“La prueba de una inteligencia de primer orden
es la capacidad de tener en la cabeza
dos ideas opuestas al mismo tiempo
y conservar igual
la capacidad de funcionamiento.”
–F. Scott Fitzgerald, «El Crack-Up»
Iba a empezar este newsletter con una queja hasta que leí un tuit de ayer de David Lynch en el que anuncia que tiene un enfisema. Me pareció ejemplar:
Señoras y señores,
Sí, tengo un enfisema, culpa de mis muchos años de fumador. Tengo que decir que me gustaba mucho fumar y que me encanta el tabaco; su olor, encender los cigarrillos, fumarlos… pero este placer tiene un precio, y en mi caso fue el enfisema. Hace más de dos años que dejé de fumar. Hace poco me hice muchas pruebas y la buena noticia es que tengo una salud excelente… salvo por el enfisema. Estoy muy feliz y nunca me voy a retirar.
Quiero que todos sepan que aprecio mucho su preocupación.
Con cariño,
David
Me pareció ejemplar porque no se lamenta por haber fumado ni aconseja a los jóvenes no iniciarse en el vicio. No propone hacerle un juicio a Philip Morris. Se hace cargo de sus decisiones. No le echa la culpa al Universo. No se queja.
En una de las clases que dio Ricardo Piglia sobre Borges en 2013 en la Biblioteca Nacional, dice que cuando se quedó ciego, en lugar de lamentarse escribió el «Poema de los dones», y después agrega: “No se quejó porque no era de izquierda”. Risas del auditorio, incluido Horacio González (supongo que se habrá reído).
El chiste es extraordinario porque es verdad. La queja es ontológicamente de izquierda. Si alguien va a un restaurante y publica en redes lo caro que está, es de izquierda (no cuenta si uno exclama en el lugar un espontáneo “uy, qué caro”). Si se queja por las redes a los servicios de atención al cliente de las empresas, es de izquierda (salvo situación límite); en cambio, si soluciona los problemas con la empresa de manera privada por los carriles habituales, no es de izquierda. Si alguien se queja de las viandas que entregan los colegios, es de izquierda; si le da al hijo la vianda que quiere o la plata para que se la compre, no es de izquierda. Si alguien se hace adicto a las apuestas online y milita una ley para que restrinjan su acceso o su publicidad, es de izquierda; si solo va a terapia, no es de izquierda. Si alguien tiene sobrepeso y se queja de que las marcas no hacen talles XL, es de extrema izquierda; si se manda a hacer ropa a medida, busca marcas plus size, se pone a hacer dieta o simplemente se la banca sin romper los huevos, no es de izquierda.
En resumen: si le echa la culpa a los demás, es de izquierda; si trata de resolver la cuestión por sí mismo o no rompe las pelotas, no es de izquierda.
Para mí esto es así, cristalino como el agua. Me parece una de las conductas más tóxicas de un ser humano la de tener el impulso de colocar la culpa de todo en la sociedad, considerar que todo está mal por defecto.
Me acuerdo de una vieja nota de Tomás Abraham en El Amante. Intenté buscarla en el Archivo Histórico de Revistas Argentinas, pero sus creadores están más preocupados por sus estudios críticos, que no tienen nada de particular y podrían encontrarse en cualquier soporte, que por desarrollar un sistema de búsqueda que aproveche las bondades de internet. Eso también es de izquierda.
La nota comentaba un encuentro fortuito entre Francis Ford Coppola y Emir Kusturica. Coppola estaba repantigado con su humanidad en un sillón y Kusturica se acercaba a rendirle pleitesía al ídolo. Un francés cuyo nombre no recuerdo se irritaba porque Coppola no se dignaba a levantarse en ningún momento y Abraham demolía uno por uno sus argumentos hasta que al final remataba: “Pero, en definitiva: ¿por qué no se sentó Kusturica?”
El que se enoja porque Coppola no se para es de izquierda. El que se le sienta a su lado, no es de izquierda.
Estas últimas semanas pasó algo que me tiene un poco preocupado y es de lo que me quería quejar. Porque parece que la queja dejó de ser patrimonio exclusivo de la izquierda. Hay una nueva generación de gente de derecha que empieza a culpar a la sociedad de los crímenes más aberrantes y a pensar que vivimos en el peor de los mundos.
Los Juegos Olímpicos de París los volvieron locos. No sé bien qué pasó ahí. ¿Habrá sido la derrota sorpresiva de Marine Le Pen? Todo empezó con la ceremonia de apertura. De pronto se me llenó el timeline de monseñores Quarracinos. Porque una cosa es que a alguien no le guste un show, incluso que le desagrade, pero el nivel de odio y repulsión que vi expresado en Twitter simplemente por un par de drag queens me llamó la atención. Se dio incluso la curiosidad de que algunos vieron en el pitufo gordo una drag queen. Se habló de pedofilia y satanismo. Y debe haber sido bastante generalizado porque la producción tuvo que salir a pedir disculpas. Año 2024. ¿No era mainstream RuPaul’s Drag Race ya?
Pero lo peor vino el jueves, cuando la boxeadora argelina Imane Khelif le rompió la nariz a los 46 segundos de pelea a la italiana Angela Carini, que se fue llorando del ring y diciendo “no es justo”. Enseguida resurgió la noticia de que a Khelif la habían descalificado el año pasado del Campeonato Mundial de Boxeo Aficionado de la IBA por no superar una prueba de aptitud de género. Algo dijimos en el GADEV del viernes. La cuestión es que todo el mundo empezó a decir directamente que era un varón, a llamarla “el boxeador” y a repudiar su presencia en la categoría femenina de los JJOO simplemente porque se decía (no estaba confirmado, en realidad) que tenía altos niveles de testosterona o cromosomas XY.
Que quede claro: no estoy entrando en la discusión de si Imane Khelif debe o no debe participar en la categoría femenina. Lo que me repele es el nivel de violencia y bronca en gente a la que el tema no tiene por qué importarle particularmente. Y también la seguridad con la que la empiezan a tratar de varón de un momento a otro solo por el rumor de que tiene altos niveles de testosterona o cromosomas XY. ¿De dónde salió este súbito reconocimiento de tanta gente a que pueda haber varones con vagina y útero?
Entiendo el enojo de Angela Carini, que igual pidió disculpas cuando se le pasó la calentura. Entendería el enojo de las otras oponentes, aunque la húngara Anna Luca Hamori, antes de quejarse, prefirió compartir el meme de una mujer peleando contra una bestia con el texto: “Si ella o él es un hombre, será una victoria más grande para mí”. Eso no es de izquierda. Entendería el enojo de otras boxeadoras, pero «Locomotora» Oliveras dijo: “Yo vi la pelea, le dio una piñita de mierda. Si es cagona, no sé para qué se sube al ring”. Eso tampoco es de izquierda.
Repito, no sé si Imane Khelif debe jugar en la categoría femenina, y la verdad que no me interesa. Veo Wikipedia: 52 peleas, 43 victorias, 9 derrotas. Para ser un tipo fajando minas, la liga bastante seguido.
Igual son todas discusiones para especialistas. Lo importante es que llorarle al Comité Olímpico Internacional es de izquierda.
Nos vemos en quince días.
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