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Ríos de tinta se han volcado sobre nuestra historia y aun así el caudal no desborda. La historiografía ha dado abundante contenido sobre el origen y el fondo de nuestro proceso histórico y sus protagonistas. Sin embargo, persiste el vacío de lo inconcluso. La sombra que aquí evoco no es la de Facundo, sino la de un hombre sin nombre. Tal vez, queda interpretarnos desde la perspectiva del individuo y no del colectivo que hemos ido construyendo en estos dos siglos. Simplemente porque la gesta iniciada en mayo de 1810 en su fondo no fue otra cosa que el inicio de un largo proceso de emancipación del hombre y ensanche de la propiedad en las pampas argentinas. Acá me propongo a explicarlo.
Un proceso con avances y retrocesos. Cruel y lento. Un proceso universal que desembarcó en estas orillas proveniente de la Europa, como cierta vez explicó Bartolomé Mitre, con la fuerza natural e irresistible del comercio por los mares, la ambición y el arrojo de los mercaderes del mundo, mediante la rebeldía de contrabandistas criollos y extranjeros, propiciada por la avaricia de banqueros y aseguradoras marítimas surgidas en las casas de café europeas, y forjada en los embates constantes de las expediciones militares provenientes de otros reinos y sus poderosas compañías privadas cuyo objetivo era fisurar el antiguo monopolio comercial de España en el Río de la Plata. De aquella colisión de poderes, por una parte, y convergencia de intereses, por otra, parió su vida independiente esta parte de América.
Locke ha dicho que el hombre en su estado de naturaleza es libre, dueño absoluto de su persona y de sus bienes, igual a los demás hombres y no está subordinado a nadie. A fin de protegerse, se asocia con los demás hombres con el objeto de protegerse mutuamente sus vidas, libertades y bienes, lo que se comprende con el nombre genérico de propiedades. Es así entonces que la propiedad no es otra cosa que la esfera de poder del individuo frente a sus pares y a la comunidad organizada que lo rodea. Y, por tanto, sí son delebles los límites de su esfera: la fracción, es decir, el individuo, tenderá a desaparecer o perderse en el entero, la comunidad. Cabe recordar que no se puede separar a Locke de su origen, su contexto y su tiempo, pues fue parte de un proceso de cambio en el norte de Europa con la tolerancia religiosa, la expansión del comercio y el crédito, y la consolidación política de instituciones liberales.
Fue Juan Bautista Alberdi quién explicó que el derecho colonial español nunca tuvo como objetivo garantizar la propiedad del individuo sino la propiedad de su fisco.
Fue Juan Bautista Alberdi quién explicó que el derecho colonial español nunca tuvo como objetivo garantizar la propiedad del individuo sino la propiedad de su fisco. El vacío legal en algunos casos, los privilegios de casta y prohibiciones en otros, de la antigua legislación indiana, todos ellos bajo la influencia del modo de entender el mundo de la península ibérica, postergó tanto el desarrollo económico como el avance y control del territorio actual del país por unos tres siglos. Los españoles en su ambición famélica por la abundante riqueza metálica en el subsuelo de América no fueron capaces de detenerse en el potencial que también existía en la superficie de la pampa argentina. Criollos y británicos, en cambio, sí lo hicieron. Nicolás Avellaneda escribió que el baldío, es decir, la tierra inculta y despoblada, se presentaba con más desastrosos caracteres en España y principalmente en sus colonias.
Pampa sin dueño
Instituciones medievales como los mayorazgos, las mercedes, las encomiendas; la servidumbre o la esclavitud; restricciones a la inmigración de otros reinos europeos en América; el proteccionismo contra la circulación de bienes extranjeros más baratos y de mejor calidad; la intolerancia religiosa de la Iglesia católica; la demora del proceso gubernamental y el excesivo costo para otorgar títulos de propiedad sobre la superficie o el favoritismo político para hacerlo; y el riesgo frente a los sorpresivos malones de los indios. Todo ello convirtió a la infinita pampa argentina en un subcontinente improductivo, desértico y despoblado. Un océano verde sin límites. Sin incentivos para que prosperara su economía. Por ahí deambulaban el nómade nativo dominando grandes porciones del territorio y adornaban la geografía de la llanura rodeos interminables de miles de cabezas ganado salvaje. Los animales se trasladaban por el campo abierto sin alambrados como auténticos bisontes arrastrando todo a su paso. Tal es así que, en 1790, los vecinos del curato de San Nicolas de Bari peticionaron ante el virrey por la proliferación del ganado caballar cimarrón que en sus correrías asolaban los campos y arrastraban caballadas mansas. A la aspereza de aquella vida se le sumaba las grandes cantidades de perros cimarrones devorando a los terneros como lobos salvajes en un espectáculo bárbaro.
