IGNACIO LEDESMA
Domingo

La cara invisible
de Ernesto Sabato

Pese a que su figura ha sido desde hace décadas objeto de desprecio y acusaciones, su literatura sigue vigente y plantea enigmas aún indescifrables sobre la condición del ser argentino.

Dentro de unas semanas se van a cumplir 40 años de la entrega del célebre informe de la Conadep por parte de Ernesto Sabato al entonces presidente Raúl Alfonsín, quien había encargado la investigación a pocos días de asumir. El informe fue publicado en noviembre de 1984 con un prólogo cuyos términos llevaban la marca de Sabato y donde por primera vez se planteaban en letra de imprenta, con una precisión estremecedora, los argumentos fundamentales que llevarían a la Justicia a los responsables de los crímenes de lesa humanidad.

De esta manera, Sabato alcanzaba la cumbre a la que puede aspirar todo intelectual comprometido, esto es, unir el ejercicio de la reflexión y la escritura con la intervención política directa. Al mismo tiempo, su figura, que, desde los inicios de su carrera literaria había sido controvertida —acaso porque por su formación de físico lo veían como a un intruso en el mundo de las letras y, para colmo, con un talento a la altura de sus ambiciones—, alcanzaba una dimensión difícilmente cuestionable. Con 73 años —había nacido en 1911, en Rojas, al norte de la provincia de Buenos Aires—, autor de un tríptico de novelas exitosas (El túnel, de 1948, Sobre héroes y tumbas, de 1961, y, Abbadón el Exterminador, de 1974) y una gran cantidad de ensayos, el género donde mejor fue puliendo voz y posición, Sabato era en 1984 un referente de la cultura argentina y gozaba de reconocimiento en el exterior. Si el informe de la Conadep estaba destinado a ser un “monumento simbólico”, según su propia metáfora, no cabe duda de que contribuiría a lo que David Viñas, en una crítica de 1970, presagiaba con ironía como un rasgo inherentemente sabatiano: lo “estatuizado”.

Así al menos tendría que haber sido. Sin embargo, todo cuanto rodea uno de los episodios más traumáticos de la historia de nuestro país mantiene abiertas heridas que no restañan, que pasan la prueba del tiempo aparentemente curadas, mientras que en segundo plano siguen obrando, como una maldición, resentimientos y disputas.

Sabato encarnaba algo así como un ‘doppelgänger’ de Alfonsín, a la manera de su proyección en el plano intelectual.

Para una inmensa porción de argentinos, con el ceño fruncido detrás de sus lentes ligeramente oscuros, el bigote tupido y el gesto adusto, a la vez que afable, la vestimenta siempre correcta y sencilla, Sabato encarnaba algo así como un doppelgänger de Alfonsín, a la manera de su proyección en el plano intelectual, en tanto representaba la determinación inconmovible de los principios constitucionales y se alzaba como un espíritu protector y garante de que nunca más el Estado habría de ejercer el terror. Había quizá algo de paternalismo en esta idea, que también emanaba, por cierto, de Alfonsín. Paternalismo y épica. “El día que seamos capaces de tener gobiernos equiparables en su calidad a nuestra élite intelectual, ese día será verdaderamente el comienzo de la nueva era para nuestra nación”, había declarado Sabato en agosto de 1970. Ese día, no sin dolor, parecía haber llegado.

Pero tal vez el futuro de una nación pueda medirse de acuerdo a cuánto duran sus consensos. En el caso de Argentina, no es de sorprender, entonces, que vivamos en la inmediatez perceptiva, incapaces de sostener creencias más o menos consistentes por un lapso razonable en el que construir y desarrollar un proyecto de país. Esta volubilidad llegó a su máxima expresión en los largos años del kirchnerismo asociado a cierta izquierda que, con su política de la historia puesta bajo la órbita del giro lingüístico, exportó hechos y acontecimientos hacia el territorio del relato, ahí donde se escribe en borrador para pasar en limpio exclusivamente aquello que resulte funcional a los objetivos del momento, sin reparar en la yuxtaposición de incoherencias y contradicciones que esta práctica pueda producir.

Reescritura y violencia

En 2004, el gobierno de Néstor Kirchner vio en los derechos humanos un filón que le daría un sustancioso rédito político. El nuevo avatar del conglomerado peronista que había votado a Luder y la “autoamnistía” promulgada por la dictadura, que había rechazado participar de la investigación de la Conadep y que, en los ’90, zanjó el asunto mediante los indultos, se presentó de pronto como el adalid de los derechos humanos. ¿Estaba mal? No, en absoluto, se trataba de uno de esos consensos logrados a duras penas. El problema es que el kirchnerismo hizo tabla rasa de lo actuado en el pasado y, sin decir palabra de su falta de apoyo a la política de derechos humanos del gobierno de Alfonsín, obliteraba esta conquista de la democracia argentina, como si jamás se hubiera juzgado a nadie.

