Después de más de dos años, hoy es la primera vez que escribo sobre Mauricio Macri en Seúl. No lo había hecho antes un poco por pudor y otro poco para no mezclar mi rol como asesor con la independencia intelectual de la revista, que busca defender (la democracia liberal, la libertad de mercado) o atacar (el autoritarismo político, el populismo económico) ideas, no personas. De hecho, en estas más de cien ediciones dominicales apenas hemos publicado artículos que defendieran abiertamente la gestión de 2015-2019. El único artículo explícito en defensa de Macri que recuerdo es este de Pablo Avelluto reivindicando su conferencia de prensa del 12 de agosto de 2019, el día posterior a las PASO. Acá viene el segundo.
Desde 2020 vengo teniendo conversaciones con personas de la política, del periodismo y de mi vida social sobre el futuro de Macri. Invariablemente me preguntaban, conociendo mi cercanía con él, si iba a ser candidato e invariablemente yo respondía: “No creo, no lo veo”. Insistían entonces en apurarme, para ver si me animaba a descartarlo. Entonces yo decía: “En política no se puede descartar nada, y todavía falta mucho. Pero si tuviera que ponerle una probabilidad, diría que es del 5%”. Estas respuestas no gustaban, no porque mis interlocutores fueran macristas (en su mayoría no lo eran) o quisieran que fuera candidato (en general no querían o no lo decían). No gustaban porque no entraban en sus patrones de análisis de la política. Entonces me decían que estaba equivocado o que estaba mintiendo: por supuesto que Mauricio Macri iba a ser candidato a presidente.
No sólo me lo decían a mí. También lo escribían en los diarios o lo decían por televisión. Macri recorría un sábado por la mañana el centro comercial de Ituzaingó y las crónicas decían que la visita había tenido “tono electoral” y los análisis, que “se muestra como candidato”. En septiembre del año pasado, en una entrevista con José del Rio para suscriptores de La Nación, Carlos Pagni, el mejor analista político del país, lo puso más claro que nadie: “Como decía Néstor, no mires lo que digo sino lo que hago. Yo estoy viendo a Macri hacer una campaña electoral. Sistemática. Inclusive buscando recaudación”.
Macri, en cambio, prefirió ser un “rompehielos ideológico”, alguien que abría el camino para que los candidatos reales del PRO y de JxC después navegaran más tranquilos.
Nadie estaba dispuesto a ver lo que para mí era cada vez más evidente. En entrevista tras entrevista, Macri decía que no estaba anotado en ninguna carrera, que no estaba pensando en eso, que estaba más enfocado en las ideas y en qué iba a hacer Juntos por el Cambio si volvía al gobierno. Por sus conferencias en universidades o su trabajo en la FIFA, pasaba largas temporadas fuera del país. Cuando Mauricio decía, por ejemplo, que el próximo gobierno debía privatizar Aerolíneas Argentinas, yo veía una muestra de que no tenía ningún interés en hacer especulaciones electorales y de que no quería perder su nueva libertad para declarar, después de casi 20 años sometido a una estrategia clara con un objetivo definido (ganar elecciones, mantenerse en el poder). Por mucho que se hubiera corrido el sentido común sobre algunos temas en la Argentina de estos años, alguien que se sentía candidato habría sido más cuidadoso, porque un primer objetivo es reducir la imagen negativa. Macri, en cambio, prefirió ser, como insistí en aquellas conversaciones e incluso en entrevistas, un “rompehielos ideológico”, alguien que abría el camino para que los candidatos reales del PRO y de JxC después pudieran navegar más tranquilos. Un rompehielos, por definición, está en el borde, en la frontera, no en el centro.
Cuando yo decía que Macri no iba a ser candidato y enumeraba estos factores, mis interlocutores no solamente no estaban de acuerdo sino que sentían la necesidad de aleccionarme: me decían que no entendía cómo funcionaba el poder ni cómo funcionaba la cabeza de los políticos. Los políticos, me informaban, desde el otro lado de la mesa de café, jamás entregan voluntariamente un milímetro de poder. ¿Por qué lo harían? La definición de su trabajo, continuaba el razonamiento, es luchar constantemente por tener cada vez más poder: ésa es la bendición y la tragedia de los políticos. Si Mauricio Macri ve en 2023 que tiene una ranura por la cual colarse en la disputa electoral, lo va a hacer. La regla no tiene excepciones.
Y sin embargo, acá estamos.
Macri no será candidato a presidente. Los kirchneristas y los bananas dijeron que lo hizo porque no le daban los números, a pesar de que las mismas encuestas que usaban para justificarse mostraban que perfectamente podría haberlo intentado. Más allá de las razones –y yo creo en sus razones–, lo cierto es que Mauricio hizo algo que los políticos supuestamente no hacen: resignó poder voluntariamente. Entre el poder y otras cosas, eligió otras cosas. Esto es algo que los políticos no sólo no hacen, ni siquiera es algo que está dentro de las posibilidades de la manera de ver la profesión política, muy en boga además en el clima anti-político actual, según la cual los dirigentes son personas nítidamente cínicas, psicológicamente desequilibradas, que sólo buscan satisfacer su ego y sus ansias narcisistas. Una de las cosas que más me gustó del anuncio del domingo pasado, por lo tanto, es este efecto de sorpresa y humanidad, que plantea una relación distinta de los políticos con la política y que, admito, era más habitual en los inicios del PRO, hace una década, y se volvió más difícil de mantener a medida que el partido fue creciendo y se fue consolidando. Pero lo indudable es que aun pudiendo obedecer a su ego y recibir una inyección de adrenalina, Mauricio, como Bartleby, prefirió no hacerlo.
