Siempre se puede tener a mano aquella humorada de Borges acerca de la superstición por el sistema métrico decimal, pero lo cierto es que en apenas dos meses se cumplirán nada menos que 20 años de la llegada del kirchnerismo al poder. Desde aquel día inaugural, no le hizo falta mucho al oscuro gobernador patagónico para ganarse el favor de cierta prensa y referentes culturales que, habiendo comenzado su labor en la segunda mitad de la década del ’90, para 2003 ya tenían prácticamente instalado un nuevo sentido común progresista como espejo invertido al manual neoliberal impuesto por el menemismo en su sentido más amplio.
En efecto, bastaron apenas unos torpes movimientos con la banda y el bastón presidencial —observados con risueña resignación por la senadora conyugal— y un posterior cabezazo a una cámara fotográfica para que en el acto se instalara una corriente de simpatía que, menos de dos años después, trocaría en iconografía. Pocos recuerdan hoy aquella perpleja esperanza que expresaban los Huevitos Kirner de Miguel Rep y su frustración por no poder encontrarle un defecto a esos ojos que apuntaban hacia direcciones opuestas (“¡No estoy preparado para ser oficialista!”): andando el tiempo, el devenir de los acontecimientos aceleró las polarizaciones y la vulgata progre se decidió a tomar partido de manera pasional y monolítica. Lo que prevaleció entonces fue la estampita laica.
Por su parte, la abrumadora mayoría de los intelectuales y académicos adscriptos a las diversas variantes del progresismo y la izquierda —cuyos trabajos más visibles se ubicaron por su propio objeto de estudio en el campo de las humanidades, pero cuya base de sustentación llegó también a las ciencias duras y las económicas, como se pudo comprobar una y otra vez— trazaron un recorrido similar en su “curva larga”, aunque desde luego que con muchos más matices y reservas si nos detuviéramos a observar sus tramos “cortos” entre ciertos momentos de alta carga simbólica y política (la Cumbre de las Américas en 2005 y la contracumbre que sepultó al ALCA, el conflicto con el campo desatado por la circular 125, y todos los que les siguieron). Desde aquel elogio inicial de Beatriz Sarlo al carácter republicano y socialdemócrata del discurso de asunción de Néstor Kirchner en 2003 (recuperado años después con algo de amargura por lo que Sarlo parecía interpretar como un ciclo descendente del kirchnerismo), los intelectuales progresistas se volcaron con pasión a tratar de desentrañar el carácter profundo de aquel fenómeno político que, más allá de cualquier reserva pasada o presente que se le pudiera hacer, se había volcado a poner en práctica lo que se entendía como el gobierno de (centro)izquierda realmente existente. No es de extrañar entonces que en todos estos años el tamaño del corpus dedicado al análisis del kirchnerismo haya resultado tan imponente: no sólo en la producción de libros y papers, sino que también en la prensa, en los blogs y en las redes sociales no se podía hablar de otra cosa que no fuera del kirchnerismo.
En contraste, el interés académico por el PRO, aquella novedad instalada en 2007 en la ciudad de Buenos Aires, fue desde el comienzo entre nulo y marginal.
En contraste, el interés académico por el PRO, aquella novedad instalada en 2007 en la ciudad de Buenos Aires, fue desde el comienzo entre nulo y marginal. Percibido como un experimento de marketing político sin sustento real, el progresismo decidió despachar rápidamente a este partido apoyado en la figura casi excluyente de Mauricio Macri como una expresión de menemismo residual revestido con una pátina de gorilismo tecnocrático que lo pudiera volver apto para el consumo porteño. Debieron pasar varios años y unos cuantos reacomodamientos en el tablero político para que, después de la dramática caída y resurrección del kirchnerismo entre las elecciones legislativas de 2009 y el 54% de 2011, las figuras del PRO en general y de Macri en particular empezaran a ser tomadas más en serio. Los malos resultados del kirchnerismo en las elecciones intermedias de 2013 fueron una señal inequívoca de que, con el peronismo fragmentado, a la nueva centroderecha se le podía abrir una vía para llegar a lo más alto.
