LEO ACHILLI
6 Meses Milei

Un fenómeno

Milei rompió todas las reglas de la política, pero su revolución es hasta ahora poca cosa.

Parece apropiado hablar del “fenómeno” Milei, ya que cualquier acepción de esa palabra tiene su correlato con la realidad aludida: tanto como “hecho en sí, digno de estudio” como también “cosa extraordinaria o sorprendente”. Dejando de lado las cuestiones personales bizarras, hay dos hechos objetivos relacionados con Milei que han violado las leyes de la gravedad que, se suponía, regían a la política argentina. Una, concerniente a las elecciones; la otra, a la actividad de gobierno.

La primera ley decía que un completo outsider, sin una estructura nacional partidaria ni cobertura territorial, no podía llegar nunca a la Presidencia. Y Milei lo hizo. La segunda ley sostenía que un Presidente que dependiera para gobernar solo de su popularidad no podría llevar a cabo un ajuste significativo del gasto público, y menos que menos uno tan brutal. Y Milei lo hizo.

Son dos dimensiones diferentes, pero hay una clara continuidad entre lo electoral y lo gubernamental en Milei, quien aún no ha sufrido la decepción y el desencanto que otros presidentes experimentaron por la brecha entre las promesas electorales y la realidad de gobierno. Esto, más allá de la polémica por el “objeto” que pasó por la motosierra (que, como era de esperar, fueron aquellos que no contaban con poder para defenderse), sino una continuidad de la confrontación misma que ha estado en el centro del ascenso del líder de LLA al poder.

Son dos dimensiones diferentes, pero hay una clara continuidad entre lo electoral y lo gubernamental en Milei.

Inicialmente, en las PASO Milei avanza no situándose a la derecha de Patricia Bullrich, lo cual le hubiera restado votos a ella y permitido a Horacio Rodríguez Larreta vencerla, sino posicionándose en el centro de un espacio político dominado por una grieta entre el peronismo y el no peronismo. Milei conquistó esta posición central no a través de una moderación, sino generando una grieta contra la grieta, y construyendo así una suerte de “extremo centro”. Una opción nueva y alternativa para los votantes no peronistas decepcionados que no querían votar a un peronista, y también para los peronistas decepcionados que no querían votar a un no peronista. 

Algo así había armado Sergio Massa en 2015, cuando obtuvo 21 puntos en la primera vuelta. Luego, estos votantes insatisfechos de un lado y del otro, al tener que optar en segunda vuelta por un peronista o un no peronista, le dieron el triunfo a Mauricio Macri.

Highway to Hell

En 2023, la “ancha avenida del centro” fue convertida en una “highway to hell”, dado que estos candidatos, siguiendo el manual de campañas electorales, creyeron que ir al centro era ir a la caza de votos del otro lado (peronismo o no peronismo), en vez de ir por los decepcionados de ambos lados, cosa que sí hizo Milei. Ya las PASO de 2021 habían mostrado la imposibilidad que tenía el no peronismo para captar votos tradicionalmente peronistas. En la provincia de Buenos Aires, Kiciloff había perdido dos millones de votos que, sin embargo, se habían diluido sin engrosar el caudal de Cambiemos (que pese a sacar menos votos que en 2019, ganó esa elección por walkover de muchos “compañeros”).

En la primera vuelta, Milei se acaballó sobre el voto no peronista tradicional, el que sumó a los descontentos que había logrado capturar. Bullrich pudo retener todos los votos de HRL en las PASO (unos 2.370.000), pero Milei la pudo superar con solo obtener 700.000 votos más respecto a las primarias. Y como si fuera una matrioshka electoral, en la segunda vuelta, Milei sumó todo el voto que había recolectado Bullrich en la primera vuelta (a sus 8 millones, 6.400.00 más) logrando poco más de 14.400.000.

O sea, Milei empodera la grieta tradicional, ahora erigiéndose en un líder mesiánico y maniqueo que apela incluso a quienes lo votaron simplemente para que no ganara Massa a un rito donde les advierten que no habían votado antes lo que querían porque todos sus antecesores fueron zurdos y estatistas.

En un extremismo ideológico jamás profesado por ningún presidente anterior, Milei abraza un libertarianismo excéntrico.

En un extremismo ideológico jamás profesado por ningún presidente anterior, Milei abraza un libertarianismo excéntrico presentándose como el líder de una revolución de liberalización extrema que nunca tuvo lugar en el mundo, y de allí su activismo conferencista en el exterior. Esa ideologización extrema, desde la cual ha juzgado “traidor” a ese caballero del liberalismo clásico que es Ricardo López Murphy y acusado de “socialista” a la flor y nata del capitalismo global en Davos, contrasta con los niveles de emisión y endeudamiento en los que ha incurrido en estos primeros seis meses de gobierno.

Esa división entre pureza ideal y las efectividades conducentes de la tosca realidad, le ha permitido constituir un sistema de dos dimensiones: una pura, ideal, virtual; uno diría, un “simulacro” donde es el león liderando una revolución. Y donde concita el apoyo de una opinión pública, con exaltados que lo defienden a rajatabla, perdonándole cualquier actitud por negativa que sea.

La otra dimensión, la del Estado, el Gobierno o lo público, es considerarla la madre de todos los vicios y males pasados y presentes. Englobada en el genérico “casta”, todo error, toda corrupción o ineficiencia no podrá ser achacada a Milei, sino a esta dimensión demoníaca, que es la responsable de todo lo que estuvo y está mal.

No importa si un ajuste tan vulgar como brutal ha hecho caer el consumo a tal punto que, si no fuera por el infame impuesto PAIS, creado por Alberto Fernández y Sergio Massa, y no haberse postergado el pago de más de la mitad de las importaciones, los números hubieran sido diferentes y no hubiera habido nada que festejar en el Luna Park. 

Asistimos a un fenómeno cuasi religioso, donde el chivo expiatorio, la culpa, el sacrificio, la expiación de los pecados, el mesianismo, y la esperanza constituyen algo esencial en el apoyo casi fanático de algunos a Milei. En esa dimensión antropológica, hay todavía menos verdades reveladas que en la ciencia política. Por cierto, la paciencia social tiene un límite, como todo en este mundo no infinito. Lo que no se sabe es a cuánto estamos de que se acabe.

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Luis Tonelli

Analista político. Profesor Titular de Política Argentina de la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires.

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