Cambio de rumbo
Ayer a la mañana fui al velorio de nuestro querido Gabriel Palumbo, autor habitual de Seúl y un ensayista inesperado, a veces algo cascarrabias, que era el precio que pagaba por su independencia y no dejarse llevar por las euforias pasajeras. La casualidad quiso que la casa velatoria, sobre la calla Malabia, estuviera justo al lado de la librería donde en 2015 presentamos juntos El mejor presidente de la historia, su primera colección de ensayos políticos. Mientras saludábamos a la familia y nos dábamos ánimo entre los amigos, me acordé de que aquella noche de hace ocho años, pocos antes de las elecciones presidenciales, dije que no esperaba que Macri fuera el mejor presidente de la historia pero sí “el primer presidente de la mejor etapa de la Argentina”. Volví a usar esa idea muchas veces, incluso cuando ya estábamos en el gobierno, porque me parecía útil para explicar que aquel gobierno de Cambiemos buscaba ser el primer paso en una dirección correcta (mejores instituciones, una economía más sensata y abierta) que después debería ser continuada por otros presidentes.
En aquel escenario Macri ganaba su reelección de 2019 y entregaba el poder dentro de ocho meses con inflación y pobreza en baja, el crecimiento para arriba y el kirchnerismo para abajo. Eso, por supuesto, no ocurrió, pero me gusta pensar en estos días que aquella frase en la presentación del libro de Gabriel todavía puede ser cierta y que estos cuatro años penosos del Frente de Todos serán sólo una interrupción en un proceso de cambio iniciado en 2015. Es decir: si Juntos por el Cambio gana las próximas elecciones, logra estabilizar la economía, inicia un proceso de crecimiento y genera un sistema político sin opciones electorales autoritarias, Mauricio Macri tendrá todo el derecho a reclamar, y deberíamos dárselo, ese lugar como “primer presidente de la mejor etapa de la Argentina”. O, al menos, el primer presidente del cambio. Quiero decir: si la Argentina retoma en 2023 el rumbo que había impulsado en su presidencia y ese rumbo es exitoso y se mantiene durante un puñado de mandatos presidenciales, Macri habrá tenido un rol fundamental en sacarnos del pantano donde estamos hace medio siglo y ponernos en movimiento. No tengo dudas de eso.
Hasta Macri, el no peronismo ganaba una elección presidencial cada 16 años (1983, 1999, 2015). Nadie apostaría hoy que la próxima derrota electoral del PJ será recién en 2031.
Por otra parte, no quedará en la historia sólo por su presidencia. Muchos dicen, y tiendo a estar de acuerdo, que el aporte fundamental de Macri a la política argentina fue la fundación del PRO y de JxC, que le devolvieron al sistema político una alternancia y un desafío estable al peronismo como casi nunca había tenido. Hasta Macri, el no peronismo ganaba una elección presidencial cada 16 años (1983, 1999, 2015). Nadie apostaría hoy que la próxima derrota electoral del PJ será recién en 2031. Esa alternancia, y la construcción de una coalición mucho más sólida de lo que parece, es uno de los legados más importantes de Macri, que incluye la activación política de una parte de la población que hasta su presidencia había mirado la cosa pública a una distancia prudencial.
Es para proteger ese legado, entre otras razones, por las que decidió no ser candidato. Se dio cuenta de que lo más importante que hizo quizás no haya sido ser presidente sino haber creado una coalición política, electoral y social capaz de torcer el corporativismo y la mediocridad que han hundido a la Argentina. Ciertamente podremos pensar que la mayor influencia de Macri en estas décadas no habrá sido tanto su gestión de gobierno sino su éxito para crear una visión de futuro para el país que represente los deseos de una mayoría de los argentinos. Los gobiernos pasan –todo decreto puede ser derogado–, pero las mayorías y las hegemonías quedan. Al menos por un tiempo.
Viéndolo de esta manera, con una perspectiva de décadas y no de años, la tarea de Macri, paradójicamente, recién empieza: cuando parece que se está retirando, en realidad apenas está arrancando. No sólo para construir de la nada el rol de ex presidente positivo, de los que Argentina ha tenido más bien pocos ejemplos. Sino también para convertirse en un sostén y un apoyo de próximos presidentes que compartan sus ideas en un camino que seguramente encontrará resistencias. Para un país al que le ha costado encontrar referencias morales o institucionales por fuera de sus presidentes, un Macri maduro, firme y generoso, despreocupado de su propia ambición, puede ser un aporte fundamental, que agregue robustez a la coalición republicana más allá de quien gobierne. Con esto no estoy queriendo decir ni recomendar que Macri nunca más deba presentarse a un cargo público (todavía es joven, las circunstancias pueden cambiar), sino algo distinto: la certeza de que para liderar e influir ya no va a necesitar un cargo.
Todo esto es parte de las conversaciones que hemos tenido con Mauricio estos años, nada de lo que acabo de escribir es algo que no le dije primero a él. Su próxima etapa es fascinante, porque deberá crear un rol nuevo, para el que hay pocos modelos y posibilidades infinitas. Espero poder seguir ayudándolo en ese camino. Ha sido un orgullo para mí haberlo acompañado hasta ahora.
Fin del macrismo explícito. Continuamos con la programación habitual.
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