Milei. Una historia del presente
Ernesto Tenembaum
Planeta, 2024.
440 páginas, $29.900.
Still, a man hears what he wants to hear
and disregards the rest.
–Simon & Garfunkel, «The Boxer»
Cerca del final de Milei. Una historia del presente, cuando la narración ya ha llegado a abril de este año, Ernesto Tenembaum alcanza el punto máximo de su asombro. Relata que la inflación de diciembre había sido de 25%, la de enero de 20% y la de marzo de 11% y que los distintos cálculos indicaban un aumento del 10 puntos en la pobreza; sin embargo, la imagen del presidente seguía siendo alta: “Era un hecho mágico”, escribe. “El presidente seguía deslumbrando a la población, incluidos sus seguidores más pobres”. Este es el tono que predomina en todo el libro. Tenembaum no intenta comprender el fenómeno (“mágico”), sino que se limita a relatar los hechos. “Contar, tal vez, ayude a entender”, dice al final del prólogo. Así que estamos advertidos: el autor deja la tarea de entender al lector.
La parte positiva es que relata los hechos con bastante honestidad, reduciendo al mínimo su valoración personal. No demoniza a Milei y, de hecho, le reconoce algunas virtudes cuando la realidad lo amerita. La parte negativa es que no aporta demasiado, ya que no cuenta nada que no sepamos y que no tengamos fresco en la memoria, porque lo hemos vivido en los últimos ocho años.
Imagino dos posibles lectores. El primero: un extranjero. El segundo: un argentino del futuro lejano. Es probable que Tenembaum y la editorial Planeta hayan pensado en el mercado hispanohablante, porque el texto se ocupa de presentar a cada personaje como si no los conociéramos. Por ejemplo, dice: “Animales sueltos, un programa televisivo con un formato bastante tradicional: un conductor ágil, versátil y carismático, cuatro o cinco periodistas que lo apoyaban con información y análisis, y algún invitado”. O: “Georgina [Barbarossa] es una de las buenas actrices de Argentina. En los últimos años, se había dedicado a la conducción de programas de interés general”. Incluso: “Juan José Campanella es un director de cine que quedará en la historia argentina. Su película El secreto de sus ojos fue una de las dos producciones locales que recibieron el Oscar a la mejor película extranjera. En los últimos años, el cineasta había participado activamente en el debate político local, con una postura muy crítica hacia el kirchnerismo”.
La parte positiva es que relata los hechos con bastante honestidad, reduciendo al mínimo su valoración personal. La parte negativa es que no aporta demasiado.
También relata, de manera superficial, hechos recientes de la historia argentina que todos conocemos. Por ejemplo: “[El kirchnerismo era] el movimiento (…) hegemónico desde 2003. Pero enfrentaba un creciente rechazo debido a dos o tres cuestiones centrales: la inflación, la corrupción y el maltrato a los disidentes”.
Todo esto vuelve la lectura tediosa, redundante y alarga un libro cuyas 416 páginas no justifican el peso de su contenido. Para colmo, como muchos de los hechos narrados son escenas de programas de televisión (que pueden verse en YouTube), Tenembaum dedica páginas y páginas a transcribir diálogos y describir detalladamente las situaciones.
Milei, el freak
Para ser justos, hay un tercer posible lector: alguien como yo. Aunque todo lo que dije hasta acá es cierto, leer de manera ordenada y continua el recorrido público de Milei, desde su primera aparición en Animales sueltos el 27 de julio de 2016 hasta el sexto mes de su presidencia, no es exactamente lo mismo que haberlo vivido. Ocho años condensados en 400 páginas, por más que uno conozca todo lo que se cuenta, generan un efecto distinto.
Soy una de las seis millones de personas que votó a Milei sólo en el balotaje. Muchas de ellas habíamos votado por Patricia Bullrich en la primera vuelta. Tenembaum se pregunta sobre nosotros después de relatar el Pacto de Acassuso: “¿Apoyarían a un candidato alineado con la ultraderecha de otros países, que humillaba a Raúl Alfonsín e insultaba al Papa, que no tenía reparos en ser muy violento en público cuando una mujer le objetaba algo?”. Me resultó graciosa la enumeración, porque es evidente que, si lo votamos, la mayoría lo haría precisamente a pesar de todo eso; por algo no lo habíamos votado en la primera vuelta. Quizás sea una enumeración malintencionada o, tal vez, quiera destacar que esos aspectos no fueron límites innegociables para nosotros, o una combinación de ambas cosas.
Como parte de ese grupo, pasé estos ocho meses con sensaciones encontradas. Alivio por el pragmatismo de no dolarizar ni cerrar el Banco Central. Desconfianza por la cantidad de peronistas en el Gobierno. Entusiasmo por la dirección económica general, como la obsesión por el déficit cero y la reducción de la inflación. Incertidumbre por algunas otras medidas económicas (o la falta de ellas), como la eliminación del cepo, ciertos impuestos y las retenciones. Satisfacción por la desfachatez con la que el presidente y sus funcionarios responden a las provocaciones kirchneristas. Rechazo por los insultos a quienes lo critican. En resumen: expectativas y un esfuerzo por ver el vaso medio lleno.
La lectura del libro de me refrescó todos los motivos por los cuales no voté a Milei en la primera vuelta, y por qué me pareció un payaso desde su aparición en los medios.
