Cuando se evalúa el gobierno de Néstor Kirchner muchas veces se destaca la herencia duhaldista, que había traído estabilidad a la economía después de mucho sufrimiento innecesario. La Argentina entraba así en el nuevo milenio con las cuentas ordenadas, baja inflación, un tipo de cambio libre y competitivo, abierta al comercio global y hasta con superávit fiscal. Estas condiciones, sumadas al boom de commodities que ya estaba tomando fuerza, le dieron a la Argentina una enorme oportunidad de crecer orgánicamente, pero Kirchner decidió dinamitarla adrede después de escuchar a Hugo Chávez en Mar del Plata con olfato para el zeitgeist regional.
Como de esto ya se ha hablado mil veces, vengo a hablar de otra oportunidad perdida, menos comentada pero con secuencias igual de graves: el desperdicio de un enorme dividendo demográfico, cuyas consecuencias todavía no conocemos del todo. Se dice que un país tiene un bono demográfico cuando tiene una mayor proporción de habitantes en edad de trabajar (de los 16 a los 64 años) frente a los menores de 16 y los mayores de 65 años. Esto es una oportunidad dorada para el crecimiento económico, por una variedad de razones, pero no dura para siempre y sólo se puede aprovechar cuando hay muchos jóvenes, todavía pocos mayores y los jóvenes deciden tener menos hijos.
La Argentina viene siendo bendecida por esta situación desde principios de siglo. Según el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), hemos desperdiciado sus mejores años (el grueso de nuestro bono pasó entre 2015 y 2020), pero todavía estamos a tiempo de aprovecharlo hasta 2040, cuando ya casi un 20% de los argentinos pasarían a depender del Estado para sobrevivir. (Es cifra ahora es de alrededor del 15%.) Es decir que todavía tenemos la ventana del dividendo. Y aun si se está cerrando sigue entrando una dulce brisa de un futuro mejor; el próximo gobierno está a tiempo de aprovechar nuestra demografía y que cuando ésta vuelva dentro de 20 años a golpearnos como un boomerang, estemos preparados y hayamos aprovechado la oportunidad.
Jóvenes tigres
Si un Estado aprovecha correctamente esta posibilidad, es probable que el nivel de vida suba astronómicamente. Por ejemplo, si alguien nació en Tailandia en 1950, para 2008 era casi un 1.000% más rico, y si nació en Corea del Sur, más del 2.000% en todo el período. La mayoría de las economías conocidas como tigres asiáticos acompañaron esta inyección de sangre joven para salir de la miseria. Sin ir más lejos, la China moderna también es el producto, al menos parcialmente, de haber aprovechado este fenómeno. India planea hacer lo mismo, al igual que que la gran mayoría de los países del sudeste asiático.
Esta gran oportunidad, sin embargo, viene con un condicionante: el tiempo es limitado y en el futuro los jóvenes envejecerán. Al caer las tasas de natalidad la población económicamente activa será menor al número de jubilados, por lo que mantenerlos con un sistema previsional se vuelve más difícil. Esta situación se da por diversos factores sobre los que todavía las ciencias sociales no se ponen muy de acuerdo. Así como una pirámide poblacional puede ser una bendición hoy, también puede ser un maldición mañana. Sabemos que esto ocurrirá, la pregunta es si queremos afrontar esos problemas desde la miseria en la que nos estamos hundiendo o con una economía sólida y preparada.
Hoy la Argentina tiene la bendición del bono demográfico: hay que aprovechar esta oferta de trabajadores y absorberlos productivamente.
Hoy la Argentina tiene la bendición del bono demográfico: hay que aprovechar esta oferta de trabajadores y absorberlos productivamente. Al depender menos gente de ellos su poder de ahorro será mayor y, al tener menos, hijos podrán invertir más en la educación de cada uno. Incluso termina dinamizando y diversificando la producción; mejores salarios implican que, por ejemplo, las familias se dediquen sólo a lo que mejor se les da y que cuando haya que arreglar el baño contraten a un plomero y no se den maña atando todo con alambre; no sólo producen más, ahora viven mejor y encima emplean a un plomero. Aunque suene exótico, eso crea un mejor ambiente económico. Esto también es el dividendo demográfico.