Tercer tiempo
Desde entonces, Gabriel Vommaro ha sido sin dudas el académico progresista que más se ha dedicado a analizar al PRO (y luego a Cambiemos y a Juntos por el Cambio) como fenómenos políticos consolidados y con perspectivas de ejercer el poder. Más allá de su previsible distancia personal y crítica, Vommaro supo entender que su objeto recurrente de estudio no era uno más de los tantos proyectos de éxito efímero que conoció la política argentina. Es así que El sueño intacto de la centroderecha (Siglo XXI, 2023), escrito en coautoría con Mariana Gené, es el tercer libro de Vommaro dedicado al análisis del PRO y su coalición. Los anteriores fueron Mundo PRO, publicado en 2015 casi al mismo tiempo en que el partido de Macri lograba conformar Cambiemos junto a la UCR y la Coalición Cívica. Le siguió La larga marcha de Cambiemos en 2017, cuando en el mejor momento de la presidencia de Macri los más osados se animaban a sugerir una hegemonía de la nueva coalición en el sistema político. Esta tercera entrega, cuyo proceso de escritura comenzó al final del gobierno de Macri y se estiró más de la cuenta debido a la pandemia, se adivina por momentos como un trabajo pensado en términos de una inevitable restauración progresista tras el fracaso del reformismo de derecha, pero que la mala praxis del cuarto kirchnerismo mantuvo con vida y con posibilidades muy concretas de alcanzar un “segundo tiempo” en el poder.
Hay que decir también que se nota una evolución positiva en estos trabajos de Vommaro. Mundo PRO, co-escrito con Sergio Morresi y Alejandro Bellotti, empezaba como un interesante relato que recuperaba los entretelones políticos y los orígenes de las principales figuras del nuevo partido, para derivar después en un recuento de cada costilla y flanco débil de los primeros cuatro años de gobierno comunal, sin importar qué tan serias y veraces pudiesen resultar lo que en la mayoría de los casos no eran más que denuncias (¿Se acuerdan de cuando Macri tenía brigadas parapoliciales nocturnas con camiones que chupaban linyeras? Ah, qué épocas). En cambio, este Sueño intacto…, recién salido del horno, resulta mucho más interesante porque los ejes elegidos para analizar el gobierno de Cambiemos entre 2015 y 2019 son mucho más pertinentes. Por momentos, da la impresión incluso de que una mirada crítica y externa les puede resultar de utilidad a los partidarios de JxC por la simple razón de no estar condicionada —o, si se quiere, contaminada— por las actuales pujas internas entre los distintos sectores de la coalición. Si algo aprendió el progresismo de la mano del peronismo es que no conviene excederse en el truco de disfrazar de cuestiones doctrinarias o de principios cosas que no son más que disputas naturales por el poder.
Una mirada cambiemita a este libro de Vommaro y Gené puede encontrar no pocos puntos de encuentro e interés con su desarrollo narrativo.
Decíamos entonces que una mirada cambiemita a este libro de Vommaro y Gené puede encontrar no pocos puntos de encuentro e interés con su desarrollo narrativo. No casualmente, el primer capítulo tras la introducción está dedicado a una reconstrucción pormenorizada de cómo la Convención de Gualeguaychú resultó decisiva para la posibilidad de un acuerdo electoral con el PRO y la CC. Vale la pena repasar el significado de lo que estuvo en juego durante aquellas jornadas: dada la fuerte impronta personalista de sus respectivos espacios, a Elisa Carrió podía resultarle tan natural dejarlo colgado a Pino Solanas para irse a comer pizza como al propio Macri dar por descontado su triunfo en las PASO y la posterior imposición de su programa a toda la coalición; pero, para un partido tan apegado a sus formas y tradiciones como la UCR, una alianza con una fuerza de centroderecha implicaba un desafío existencial.
Es probable que en tiempos de crisis agudas como la actual esas formas de la política tradicional tiendan a ser vistas como rémoras del pasado, pero lo cierto es que una parte nada despreciable de la resiliencia demostrada por JxC puede atribuírsele con razón al radicalismo. Que ocho años después hayamos naturalizado que Cambiemos no sólo fue un acuerdo electoral exitoso sino que además se convirtió en una fuerza partidaria sólida, que no se dispersó en la derrota, no debería hacernos olvidar que el triunfo de 2015 no fue en modo alguno un destino inevitable y que, además, la política nunca deja de ser dinámica: los desafíos que implica gobernar hoy la Argentina puede que sean los mismos que hace ocho años (sólo que con un nivel de dificultad multiplicado por el factor que prefieran), pero ni JxC es lo mismo que Cambiemos ni ninguno de sus tres integrantes se encuentra hoy en la misma situación que entonces. Otra vez: miremos a la realidad como es y no como nos gustaría que fuera.
