ZIPERARTE
El Cable Francés

#8 | ¿No nos odian lo suficiente?

Un informe de Reporteros Sin Fronteras sobre la libertad de prensa critica duramente a Argentina y Estados Unidos mientras pasa por alto censuras como la de Brasil, lo que evidencia posibles sesgos.

Argentina y Estados Unidos encabezan la lista de los culpables del “nivel crítico sin precedentes” de la situación de la libertad de prensa a escala mundial. Es, al menos, lo que se desprende del último Índice Mundial de Libertad de Prensa, ranking de Reporteros Sin Fronteras (RSF), publicado como cada año con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa.

No es que estas naciones ocupen los peores puestos del chart , de hecho están mejor que el promedio, bien lejos de los desiertos informativos de Nicaragua o Venezuela, sin hablar de Corea del Norte, Irán o Eritrea. Sino que la edición 2025 del informe tiene un enfoque particular. Postula que hoy, “aunque las agresiones físicas contra los periodistas son el aspecto más visible de las vulneraciones a la libertad de prensa, las presiones económicas, más insidiosas, también representan un obstáculo de primer orden”.

RSF apunta que “en casi un tercio de los países del mundo, el cierre de medios es constante, por la persistencia de dificultades económicas”. “Es el caso de Estados Unidos (57°, -2 puestos), Argentina (87°, -21 puestos)”, ejemplifica.

Es curioso, porque los problemas económicos que afectan al periodista y su impacto a la hora de ejercer libremente su profesión no son algo particular de estos dos países. La crisis de medios locales en las ciudades medianas y chicas es global. La supremacía de la información online creada desde los grandes centros urbanos en detrimento de otras regiones mata desde hace décadas a los periódicos locales.

El segundo problema que señala RSF en estos países americanos sería la concentración de medios, lo que tampoco es algo original. Pero finalmente llegamos al nudo de lo que quiere decir el documento: si Argentina y Estados Unidos son los “malos alumnos” del 2025, es por la clausura de medios públicos y la actitud de sus mandatarios.

“El cierre de la principal agencia de noticias, Télam, en 2024, ha supuesto un duro golpe para el derecho a la información”, escribe RSF. “El presidente de extrema derecha, Javier Milei, elegido en 2023, alienta las agresiones a periodistas y los ataques para desacreditar a medios y reporteros críticos con su política”, agrega. Esta última parte es difícil de desmentir; Milei lo escribió en varias oportunidades y con todas las letras: “La gente no odia lo suficiente a los periodistas”.

RSF recalca lo mismo de Trump, que, aunque no lleva cuatro meses en su segundo mandato, ganó tras “una campaña en la que denigró a diario a la prensa” y “ha instrumentalizado motivos económicos falaces para someter a la prensa, como ilustra el cese de la financiación de varios medios por parte de la Agencia de Estados Unidos para los Medios de Comunicación Globales (USAGM), entre ellos Voice of America y Radio Free Europe/Radio Liberty”. A esto podemos sumarle que Trump firmó el jueves una orden ejecutiva para cortarle los fondos al canal de televisión PBS y a la radio NPR, ambas públicas, a los que acusa de ser tendenciosos.

