¿Te acordás del Covid? Algunos japoneses que creen que la Segunda Guerra Mundial no terminó siguen agitando el terror, pero no es sobre eso que vamos a hablar acá. El martes el historiador sueco Johan Norberg publicó un hilo en Twitter (que recomendó nuestro colaborador Gustavo Noriega, el periodista que más y mejor investigó el tema en Argentina) en el que analizó los resultados del manejo de la pandemia en Suecia, un país que fue a contramano de casi todo el mundo: no hubo cuarentena, no hubo obligación de usar barbijo, no se cerraron las escuelas, y el primer ministro Stefan Löfven apeló a la “responsabilidad individual”.
La estrategia fue opuesta a la de nuestro país, en donde el presidente Alberto Fernández, haciendo gala de una severidad típica de los débiles, decía: “Y a los idiotas, les digo: la Argentina de los vivos que se sarpan y pasan por sobre los bobos se terminó. Acá estamos hablando de la salud de la gente. No voy a permitir que hagan lo que quieran. Si lo entienden por las buenas, me encanta. Si no, me han dado el poder para que lo entiendan por las malas. Y en la democracia, entenderla por las malas es que terminen frente a un juez explicando lo que hicieron”. No sólo eso: era la época del “profesor Alberto Fernández”, en la que se floreaba mostrando filminas preparadas por asesores analfabetos, repletas de errores, en las que criticaba a otros países que después protestaban por sus comentarios. Y lo hizo con Suecia, claro. Y el gobierno sueco le contestó: “Pasará tiempo antes de que sepamos qué modelos funcionan mejor”.
Bueno, han pasado más de tres años y, en su hilo, Norberg da los siguientes datos: la economía mundial a fines de 2021 fue 2,9% menor que los cálculos pre-pandemia, la de la Comunidad Europea 2,1% menor, la de Estados Unidos 1,2% menor, pero la de Suecia, 0,4% mayor; según el Departamento de Educación de Estados Unidos, la mitad de los estudiantes empezaron 2023 un año atrasados en al menos una materia, mientras que en Suecia no se perdió aprendizaje; y, finalmente y más importante, Suecia tuvo sólo un 4,4% más de muertos durante la pandemia (no de muertos por Covid, sino de muertos en general), el número más bajo de todos los países de Europa, incluyendo sus vecinos escandinavos.
Y acá a Alberto ya nadie lo llama “profesor”.
Ya nos dijo Esther Solano que no nos tenemos que burlar de los votantes de Javier Milei sino comprenderlos y escucharlos. De eso se ocuparán quienes están encargados de la campaña de Patricia Bullrich. Nosotros no estamos tanto para eso, sino más bien para contar lo que pasa, sin especular con qué conviene decir o qué no. Pero con respeto, obviamente.
Y no es muy respetuoso llamar “virgos” a los votantes de La Libertad Avanza, algo muy común en redes sociales. Es cierto que parece haber un núcleo duro parecido al de los incels (misoginia, resentimiento y violencia verbal), pero como bien explicó Adrián Lucardi el domingo, una parte importante de ese 30% (en realidad: 29,86%) no cumple con esas características.
Puede que Twitter no sea el mejor lugar para llevar los debates a un nivel de profundidad y civilidad ideales, pero a veces llegan a un subsuelo innecesario. Ahora los “virgos” contraatacan con un epíteto igual de injusto a los votantes de Juntos por el Cambio: “viejos meados”. Es cierto que la juventud parece ser toda del kirchnerismo o del mileísmo, cosa que, por otra parte, no necesariamente habla bien del kirchnerismo ni del mileísmo: los jóvenes tienen menos experiencia que los adultos y es lógico pensar que, en promedio, toman peores decisiones. Pero igual que no todos los votantes de Milei son “virgos”, no todos los de JxC son “viejos meados”. Y tampoco parece que “viejo meado” pueda ser un calificativo para adoptar con orgullo, como Macri adoptó el de “gato” o las señoras cambiemitas el de “pelo de cocker”. No hay nada sexy en un viejo meado.
Son simplemente chistes de Twitter a los que no hay que llevarles demasiado el apunte. Pero sí dejan traslucir algo, como todo chiste: cierta “guerra del cerdo” en la que habría que evitar entrar, y también una similitud inquietante entre la militancia libertaria de redes y la kirchnerista de hace diez años. Lo dijo anteayer un militante de Milei en La Nación+: “Muchos pobres ven a JxC como que ellos representan al chetito del barrio concheto de Banfield, del centro de Lomas, o los lugares pudientes de clase media”. Eso no es chiste y es para tomar nota.
El joven militante de Milei (trabajador de Rappi) seguramente sería fan de Oliver Anthony, si lo conociera. Anthony es un joven cantante folk que subió un video a YouTube el 8 de agosto cantando su canción “Rich Men North of Richmond” (“Hombres ricos al norte de Richmond”), rápidamente se volvió viral y llegó al primer puesto del Billboard Hot 100, la primera vez que llega al primer puesto la canción de un artista que nunca había estado antes en el Billboard y que nadie conocía, y quedó en el medio de la batalla cultural americana.
