Domingo

La revolución de la macro

Robert Lucas, fallecido hace pocos días, fue uno de los economistas más importantes del siglo XX. Uno de sus ex alumnos lo despide y lo explica.

Robert E. Lucas, Jr., quizás el macroeconomista más influyente de los últimos 50 años, catalogado por sus propios pares como el “arquitecto” de la macroeconomía moderna, murió el lunes pasado en Chicago, a los 85 años. En 1995 había recibido del Banco de Suecia el premio en Ciencias Económicas en honor a Alfred Nobel, más conocido como el “Nobel de Economía”. En aquella ocasión, el Banco resumió la justificación del premio con la siguiente frase: “Por haber desarrollado y aplicado la hipótesis de las expectativas racionales, y de esta manera haber transformado el análisis macroeconómico y profundizado nuestra comprensión de la política económica’’.

Esta declaración, si bien correcta, no refleja lo profundamente innovadoras y abarcativas que fueron las contribuciones de Lucas. No sólo cambió la forma en que pensamos un problema económico específico, sino que revolucionó la forma en la que comprendemos y desarrollamos la teoría macroeconomía moderna. La principal y más innovadora contribución metodológica de Lucas fue analizar la macroeconomía como la suma de las decisiones individuales de millones de consumidores, empresarios y otros actores económicos que toman decisiones en un contexto de riesgo e incertidumbre, siempre observando las políticas económicas que aplica el gobierno dentro de una estructura lógica e internamente consistente. Lucas fue pionero en dotar de fundamentos microeconómicos a la macroeconomía. Y entender la microeconomía, que representa los cimientos de la macroeconomía, es fundamental para analizar el impacto de distintas políticas económicas. 

Lucas fue pionero en dotar de fundamentos microeconómicos a la macroeconomía.

El auge del keynesianismo se da entre el período que va desde la Segunda Guerra Mundial hasta principios de la década de 1970. Los modelos macroeconómicos keynesianos consistían en una serie de ecuaciones mecánicas que describen el comportamiento del consumo agregado, de la inversión y de otras variables macroeconómicas relevantes. Se pensaba que esas ecuaciones capturaban, de alguna manera, el proceso por el cual los consumidores y empresarios toman decisiones. Sin embargo, las ecuaciones no surgían de ningún problema de decisión explícito, sino que simplemente se postulaban porque parecían razonables. En general, se pensaba a la macroeconomía como una sucesión de problemas estáticos en la que los actores económicos son autómatas que no cambian nunca sus reglas de decisión y que ignoraban cualquier información relevante sobre el futuro en su toma de decisiones. De este modo, la macroeconomía era una enorme hoja de Excel en la que era fácil analizar cuál era el impacto de políticas económicas como el gasto público, los impuestos o la política monetaria sobre el nivel de producción agregado, consumo, inflación y otras variables macroeconómicas. ¡Era el paraíso del planificador estatal!

Pero a esos modelos les faltaban fundamentos microeconómicos. Para entender el impacto de cierta política económica es necesario entender cómo responden los actores económicos a los cambios resultantes. No era una tarea fácil, porque las decisiones de ahorro e inversión dependen del rendimiento que esperamos obtener en un contexto donde hay riesgo e incertidumbre sobre lo que va a pasar en el futuro. Del mismo modo con las decisiones de consumo: si hoy decido consumir cierta fracción de mi ingreso, implícitamente estoy decidiendo también cuanto pretendo ahorrar y, por lo tanto, consumir en el futuro. Y mis decisiones de consumo hoy también van a depender de lo que espero que sean los precios en el futuro.

Para entender el impacto de cierta política económica es necesario entender cómo responden los actores económicos a los cambios resultantes.

Introducir esos problemas de decisión en un modelo macroeconómico requiere de modelar cómo los agentes económicos forman sus expectativas teniendo en cuenta que cada uno intentará hacer lo mejor posible dada la información que tiene, la capacidad de procesar esa información y las restricciones a las que se enfrenta, como por ejemplo, cuánto dinero puedo generar si decido trabajar un par de horas extras más o no. Y todas estas decisiones deben ser consistentes cuando las sumamos a través de consumidores, empresas y sector público, en el sentido de que las ofertas de todos los bienes y servicios de un país, incluyendo el trabajo, deben igualarse a las demandas. Esto es lo que los economistas denominan Equilibrio General.

Hoy somos capaces de resolver este tipo de problemas gracias a las herramientas que desarrolló Lucas durante la última parte de la década de 1960 y durante los años ’70. Es imposible sobrevalorar la contribución de Lucas a la economía. La macroeconomía moderna existe gracias a Lucas.