A veces, surge la tentación de dejarme llevar por el entusiasmo y decir “si nos matamos, nos matamos“, como «El Diente» en su Volkswagen por la Avenida Peralta Ramos, porque el club del No La Ven es muy divertido y, a diferencia del kirchnerista (con el que a veces lo comparan), tiene razón en el fondo de las cosas. La lectura del libro me refrescó todos los motivos por los cuales no voté a Milei en la primera vuelta, y por qué me pareció un payaso desde su aparición en los medios, más allá de que tuviera razón en algunas cuestiones clave de la economía.
Su estallido contra Sol Pérez, su séquito de freaks, la promoción de la empresa CoinX, que muchos consideran un esquema Ponzi, los plagios, la mentira sobre tener “una institución financiera internacional de las más importantes del mundo” que aportaría 10.000 millones de dólares para dolarizar, su cercanía con Nicolás Márquez y Agustín Laje. Demasiadas cosas para hacerse el boludo.
Como era de esperar, Tenembaum se detiene bastante en este último punto. Bucea en el mundillo de la derecha vernácula, donde se siente más cómodo. Aunque, una vez más, todo lo que cuenta es de dominio público, puede que no sea tan conocido para quienes no se han adentrado en las aguas oscuras de los influencers de la alt-right más variopinta. Creo que simplifica un poco, de todas formas, al atribuirle a Milei, por asociación, todas las ideas de Laje y Márquez, aunque sin duda son cercanos.
El esfuerzo por no entender
Dije que Tenembaum era honesto, y lo es, ya que cerca del final, cuando relata que el Congreso aprobó la Ley Ómnibus con muchos cambios y que, tras una multitudinaria marcha de protesta, el Gobierno se comprometió a girar los fondos a las universidades, reconoce: “Por momentos, parecía menos irracional de lo que era o, quién sabe, menos irracional de lo que parecía. ¿Era loco? ¿Se hacía el loco para luego negociar? ¿Eran dos Milei distintos? En todo caso, sería necio no admitir que se trata de una personalidad compleja”.
Admitiendo que es una personalidad compleja, sería injusto asociarlo completamente con las ideas de Laje y Márquez. No hay ninguna declaración suya en contra de la homosexualidad ni del matrimonio igualitario. Tampoco ha dicho nada en contra de la inmigración, ni se le han escuchado opiniones racistas. Lo único que podría generar dudas sobre su postura respecto a la democracia fue el famoso intercambio con Luciana Geuna (reproducido en el libro), en el que, en lugar de responder que sí cree en la democracia, menciona el teorema de imposibilidad de Arrow. Es evidente, sobre todo para quien está estudiando la personalidad de Milei, que eso habla más de su obsesión, cercana al Asperger, que de su opinión sobre la democracia. Si queríamos pruebas, el viernes, en una entrevista con Jonatan Viale, cuando le preguntaron sobre la visita de varios legisladores de La Libertad Avanza a Alfredo Astiz y otros represores detenidos en el penal de Ezeiza, fue claro: “Esa no es mi agenda”.
Al principio dije que el autor no intenta entender el fenómeno; ahora creo que hace un esfuerzo consciente por no entenderlo.
No es casualidad que Tenembaum descubra que Milei es una personalidad compleja cerca del final del libro, que parece haber sido escrito de manera secuencial, como si no supiera al principio qué iba a escribir al final. Tampoco es casualidad que yo necesitara refrescar mi memoria sobre sus aspectos más bizarros e impresentables. Da la sensación de que el Milei en el poder es diferente del Milei que rompía una piñata del Banco Central con un palo. Lo expresó en un discurso en junio: “La gran apuesta del gobierno anterior era que nosotros, dando por descontado nuestro perfil libertario, quisiéramos liberar todo el primer día. Eso iba a generar, claramente, una hiperinflación monstruosa, que, dado que los indicadores sociales eran peores que los de 2001, hubiera derivado en una crisis brutal y, para el mes de enero, ellos regresaban al poder con toda la licuación y el ajuste hecho por las malas”. No estaba tan loco, después de todo.
Por eso hay que cuestionar el subtítulo del libro: “Una historia del presente”. Parece más bien una historia del pasado, aunque reciente. Tenembaum dice que “contar, tal vez, ayude a entender”, pero tengo serias dudas de que relatar la historia de Milei 2016-2023 ayude a comprender al Milei de 2024 o a entender por qué la gente lo apoya “mágicamente” a pesar del “ajuste brutal”. Al principio dije que el autor no intenta entender el fenómeno; ahora creo que hace un esfuerzo consciente por no entenderlo.
Podría decirse que, aunque Milei haya cambiado un poco, no se ha transformado en otra persona, y que el personaje que construye Tenembaum sigue siendo parte del Milei actual. Y si todo se va al diablo, como suele suceder en Argentina, la oposición blandirá una foto del Capitán Ancap, tal como ahora nosotros citamos los tuits de Alberto Fernández insultando a mujeres o el video en el que golpea a un anciano en un bar. Eso puede ocurrir, sí, pero no quita que el hecho de que un sector social históricamente identificado con el peronismo hoy apoye y pida ajuste fiscal no es algo “mágico” ni están “encandilados”; hay una racionalidad que Tenembaum eligió no comprender. Y esto es así hoy, pase lo que pase mañana.
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