Todos sabemos que al kirchnerismo tal y como lo conocemos se lo dio por muerto muchas veces: en 2008 con el conflicto desatado por la famosa Resolución 125; en 2009, cuando el venerable Neshtor perdió las elecciones por dos puntitos –acompañado testimonialmente por Daniel Scioli, Florencio (cof cof) Randazzo y Sergio (cof cof cof) Massa– contra aquel artefacto llamado Unión-PRO que juntó por unos meses a Mauricio Macri con Francisco (cof cof) de Narváez y Felipe (cof cof cof) Solá; en 2010, cuando el corazón de Neshtor se cansó definitivamente de tanto fuego y tanto eshtasis; en 2013, cuando Sergio (cof cof cof) Massa y su Frente Renovador terminaron con el sueño bolivariano de Cristina; en 2015, por supuesto, cuando Cambiemos ganó muy ajustadamente las elecciones y llegó al poder.
También sabemos bien que todos aquellos vaticinios nunca se cumplieron, que el kirchnerismo siempre se las arregló para resurgir de sus cenizas cual Gato Félix. Incluso ahora mismo, después de cuatro años de catastrófico gobierno de un Frente de Todos partido en mil pedazos y mientras el ministro y candidato (COF COF COF) Massa nos lleva de la mano a la hiperinflación, no son pocos quienes suponen que, sea cual fuere el resultado de la elección nacional, no son pocas las chances de que el kirchnerismo logre atrincherarse en el conurbano bonaerense para encarar desde allí la fuerte interna que le espera por el liderazgo del PJ y, quizás, un intento anticipado de reconquista del Gobierno nacional. Todo esto, desde luego, de acuerdo a cómo se desarrollen los acontecimientos.
Sin embargo, para quienes también creen que la suerte de las causas que se deciden en los juzgados federales e instancias superiores tiene un componente atado a la suerte de quien controla el Poder Ejecutivo, la decisión de la Cámara Federal de Casación Penal que revoca los sobreseimientos de CFK en las causas Hotesur – Los Sauces y Memorándum con Irán es un indicio muy fuerte de que en los tribunales también se percibe el olor a calas que despide el kirchnerismo. Desde luego, estas decisiones distan de ser definitivas sencillamente porque los tiempos de la Justicia no son los de la política: un nuevo proceso en esas dos causas y el trámite de un juicio oral –como aquel que desembocó en la épica de la calle Juncal y en los copitos que gatillaban pero no disparaban– podrían tomar años, mientras que esta realidad argentina que se acelera al ritmo de la indexación de precios y contratos no soporta más las largas esperas de los tiempos institucionales.
En verdad, tampoco soporta más esperas de ninguna clase y quizás menos aún a las instituciones, pero lo cierto es que, para todos los convencidos de la veracidad de las acusaciones de corrupción de escala macroeconómica de los Kirchner y de las denuncias del asesinado fiscal Nisman (es decir, para todos menos para los kirchneristas fanáticos), esto no deja de ser una noticia alentadora.
El debate en la Cámara de Diputados del proyecto elevado por el ministro y candidato Sergio (COF COF COF) Massa para eliminar el impuesto a las ganancias y otros ejercicios de loca creatividad heterodoxa nos regaló una certeza: Javier Milei encuentra perfectamente razonable –y lo dijo con todas las letras– apoyar un proyecto hiperinflacionario porque ésa sería la mejor manera de asegurarse aquel fin del kirchnerismo que nunca llega. Los dichos de Milei, la constatación de que una vez más se lo ve apoyando iniciativas del oficialismo junto a la izquierda más trasnochada y el peronismo federal, las razones que esgrimen acaloradamente sus partidarios para defender semejante bestialidad (y todas las anteriores y las que vendrán), todo esto nos deja de una pieza, sobrepasados. Muchas veces, frente a situaciones de este tipo, tuiteamos: “no sé por dónde empezar”.
En verdad, ya ni vale la pena empezar, seguir o terminar. No queda otra que resignarse con toda la tranquilidad que podamos acopiar (como paquetes de fideos antes de la híper) a que Milei y el mileísmo no son ni un partido, ni un proyecto político, ni una ideología, ni una doctrina. Son algo más parecido al fútbol, en el sentido de que sus estudiosos, exégetas y poetas suelen recurrir mucho más a metáforas y otras figuras poéticas y no tanto a conceptos lógicos para explicarlo o caracterizarlo: es un estado de ánimo, un sentimiento, una pasión inexplicable, la dinámica de lo impensado.
¿Qué se puede hacer contra eso, cómo se le gana una elección a semejante sinfonía del sentimiento, al monstruo engendrado por el sueño de la razón increíblemente liberal? Chi lo sa. Incógnitas. Veamos este gráfico de Fernando Marull.
¿Será cierto que es una creación del PJ que se salió de control, la famosa colectora que se volvió autopista? ¿Un proyecto paralelo, un experimento loco de Cofcof Massa? ¿O fue una brillante jugada del círculo rojo, que simula ahora ora temor, ora fascinación por el Frankenstein? ¿Qué se dice en la calle, qué se comenta en la City? Si les gustan las teorías conspirativas, ¿es acaso Milei un ángel exterminador colocado por oscuros poderes para llegar por fin al verdadero Gran Reset, la Agenda 2024 de la Argentina?
