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El 17 de octubre de 2017, hace poco más de siete años, un grupo de buzos tácticos de la Prefectura Naval Argentina, junto con perros de la División Cinotecnia, encontraron el cuerpo del tatuador Santiago Maldonado en el Río Chubut, semi sumergido y enganchado a ramas de sauces. Se cerraba así un misterio de 79 días que había puesto en vilo al gobierno de Mauricio Macri y al Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich, señalados por organismos de derechos humanos, medios de comunicación y sectores de la sociedad de haber incurrido en la desaparición forzada de Maldonado tras un operativo de Gendarmería para desalojar un predio ocupado por mapuches. Durante dos meses, la única hipótesis posible sobre el hecho había sido que a Maldonado lo habían golpeado y atrapado tres gendarmes, que luego lo subieron a una camioneta y salido rumbo a Esquel. La fuente original de esa historia había sido un misterioso “Testigo E”.
La verdad de los hechos, sin embargo, es que nunca existió un testigo que viera cómo “se llevaron a Maldonado”. Nadie presenció tal secuencia, básicamente porque no ocurrió. Aun así, pocas horas después de su desaparición en el departamento de Cushamen —a unos 90 kilómetros de El Bolsón y 60 kilómetros de Esquel— empezó a gestarse un relato oportuno, una posverdad truculenta que podía torpedear al gobierno.
Cinco días después del conflicto con Gendarmería en el campo de los Benetton, ocupado por los seguidores del curioso lonko Facundo Jones Huala, nada era claro. Jones Huala, detenido en la Unidad 14 de Esquel por distintos hechos delictivos, mantenía un discurso furibundo y le había declarado la guerra al Estado argentino, en un intento por convertirse en una suerte de talibán criollo. La familia de Maldonado todavía no estaba del todo segura si el joven se había quedado en la montaña o si había sido víctima de alguna acción policial que explicara su ausencia.
Mientras tanto, los mapuches denunciaban una violencia institucional que no había sucedido en los términos descritos. Los videos eran claros y las versiones, contradictorias. Los ocupantes aseguraban haber sido baleados por Gendarmería Nacional, aunque ningún arma letal fue disparada; los agentes sólo portaban tres escopetas antidisturbios, una de las cuales ni siquiera funcionaba. Tampoco hubo capturas ni enfrentamientos cuerpo a cuerpo.
Las siete u ocho personas que estaban en la casilla cerca de la tranquera de ingreso al campo corrieron hacia el río Chubut cuando los gendarmes, desarmados y cargando un equipo de 11 kilos por cabeza, se decidieron a ingresar cerca del mediodía del 1º de agosto. Minutos antes de la avanzada, dos agentes fueron gravemente heridos en la cabeza por las rocas lanzadas por los mapuches. Quedaron las radiografías como prueba de la violencia.
Mientras la mayoría cruzó por un tramo donde el río apenas tenía 30 centímetros de profundidad, Pilquiman eligió una zona más honda, pero Maldonado no sabía nadar.
¿También Maldonado agredió de este modo a los gendarmes? Nunca quedó claro. Lo que resulta evidente es que el joven fue el último en dejar la casilla. Hay una foto que lo confirma. Él y otra persona, un joven llamativo por su altura de 1,90 metros, de nombre Lucas Naiman Pilquiman, fueron hasta un sector profundo del río. Maldonado iba detrás y un poco retrasado, porque sostenía en los brazos una mochila negra, que presuntamente contenía molotovs. Tenía puestas varias capas de ropa. Este detalle había generado risas entre los mapuches durante la noche, acostumbrados ellos al riguroso clima patagónico.
Mientras la mayoría de los mapuches cruzó hacia el monte a través de un sector donde el río se vuelve un hilo de 30 centímetros, Pilquiman, que estaba adelante de Maldonado, optó por uno más profundo. Justo donde él iba diariamente a buscar agua. Su razonamiento resultaba simple: alcanzar un área arbolada con una leve inclinación y meterse al río para dejarse llevar flotando por la corriente. El problema del plan era que Maldonado no sabía nadar.
