Gracias a Dios es viernes

#41 | El topo en el Estado

Un escándalo poco escandaloso. Leila y Juan: ¿da para darse? Alberto, franelero en México.

El jueves Javier Milei apareció en Honestly, el podcast que hace la directora de The Free Press, Bari Weiss, que parecía muy impresionada con la conversación del primer jefe de Estado libertario del mundo, como lo presentó. También dijo: “A pesar de haber llamado a los periodistas «extorsionadores», «mentirosos», «imbéciles», «parásitos» y «burros», por alguna razón, aceptó sentarse a hablar conmigo”.

El mensaje del presidente es claro (usa, además, el “tú” del español neutro con notable flexibilidad): si hoy en 2024 existen progres que, incluso siendo judíos, están en contra de Israel, es porque los libertarios no dieron la batalla cultural. Cuando él empezó a darla, recuerda, “estaba más solo que Adán en el Día de la Madre”. Bari se ríe. Escucha divertida al presidente argentino mientras lo ve recorrer el sendero de sus obsesiones: la repugnancia de la justicia social, el odio al Estado, el amor a los perros, el fervor justiciero (el momento en que se compara con Terminator y dice que Arnold Schwarzenegger es libertario fue viral).

Pero el segmento clave de la entrevista puede resumirse en la frase del estadista: “Vamos a hacer de la Argentina un paraíso”. Es difícil imaginar un mejor exponente de nuestro talento para vender. El objetivo de la Argentina –explica Milei para sorpresa de Bari y de toda la clase media y alta argentina, que se ha pasado la vida mirando a Europa con aspiraciones– no es ser un país como Alemania o Francia. El presidente se pone quijotesco y anuncia: “Nosotros somos mucho más ambiciosos. (…) Estamos buscando que Argentina se convierta en uno de los cuatro polos de inteligencia artificial del mundo. (…) Les estamos proponiendo a estas grandes empresas que vengan y se instalen en la Argentina, ¡y que recreemos el paraíso desde la Argentina!”

Cuando Bari Weiss le pregunta por la gente que hoy no puede comprar un sachet de leche, Milei responde: “Yo no tengo por qué lidiar con las emociones”, otro momento viral. No hay balas que entren en su chaleco de cuero. Ninguna distracción. Su odio por el Estado es donde se origina la libertad del futuro, el triunfo de Occidente y la vida nueva.

“Es placentero criticar”, explica el presidente, pero él eligió salir de ahí y pelear de frente. Su placer consiste simple y llanamente en destruir el Estado: “Amo ser el topo dentro del Estado, soy el que destruye desde adentro”, aúlla con su voz posesa. “Voy a morir con las botas puestas”, es una de sus declaraciones finales. Bari le pregunta por Trump y Milei responde, seco, sin pestañear: “Yo no tengo por qué meterme en la política de Estados Unidos, yo hoy tengo una responsabilidad como jefe de Estado, yo he decidido ser socio de Estados Unidos, sea gobernado por republicanos o por demócratas.

Quizá lo más llamativo de esta entrevista sea que, por primera vez, el presidente argentino parece consciente de la inmensa distancia que nos separa de los sueños. Distingue entre su utopía (un paraíso anarco-capitalista) y la realidad, en la que hay que jugar según reglas comunes y elegir aliados; en su caso, Estados Unidos e Israel.

Y mientras el presidente vende paraísos artificiales por el mundo, en casa el periodismo trata de vender escándalos más artificiales todavía. En Seúl leímos todas las notas periodísticas sobre el “escándalo de alimentos“, sobre todo las de los medios más opositores, y no terminamos de entender dónde está el escándalo.

No es que acá no haya pasado nada, claro. El gobierno echó y denunció al ahora ex secretario de Niñez, Adolescencia y Familia, Pablo de la Torre, por presuntas irregularidades en la contratación de personal. También fue denunciada la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, por no haber repartido seis toneladas de alimentos que están a punto de vencer en dos depósitos del conurbano bonaerense y de Tucumán. Lo primero, un caso de corrupción revelado y denunciado por el propio gobierno; lo segundo, un caso de incompetencia bastante previsible dentro de una administración que no se destaca por su seriedad y eficiencia, pero que está lejos de calificar como “escándalo”.

Vamos a ver cómo sigue la cosa (si sigue), pero hasta acá todo esto parece ser un “caso Chocoarroz”, como lo llamó en uno de sus newsletters nuestro editor Diego Papic. El periodismo otra vez buscando criticar cualquier pavada y perdiendo de vista el panorama. O, como dijo el miércoles el filósofo Alejandro Rozitchner en BorderPeriodismo, “está inflado como escándalo por el escandaloso periodismo que está tratando de que los cambios profundos no se realicen porque son cómplices de lo peor, cómplices de los sectores más conservadores y estafadores de la sociedad”. También Lucas Llach hizo una observación acertada el sábado en X: “El ministerio de Capital Humano terminó en cuatro meses con la intermediación de planes, hizo la mayor reforma laboral de la historia, detectó 150 nichos de tongo de los CEO de la pobreza y llevó la AUH a su máximo desde 2019. ¡Pero ojo, tardó semanas en repartir una leche en polvo cada 1000 habitantes!”

En la misma línea está el periodista Hugo Alconada Mon, que el miércoles publicó una “fuerte denuncia”: el padre de Milei, como presidente de una empresa de transporte, recibió subsidios del Estado entre 2005 y 2007. Como todas las empresas de transporte. ¿Hubo algo irregular? No. ¿Tuvo algo que ver Javier Milei? No, salvo que su padre, con parte de esa plata, le regaló una Ford EcoSport. Bernstein y Woodward, un poroto.