Entre tanto copiar, pegar, cortar, suprimir, reescribir y fabular, Sabato quedó casi borrado de la investigación que había dirigido y que paradójicamente se conocía en los ’80 por su propio nombre: “Informe Sabato”. ¿Cómo ocurrió semejante prodigio? Emilio Crenzel en su artículo “El Nunca Más y la memoria de las desapariciones”, así como también Pablo Morosi y Sandra Di Luca, autores de Sabato, el escritor metafísico, rigurosa e insoslayable biografía, publicada en 2021, lo explican muy bien. En 2006, siendo Eduardo Luis Duhalde el secretario de Derechos Humanos, se publicó, en ocasión del trigésimo aniversario del golpe, una nueva edición del Nunca más. No se nos escapó el cambio del calendario: la fecha en cuestión ya no era en torno a diciembre y la recuperación de la democracia, es decir, la de un logro asociado a Alfonsín y al radicalismo, sino la de un acontecimiento luctuoso para el cual, además, se creó un feriado nacional.

La fecha en cuestión ya no era en torno a diciembre y la recuperación de la democracia, es decir, la de un logro asociado a Alfonsín y al radicalismo.

La nueva edición aportó la actualización de las listas de desaparecidos denunciados y de los centros clandestinos desde la elaboración del informe. Hasta acá, todo bien, si no hubieran antepuesto al que ya existía un prólogo que venía a corregir, rectificar y contradecir al original, escrito por Sabato, acusado injustamente de ecuanimidad respecto de los terrorismos de Estado y de guerrilla, de abonar la “teoría de los dos demonios”, de la misma manera en que en otras décadas había sido tildado, a la vez, de peronista y antiperonista, de comunista y traidor a los ideales del PCA, de anarquista y oficialista, todo al mismo tiempo. Rodolfo Mattarollo, subsecretario de Derechos Humanos, no se quedó atrás al comparar en un reportaje para Página/12 la perspectiva del prólogo de la primera edición con el negacionismo de los crímenes nazis, en tanto proponía la “violencia de abajo” como antecedente del terrorismo de Estado.

Almorzando con Videla

El colmo de las inculpaciones, sin embargo, se había alcanzado cuando Osvaldo Bayer lo incriminó por haber sido cómplice de la dictadura, escaramuza que prosperó solamente entre quienes de antemano lo consideraban como tal. En ocasión del Mundial ’78, la revista alemana Geo le pidió a Sabato un ensayo sobre la Argentina, que nunca se publicó en español. De este escrito, Bayer, maliciosamente, extrajo y tradujo, tergiversándolos, dos pasajes que dio a difusión como prueba del apoyo del autor al gobierno de facto.

En el mismo tenor puede leerse un artículo de 2004 de la Revista Sudestada donde Hugo Montero, en un torpe collage de citas extrapoladas —para qué dar vueltas y andar con circunloquios—, refrenda la imputación de Bayer. El episodio que constituye la causa aparente es el almuerzo al que el dictador Videla invitó a personalidades destacadas de la cultura el 19 de mayo de 1976. Sabato consideró no ir, hasta que finalmente se convenció porque era una oportunidad para hablar de las desapariciones y reclamar por las víctimas. Haroldo Conti había sido secuestrado apenas 15 días antes. Jorge Luis Borges, el sacerdote Leonardo Castellani y Horacio Ratti, que estaba a la cabeza de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), fueron los otros tres comensales. Pero contra el único que dispararon fue contra Sabato. Aparentemente, tendría que haberse inmolado ahí mismo en un gesto sacrificial, en vez de haber conservado los modales para hacerle llegar a Videla, con Castellani y Ratti, ya que Borges se abstuvo, el reclamo de una cierta lista de desaparecidos y el mensaje de que no se quedarían de brazos cruzados viendo cómo se desvanecían todos a su alrededor.

Sabato ejercía de manera tan íntegra la libertad de pensamiento que la dirigía incluso en contra de sí mismo.