La canción es una típica melodía folk con guitarra acústica, y la letra es breve y sencilla, pero tocó una cuerda. Dice así:
Estoy vendiendo mi alma, trabajando todo el día/ Horas extras para una paga de mierda/ Así que puedo sentarme aquí y desperdiciar mi vida/ Volver a casa y ahogar mis problemas
Es una maldita vergüenza a lo que ha llegado el mundo/ Para gente como yo y como vos/ Ojalá pudiera despertarme y que no fuera verdad/ Pero lo es, oh, lo es
Viviendo en el nuevo mundo/ Con un alma vieja/ Estos hombres ricos al norte de Richmond/ El Señor sabe que todos ellos sólo quieren tener el control total/ Quieren saber lo que piensas, quieren saber lo que haces/ Y ellos no creen que lo sepas, pero yo sé que lo sabes/ Porque tu dólar no vale una mierda y está sujeto a impuestos sin fin/ Por culpa de los hombres ricos al norte de Richmond
Desearía que los políticos se preocuparan por los mineros/ Y no sólo por los menores en una isla en alguna parte/ Señor, tenemos gente en la calle, que no tiene nada que comer/ Y los obesos ordeñando la asistencia social.
Bueno, Dios, si mides 1,70 y pesas 90 kilos/ Los impuestos no deberían pagar tus bolsas de caramelos/ Los jóvenes se están poniendo a dos metros bajo tierra/ Porque todo lo que hace este maldito país es seguir dándoles patadas hacia abajo
Como se ve, una típica canción de protesta contra “los políticos” y contra “el hambre”, pero con algunos detalles que lo ubican a Anthony más cerca de Trump que de Bob Dylan. La idea conspiranoica de los poderosos que “quieren tener el control total”, la alusión a la isla de Jeffrey Epstein (“menores en una isla”), la crítica a la asistencia social y sobre todo el título: Richmond, Virginia, era la capital de los Estados Confederados de América, es decir, del sur de los Estados Unidos que perdió la Guerra de Secesión contra el norta. La gran grieta americana.
La canción se transformó en un himno para la alt-right americana y Anthony ya estuvo en el podcast de Joe Rogan y fue elogiado nada menos que por la congresista republicana Marjorie Taylor Greene, partidaria de Trump, y el comentarista político conservador Matt Walsh (de quien hemos hablado en Seúl). Hasta fue un tema en el debate presidencial del Partido Republicano de la semana pasada.
Parece que la cosa escaló demasiado, porque Anthony, después del debate, se mostró un poco molesto. Pero es difícil saber hasta qué punto fue sincero, porque la gente de Fox News dice que dio la autorización para que se pase un fragmento de su canción durante el debate.
Otro asunto que ha caído inevitablemente dentro de la batalla cultural entre derecha e izquierda fue el beso que le propinó el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, a la futbolista Jenni Hermoso cuando le entregó la medalla de campeona del mundo. En el video se lo ve agarrándola de la cabeza y dándole un “piquito”.
En un video en vivo unos minutos después del hecho, ella dice, entre risas, “no me ha gustado”. Y cuando el asunto empezó a escalar, la Federación difundió una declaración de ella que decía: “Ha sido un gesto mutuo, totalmente espontáneo debido a la alegría inmensa que supone ganar un Mundial. El presi y yo tenemos una gran relación, su comportamiento con todas nosotras ha sido de diez y fue un gesto natural de cariño y agradecimiento. No se puede dar más vueltas a un gesto de amistad y gratitud, hemos ganado un Mundial y no vamos a desviarnos de lo importante”. Pero, según informó el sitio Relevo, esas declaraciones fueron redactadas por del departamento de comunicación de la RFEF y no habían sido expresadas por Hermoso.
Ahí los hechos se aceleraron: el ministro de Cultura y Deporte Miquel Iceta dijo que el beso había sido “inaceptable”, Luis Rubiales pidió disculpas en un video en el que no quisieron aparecer ni la capitana Ivana Andrés ni la propia Hermoso. La vicepresidente de España Yolanda Díaz pidió la dimisión de Rubiales y la ministra de Igualdad dijo que el beso había sido “violencia sexual”. El presidente Pedro Sánchez dijo que las disculpas no eran suficientes (esto nos recuerda algo) La futbolista norteamericana Megan Rapinoe dijo que Hermoso había sido “physically assaulted” y hasta Amnistía Internacional pidió “medidas ejemplares”. Jenni Hermoso, por su parte, aclaró que no consintió el beso: “No tolero que se ponga en duda mi palabra y mucho menos que se inventen palabras que no he dicho”.
Al momento, Rubiales está suspendido y, como dato almodovariano de color, su madre, Ángeles Béjar, inició una huelga de hambre encerrada en una iglesia de Granada por lo que considera son acusaciones injustas contra su hijo.
Decíamos al comienzo que esto había caído dentro de la batalla cultural entre derecha e izquierda, y aunque parezca mentira, así fue: VOX denunció una “cacería política y mediática” contra Rubiales y aprovechó para criticar a Sánchez. También se filtró otro video de los festejos en los que Hermoso y otras jugadoras miran el beso en un celular y se ríen, comparándolo con el beso entre Iker Casillas y Sara Carbonero en el Mundial de Sudáfrica 2010 (que eran pareja).
Está claro que si Jenni Hermoso dice que no le gustó el beso, no hay mucho más que hablar. Pero la cronología de los hechos y la virulencia general hacen pensar que tanto ella como Rubiales también son peones en una batalla ajena, de posiciones maniqueas e irreconciliables.
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