Las advertencias sí que fueron debidamente presentadas: sentenciada la suerte del súper ministro y súper candidato Sergio Massa en la segunda vuelta, muchos fueron los comentarios jocosos acerca de todo lo que iba a pasar a partir del 10 de diciembre con el cambio de gobierno: aparecerían súbitamente, en cuestión de unos pocos días, el primo que se quedó sin trabajo con Macri, lo recuperó con Alberto y lo volvió a perder con Milei; los famosos que se vieron forzados a desinstalar Rappi y Pedidos Ya; las instituciones que deberían refugiar a miles de personas en situación de calle, abandonadas al frío de las noches; los clubes de barrios que no pueden pagar los servicios; un clima de odio y crueldad que tomaría la forma concreta de crímenes de odio; los ataques violentos a los militantes “del campo popular”, como aquellos tajos (finalmente, autoinfligidos) que garabatearon en una panza la leyenda “ollas no”. De esto último hubo incluso una denuncia y, desde entonces, silencio de radio.

Pero claro, además de la crueldad y la mishiadura, volvió el hambre. No, desde luego que no nos tomamos a la ligera la situación de muchísimas personas que sufren problemas alimentarios –más aún con los números de pobreza e indigencia en alza–, pero, en la mayoría de los casos, cuando se discute públicamente sobre el tema, se trata más bien de operaciones sobre el hambre. El más reciente informe sobre pobreza del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, sin ir más lejos, es un buen ejemplo. Y de los sofisticados.

¿Estaba listo el Gobierno para sortear estas trampas? Otra vez, para sorpresa de nadie: no, no lo estaba. Cosas que pasan cuando ganás las elecciones sin partido, sin equipos de gestión y con una militancia de un nivel tirando a elemental, siendo generosos. Y es comprensible que una ministra debutante en la función pública a la que le revolearon una Hidra de Lerna demencial e inmanejable viva al borde de un ataque de nervios. La lista de secretarios y subsecretarios que prefirieron volver por donde habían venido y dijeron “basta de capital humano” es considerable. No es para menos.

Y entonces apareció ella, Leila Gianni. Morocha y voluptuosa, abogada y profesional de la política, los pasillos y los escritorios desde hace más de una década, a pesar de su aspecto juvenil, fue tan fiel a todas las versiones del peronismo gobernante como la que más. Supo también navegar las aguas de la corta gestión cambiemita y hoy, finiquitado el alber-massismo (¿?), es toda una soldada del León y fiel servidora de la agobiada ministra. Y lo hace saber hasta con su atuendo.

Del otro lado, apareció él, Juan Grabois. Un viejo conocido, el chico lindo, educado y de buena familia, que ejerce desde hace años su opción por los pobres y no le va nada mal, gordito. La huerta que prometía una gran reforma agraria fue un bluff, pero él siguió administrando cajas, presupuestos y demás efectividades conducentes.

¿Se conocían de antes? ¿Hubo algún asunto que terminó mal? ¿Se tenían ganas? ¿No se animaron a resolverlo en lo de Andy, si daba para darse? No lo sabemos. Pero el enfrentamiento fue brutal. “Dejá de extorsionar gente, ladrón”, le dijo ella. “Kuka ladrona”, le dijo él, como para que todos sepamos de dónde viene y recurriendo al viejo truco de adoptar los insultos del bando enemigo para, de ese modo, neutralizarlos.

Y delante del juez las cosas fueron iguales, o peores. Tanto es así que hasta su señoría no tuvo más remedio que advertirles: “Guys, get a room!”.

En un clima signado por la violencia política, el pasado domingo se llevaron a cabo las elecciones en México. Las muertes de candidatos y votantes fueron un factor constante, poniendo en tela de juicio la integridad del sistema democrático mexicano.

La presidenta electa, Claudia Sheinbaum, nos resulta un interrogante. No sabemos si será una líder con independencia o una marioneta del presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador. La relación cercana y el apoyo incondicional de Sheinbaum hacia AMLO durante su administración plantean dudas sobre su capacidad para tomar decisiones autónomas.

Y, hablando de muppets, el que estuvo presente en el proceso electoral fue Alberto Fernández, que se mostró celebrante por el triunfo y franelero como siempre. Milei, en contraste, no se expresó al respecto, mientras el comunicado de Cancillería extendía las felicitaciones formales.

Sheinbaum aseguró su compromiso con la continuidad de los programas de asistencia social instaurados por AMLO, pero también planea algunas reformas relacionadas con la seguridad pública y el combate a la corrupción y al narcotráfico. Aunque sus estrategias suenan bastante vagas. Veremos si es capaz de manejar la crisis de violencia de manera efectiva.

Económicamente, le toca lidiar con una pesada herencia de alto déficit fiscal y estancamiento, por lo cual promete una mezcla de políticas fiscales prudentes con inversión pública estratégica en infraestructura y energías renovables.

Por supuesto que no estamos contentos con otra victoria del Grupo de Puebla. Pero hay que reconocer una cosa: la izquierda mexicana es mucho menos inviable que la nuestra. A pesar de la gestión populista, México está entre los países más libres de Latinoamérica y en el puesto 75 del índice de libertad económica (Argentina está en el 148). Además, es uno de los países de Latam con más tratados de libre comercio, que incluyen a Estados Unidos, Canadá, Unión Europea y países del Pacífico, y es un destino muy atractivo para la inversión extranjera directa que no para de crecer.

Igual, qué baja está nuestra vara.

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