Los periodistas son de izquierda

Acá hay que distinguir entre dos problemáticas que RSF intenta atar: medios públicos y animosidad hacia los periodistas. Empecemos por evacuar el primer tema. En el papel, es una idea defendible: ofrecer una información imparcial de calidad, exigente, que no dependa ni de la tiranía del rating y la publicidad, que fomentan el amarillismo, ni de los intereses económicos y políticos privados. Esta concepción de la información como servicio público supone una independencia del poder del gobierno de turno, reivindicada por los gremios de periodistas que ahí trabajan. La realidad es que, al implementarse, esta noble idea produce un resultado muy distinto. En la práctica, estos medios terminan como órganos de propaganda del poder, especialmente en el tercer mundo (el caso de Télam está ampliamente descrito en esta nota de Roberto H. Iglesias en Seúl ) pero también en España, como ocurre con RTVE. Ahora, existe otro sesgo aún más insidioso: el de la sociología de sus periodistas. BBC, NPR, PBS y sus equivalentes en la Unión Europea tienen una línea editorial que no depende, como ocurría décadas atrás —y sí sigue pasando en medios como RT, ex Russia Today— de que un ministro de Información levante el teléfono para bajar línea a la redacción. No es necesario. Existe una línea editorial implícita, nunca formulada y que no requiere intervención exterior; es una mirada del mundo compartida que se refleja en el periodismo en general. La extracción social, el ámbito universitario, el trabajo en las grandes ciudades cosmopolitas, todo el ecosistema en el que se cría y crece el periodista fabrica un sesgo marcadamente progre (ocurre lo mismo con los artistas).

“Los periodistas votan a la izquierda, son de izquierda y, naturalmente, apoyan a la izquierda”. Estas palabras vienen del fundador de Reporteros Sin Fronteras, Robert Ménard, secretario general de la ONG de 1985 a 2008. Ménard es alguien que conoce todo el espectro ideológico francés: fue trotskista, socialista y terminó siendo alcalde una vez que se acercó a las ideas del partido de Marine Le Pen.

Esta sensibilidad ideológica se confirma en los sondeos, y por supuesto no sólo de Francia. Mencionemos por ejemplo el caso estadounidense, donde en 2022 sólo el 3,4% de los periodistas se identificaba como republicano, mientras que el 36,4% lo hacía como demócrata y el 51,7% como independiente, según un estudio de la Newhouse School of Public Communications de la Universidad de Siracusa.

Encontraremos el mismo sesgo en las redacciones del resto de Occidente, lo que se agrava en los medios públicos, que no dependen del mercado. El sesgo anticapitalista, en consonancia con las agendas militantes ecologistas, LGBTetc, propalestinas, pro inmigración, “antirracistas”, son una suerte de sentido común en estas burbujas, desfasadas muchas veces con la sensibilidad política de la mayoría de la población que las financia. ¿Por qué entonces los contribuyentes deberían pagar por una línea ideológica con la que no están de acuerdo e incluso combaten?

“Trans-ceratops”

En los últimos años, sobre todo desde la muerte de George Floyd en 2020 a manos de un policía blanco, NPR y PBS han sucumbido a la fiebre woke. Programas para niños con drag-queens y “trans-ceratops” (dinosaurios trans), promoción de la reasignación de género para menores, educación sobre “el privilegio blanco” o los “orígenes racistas de la gordofobia” han formado parte habitual de la grilla. A la hora de tratar los temas de inmigración ilegal —pidieron perdón por usar la palabra “ilegal”—, racismo, políticas sanitarias durante la pandemia de covid, sistemáticamente adoptaban el punto de vista y el lenguaje de la izquierda radical identitaria. El escándalo de la laptop del hijo de Joe Biden, ignorado deliberadamente, era tachado de “distracción”. (Acá muchos más ejemplos enumerados por la Casa Blanca). Y en cuanto a la libertad de expresión, defendida por la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense, la CEO de PBS Katherine Maher la calificó de “reto número uno” del periodismo estadounidense, lamentando una “protección de derechos bastante sólida”, lo que hace “un poco difícil abordar algunos de los retos reales de dónde procede la mala información”. Es decir, la libertad de expresión como amenaza para el periodismo. El editor de NPR Uri Berliner presentó su renuncia por desacuerdos con su jefa Maher; antes había sido suspendido por denunciar la falta de pluralismo en la cadena. Berliner, que llevaba 25 años trabajando ahí, había descubierto “87 demócratas registrados trabajando en puestos editoriales y cero republicanos. Ninguno”. ¿Hay que extrañarse de que en 2023 la audiencia de NPR se declarase en un 67% algo o muy de izquierda?

