JAVIER FURER
Domingo

Progresismo y peronismo,
abrazados en la caída

El desplome de Alberto Fernández revela el fracaso y el desconcierto de dos socios que confluyeron en el Frente de Todos.

Va un artículo sobre los efectos políticos de lo que pasó esta semana en un formato de capítulos numerados, como los que hace 30 años escribe Rodrigo Fresán en Página/12:

UNO

Tres causas sobre las cuales se construyó la alianza entre progresismo y peronismo que gobernó la Argentina entre 2019 y 2023 recibieron esta semana golpes durísimos, que sacudieron la histórica superioridad moral de sus dirigentes y simpatizantes. La primera es Venezuela, donde el régimen de Maduro, payasesco y despiadado, le declaró la guerra a WhatsApp y aceleró la detención de presos políticos mientras insistía con el fraude más transparente de la historia. La segunda es la de los derechos humanos: el domingo un militante de H.I.J.O.S. denunció que presuntos sicarios oficialistas, nostálgicos del terrorismo de Estado, habían asesinado a su madre, viuda de un desaparecido, y enseguida se encendió la maquinaria propagandística para atribuir el crimen a un supuesto clima de odio impulsado por el Gobierno. El jueves, sin embargo, en un plot twist patético y delirante, que extiende al absurdo la hipocresía del uso de los derechos humanos como granada política, el militante de H.I.J.O.S. fue detenido por la policía cordobesa, acusado de haber golpeado y estrangulado él mismo a su madre, de 74 años, hasta matarla.

La tercera causa progresista abollada esta semana es, por supuesto, el feminismo político, tras la denuncia por violencia de género de Fabiola Yañez contra Alberto Fernández, ese viejo guerrero anti-patriarcado, y las revelaciones de sus reuniones con otras mujeres en la Casa de Gobierno y en Olivos. El presidente abortero, que decía todas las cosas correctas sobre feminismo y había sido adoptado por el movimiento feminista como un héroe, un aliade contemporáneo, al final resultó ser, si la justicia confirma las denuncias, un Raúl más, otro hijo sano del patriarcado, un machirulo compungido en público y golpeador en privado.

La conducta de Alberto no tendría por qué dañar al movimiento feminista, cuya lucha excede (o debería exceder) a la política partidaria. El problema es que su identificación reciente con el Frente de Todos ha sido de tal calibre que se volvieron, en muchos sentidos, políticamente indistinguibles. Las mujeres seguirán luchando por sus derechos, pero lo que ya no podrá hacer más el feminismo político es psicopatear a los no peronistas como lo venía haciendo: ¿cómo levantar el dedito y acusar a otros de ser reaccionarios o anti-mujeres cuando tu último estandarte, el presidente que te dio todos los gustos y así lo reconociste, maltrataba y golpeaba a su mujer, la confinaba en la casa de huéspedes de Olivos y la engañaba o intentaba engañarla con visitas nocturnas mientras la sociedad estaba encerrada en sus casas? 

El Frente de Todos, desunido en tantas otras cosas, había encontrado en los derechos humanos y el feminismo un pegamento para la coalición y un ariete contra el enemigo común, una “derecha” mitificada, exagerada y demonizada hasta la caricatura, a la que podían acusar, cantando la misma melodía, de estar en contra de la democracia, las mujeres y los pobres. De ser malas personas. Podían sentirse del lado de los buenos, de que su superioridad moral, una característica histórica del progresismo, se mantenía intacta. Después de este último año, pero sobre todo después de esta semana, esa superioridad moral, que ya venía baqueteada, se les va a complicar bastante más.