Sabato ejercía de manera tan íntegra la libertad de pensamiento que la dirigía incluso en contra de sí mismo. Éste es el sentido pleno del pensar y se cumple como acto perfecto cuando nos lleva a revisar posiciones, reconocer errores y cambiar de postura. ¿Nos quedan hoy escritores con esta honestidad casi brutal? ¿Cuántos de los intelectuales que intervienen en la esfera pública pueden decir, sosteniendo la mirada de su interlocutor o a cámara, “me equivoqué” y dar las razones de su cambio, como lo hizo Sabato cuando, tras haber apoyado el golpe a Perón en el ’55, se dio cuenta de que había sido un error? Y tantísimas otras veces más.

Lo que Viñas, de manera peyorativa, llama sus “vaivenes”, sólo puede entenderse así desde una consideración del pensamiento como un cúmulo de ideas monolítico, ajeno a las circunstancias y a los cambios. Sabato, por el contrario, buscó siempre asentarse en el caos, las tinieblas y los meandros laberínticos de la conciencia humana, tanto de la individual como de la colectiva. Si abandonó la física por la literatura, fue para dejar el terreno de lo racional y abrazar lo irracional, como zona propicia para la creación, la imaginación y la reflexión.

No creo ser hiperbólica si sostengo que Sobre héroes y tumbas, publicada en 1961, es una novela mayor. Concebida originalmente a partir de tres relatos que no parecían tener relación entre sí —la historia de amor entre Martín y Alejandra, el romance de Lavalle y el “Informe sobre ciegos”—, su entramado logra un conjunto en el que tanto la fuerza narrativa como la poética, a la par de la construcción de los personajes, arrastra al lector en un tumulto de voces y lo hace deambular por la Babilonia porteña de la década del ’50, cuya fisonomía arquitectónica y social está cambiando a una velocidad inasimilable, dejando en ruinas el esplendor de las moradas patricias, cuyos fantasmas, los héroes fundadores, se alzan como muertos vivos para que algún conjuro deshaga el hechizo que los mantiene todavía vagando en la búsqueda insaciable de la esencia de lo argentino.

No creo ser hiperbólica si sostengo que ‘Sobre héroes y tumbas’, publicada en 1961, es una novela mayor.

El progreso ilimitado y el optimismo que de él se desprende no son fecundos, porque la esperanza genuina nace del pesimismo. La moral que rige el universo de la novela es el de la “metafísica del esperanza”, tomada del filósofo francés Gabriel Marcel, a la que Sabato recurre, como lo muestra Pablo Sánchez López, en su artículo sobre la crítica sabatiana del racionalismo, publicado en 2003, en su búsqueda a una alternativa al dilema entre Dios y la desesperación, es decir, entre el existencialismo cristiano y el ateo-nihilista, que encarnaban respectivamente Nicolai Berdiaev y Jean-Paul Sartre, alternativa de índole irracionalista y éticamente cristiana. Sabato se reconoce en un existencialismo positivo, centrado en la filosofía de la persona, de la acción y del compromiso personal.

En su brillante estudio de la obra de Sabato, María Rosa Lojo muestra la estructura oximorónica como principio constructivo de la ambivalencia del autor. Esta ambivalencia es el espacio dentro del cual la ficción involucra al lector, ofreciéndole una duda, una instancia de reflexión, en vez de una solución. Qué es lo argentino, qué rol desempeñan los héroes fundadores, quiénes son hoy protagonistas, héroes de rostros invisibles en quienes despunta, a pesar de la escalada de violencia y la conflagración, una esperanza. Alejandra Olmos, federal en una familia de unitarios, último retoño de un linaje extenuado, que sobrevive gracias a los fantasmas que lo agitan y que se presentan para reclamar el lote de heroísmo que les corresponde, por inútil que haya sido, se ofusca ante todo lo que califica de “argentino”, hasta el fastidio y el desprecio. Mentora de la épica del fracaso, cree que el triunfo “tiene siempre algo de vulgar y de horrible” y que Argentina sería otro país si más gente fracasara en vez de triunfar.

Novela épica y gótica, de aprendizaje y fantástica, la lectura de Sobre héroes y tumbas, lejos de agotarse, se renueva ante cada encrucijada de la historia de los últimos años y de la actualidad de nuestro país. Deberíamos cada tanto enfrentarnos a ella para preguntarle “espejito, espejito, ¿qué es ser argentino?”, pero, a diferencia del espejo de la madrastra de Blancanieves, nos responderá siempre con un enigma.

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Valeria Castelló-Joubert

Doctora en Letras, profesora, investigadora, traductora, coordina talleres de lectura en la Red de Bibliotecas de la ciudad de Buenos Aires.

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