En las llamadas “estancias” del virreinato no solía existir título de propiedad sobre el suelo. El suelo en general continuaba siendo propiedad del rey español, rol que luego fue sustituido por el del Estado argentino. La propiedad del suelo se solía confundir con el derecho de “vaquear” otorgado por el Cabildo, y muchas veces, la concesión de la pitanza posteriormente dio origen a un derecho de propiedad permanente en el lugar geográfico donde se cazaba el rodeo.
La influencia hispana en la concepción criolla de entender al monarca como dueño de la tierra se extendió al debate político de la vida independiente del país en el siglo XIX.
La influencia hispana en la concepción criolla de entender al monarca como dueño de la tierra se extendió al debate político de la vida independiente del país en el siglo XIX, durante el cual el Estado trató de arrogarse la misma posición de la antigua corona sobre sus súbditos. Los animales “reyunos” (propiedad del rey), por ejemplo, pasaron a ser propiedad del incipiente Estado argentino. El espíritu fiscal fue preponderante también en la implementación del régimen de la enfiteusis, mediante el cual se intentó alquilar tierras fiscales o baldía para generar rentas al Estado. La enfiteusis no generó un impacto real en el corrimiento de la frontera contra el indio ni en el desarrollo agrícola porque no fomentó la colonización, ya que careció del incentivo que detenta el propietario y las herramientas de financiación que sólo da el título para expandir cualquier negocio. Sin propiedad sobre la tierra, no había hipoteca; sin hipoteca, no había crédito.
El mismo debate se daba de manera contemporánea en el Congreso de los Estados Unidos, donde el senador Bentham reforzaba el concepto opuesto como sustento de la democracia y la república frente al Estado y sus gobiernos: “Multipliquemos por todos los medios la clase de propietarios libres, para perpetuar la república”.
Sin propiedad privada y su debida garantía jurídica, el individuo se halló a merced del gobernante y sus arbitrios. La confiscación de bienes fue moneda corriente durante los largos años de régimen de Rosas. Los caudillos por encima de la ley y las instituciones hacían y deshacían a su antojo.
Pampa bárbara
En la ausencia de propiedad, por la pampa colonial se extendió la vaquería, que era la forma más primitiva de explotar la ganadería. La peonada a caballo provista de largas cañas con una hoz amarrada en la punta alcanzaba el ganado silvestre a la carrera en la pampa abierta y les cortaba el tendón de las patas traseras. En tierra quedaban tendidos centenares de animales. Luego los degollaban, les sacaban el cuero y abandonaban el resto. La carne que no se aprovechaba por la tecnología rudimentaria de la época se convertía en manjar de los perros salvajes y las aves carnívoras o en alimento “gratuito” que acostumbró al gaucho a creer que la carne vacuna carecía de valor. El corambre secado al sol luego encontraba mercado en el exterior, la mayor parte de la veces mediante el contrabando con extranjeros en ambas las orillas del Río de la Plata para evitar la recaudación del Cabildo. Muchos años después, ya dándonos vida como país independiente, con la introducción del alambrado a las pampas por parte de la influencia de los productores británicos comenzó a delimitarse la propiedad, es decir, la unidad productiva que permanecía indeterminada por siglos de barbarie. De esta forma se incrementó enormemente la productividad ganadera y agrícola en las estancias del país. “¡Alambren, no sean bárbaros!”, vociferaba Sarmiento cada vez que podía. Porque la barbarie no era el indio, el caudillo ni el gaucho: la barbarie era la ausencia de propiedad. La barbarie era España.