Como ejemplo, cabe mencionar la curva de Phillips, la cual fue un componente fundamental de los modelos macroeconómicos keynesianos de los años ’60. Usando datos del Reino Unido, el economista neozelandés William Phillips documentó una relación negativa entre la tasa de desempleo y la tasa de crecimiento de los salarios nominales. Esta relación también se observó entre la tasa de desempleo y la tasa de inflación: períodos con inflación alta tendían a ser períodos con tasas de desempleo bajas y viceversa. Los economistas keynesianos interpretaron rápidamente esta correlación estadística como una relación estable que podía utilizarse como herramienta de política económica. De este modo, pensaban, nos enfrentamos a una decisión entre inflación y desempleo: si queremos que el desempleo sea bajo, debemos estar dispuestos a aceptar una inflación alta. Y si nuestro objetivo es tener inflación baja, debemos resignarnos a tener un alto desempleo. 

[ Si te gusta lo que hacemos y querés ser parte del cambio intelectual y político de la Argentina, hacete socio de Seúl. ] 

En 1972 y 1976 Lucas publicó dos trabajos de investigación espectaculares que mostraban que la curva de Phillips puede ser generada por un modelo macroeconómico de equilibrio general en el que los agentes forman expectativas consistentes sobre el futuro pero, al mismo tiempo, que esta relación estadística entre el nivel de actividad de la economía y la inflación se rompe apenas el Banco Central intenta explotarla para, por ejemplo, bajar el desempleo a través de una política monetaria más inflacionaria. 

Este ejemplo es una muestra de la famosa crítica de Lucas, presentada en detalle en su artículo de 1976. En términos un poco más generales, Lucas mostró que es incorrecto intentar predecir los efectos de cambios en cierta política económica simplemente observando las relaciones estadísticas entre las variables relevantes usando datos del pasado, cuando la política económica era diferente. Y esto es así porque en el momento en que el gobierno cambia algún instrumento de política económica, como los impuestos o la emisión monetaria, los consumidores y empresarios cambian su comportamiento, lo que hace que las relaciones estadísticas que había hasta ese momento dejen de ser relevantes. Esta enseñanza de Lucas es de enorme importancia práctica para la toma de decisiones de política económica.

Los últimos en enterarse

En Argentina, lamentablemente, muchas veces los gobiernos ignoran este principio y se sorprenden cuando las políticas económicas que implementan no funcionan o resultan directamente contraproducentes. Cualquier argentino entiende que, cada vez que el gobierno impone alguna nueva variante del cepo cambiario, aparece alguna manera de eludir, al menos parcialmente, la nueva restricción. Cuando nos cambian las reglas del juego, cambiamos nuestras decisiones y buscamos otra manera de sacarle dólares al Banco Central. Por ejemplo, si el gobierno nos impide comprar dólares en el mercado de divisas tradicional, compramos dólares haciendo una operación de compra y venta de bonos, como lo es el dólar MEP, o surge un mercado negro de dólares.

Pero sucede que, por lo general, estas formas alternativas de eludir las restricciones son ineficientes y perjudiciales para la actividad económica y el bienestar general. Ignorar estos principios básicos de economía que nos enseñó Lucas es sumamente costoso y llevan a diagnósticos erróneos, como aquel que encuentra en la supuesta “escasez de dólares” la razón del bajo crecimiento económico argentino de las últimas décadas. La escasez de dólares no es causa, sino consecuencia de las malas políticas monetarias y de desarrollo que venimos implementando desde hace tiempo. Nos anticipamos a las consecuencias de esas políticas y nos cubrimos comprando dólares.

Probablemente no haya ninguna rama de la macroeconomía que no haya sido influida profundamente por su obra.

Lo expuesto hasta aquí es solo una de las tantas contribuciones de Lucas a la economía. Probablemente no haya ninguna rama de la macroeconomía que no haya sido influida profundamente por su obra. Sus trabajos de la década del ’70 fueron tremendamente innovadores y aún hoy lucen modernos. Desarrolló la teoría de la inversión bajo incertidumbre y modelos de desempleo en equilibrio general con Edward Prescott, quien también fue galardonado luego con el premio Nobel. En 1978 publicó un artículo que es la base de la teoría moderna de finanzas y valuación de activos en equilibrio general. Resultó tan importante que todavía hoy llamamos “los árboles de Lucas” a la estructura matemática que se usa en muchos trabajos de investigación modernos sobre finanzas. También de 1978 es este otro paper, un gran aporte para la teoría de la empresa y la organización industrial. De 1983 —esta vez junto Nancy Stokey— es su trabajo sobre política monetaria y fiscal óptima que abrió otra rama de investigación que sigue activa hasta hoy. 