Pero esto implica cambios en la matriz productiva a los que los argentinos somos reacios. Ni hablar de las posibilidades de ahorro o inversión que da el país a su población. Para pensar a largo plazo, hay que solucionar el corto. No es poco decir y más difícil es hacerlo. De todas maneras, no hay que ignorar que el tiempo se agota y el sistema está muy lastimado; si queremos usufructuar nuestra demografía, primero hay que ver qué problemas la aquejan. Para empezar, muchos de esos jóvenes que debieron ser parte de una masa productiva innovadora terminaron, en cambio, siendo empleados públicos en alguna dependencia municipal rural o trabajando en negro en una empresa protegida por un sueldo miserable. Recordemos que el empleo privado en blanco no crece desde hace más de una década, pero la masa de jóvenes sigue ahí, expectante.
A esto hay que analizarlo desde los datos de la pobreza, pero no sólo el que indica que casi el 40% de los argentinos son pobres: la mayoría de esos pobres son jóvenes, y cuanto más jóvenes, más pobres. Esto es aún más chocante si lo comparamos con los jubilados que, a pesar de todas sus dificultades, siguen siendo el sector social que menos pobreza padece. Curioso, si consideramos que el kirchnerismo se ve a sí mismo como una fuerza juvenil que va contra las señoras pelo de cocker; pero son estas señoras las más favorecidas por este modelo (parte también de un fenómeno global no solo atribuible al kirchnerismo), mientras que la juventud ha quedado olvidada. Por algo los libertarios suman votos entre los más jóvenes, pero penetran menos entre los treintañeros que sí llegaron al reparto de cargos públicos del kirchnerismo.
El kirchnerismo se ve a sí mismo como una fuerza juvenil que va contra las señoras pelo de cocker; pero son estas señoras las más favorecidas por este modelo.
Una macroeconomía fuerte es un buen comienzo, pero no es la panacea. Para poder realmente no perdernos en la miseria y convertirnos en un país del primer mundo, debemos educar a una generación para que innove y se adapte a un mundo donde la competencia es cada vez mayor y el cambio más frecuente. Aguas menos calmas que necesitan mejores navegantes. De más está decir que con citar a Freire, golpearse el pecho con la Ley de Educación de Filmus del 2006 y pedir ESI como si fuese la punta de lanza de la educación a nivel mundial no logramos nada. Nuestras gloriosas universidades públicas que tanto orgullo nos dan, no tienen tantos graduados per cápita como los crueles neoliberales chilenos que cobran la educación y le ponen cupo.
Tampoco es una educación que hoy dé muchas oportunidades de ascenso social. Por mucha crítica que se le haya hecho, en los datos María Eugenia Vidal tenía razón: los pobres no llegan en un número significativo a la universidad. Sobre el nivel educativo con el que se llega a la universidad, si es que se llega, o sobre nuestra posición en los ranking PISA no hay mucho que agregar. El gobierno hasta prefiere ignorarlo, pero en un mundo tan competitivo afuera no van a ser tan amables. Nos debemos una reforma educativa que deberemos defender a capa y espada enfrentados contra graduados, profesores y gremios. Pero la más dura de esas batallas será contra el sentido común de gran parte de la población que, invocando buenas intenciones, sólo ha logrado malos resultados.
Cuando venga la contra
Todo esto entonces será necesario para poder beneficiarnos del dividendo demográfico. Ahora bien, ¿y cuando nos juegue en contra? ¿Cómo podremos apaciguarlo?