Tres patas de Cambiemos
Desde luego, así como Cambiemos tuvo en su origen su pata radical y su pata progre con la CC, también tuvo su pata peronista desde los momentos fundacionales del PRO. La presencia de dirigentes de cierto peso en las estructuras del funcionariado y la militancia del menemismo como actores principales en las primeras versiones del macrismo (Compromiso para el Cambio primero, PRO más tarde) da cuenta de un pragmatismo indispensable para el armado de un proyecto político al que muchas veces se lo buscó asociar con el liberalismo en versión menemista (¿se les ocurre algo más noventoso que Ramón Díaz apostándole en 1999 una camioneta a Macri en la tele?). El Grupo Sophia de Horacio Rodríguez Larreta fue una de las primeras estructuras en darle soporte al macrismo naciente, lo que se vio reflejado en la fórmula Macri-Larreta de Compromiso para el Cambio que perdió la segunda vuelta de las elecciones porteñas de 2003 contra el ibarrismo tras ganar la primera por cuatro puntos.
Tras aquella primera tanda de incorporaciones de peronistas porteños al macrismo (Diego Santilli y Cristian Ritondo entre los más destacados, hoy compitiendo en la provincia), Vommaro y Gené detectan una segunda tanda pensada en función del armado nacional del PRO (con Emilio Monzó como ejemplo típico) y una tercera ya hacia el final del gobierno de Cambiemos, cuando se buscó dar un golpe de efecto con la inclusión de Miguel Pichetto en la fórmula presidencial. La presencia de dirigentes peronistas parece desafiar tanto los postulados de los autores del libro —para quienes entre los objetivos del reformismo de JxC se encontraría “terminar con el peronismo”— como cierto gorilismo que los partidarios de JxC solemos resolver de manera pragmática: serán peronistas pero son nuestros peronistas. De todos modos, nunca está de más repasar un poco el CV de los nuestros cada vez que nos quieran correr con límites morales: sí, estamos perfectamente al tanto de que “control territorial” significa manejar a la barra de Chicago; sí, ya sabemos que el sueldo del nuevo coordinador de coso de la subsecretaría de sarasa es para financiar la campaña. Como bien dice acá el amigo Ergasto, de Churchill hay que recordar menos la cita de la sangre, el sudor y las lágrimas y más aquella otra de que si te gustan las salchichas y la política, mejor no averigües cómo se hacen.
Otro acierto de Vommaro y Gené es sin dudas la inclusión de testimonios directos recogidos en entrevistas personales con varias figuras de JxC, la gran mayoría de ellas con responsabilidades concretas en el armado político, con experiencia como legisladores o con desempeños en puestos municipales, provinciales y nacionales. Estos testimonios resultan interesantes para entender los desafíos concretos que debió enfrentar el gobierno de Cambiemos, cuáles fueron las fortalezas y debilidades de su gestión y, muy especialmente, cómo fueron cambiando las relaciones de fuerzas con el resto de los actores políticos del sistema: la oposición peronista, los empresarios, los sindicatos, las organizaciones sociales. Este último punto resulta crucial: así como el propio Macri ha llegado a reconocer que su gobierno sobreestimó el efecto concreto sobre la economía que el cambio de expectativas podría generar, también fue evidente que el camino del gradualismo económico fue más una imposición de la realidad que un programa de máxima. Nunca está de más recordar que las elecciones presidenciales se ganaron por un margen estrecho recién en segunda vuelta y que el reclamo por una agenda de reformas rápidas seguramente existía en el núcleo duro de votantes cambiemitas, pero que nunca fue mayoritario entre los independientes que suelen definir los pleitos.
Un momento de quiebre para la suerte del gobierno cambiemita lo encuentran Vommaro y Gené en la famosa sesión legislativa por la reforma previsional que terminó con las toneladas de piedras.