En aquel vacío legal de la Iberia en América, se forjó una idiosincrasia autóctona, una adaptación del conquistador español a la geografía y a las leyes del Nuevo Mundo. Un mestizo con costumbres nómades y pastoriles de lejana herencia cultural proveniente de los invasores visigodos y beduinos de la península. El español tomó un caballo sin dueño de la pampa para sí y se fusionó en el paisaje americano con el originario. El gaucho o el gauderio, pródigo y romántico, surgió y se multiplicó en la vida fácil de aquel manantial de abundancia. Para comer no necesitaba trabajar. Se juntaban de cuatro o cinco con caballos, bolas, lazo y un chuchillo y tenían un trozo de carne para alimentarse. Solo trabajaban para comprar yerba y tabaco proveniente del Paraguay.
En aquel vacío legal de la Iberia en América, se forjó una idiosincrasia autóctona, una adaptación del conquistador español a la geografía y a las leyes del Nuevo Mundo.
Más tarde, contribuyeron al desorden y a la barbarie las continuas guerras intestinas a lo largo del siglo XIX. Lo que a nuestros días se dirime de forma civilizada y pacífica en las urnas, en aquel tiempo se definía mediante la bárbara escena de sables, lanzas y bayonetas cruzadas en campo abierto. Cada soldado llevaba consigo una china que las más de las veces también tomaba las armas en la contienda y padecía tal vez con más desgracia que el varón la euforia del vencedor contra su vida y su integridad física. Detrás de las tropas avanzaban infinidad de carretas con provisiones, y luego los incalculables rodeos. Por donde pasaban aquellas auténticas ciudades móviles, escaseaba el pasto por meses. Era uso común que el vencedor de una batalla o de una incursión político militar a una provincia saqueara o confiscara hacienda propiedad de los vencidos y sus partidarios ya sea como botín para enriquecerse o para fraguar los gastos que demandara la movilización de sus partidarios. Y también era costumbre la bárbara saña de ejecutar extrajudicialmente al adversario derrotado en la contienda. Con la sangre de la matanza de animales y de hombres, se pintaba aquel dantesco y bárbaro cuadro en la pampa.
Al criollo lo arrastraban los caudillos a morir en batalla mediante la conscripción forzosa. En su viaje por las provincias argentinas, el escocés McCann relató cómo en tiempos del sitio a Montevideo, durante su ausencia, los soldados que cruzaron a luchar con Urquiza a la Banda Oriental le fueron robado sus animales. Al criollo así no sólo se le violaban derechos sobre sus vidas, sus bienes y libertades, sino que además competía en desventaja con el inmigrante extranjero para trabajar y emprender. Mientras los caudillos arrastraban a los argentinos a morir en sus batallas, a los súbditos del Reino de Gran Bretaña a partir del Tratado de 1825, por ejemplo, se les concedía el derecho de permanecer trabajando y velando por sus propiedades. Privilegio que impulsó el reclamo del gobierno francés en la exigencia de igual trato a sus súbditos en la Confederación. El destrato de Rosas condujo a un bloqueo naval por parte de Francia en 1838 causando enormes perjuicios a la economía argentina.
En Historia de la organización constitucional, González Calderón señaló a dos leyes de Indias como ejemplo de barbarie contra la libertad de conciencia en América: la censura previa que detentaban virreyes y presidentes para conceder licencias para la impresión de libros en sus distritos y jurisdicciones y otra que establecía la confiscación de la mitad de los bienes a todo aquel que muriese sin “confesar devotamente sus pecados y recibir el santísimo sacramento de la Eucaristía, según lo dispone nuestra santa madre Iglesia”. En el Sistema rentístico de la Confederación Argentina, Juan Bautista Alberdi, trató leyes del derecho español como la de negarle sepultura en lugar sagrado al “usurero” muerto sin penitencia o la de prohibir la celebración de contratos con judíos o moros. Con la Revolución de Mayo llegó a la pampa la libertad de imprenta y con el Tratado de Comercio y Amistad celebrado con el Reino de Gran Bretaña en 1825, se empezaron a garantizar derechos elementales a los disidentes religiosos que luego servirían como antecedente para la Constitución de 1853.
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