Al menos uno de los gendarmes tuvo la iniciativa de correr en el mismo sentido, pero estaba lejos de encontrarlos cuando ambos se hallaban en la orilla. Pilquiman no dudó. Entre quedar detenido y aventurarse al río, optó por lo segundo. Ya flotando, incitó a Maldonado a hacer lo mismo, pero el joven le indicó que siguiera. Fue la última ocasión en que Pilquiman lo vio con vida. Segundos más tarde, el joven se hundió en un sector de casi tres metros de profundidad y la misma ropa que lo cobijó durante la madrugada sentenció su final.
Pilquiman no fue testigo de su detención, violencia institucional o presuntas torturas, sino de la total soledad de su compañero. Porque Maldonado murió solo, abandonado por los weichafe (guerreros), como les gustaba llamarse a sí mismos a los acólitos de Jones Huala.
Con el paso de las horas, fue creciendo el rumor de que había un último testigo, alguien que había estado donde nadie más y que había podido ver lo que muchos deseaban con profundo ardor: que durante el gobierno democrático conducido por Mauricio Macri había habido una desaparición forzada, como tantas veces había sucedido en la época de la dictadura militar.
La estampida por parte de los mapuches hacía poco probable que alguien se detuviera especialmente a observar cómo se desarrollaba la persecución. La secuencia se desarrolló en menos de diez minutos, teniendo en cuenta que entre la tranquera y el río hay unos 450 metros de suelo blando.
Los antecedentes
Desde el 31 de julio, el grupo autodenominado Resistencia Cuchamen mantenía cortado el tránsito de la Ruta 40 en reclamo por la detención de Jones Huala. Algunos de los conductores fueron amenazados y agredidos. Maldonado integraba este grupo de jóvenes. Uno de los conductores llegó incluso a describirlo físicamente al mencionar a alguien de barba.
En los videos de este corte se observa cómo Maldonado bromea con Pilquiman. A pesar de que llevaba el rostro cubierto, se nota que se trata de él. En un momento, Maldonado se inclina y golpea con su mano la pierna de Pilquiman, como jugando. Entre ambos, hay unos 20 centímetros de diferencia de estatura. Se acababan de conocer, pero Maldonado se sentía orgulloso de ser parte del grupo.
Hacía varios días, el tatuador insistía en los círculos K y anarquistas de El Bolsón en conocer la zona ocupada y a los weichafe mapuches. Venía de reclamar contra las salmoneras en Chiloé y había atravesado la frontera con Chile por un paso no regulado utilizado por los baqueanos de la zona. En la comunidad mapuche de Cushamen no había un verdadero entusiasmo porque los blancos se sumaran a la protesta. Alguien me contó tiempo después que Isabel Huala, madre del lonko, consideraba que a la tierra no le gustaban los extraños, y que éstos traían mala suerte. En su reflexión puso como ejemplo a Maldonado.
Al final, el joven logró su objetivo, y el último día de julio se adentró en el campo ocupado por Jones Huala dos años antes. Como es habitual en este tipo de acciones, los mapuches varones tenían armada una precaria casilla, y cada tanto recibían la visita de sus parejas mujeres e hijos. El joven se sumó a la vigilancia de la madrugada, el turno más pesado de todos, teniendo en cuenta las bajas temperaturas reinantes. Esto explica que se enfundara en varias capas de ropa, que hacían lentos y difíciles sus movimientos.
Los mapuches habían tenido rencillas con Gendarmería Nacional aquel mismo año, en enero. Varios de ellos estaban acostumbrados a participar de tomas o a realizar protestas en rutas y calles. En el grupo sobresalía Matías Santana, amigo y ferviente seguidor de Jones Huala. Con 19 años, Lucas Pilquiman era el menor de los integrantes de Resistencia Cushamen. Santana dijo a la Justicia en su declaración que tenía unos binoculares que utilizaba para vigilancia. En la zona, los baqueanos se sirven de los binoculares para observar a sus ovejas y no es raro que anden muchas horas a pie en lugar de utilizar caballos.
