Alta sociedad

El segundo acto es el del jet set. De París a Cap Ferrat, de los Alpes suizos a Capri, Pamela sigue mezclando sexo, poder y dinero, pero ya sin el loable fin de ganarle la guerra a Hitler. Es la parte donde la idea principal de Purnell —que Pamela no era una descocada que vivía de joda sino una mujer que buscaba influir en política para propiciar un mundo mejor— se hace más difícil de creer. Es cierto que no era fácil para una mujer llegar a posiciones de poder (todavía no lo es, claro, pero entonces era mucho más difícil): “Como una mujer soltera promediando los 30 años, su único camino hacia la política, tanto en Washington como en Europa, era como amante o como esposa”. La excepción que confirma la regla sería Margaret Thatcher, nacida sólo cinco años después de Pamela, quien fue la primera mujer no sólo en llegar a primer ministro, sino también en liderar uno de los principales partidos británicos.

La relación más importante de Pamela en esta época fue con el magnate italiano Gianni Agnelli, el principal accionista de la FIAT y “el amor de su vida”, según Purnell. Pero también de esta época fueron las relaciones con el banquero francés Elie de Rothschild y con el príncipe pakistaní Aly Khan (quien le habría enseñado a Pamela importantes prácticas amatorias). La relación con Agnelli iba más allá de intercambios de favores sexuales por dinero y bienes; dice Purnell que ella le habría ayudado en sus relaciones con los aliados victoriosos, enemigos poco tiempo atrás, y especialmente con Estados Unidos, presentando a la FIAT como una fuerza contra el crecimiento del Partido Comunista Italiano en el contexto de la Guerra Fría. “Sobre todo, ella fue su tutora para elevarlo más allá de la producción de autos, que en realidad nunca había sido su fuerte, para convertirlo prácticamente en un hombre de estado”.

La relación más importante de Pamela en esta época fue con el magnate italiano Gianni Agnelli, el principal accionista de la FIAT y ‘el amor de su vida’, según Purnell.

Después de no lograr casarse con Agnelli, aparentemente por oposición de su familia, ni con Rothschild, quien no se divorció de su mujer, Pamela decidió instalarse en Estados Unidos. Por entonces ya ella misma era rica, gracias a esos amantes ricos y famosos: “Su vida como cortesana había sido lucrativa; era ahora una mujer independientemente rica con dinero, joyas, vestidos y una envidiable colección de mobiliario y arte y su propio departamento en Londres”. Su segundo matrimonio, en cambio, fue un fracaso. Leland Hayward era un productor teatral, y le dio a Pamela un toque hollywoodense, pero sus desórdenes financieros, una larga enfermedad e hijos conflictivos de anteriores matrimonios dejaron a Pamela, una vez viuda, “con decepción, deudas y recriminaciones. Y después de una década en Estados Unidos, estaba más alejada que nunca de la política y el poder”.

Rápidamente volvió a entrar en escena el político y diplomático (y riquísimo) Averell Harriman, quien convenientemente había enviudado casi al mismo momento que ella. Harriman había sido gobernador del estado de Nueva York, secretario de Comercio y embajador en Gran Bretaña y en la Unión Soviética entre 1943 y 1946. Además, fue uno de los enviados especiales que usó Roosevelt durante la Guerra (asunto que relata excelentemente Michael Fullilove en otro libro que se lee como una novela, Rendezvous with Destiny). Apenas ocho semanas después de reencontrarse en un evento con Harriman, en 1971 Pamela se casó por tercera vez y adoptó los apellidos de dos de sus tres maridos: desde entonces fue Pamela Churchill Harriman, dejando de lado el de su padre y el del productor Hayward.

El fin y los medios

Es en este período cuando Pamela pasó a servirse de la trayectoria política y el dinero de su marido, de su propia inteligencia y el glamour de mujer de la sociedad que ella misma se había construido para convertirse en una figura política dentro del Partido Demócrata. Su mansión en Washington fue un centro clave en la reconstrucción de la agrupación durante los difíciles años de Ronald Reagan y George Bush. Pamela se dedicó al fundraising, ayudó a reconquistar posiciones en el Congreso y fue elegida como la “Mujer Demócrata del Año” en 1980, y luego procuró llevar al partido hacia el centro. Pamela organizaba “Issues Evenings”, o Noches Temáticas, eventos donde los potenciales líderes se probaban ante donantes y otros dirigentes. Ahí fue donde Bill Clinton logró posicionarse como candidato presidencial y Pamela como “kingmaker y reina política”. Efectivamente, Pamela fue uno de los apoyos iniciales clave para la elección de Clinton. “’Haya creído en mí o no’, dice él, ‘sin duda convenció a todos los demás de que ella sí creía’. Además de llenar los cofres electorales, él creyó que su mayor contribución fue el de darle ‘credibilidad’ general, no sólo con los demócratas de Washington sino con ‘gente de todo Estados Unidos’”.

Con Clinton en la Casa Blanca, el premio por ese apoyo fue la embajada en París. Criticada por algunos, fue confirmada unánimemente por el Senado y, según Purnell, estaba mejor preparada que nadie para el cargo por su conocimiento de la sociedad francesa y del mundo de la diplomacia. De hecho, Purnell cita a un importante asesor del entonces presidente Jacques Chirac diciendo que ella era la única embajadora con acceso directo al salón oval. Su gran contribución, después de tantos años en busca de influencia política, fue la de acercar a Francia y Estados Unidos para que la potencia americana pudiera influir en los Balcanes, frenando la limpieza étnica en Bosnia. Clinton reconoce que Pamela “fue una pieza importante en nuestro esfuerzo” y Francia le otorgó la Grand Croix de la Légion d’Honneur poco antes de su muerte en París, lo cual no parece poca cosa para quien fuera llamada por una importante mujer de la sociedad como “esa trola pelirroja” (that red-headed tart) durante la Guerra.

Sin duda, Pamela la pasó bien en el camino, aunque también sufrió lo suyo, especialmente en relación con su hijo Winston y con las finanzas de la familia Harriman hacia el final de la vida. Y me resulta difícil pensar que un lector de la biografía de Purnell pueda pasarla mal leyendo una vida realmente extraordinaria, muy bien investigada y muy bien contada.

 

[1]En este contexto, la irrelevancia argentina parece total. Hay una mención y media a nuestro país: la única mención directa es cuando, después de decir que Pamela tuvo una histerectomía, Purnell menciona que se hablaba mucho del cáncer de cuello de útero, entre otras razones, por la muerte por esa causa de distintas personas famosas, incluyendo a Eva Perón. La media mención es cuando se transcribe una nota de Pamela a su hijo Winston felicitándolo por un buen discurso en la Casa de los Comunes sobre la Guerra de Malvinas.

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Fernando Santillan

Escritor, traductor y editor. Politólogo (UBA). Autor de Flanders (novela). Escribe, principalmente sobre libros, en 750aretiro.blogspot.com.

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