DOS

En abril de este año hice una predicción en Twitter: dije que el progresismo iba a volver a ponerse de moda: “Recuperará prestigio y tendrá oferta electoral propia (no sé si le irá bien). Periodismo, cultura y clases urbanas profesionales se harán más progresistas, como en su apogeo de 1996-2007”. Al principio pensé que la había embocado. Unas semanas después del tuit, fue la marcha en defensa de las universidades públicas, toda de clase media, mucho más progre que kirchnerista, y varios dirigentes y periodistas que habían sido republicanos durante años ahora criticaban al gobierno de Milei desde el progresismo. Parecía posible una conversación pública en la que un progresismo fortalecido criticara a Milei desde la centro-izquierda contra el neoliberalismo (su villano favorito) y aprovechara la parálisis del peronismo mientras decidía si el heredero de Cristina era Axel Kicillof (más de lo mismo) o Máximo (mucho más de lo mismo).

Cuatro meses después, vengo a decir que la pifié.

El estilo progresista continúa sin levantar cabeza, asediado por su pasado y por su incapacidad para separarse lo suficiente del kirchnerismo, su propio marido golpeador. Los moretones que tienen progresistas y peronistas no K les impiden todavía juntar la fuerza como para plantarse y decir, con autoestima y firmeza, que cualquier proyecto progresista requiere necesariamente despegarse del kirchnerismo, la amiga tóxica que arruina todas las causas. Los derechos humanos, el feminismo y la democracia (por ejemplo, en Venezuela) son demasiado importantes como para dejárselas a una banda que sólo las quiere usar como arma política. Buena parte de la reacción de estos días, sin embargo, en donde sí flota un aire de derrota y desconcierto, pero no de acusación a la experiencia frentetodista, no me permite ser optimista. Ante el derrumbe de Alberto, algunos reivindican a Cristina. Ante el derrumbe de Maduro, otros salvan a Chávez. Si no se van rápido de este matrimonio, me temo que van a terminar votando todos a Kicillof, mintiéndose con que ya no los van a fajar más.

TRES

El peronismo no kirchnerista, ese animal mitológico del que hace años se viene esperando un malón, una resistencia, un golpe de Estado contra el régimen peronista del conurbano, sigue ahí, en gateras, esperando su momento, negociando el corto plazo, demorando el largo. Fue una esperanza blanca en 2019 (¿alguien se acuerda de Alternativa Federal?) y hubo algún movimiento después, con la rebeldía módica del Movimiento Evita y otros descontentos aislados. Pero con la rendición de Massa, su campaña cosplay del kirchnerismo y la derrota posterior, el peronismo se declara, como el progresismo, confundido y desorientado. Unos a otros se convocan a debates sobre cómo salir, cómo recuperar la esencia; quizás volver a Perón, o a Evita, o a algún lado donde haya habido felicidad. Por eso tal vez haya adquirido una popularidad insólita Guillermo Moreno, intérprete de un peronismo en blanco y negro, inviable en cualquier sentido práctico, pero expresado con firmeza y sin culpa.

El problema del peronismo, para mí, es que necesita una renovación doctrinaria demasiado profunda para lo que está dispuesto a dar. Consultado sobre los papelones de Alberto, el Cuervo Larroque respondió: “Por los errores de una persona no puede pagar la doctrina”. ¿Pero cuál es esa doctrina? ¿Cuál es la visión de país o de futuro que puede ofrecer hoy el peronismo? Veo alguna renovación en el periodismo (nuestros primos de la revista Panamá) o en los think tanks (FundAR, financiado por el empresario Sebastián Ceria), que proponen sacar al peronismo de sus taras históricas, como la economía cerrada, el déficit permanente y su sometimiento al conurbano. Pero en la política real del peronismo no pasa nada. Sus últimas dos encarnaciones exitosas (la neoliberal de Menem y la nacional popular de Néstor y Cristina) han sido asumidas por otros o están completamente agotadas. Su modelo de política social (planes a cambio de política), su ideología sobre la inseguridad (el garantismo zaffaroniano), su modelo educativo (todo el poder a los gremios) y su cultura política (corrupta, rosquera, impiadosa) están en niveles de popularidad mínimos y han fracasado como modelos de gestión y representación. ¿Qué puede ofrecer el peronismo sin repudiar el modelo del “Estado presente”? No se me ocurre. 

