No tengo la menor duda de que están todos enojados, asustados y deprimidos. Imposible no estarlo, cuando el próximo balotaje nos invita a elegir entre cuidados paliativos, cáncer de páncreas o fusilamiento sumario. Sin embargo, una semana después de la primera vuelta que les dio posibilidades de ser presidentes a Sergio Massa y Javier Milei, en medio de las presiones, psicopateadas y disputas en redes sociales, me levanté optimista. No muy optimista, aclaremos, y mucho menos sobre el corto plazo. Tampoco sobre el larguísimo plazo porque todos morir, eventualmente. Me refiero a un optimismo de mediano plazo, moderado pero firme, que traté de mostrar en un hilo de la red formerly-known-as-Twitter. Voy a tratar de explayarme un poco más que en la rfkat en estas notas (provisionales) que siguen.
Por una vez, las cosas están claras: un bipartidismo aún un poco caótico pero bien diferenciado. Por un lado, una coalición, o quizás un partido en el futuro, de centroderecha, con elementos más conservadores y otros más liberales (“liberales” entendido como debe entenderse, no como se entiende en la Argentina). Por el otro, una coalición, o quizás un partido en el futuro, de centroizquierda, con elementos más revolucionarios y otros más liberales (ídem paréntesis anterior). Aunque parezca horrible todo este larguísimo y decadente parto, no está mal, deja las cosas claras, en ciertos puntos ambos conjuntos solapan ideas y puede ser (puede ser) el origen de políticas de largo plazo que el país no tiene desde… Bueno, que el país no tiene.
La palabra clave acá es “centro”. Porque las elecciones dejaron claro que a la mayoría de los votantes los espantaron los extremos. Las estupideces vertiginosas de Lila Limones, Ramiro Marra y el Capitán Ahab Benegas Lynch, de un lado; el antisemitismo pertinaz e impertinente de la izquierda radicalizada no sólo de Bregman y Del Caño (que se hizo cargo y hasta explicó alguito como para morigerar el impacto) sino de personas que deshonran la tradición lectora, inteligente y preparada de la izquierda como Vanina Biasi. No, mi viejo, extremos, no. Si vamos al caso, la soledad en la que están quedando Gerardo Morales y Martín Lousteau con sus malos modos o el rechazo a las actitudes herminioiglesistas de Emiliano Yacobitti muestran que la sociedad quiere otra cosa. No es malo ni es poco.
Por una vez, las cosas están claras: un bipartidismo aún un poco caótico pero bien diferenciado. Una coalición de centroderecha y una coalición de centroizquierda.
Carrió se cansó de hablar de “república”; hoy, aunque el término no está todo lo extendido que se debe, hay muchas personas que creen o dicen creer en la “república”. Me pueden decir que es una pose. Sea, pero cuando una pose existe es porque implica que la contraria se rechaza. Hasta no hace mucho, hasta que la manipulación demagógica de los crímenes de la dictadura causó chantaje moral por parte de las almas de tongos bellos, nadie se animaba –aunque lo pensara– a hablar bien de Videla. Dado que la segunda ley de Newton se aplica para casi todo, la consagración de un Día del Militante Montonero no podía no acarrear un “viva Videla”. Ambas cosas están mal, pésimo. Pero volvamos: hasta hace poco, reivindicar bandas de asesinos estaba mal y nadie lo hacía a la luz del día. Y sí se menciona la República más que antes. Es un paso grandísimo, aunque no parezca.
Después tenemos algo pesimista pero que en el fondo tiene su correlato “no hay mal que por bien no venga”. Hay ciertos cambios que ni Massa puede evitar. No puede porque simplemente se le hunde el país al punto de que ni los empresarios amigos van a poder hacer negocios. Modificar leyes laborales, impositivas y atacar cuestiones estructurales sale solo o se va a un Estado fallido. Uno puede estar contra la matanza de animales para comer, pero no contra la ley de gravedad (otra vez Newton), y la crisis que viene es más inevitable que Thanos. ¿Que con Bullrich había una manera de esquivar lo peor? Sí, pero no tá má, che fé. A lo que voy: cambios va a haber. Quizás con cláusulas ventajita para ciertos sectores, como siempre. Pero los cambios grandotes son inevitables.
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Y esos cambios son, necesariamente, el cambio en los sindicatos y el poder que tienen. No hay manera de hacer absolutamente nada si no se cambia eso. Si no se evitan las reelecciones indefinidas, si no se regula la cantidad de representaciones, etcétera. Porque los sindicatos paralizan todo cuando sienten que va a suceder algún cambio. No sólo porque los popes quieren privilegios, sino porque en un país que no asume vivir aún en 1975 –quizás porque sí tiene cable, Internet y Steam, aunque andá a pagarlo– gran parte de la estructura laboral es obsoleta. Tanto Milei como Massa saben que “hay que hacer algo” (o sea, hay que cambiar la ley de asociaciones profesionales de raíz, algo que Alfonsín, a quien ahora Serge hasta copia, supo el primer día, y si no fuera por la traición de un senador, la historia sería otra). Eso y toda la legislación laboral. Será un cambio traumático, pero cuando todas las facciones de un país –salvo los extremos, que ya vimos que no cuentan ni numéricamente– lo ven como indispensable, es como la ley de gravedad. Pasará y veremos quién se acomoda. Pero pasará.