Cuando la pirámide poblacional se invierta vamos a tener problemas grandes, van a vivir más personas de las que vayan a estar en condiciones de trabajar para mantenerlos. Podemos intentar suplantar el faltante de población económicamente activa con inmigración como los franceses, o aún mejor, como los americanos. Estados Unidos es eficiente para absorber inmigrantes no sólo en cantidad, sino también en calidad. Una realidad que inspiró a Lee Kuan Yew, ex jefe de Estado de Singapur, a decir que la diferencia entre China y Estados Unidos es que la primera puede sacar talento de sus miles de millones de habitantes, pero Estados Unidos consigue el mejor talento de los 7.000 millones de seres humanos del planeta y lo recombina para la creatividad. Esto se ve reflejado en su política migratoria: en Washington entienden el poder del capital humano como en ningún otro país del mundo. Ser la principal potencia mundial no es para cualquiera.
Sin embargo, esto va a ser complicado si nuestro país no promete mucho, y aún si lograra enderezar el rumbo siempre parece difícil lograr una estabilidad perdurable en la Argentina. Las últimas olas de inmigración han venido desde países limítrofes. En San Juan hasta hace unas décadas era común que el verdulero, el albañil o el servicio doméstico fuera de nacionalidad chilena, pero hoy son nuestros compatriotas los que cruzan los Andes en busca de mejores oportunidades. No sólo debemos crecer, debemos entender que ninguno de nuestros vecinos optó por el suicidio económico como nosotros y que tampoco son una fuente inagotable de gente joven para nuestra pirámide demográfica. Más allá del famoso y muy equivocado “vienen por el plan”, esa inmigración es otra oportunidad que se desperdició de manera horrorosa. Si queremos solucionar esta situación, vamos a tener que buscar migrantes fuera de la región, lo cual implica desde luego un desafío mucho mayor.
Más allá del famoso y muy equivocado “vienen por el plan”, esa inmigración es otra oportunidad que se desperdició de manera horrorosa.
Tal vez usted piense que otra solución es tener más hijos. Es un buen punto, pero es difícil cuando el mercado inmobiliario y sus leyes actuales nos hacen imposible alquilar un departamento con una habitación más. Un país que no está dispuesto a recibir inmigración para suplir la falta de trabajadores es Hungría, por lo tanto incentivan a tener más hijos. ¿Quiere dejar de pagar el impuesto a las ganancias? Si usted es húngara la manera de hacerlo es tener al menos cuatro hijos. Esta sola medida ha ralentizado la caída en las tasas de natalidad. No se han logrado todavía generar tasas de recambio (2,1 hijo por mujer para mantener una población estable) mantenidas en el tiempo que aseguren que en 100 años siga habiendo casi 10 millones de húngaros. Resulta complicado lograr que suba la tasa de natalidad únicamente con políticas estatales.
Además, la decisión de tener hijos implica tener sacrificios con costos, pero si decido no tenerlos, no hay drama: el hijo ajeno me pagará la jubilación gracias al sistema de reparto, mediante el cual quienes pagan la jubilación son los aportantes actuales y no yo mismo con mis propios aportes. Esos aportes míos van a los jubilados de hoy. Contrariamente a lo que muchos creen, los aportes propios no pagan la propia jubilación: ese sistema, el de capitalización, es el que tan bien les funciona a los chilenos y que tantas ganas tienen de romper.
Otra posibilidad es seguir la estrategia japonesa: no sólo subimos la edad mínima para la jubilación ya que la gente vive más, sino que al jubilado le tocan trabajos que no son muy duros ni con el cuerpo ni con el intelecto, como por ejemplo, empleado de un vivero de bonsáis. Ayudan económicamente mientras disfrutan de sus últimos años de vida. Por suerte somos inventivos y alguna solución humana y generosa le encontraremos al asunto, espero no hagamos trabajar a nuestros ancianos como al pobre caballo que Orwell describe en Rebelión en la granja, que trabajó hasta la muerte esperando una jubilación que nunca llegó. Los nipones también ven como salida la eventual robotización de la economía, alternativa dificultosa de aplicar acá con los sindicatos argentinos y los puestos perdidos por la automatización: los argumentos luditas no van a faltar.