Una fortaleza histórica del kirchnerismo era no pedir perdón nunca, jamás hacer una autocrítica y meterle siempre para adelante. Eso le permitió sobrevivir y esperar tiempos mejores en 2009, 2013 y 2016. Algunos lo están intentando: Kicillof se fue de gira esta semana con Fernando Espinoza, procesado por acoso sexual, sentado a su lado. Pero otros, más honestos, se hacen preguntas, porque el mazazo está siendo brutal, pero no sé si tendrán respuestas. El peronismo será otro o no será, pero si es otro, ¿seguirá siendo peronismo?

CUATRO

El progresismo es vulnerable a los impostores y los recién llegados, porque pide poco a sus nuevos miembros: alcanza con decir lo correcto y compartir los enemigos para ser considerado un buen miembro del club progresista. No hay que hacer nada. Es una identidad, al menos en su expresión concreta de estas décadas, que permite un compromiso superficial, puramente discursivo, sin la necesidad de un correlato militante o entender las idas y vueltas del Estado o la política. El progresismo, como el género, es una autopercepción: alcanza con declararlo para serlo y ser reconocido por los pares.

Por eso pudo Alberto Fernández, que había empezado su carrera política en la derecha nacionalista, después continuó en el menemismo y después fue un crítico acérrimo de Cristina, reinventarse como progresista en su gobierno. Hábil para la labia y el ventriloquismo, recitó como un loro las máximas sobre el capitalismo global, se emocionó con la lucha de las mujeres, se enojó por la venalidad de la derecha y se dio mil abrazos con Lula. Con eso le alcanzó, porque no hacía falta más.

Ahora quieren expulsarlo de ese paraíso y negar que alguna vez fue parte. Tiene lógica, porque el escándalo es tal, que se rompió el hechizo que protege a todo progresista de opiniones correctas pero actos incorrectos.

CINCO

Me pregunto si todavía son posibles escándalos como el que se generó en 2021 cuando Mauricio Macri se sacó de encima un micrófono de C5N mientras entraba a un juzgado de Dolores para declarar en una causa que ya nadie recuerda. Aquel día fue un frenesí de indignaciones y comunicados, iniciados por el kirchnerismo pero continuados después por sus adyacentes de la política y los medios: se pronunciaron las asociaciones profesionales, se escribieron artículos sobre el compromiso de Macri con la libertad de expresión. Se levantaron deditos, legitimados en parte por la superioridad moral con la que todavía contaba el progresismo. ¿Qué pasaría hoy, ahora que el mecanismo quedó desnudo?

Intentos de replicar estos escándalos siempre habrá. Este año, por ejemplo, tras el asesinato en mayo de tres mujeres que vivían juntas en Barracas, la maquinaria bautizó el crimen como un “lesbocidio” y lo atribuyó al clima de odio contra las minorías sexuales impulsado por el gobierno de Milei. Durante semanas la hipótesis fue aceptada sin discusión, a pesar de que el único detenido se había declarado kirchnerista y que el episodio tenía toda la pinta de haber sido el desenlace terrible de una pelea entre vecinos. En junio, el juez procesó al acusado pero “descartó que se tratara de un crimen de odio“. El caso quedó entonces abandonado, y las tres mujeres, reducidas en el ranking de víctimas al haber sido asesinadas por vecinas y no por lesbianas.

De todas maneras, la potencia política del caso, a pesar de su gravedad, fue notoriamente inferior al del micrófono de Macri. Lo mismo se puede decir sobre el falso asesinato denunciado por H.I.J.O.S. esta semana, que encontró eco sólo entre los más guerreros y convencidos. Para que estos casos se viralizaran políticamente, era necesario que el fuego iniciado por el kirchnerismo  se encendiera y viajara por la mecha de la superioridad moral progresista. Mi hipótesis optimista es que esa mecha está mojada.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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