Todo es provisorio y las certezas escaean, pero sí hay indicios fuertes. Citando al personaje de Michael Madsen en Perros de la calle, bien le podríamos preguntar a Javier: “Are you gonna bark all day, little doggy, or are you gonna bite?”. Difícilmente la mordida tenga el sentido de terminar con los privilegios de la casta política, no al menos si nos vamos a tomar en serio esta agenda de acuerdo y coordinación con Luis Barrionuevo y otros popes sindicales. Y ya ni siquiera se trata de que al candidato libertario se lo vea urgido de justificar o desmentir semejantes alianzas, de ningún modo. Después de todo, siempre se sintió más cómodo vociferando insultos contra ciertas figuras de Juntos por el Cambio que contra las mafias, sean éstas del tipo sindical o no. Y como ya dijimos que todo esto se trata de un estado de ánimo, uno eufórico, en el camino a la victoria que se da por descontada no hay ninguna necesidad de explicar nada.
Pero sucede que también el denominado círculo rojo tiene sus mañas: un día se asusta, otro se entusiasma, el tercero no se sabe muy bien. En todo caso, la máxima del gatopardismo, aquello de cambiar todo para que nada cambie, bien podría incluir a un Milei en el programa. Que lo diga si no don Eduardo Eurnekian, patriarca de la Corporación América y empresaurio para todo servicio, quien pareció recordar –siguiendo con las analogías futboleras– que para poder entrar, primero hay que saber salir. Quizás por ello fue que decidió desmarcarse un poco de su antiguo empleado y llenar de elogios a una sorprendida Patricia Bullrich en ocasión de la cumbre del Consejo Interamericano de Comercio y Producción. El bueno de Eduardo no sólo vería con malos ojos la dolarización mileísta: también cree que no se puede andar insultando de ese modo al papa Francisco, y hasta deslizó sus temores de que Milei pudiera acaso convertirse en un dictador.
En fin, ya alguna vez Lilita Carrió nos advirtió de lo que pasa cuando se le cree al PJ. ¿Le vamos a creer a don Eduardo?
Hasta hace no mucho, los artistas jóvenes, rebeldes y de talentos algo inclasificables se suponía que jugaban por el lado izquierdo. Iconoclastas, atrevidos, a veces obscenos o escatológicos, surfeaban las olas de sus contradicciones mientras pasaban de los medios o las escenas independientes al mainstream y se hacían millonarios mientras hablaban mal de las corporaciones y de la gente que hace mucha plata. Gente que, sin embargo, solía tener el buen tino de contratarlos a ellos. Pero las cosas han ido cambiando bastante más rápidamente de lo que a veces podemos explicarlo.
Pasó entonces que la derecha clásica fue derivando a un entramado muy confuso de conspiracionismo, terraplanismo y otras teorías trasnochadas. La izquierda tuvo su propio recorrido hacia las posturas woke, la critical race theory y las obsesiones identitarias que cada semana parecen agregarle una sigla (o número) a la lista. Las demandas de ultracorrección política se exacerban y las listas de personas, instituciones o figuras históricas a cancelar se hacen interminables. La derecha lunática llegó al poder con Donald Trump, la pandemia nos encerró por diestra y siniestra, y de ahí salimos todos totalmente majaretas. Hoy un rapero negro puede ser cancelado por sus posturas antisemitas mientras la derecha y la izquierda más dura se unen en defensa de los valores islámicos en Francia o Canadá. Todos en el mismo lodo y manoseados.
Y por supuesto, la cuestión de las denuncias de abuso sexual contra actores famosos, con casos que no pasaron de ahí y con consecuencias diversas (Louis C.K., Aziz Ansari), pero también con condenas por violación como en el caso de Danny Masterson.
Pues bien, el inglés Russell Brand viene a ser algo así como el cartón lleno de todos estos avatares. Exponente clásico de los transgresores de los medios, este actor, músico, humorista y presentador de radio y televisión no sólo se hizo célebre a principios de este siglo en los medios privados de su país, sino que también trabajó por años en la sacrosanta BBC. Su sentido del humor cáustico y su propensión a todo tipo de excesos –dentro y fuera de los estudios, en el aire o con la luz roja apagada– bien podían ser tomados como una señal de alerta, pero se suponía que los altos estándares de los manuales de los medios públicos ingleses serían suficientes para controlar su conducta.
Luego, durante y después de la pandemia, la deriva ideológica de Brand lo llevó desde las columnas en The Guardian y las colaboraciones para las campañas del laborismo británico de antaño a los canales independientes de YouTube y Rumble con un perfil mucho más antisistema por derecha. Como en el caso de cierto sudafricano afecto a la compra y rebranding de redes sociales, sostiene que él sigue estando al derecho, que dado vuelta estás vos que caíste en las garras de Soros y la Agenda 2030. Él sólo “se pregunta” si todo lo que nos dicen los laboratorios y los gobiernos sobre las vacunas será cierto, y si acaso Rusia no tendría buenas razones para haber invadido a Ucrania.
Pues bien, a Russell Brand parece haberle llegado el momento de revisar su pasado, y lo que está apareciendo es bastante turbio. Según la investigación conjunta del Times, el Sunday Times y Channel 4, hay varias denuncias por abusos sexuales entre los años 2006 y 2013 que llevarán a Brand a los tribunales más temprano que tarde.
Así las cosas, entre las muchas reacciones que despertó este caso, sobresalió la decisión de YouTube de no cerrar el canal de Brand, pero sí de impedirle facturar y cobrar publicidad de él, lo cual despertó a su vez opiniones que entienden que estaríamos frente a una nueva variante de cancelación preventiva. Una más cercana al passive-agressive, o sea, digamos. En todo caso, este tipo de situaciones sigue provocando debates muy encendidos en los que se cruzan argumentos sobre la libertad de expresión, de contratación y de trabajo, la presunción de inocencia, el daño que han sufrido personas denunciadas y luego exoneradas, todo ello frente a los daños concretos y reales que han sufrido víctimas de delitos sexuales, en muchos casos en una posición mucho más débil que la de un artista, productor o empresario famoso. ¿Habrá alguna manera más sencilla y justa de resolver estas cuestiones? Chi lo sa…
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