Santana mencionó golpes, detención, tortura, y otros conceptos. Los binoculares, que después dijo haber perdido, hacían más confiables sus palabras.
El 1º de agosto, luego del ingreso de los agentes, Santana fue de los primeros en cruzar el río, al punto que se ubicó en una loma que está al otro lado del sector ocupado. Su posición le permitió asegurar durante un tiempo que había sido testigo del secuestro de Maldonado. Santana mencionó golpes, detención, tortura, y otros conceptos. Los binoculares, que después dijo haber perdido, hacían más confiables sus palabras.
A medida que avanzó la investigación, los mapuches de Cushamen comenzaron a hacer sus propias “anotaciones” extras al relato central, para preocupación de no pocos integrantes de las organizaciones de derechos humanos y del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), que daban por sentado que no había errores o inconsistencias en las primeras testimoniales.
Desde la comunidad, aseguraron que Santana en realidad no era un testigo presencial de los hechos denunciados, sino un werken, es decir, un vocero. Y que los mapuches de hoy conservan la ancestral costumbre de reunir toda la información disponible en una sola persona, para que esta brinde su testimonio total. Sonaba extraño desde el vamos.
Visto en persona, café de por medio, Santana nunca entregó la sensación de ser un weichafe, más bien un chico tímido, golpeado por la vida y de mirada triste y profunda. Alguna vez integró equipos de fútbol sala en Esquel hasta que se cruzó con el lonko y su sueño revolucionario. El propio Jones Huala había sido un militante pacifista antes de sus 30 años. Y Lucas Pilquiman era un muchachote con pasado adolescente en la lejana ciudad de Puerto Deseado, provincia de Santa Cruz.
Siguiendo la línea de esta tradición, quedó claro que Santana no había visto lo que dijo que había visto. Era otro u otros los verdaderos testigos. El juez Guido Otrando y la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas intentaron por distintas vías que los mapuches resolvieran apuntar al auténtico testigo presencial. No lo había. Cortiñas les reclamó con firmeza: “Tienen que contar lo que vieron”. Pero su esfuerzo fue en vano. Nadie había presenciado una detención.
El testigo E
En esos días, dos abogados cordobeses que colaboraban con la ONG Naturaleza de Derecho escribieron un informe donde se plantean los presuntos hechos del 1º de agosto de 2017. Entre los testigos aparece Santana, que detalla un secuestro ilegal. En ese documento, se subraya el relato de un testigo “esencial”, por eso lo llamaron Testigo E. Se trataba de un joven mapuche que, en teoría, había estado hasta el final con Maldonado y había visto cómo los gendarmes lo golpeaban y torturaban para finalmente llevárselo detenido en un camión. Su versión disparó una tapa definitiva de Página/12, entre tantas otras de tantos medios que no se molestaron en investigar.
Los abogados armaron este testimonio a la manera mapuche, es decir, otros hablaron por Pilquiman asegurando que Pilquiman había visto un brutal desenlace. No tuvieron contacto directo con el joven en esta instancia ni dialogaron con él. La metodología quedó desnuda cuando trascendieron las conversaciones telefónicas que sirvieron para el armado del argumento apócrifo. La propia familia cuestionó los dichos de Lucas.
Existe más de un elemento psicológico que permitió que se construyera el falso testimonio. O, dicho con mayor precisión, que Pilquiman permitiera esa construcción. El joven dejó traslucir semanas después a sus conocidos, según pude averiguar, que sentía la presión de no haber dicho la verdad. De haber dejado que otros pusieran palabras en su boca. Algunos en la zona especulaban con que además le pesaba no haber permanecido con Maldonado. Lo concreto es que si ambos se hubieran quedado junto al río, habrían sido detenidos y liberados horas más tarde. Pilquiman era consciente de que había dejado a Maldonado en un momento de desesperación. Una conducta que, al final de cuentas, sólo puede traducir quien vivió aquella instancia.
