El otro día me llegó a casa un paquete de unos 30 centímetros de alto, 30 de ancho y 30 de profundidad con una etiqueta que indicaba que venía del exterior. Suelo comprar libros y después me olvido, así que cuando me llegan son como un regalo sorpresa que me doy a mí mismo. Pero esta caja era demasiado grande para contener un libro.
Mientras subía en el ascensor, tratando de hacer memoria, me acordé: en uno de mis típicos actos impulsivos, había comprado los seis tomos de Duna, de Frank Herbert, en una edición preciosa de esas que vienen en una caja. Por el tamaño, tenía que ser eso; pero la caja era demasiado liviana, no podía haber seis libros adentro.
Cuando entré a mi casa y abrí la caja con una trincheta (o, como se dice ahora, con un cutter) comprobé que se trataba de la caja con los seis libros de Duna, bastante más chica que la caja de 30x30x30 que la contenía. Entendí que me había parecido liviana porque era muy grande. Es decir: me había parecido liviana para su tamaño.
Después me pasó algo raro. Cuando levanté la caja más chica, la sentí más pesada que la grande. Esto ya no era tan lógico, porque yo ya sabía cuánto pesaba, acababa de levantar el mismo peso. En rigor, unos gramos más, pues incluía la caja grande de cartón y los bollos de papel que puso el vendedor para que el producto no se golpeara durante el viaje. Y, sin embargo, la caja más chica me pareció, al menos al momento de levantarla, más pesada que la grande con la caja chica adentro.
Estaba ante una ilusión óptica, como aquella de los círculos que uno percibe más grandes cuando están rodeados de círculos más chicos, pero relativa al peso. ¿Cómo se llama eso? Me contestó ChatGPT: ilusión ponderal. Y la que había experimentado yo recién era la ilusión de Charpentier.
Augustin Charpentier fue un médico oftalmólogo que se dedicó a la investigación en la Universidad de Nancy, particularmente óptica fisiológica. En 1891 realizó unos experimentos sobre los procesos fisiológicos que intervienen en la percepción del peso. En uno de ellos, demostró que alguien que levanta dos esferas de mismo peso pero distinto tamaño, percibe a la más pequeña como más pesada. ¿Por qué?
La respuesta no es tan sencilla como parece. La hipótesis inicial fue que las expectativas de la persona juegan un rol fundamental. Si uno espera que un objeto sea más pesado de lo que es, lo va a sentir más liviano. Hay incluso una explicación física. Uno levanta un objeto con una fuerza determinada según cuánto cree que va a pesar. Cuanta más fuerza hace, más fácil lo va a levantar y más liviano le va a parecer. Estas explicaciones son insuficientes. Recordarás que yo ya “sabía” cuánto pesaba la caja más chica. Aunque no lo puedas creer, todavía hoy se investigan las razones neurológicas profundas de esto.
Me pareció extraordinario que un científico a fines del siglo XIX haya hecho estos descubrimientos fundamentales (que fueron aprovechados en los campos del diseño industrial y la fisioterapia, por ejemplo) usando solamente esferas de algún material barato. ¿Hoy se puede descubrir algo nuevo sin el Gran Colisionador de Hadrones o el telescopio espacial Hubble? Yo descubrí la ilusión de Charpentier 133 años después y solo me sirvió para escribir este newsletter.
Pero esto quizás también sea una ilusión. Me refiero a la idea de que en el pasado todo estaba por hacerse o que cada paso era un mojón en la Historia. Tuve una sensación parecida esta semana cuando me topé con David Bowie cantando “The Man Who Sold the World” en Saturday Night Live del 15 de diciembre de 1979. Quedé hipnotizado.
Lo presenta el host Martin Sheen, que acaba de estrenar nada menos que Apocalypse Now, y lo acompañan los performers Klaus Nomi y Joey Arias. Bowie está “vestido” con un traje de plástico duro que parece de cómic. Nomi y Arias con faldas ceñidas al cuerpo y botas con tacos, uno de rojo, el otro de negro. Empieza el arpegio de guitarra característico y Arias y Nomi levantan a Bowie de los costados y lo depositan frente al micrófono, donde canta una versión de “The Man Who Sold the World” prácticamente recitada y sin pestañear, acompañado por la voz de contratenor de Nomi que le da un matiz operístico a la cosa. ¿Qué no daría yo por estar viendo eso en directo en un departamento del East Village? Doy dos dedos, Satanás, si estás leyendo.
Otro video que vi mil veces es el de “Rock Lobster”, de B-52s, grabado al otro lado del continente, en West Hollywood, en un boliche que todavía está y se llama Whisky a Go Go, en Sunset Blvd. Kate Pierson y Cindy Wilson compartiendo micrófono y soltando grititos rarísimos y Fred Schneider transpirando, pegándole a un cencerro y dando unas brazadas en el aire. Fue un año antes de lo de Bowie en SNL y me parece igual de marciano. Lennon lo escuchó y se metió en el estudio a componer Double Fantasy.
Es cierto que esta idea de que en el pasado había más saltos radicales se parece peligrosamente al “todo tiempo pasado fue mejor” que, por principios, quiero evitar (aunque sea verdad). Pero lo más probable es que sea, como dije antes, una ilusión sensorial y ahora nomás las cosas vayan rápido y pase lo contrario: de tantas novedades, ya no se distingan unas de otras y todo sea un continuum.
Por ahora me despido. Te dejo con el último número musical de SNL, Sabrina Carpenter cantando “Feather”, mientras me voy a leer sobre uno de los últimos descubrimientos científicos: que un haz de luz formado solo por fotones con un tipo de polarización no puede propagarse a todas las partes de un espacio determinado.
Nos vemos en quince días.
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