Un momento de quiebre para la suerte del gobierno cambiemita lo encuentran Vommaro y Gené en la famosa sesión legislativa por la reforma previsional que terminó con las toneladas de piedras y un triunfo pírrico para la coalición, que venía de validarse en las elecciones legislativas tan sólo unas semanas antes. A partir de entonces, y más aún con el tembladeral económico en el que entró el país en abril de 2018, la gestión de Macri debió abandonar cualquier intento de reformas profundas y pasó a una fase netamente defensiva y de control de daños. Es cierto, como señalan los autores, que aquella reforma y otras medidas que buscaban reducir el déficit fiscal y las distorsiones de precios relativos (sobre todo, los aumentos en el precio de la energía) no tuvieron el respaldo necesario de parte de algunos dirigentes de la coalición y resultaron impopulares incluso entre algunos de los votantes de Cambiemos. Pero hay aquí un punto de divergencia muy fuerte: lo que los autores naturalizan como una manifestación normal de oposición a ciertas medidas de gobierno, lo que sucedió en la práctica fue un ataque preparado y coordinado dentro y fuera del Congreso de una violencia inaudita. Violencia institucional y física contra el presidente de la Cámara de Diputados dentro del recinto, violencia desmedida contra fuerzas policiales que habían sido previamente desarmadas por una orden judicial y que fueron encerradas de manera salvaje como en una emboscada en la selva. Aquel episodio significó, sí, el principio del fin del gobierno de Macri. También pudimos intuir —si no comprender cabalmente— que aquellos abrazos alborozados entre diputados de distintas extracciones del peronismo fuertemente enfrentados entre sí hasta ese momento tenían uno y sólo un destino posible: la reunificación del peronismo detrás del kirchnerismo. Para estos fines, aquellos medios.
Límites progresistas
Esta cuestión nos lleva directamente a los límites más notorios que el análisis político progresista tiene no sólo del programa de reformas al que aspira JxC, sino a la esencia misma de lo que los autores del libro entienden como la causa final del estancamiento y declinación de la Argentina: una situación de empate entre los sectores que apuntan a una redistribución de los ingresos por vía de la industria y el mercado interno y aquellos otros que apuntan al crecimiento vía exportaciones agropecuarias e industrias avanzadas de alta competitividad internacional. Es cierto que en varias notas de Seúl se ha insistido con la cuestión del empate y de la falta de una salida armónica a ese conflicto, pero también lo es que desde 1983 para acá ese conflicto no encontró otro cauce y expresión que el modelo corporativo peronista. Hay un relato muy instalado en nuestro país que le asigna la responsabilidad de las hiperinflaciones, las confiscaciones de depósitos y las megadevaluaciones al no peronismo, mientras que los beneficios de la desregulación y la apertura en los ’90 o el festival redistribucionista de los 2000 son señales de gobernabilidad y pragmatismo peronista ora por derecha, ora por izquierda.
Aunque El sueño intacto de la centroderecha no lo diga con todas las letras, hay un argumento que subyace a esa caracterización de JxC como un proyecto destinado al fracaso recurrente de su agenda pro-mercado. No importa entonces si suma a su coalición a sectores progresistas o de centroizquierda, si está la UCR para terciar en su interna entre halcones y palomas o si se lo piensa en términos de un dique que frene el avance de agrupaciones aún más a la derecha. Lo que el progresismo sigue creyendo, después de 20 años de kirchnerismo, después de multiplicar el tamaño del Estado y de quedarse con cientos de miles de millones de dólares de retenciones al agro, es que un programa liberal no es más que la imposición de la política económica de la dictadura por la vía electoral, y que la actual encarnación progre del peronismo está obligada a bloquearlo de la manera que fuere para, al menos, mantener la situación de empate.
Curioso empate éste, que en 2019 se resolvió con el sello del Frente de Todos. Confluyeron allí efectivamente todos, todas y todes: las facciones del peronismo, los sindicatos, las organizaciones sociales, la Iglesia, las cámaras de empresarios que aparecieron en cuadernos que eran fotocopias, las ONG, las universidades, los consejos profesionales, los clubes de barrio y hasta la corpo maligna. Lo que se dice un verdadero equipo de galácticos preparados para golear, que hoy ya no sabe cómo hacer para aguantar el empate cuando recién van 10 minutos del segundo tiempo. El tamaño de este otro fracaso tanto más concreto y lacerante es algo que tardará en hacerse tolerable para el progresismo, especialmente en esta semana en la que la principal noticia del panorama político versa sobre la manera en la que el Gobierno se dedicará a saquear una vez más los fondos de los jubilados, nuestros viejos queridos que el profe de la UBA nos prometió que siempre serían más importantes que los bancos. Amigos progres, después del nuevo modelo discursivo decisional que empezaba a aparecer, my expectations for you were low. BUT HOLY FUCK.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.