Mientras tanto, el documento de los cordobeses viajó raudo hasta la Comisión Internacional de Derechos Humanos (CIDH). El CELS, que tenía a Horacio Verbitsky como a uno de sus referentes, no tardó en llegar a Esquel para sostener reuniones con los mapuches y representantes de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Bariloche. También se entrevistaron con algunos miembros de la prensa que empujaban en sus medios la teoría de la desaparición forzada.
Si ambos se hubieran quedado junto al río, habrían sido detenidos y liberados horas después. Pilquiman sabía que había dejado a Maldonado en un momento de desesperación.
En diciembre, Pilquiman brindó su testimonio en Epuyén ante el juez Gustavo Lleral y reconoció que no había visto lo que indicaba el ahora famoso Testigo E en el informe de los abogados. El testigo “esencial” ni siquiera figuraba en el expediente de la causa.
Días antes, su mamá, Claudina Pilquiman, una militante K de Santa Cruz, había adelantado que su hijo no era el testigo que se pretendía desde las organizaciones de derechos humanos y ciertos sectores políticos. Tanto Lucas como Claudina y el propio Santana muy probablemente conocían la ubicación casi exacta del cuerpo de Maldonado. La misma noche del 1º de agosto lo buscaron con luces altas y una camioneta en la orilla del río Chubut, contaron vecinos en aquel momento.
Fuentes reservadas me comentaron una noche en Esquel que Pilquiman habría hecho una confesión ante un grupo de jóvenes mapuches junto a los que permanecía ocupando Cushamen. Alrededor de una fogata, el joven habría confesado lo afectado que se encontraba por ser el protagonista de una historia ficticia.
Atrapado por las raíces
Dos de los muchos expertos que consulté durante la cobertura, un guía de turismo en el río Chubut y un físico del Instituto Balseiro, me habían anticipado entre agosto y septiembre que el cuerpo de Maldonado podía estar en el fondo del río atrapado por las raíces. Ambos coincidían en que, cuando subiera la temperatura, también lo haría el cadáver, producto de los gases internos, y en perfecto estado de conservación, debido a las bajas temperaturas y composición natural del agua. Los dos recordaban el caso de animales y de una mujer ahogada que servían como antecedentes.
La trayectoria de Maldonado después de salir de la casilla lo ubicaba a unos 200 a 400 metros de la zona más baja del río, a la izquierda partiendo desde la tranquera, como yendo hacia Leleque o el Museo histórico, también propiedad de los Benetton. Maldonado no llegó ahí por conocimiento propio sino por seguir a Lucas, quien entendía que el agua profunda y la frondosidad del sector podían ocultarlos. Ese fue el papel real de Lucas antes de que lo convirtieran en el Testigo E.
Segundos después de que Lucas viera a Maldonado solo en la orilla, el joven se hundió como una piedra. Estas conclusiones se desprenden del voluminoso fallo del juez federal Gustavo Lleral (200 páginas, aproximadamente), que no tenía dudas de lo que en verdad había sucedido con el joven. El propio juez federal Guido Otranto se había ubicado sobre esta misma hipótesis y terminó desplazado.
La confusión era propicia para la militancia K y la izquierda. Ambas facciones militantes encontraron una oportunidad única para revitalizar oscuros fantasmas, pero en democracia. Como no tenían un testigo presencial de los hechos, se inventaron uno y hasta le dieron un nombre en clave. Una verdad parecía imponerse. El relato de Santana con sus binoculares, posteriormente perdidos, no alcanzaba, pero el Testigo E lo había visto todo. Absolutamente todo lo que la imaginación militante podía contener.
Lo último que se supo de Lucas Naiman Pilquiman fue que en 2023 quedó detenido en su intento de visitar a Jones Huala en la Unidad 14 de Esquel. Pesaba sobre el joven una causa por daños a la Intendencia del Parque Nacional Nahuel Huapi en Bariloche. Luego de comparecer ante la Justicia, quedó en libertad.
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