En cuanto a los medios de soft power estadounidenses (al que el trumpismo está renunciando con cierres o desfinanciación), cabe preguntarse la pertinencia hoy de un esquema creado para penetrar en los radiotransistores de la población soviética en  la Guerra Fría. Menos evidente parece la decisión de cerrar Radio Free Asia y, sobre todo, el fin de las subvenciones vía USAID al medio opositor ruso Meduza, que corre peligro de existencia. Estas son buenas noticias para los regímenes de China y Rusia.

El control del micrófono

Milei repite que la gente “no odia lo suficiente a los periodistas” y Trump los llama “enemigos del pueblo”. Como dijimos arriba, sobran razones para criticar el sesgo no asumido en la corporación periodística. Sin embargo, ante los legítimos cuestionamientos, la reacción de estos presidentes podría haber sido distinta, empezando por ignorar a sus detractores o delegar los achaques a sus voceros, evitando la intimidación de señalar por nombre y apellido al reportero. Pero, después de todo, lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo crucial es que tanto Milei como Trump viven obsesionados con lo que dicen los periodistas. Es un tema personal, aunque no es por la clásica aversión de los regímenes autoritarios hacia la libertad de prensa. Por el contrario, lo paradójico de la situación es que estos mandatarios reivindican una expresión mayor, mientras que muchos periodistas se han acostumbrado a pedir que se recorte esa libertad, ya sea en nombre de la lucha contra lo que perciben como desinformación, discriminación o fake news. En este sentido, es revelador que RSF destaque como un éxito la “remontada de Brasil tras la era Bolsonaro”, sin mencionar una sola vez la censura de X en 2024 —período abarcado por el informe—, cuando el juez Alexandre Moraes pidió y obtuvo el bloqueo de cientos de cuentas, incluyendo las de periodistas.

Lo que ocurre con Milei y Trump es que ambos deben en buena medida su existencia política a la mediática, a la mezcla de entretenimiento y periodismo. Fue a través de la “batalla cultural” televisada que surgieron como divertidas excentricidades y, encarnando a personajes disruptivos, vistos primero como bufones inofensivos, domesticaron la opinión gracias al espacio mediático que les abriría las puertas de las Casas Blanca y Rosada. Manejar el guion de la discusión pública es todo para quien debe su presidencia a la conquista de un relato que le era adverso. Medios y redes sociales son fundamentales para controlar la narrativa, por eso los presidentes bajan a la arena cada dos por tres para recordar quién manda ahí.

En el caso de Milei, no ve un problema en la asimetría de que un Jefe de Estado se enfrente a un periodista. Cree en la ilusoria horizontalidad del mano a mano de las peleas tuiteras. Y es probable que las puteadas a reporteros queden sólo en eso y que —ojalá— nadie sea perseguido o reprimido por el aparato estatal y que la dramatización de la corporación periodística no sea más que una sobreactuación contra un presidente que aborrecen. Nadie sabe qué va a pasar, es un nuevo paradigma, el de la trollcracia, a veces violenta, otras divertida, a veces las dos al mismo tiempo.

Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.

Si querés suscribirte a este newsletter, hacé click acá (llega a tu casilla miércoles por medio).

Compartir:
Alejo Schapire

Periodista especializado en cultura y política exterior. Reside en Francia desde 1995. Su último libro es El secuestro de occidente (Libros del Zorzal, 2024).

Seguir leyendo

Ver todas →︎

#7 | Expertos y esperpentos se enfrentan en Podcastán

La erosión de la confianza en las élites e instituciones impulsó espacios alternativos, como los podcasts. El revés de esta democratización es la proliferación de charlatanes influyentes.

Por

#6 | La excentricidad al poder

La revuelta contra las instituciones deja de ser marginal: juicios surreales en Francia, conspiracionistas en la Casa Blanca y rechazo a las élites evidencian el colapso de los consensos de posguerra.

Por

#5 | El mapa y la lengua

Cada regreso a Buenos Aires es para el que emigró un intento de compaginar recuerdos y nuevas realidades. Este ejercicio, en el que la identidad está en juego, se ha transformado por la tecnología.

Por