Los “jóvenes K” ya fueron
Pero sobre todo hay algo importante: los “jóvenes K” ya fueron. Andan entre los 45 y los 60 (bueno, la juventud se extiende, no vayan a creer) y aún les queda ser gerentes, directivos y cosas así unos diez años más. Pero ya empiezan a ser, o son, parte del pasado. Dos ejes: no nos sicopatean más con maldonadismos y otras yerbas del buenismo imaginario antiderecha. Y ya son parte del establishment, vistos por los más chicos (VG los virgos, pero también muchos otros) como gente aburrida, del pasado, desactualizada y sin la menor idea de cómo es el mundo. Vean que es un grupo de gente que nunca jamás por ninguna razón entendió las redes sociales. Como hubiera dicho la gran Eleonara Salas, a vos te va a matar TikTok.
Puede el lector preguntarse cómo haría Milei para gobernar cuando la provincia de Buenos Aires quedó en manos de Kicillof. Puedo responderle que más de la mitad de la PBA votó contra Kicillof. Y dentro de esa misma PBA, el clientelismo comienza a ser mal visto entre los propios pobres. No es una situación Ruckauf, aunque seguramente las cajas mal llamadas “movimientos sociales” puedan hacer de las suyas. Si se soluciona el tema sindical, eso también se resuelve –de a poco, pero se resuelve– porque es parte del mismo entramado. Yo no estaría tan seguro de que Kicillof la tenga fácil. Por lo demás, es posible que Cristina siga “gravitando” en el PJ, sobre todo porque sabe mucho de todos y eso consigue más silencio que miles de millones de euros. Pero pasó de reina a peón. Pueden temer que el traspaso de poder haya ido al lado de Massa, pero por lo dicho más arriba, tampoco se la va a llevar de arriba. No da el contexto; y menos lo va a dar si la guerra en Ucrania sigue y Medio Oriente continúa escalando. No me imagino a presidentes de otros países preguntando cómo nos va en este contexto, por decir lo mínimo.
Creo que en casi todos los partidos hay personas con dos dedos de frente que entienden que la época de ganar con la camiseta y gobernar con el bombo no va más.
Pero combinado con lo que dice más arriba, creo que en casi todos los partidos hay personas con dos dedos de frente que entienden que la época de ganar con la camiseta y gobernar con el bombo no va más (es lo que han hecho la doctora Fernández de Kirchner, su presidente delegado Alberto Fernández y su hiperministro presidente Sergio Massa en estos cuatro años, y el peronismo unidísimo en primera vuelta tuvo la peor elección de toda su historia). Y que sí hay personas que entienden cuál es el nudo –para utilizar un pagnismo– y pueden encontrar la manera de resolverlo. Es notorio que hay un recambio en los nombres políticos, incluso en los sectores que a uno no le gustan. Y es gente que, cuando no tiene que ocuparse de la coyuntura (dos, tres minutos al día) piensa otras cosas. Quizás puedan tener dos horas al día para pensar en otras cosas. No sólo no estaría mal, estaría muy bien.
Este no es el país de 1989, de 2001, de 2003, de 2015 o de 2019. Es otro. El mundo es otro. La pandemia causó terremotos que todavía no se midieron (estoy seguro, pero necesito dos páginas más, de que el voto apocalíptico hacia Milei es un producto directo de la cuarentena criminal a la que nos sometieron) aquí y en todas partes, y si nuestras rutinas volvieron, nuestras cabezas no quedaron del todo bien. Lo que implica una posibilidad de movimiento y de cambio. Es decir, un contexto para hacer cambios sustanciales. Quizás no sea Massa el que los haga, pero si no los hace, no va a consolidar su poder nunca. Y si los hace, quizás no sea reelecto (o sí, ya sabemos que es imposible pronosticar nada). O quizás, finalmente, gane Milei y el cambio sea muy diferente de lo que uno podría especular.
Entonces, lector, se preguntará por qué estoy un poco optimista. La respuesta es sencilla: el país que creíamos que era la Argentina se terminó. Esta vez sí, se terminó. Hay restos de ese país diseminados por todas partes, y la gente sigue viviendo porque otra cosa no puede hacer. Pero justamente por eso creo que todos nos vamos a sincerar finalmente y empezar a ver qué se queda y qué no. Y en esa criba, puede ser –yo confío en eso– que quede lo que sirve. Por mi parte, pienso hacer lo que fuere para tirar aquello que no sirve más porque veo que hay mucho nuevo y realmente útil. Continuará.
Creo.
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