En la segunda parte de la década del ’80, Lucas orientó sus investigaciones hacia el desarrollo económico. Fue pionero en la teoría del crecimiento endógeno y en 1988 publicó un artículo fundamental que buscaba entender el rol de la acumulación de capital humano y del aprendizaje dentro de las empresas como impulsor del crecimiento económico de largo plazo. Lucas estaba muy intrigado con la diferencia abismal en los niveles de vida entre países. ¿Qué podía hacer un país pobre para crecer rápido? ¿Por qué el capital no fluye de los países ricos a los países pobres si, en los últimos, todo está por hacerse y la productividad del capital, de acuerdo a la teoría existente hasta el momento, debería ser muy alta? ¿Qué tendría que hacer la Argentina para crecer como Corea del Sur? Hay una frase muy linda de Lucas que resume su inquietud: “Las consecuencias para el bienestar humano implicadas en preguntas como éstas son simplemente impactantes: una vez que uno comienza a pensar en ellas, es difícil pensar en cualquier otra cosa”.

A partir del año 2000 Lucas pasó a enfocarse principalmente en tratar de entender cómo el comercio internacional y el flujo de ideas a través de los distintos países afectan los niveles de vida y el desarrollo económico. Estuvo activo académicamente hasta hace poco tiempo.

Lucas y yo

Todo lo anterior es apenas un resumen incompleto de las principales contribuciones de Robert Lucas a la economía. Desde un punto de vista más personal, tuve la enorme suerte de ser su alumno en su curso de Desarrollo Económico y Comercio Internacional que enseñaba en el doctorado de la Universidad de Chicago en 2003. En clase nos enseñó una serie de artículos e ideas propias que estaba pensando en ese momento. En un momento paró lo que estaba haciendo y nos dijo algo así como “hasta acá llegué”. Ser testigo de la forma en que pensaba los problemas, las trabas con las que se encontraba o dudas que tenía fue enormemente enriquecedor. Alguna vez, también en clase, notamos que el célebre profesor cometía un error de álgebra. Bromeando con mis compañeros dijimos: “si Lucas comete un error de álgebra, todavía tenemos chances”. No teníamos ninguna chance, por supuesto.

Cuando estaba pensando en mi propuesta de tesis fui a charlar con él a su oficina. Yo estaba muy nervioso. El mismísimo Lucas estaba ahí, en su escritorio, escuchando las cosas que yo tenía para decir. En ese momento estaba trabajando en un paper sobre sudden stops (cortes abruptos) en los flujos de capital a países emergentes y cuál podría ser la política monetaria y fiscal óptima en esas situaciones. Lucas me interrumpió inmediatamente cuando empecé con algunos detalles técnicos. Claro, eso no era lo importante. Lo importante era entender por qué algunos países sufren sudden stops y otros no. Yo, siguiendo a la literatura, había tomado un camino de forma reducida. Es decir, básicamente suponer que existen los sudden stops. Lucas quería entender por qué, qué había de diferente en países como la Argentina que estaban sujetos a estos cambios abruptos en los flujos de capital, algo que en otros países no sucedía. Todavía lo sigo pensando.

Robert Lucas es el economista que más he admirado en mi carrera profesional. Personalmente, lo considero el macroeconomista más importante del siglo XX. ¡Y ese siglo incluye a Keynes y a Friedman!  Su capacidad de síntesis, de pensar profundamente un problema, reducirlo a su mínima expresión y usar herramientas técnicas para analizarlo me sigue pareciendo asombrosa. Además, leer un artículo de Lucas es una experiencia literaria. Podría decirse que fue un economista que también fue escritor. O, quizás, un escritor que también fue economista. 

 

Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.

 

Compartir:
Constantino Hevia

Economista. Profesor investigador asociado del Departamento de Economía de la Universidad Torcuato Di Tella.

Seguir leyendo

Ver todas →︎

El Bluesky de Yrigoyen

El progresismo huye de X porque dice que fue tomado por la ultraderecha, pero sus verdaderos motivos parecen ser otros.

Por

Euforia e historia

El momento financiero favorable no nos debe llevar al exceso de confianza: hay cuestiones de fondo que aún deben ser resueltas y que requerirán de varios años de disciplina y buenas políticas.

Por

Dos décadas sin oxígeno

A 20 años de Cromañón, la serie de Amazon retrata a un puñado de jóvenes marcados por la tragedia y sugiere que lo argentino no es la catástrofe, sino lo que hicimos con ella después.

Por