Y ni siquiera he hablado acá sobre los incentivos que el gobierno japonés pone en su población para que tenga más hijos o al menos pierda la virginidad antes de los 40: el japonés no suele tener momentos de pasión con sus pares, o si vive su sexualidad lo hace de una forma más solitaria, mediada por una pantalla y desde el onanismo. En Occidente esto no es tan severo, pero es cierto que los jóvenes tenemos menos sexo que nuestros padres y que cada vez hay más dificultad para concebir naturalmente: cada año los varones producimos menos espermatozoides como resultado de la vida moderna. Todo esto sin mencionar que ya no tanta gente aspira a tener hijos: no tiene nada de malo que cada quien busque su estilo de vida favorito, pero quédese seguro de que van a desear jubilarse.
La hora de la verdad
Sin dudas todo esto nos dice que habrá que asumir algún día el costo de arreglar el sistema previsional. Es difícil afrontar reformas jubilatorias si ante cada intento nos enfrentamos a toneladas de piedras en el Congreso. No me quiero imaginar si se intenta hacer algo similar a las reformas que quiere llevar a cabo el gobierno francés, siendo estas lógicas (y hasta limitadas) pero increíblemente impopulares. Las calles se lo han hecho saber a Macron: subir un par de años la edad para la jubilación es inaceptable. Los franceses tienen un gran problema, pero la Argentina no se queda tan atrás de los países europeos: ya estamos por debajo de las tasas de recambio y, contrariamente a quienes creen que nos enfrentamos a una crisis maltusiana en la que la población se empobrecerá por multiplicarse, hoy sabemos que la economía no es un juego de suma cero.
¿Volver al “gobernar es poblar”? Me gustaría, pero creo que no hay que apurarnos. Mejor aprovechemos desde el 10 de diciembre estas condiciones poblacionales e intentemos ser una economía que dé lugar a sus jóvenes y tal vez, sólo tal vez, volvamos a ser un país de esos a los que los jóvenes del mundo desean emigrar. Debemos empezar a prestar atención a la demografía y a estos aspectos de la biopolítica que se imprimen en la sociedad en la que habitamos.
Debemos empezar a prestar atención a la demografía y a estos aspectos de la biopolítica que se imprimen en la sociedad en la que habitamos.
¿Acaso algún avance tecnológico repentino o un cambio en la tendencia no puede cambiar el paradigma y solucionar esta inminente crisis? Ya hemos tenido crisis demográficas, durante décadas se pensó que los recursos del mundo no alcanzarían para una población que parecía crecer eternamente. A eso se le llamó crisis maltusiana y, sin embargo, tanto los avances en la producción agrícola como la baja de las tasas de natalidad eliminaron la posibilidad de esa crisis inútil. Nos hemos equivocado en el pasado, puede volver a ocurrirnos. Otro interrogante: si quisiéramos solucionar una crisis demográfica con inmigrantes de países con idiosincrasias diametralmente diferentes a las nuestras, ¿estaríamos dispuestos? ¿Qué ocurriría si esto produjera movimientos identitarios como en Europa? ¿Los podríamos integrar tan eficazmente como lo hicimos en el pasado o como lo hace hoy Estados Unidos?
Finalmente: ¿es necesariamente malo que seamos menos? Después de todo, hay evidencia de que es la forma en la que Francia aumentó su estándar de vida. Y a menor cantidad de trabajadores, mayor es su coste, lo cual se traduce en un aumento en su nivel de vida. Por supuesto, éste no es el único modelo para capitalizarse; Inglaterra fue el país más rico del mundo y aún así tuvo un boom demográfico. Las respuestas no las tenemos, pero sí los problemas, y eso aunque sea amerita que los planteemos. Por ahora, seguimos a la deriva priorizando metas chiquitas y de corto plazo, ignorando nuestras posibilidades como lo decidió alguna vez Néstor.
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