Si entre todos los habitantes de este bendito país pudiéramos elegir la manera en que el ex presidente Alberto Fernández debería coronar su larga y fructífera carrera en la vida política argentina, es muy probable que la opción “protagonizando un videoclip de Los Auténticos Decadentes” fuese una opción muy votada. Después de eso, apenas una formalidad: un partido despedida en la cancha del Bicho (colmada, a reventar) y el retiro definitivo. Campeón del mundo, como el Beto Alonso en el ’87.
Porque Alberto nos asustó en 2019 nada más anunciada su candidatura. Creíamos en esa imagen pública que había sabido dejar como jefe de Gabinete del Furia: un leguleyo astuto, un Rasputín escurridizo e inmanejable, un despiadado ajedrecista de la política más rastrera. ¿Y si pasaba eso que decían, si se las ingeniaba para ejecutar el enroque máximo y conseguía jubilar a la Señora? No sería la primera vez que el peronismo nos fuera a deleitar con un espectáculo de semejante cariz.
Cuando en 2020, con la pandemia, asomó el Súper Alberto, por un tiempito temimos lo peor: se venía el Putin de las pampas, el poder absoluto, Demolition Man, Judge Dredd. Pero fue justamente entonces cuando las cosas dieron un giro totalmente imprevisto. Y fue precisamente ahí, si nos podemos permitir pasar por alto el detalle de unos cuantos miles de muertos y ataques de todo tipo a las garantías constitucionales más básicas (qué, ¿son todos perfectos, ustedes?) que empezó lo mejor. El mejor Alberto, el que aprendimos a querer y a disfrutar.
Nos regaló secuencias, imágenes y palabras inolvidables. Empezó más bien tímido, acaso retando al reino de Suecia por sus políticas sanitarias. Después se fue soltando: les dijo a los empresarios, muy suelto de cuerpo, que había que ganar menos, y enseguida pareció sentir algo así como la rigidez eterna del bronce, propia de quien era capaz de decretar “el fin del patriarcado”. Pero en cuanto tomó algo de velocidad, no paró más: se arrastró por la arena para sacar un penal, se refirió a la agrupación Garganta Profunda (nunca podríamos contradecirlo, por algo lo dijo así), explicó –godardiano– que Evo Morales est un Bolivian est un Bolivian y, finalmente, la apoteosis, el acabóse, la locura total darwinista: de dónde vienen mexicanos, brasileños, argentinos y otras especies.
Con la honrosísima excepción de Qatar 2022, nunca en estos años fuimos tan felices como aquel día. Fue una suerte de carnaval online en el que todo estuvo permitido. La incorrección política, la culpa, el racismo, todas esas cosas feas y caca dejaron de pesarnos, al menos por aquel día de fiesta pagana, de bacanal impúdica. Todos fuimos el bufón del rey a quien ningún comentario le está vedado: lo único que había que hacer, era usar el meme apropiado.
Pues bien, ¿a cuento de qué todos estos recuerdos? A que Alberto ya no es presidente, pero él de todos modos siente que nos tiene que advertir (a los argentinos y al mundo) que estamos frente a un peligro muy grave: el de la ultraderecha. ¿Cómo lo hizo? A su manera, única e inconfundible. Entrevistado por Pedro Rosemblat, maravillado por las costumbres de los Países Bajos, dijo: “La prostitución se ejerce en las vidrieras, vos comprás… entre comillas, ¿no? No me gusta llamarlo así. Pero podés ir y negociar directamente con la prostituta que se exhibe en las vidrieras. Querés comprar drogas, te las venden. Querés comprar hongos alucinógenos, te los venden”.
Y el miércoles, un poco como en las mejores ocasiones, estallaron los memes.
El martes Lali Espósito ganó tres premios Gardel y decidió dedicar su noche de gloria a la comunidad LGBT, quizá la más amada de su inmenso fandom. “Me vine cagando desde España para ver si me ganaba uno de estos y podía decir frente al micrófono: no están solos. Muchas gracias”, dijo con la estatuilla en la mano, ovacionada por sus amigos y por la mirada deslumbrada de su novio, Pedro Rosemblat.
A contramano del consejo que Ricky Gervais supo darles a los ganadores de los Golden Globes en 2020 (“si ganan un premio esta noche, no lo usen como plataforma para dar un discurso político, no están en posición de dar lecciones al público sobre nada, no saben nada del mundo real”), Lali fue a la ceremonia especialmente para hablar del lesbicidio de Barracas. Del mundo real, la mejor artista pop del país sabe que sus fans la necesitan, que su mirada trae luz de reflector y sosiego, y que es fundamental para su carrera saber dónde dirigirla.
Así como el 11 de octubre del año pasado manifestó en un tuit su rechazo a la guerra en general y su compasión por todos los que la sufren, esta semana se ocupó de acompañar desde su imagen pública a aquellos para quienes la tenebrosa noticia de Barracas tiene el impacto de una amenaza contra sus vidas; los mismos, si adoptamos una perspectiva internacional, que padecen el terrorismo islámico en diversas partes del mundo. Pero la mirada de Lali, como buena morocha peronista, tiene agenda local. Su largo vínculo con Israel le impide pronunciarse a favor de Palestina, aunque tampoco pueda darse el lujo de pedir por los rehenes, como le ruega un tuit que desaparece en su TL entre millones de respuestas con apenas un solo like y 134 vistas. Quizá sea ella (y no Ofelia) el mejor cuadro que puedan conseguir, una inesperada heredera de Cristina en el trono nacional y popular.
Quien no fue amable con la comunidad LGBT esta semana fue el papa Francisco. Aunque tampoco debería sorprendernos, ¿no? Ah, cierto que es el papa peronista y del pueblo, perdón.
Todo empezó en una reunión a puertas cerradas con obispos italianos, donde se estaba discutiendo acerca de la posibilidad de ingreso de homosexuales al seminario. Según la prensa italiana acreditada, la respuesta del sumo pontífice ante esta inquietud fue “troppa frociaggine” (de “frocio”, equivalente a “faggot” en inglés), que significa algo así como “mucha mariconada”. Momento soy argentino, me sobran los huevos de la episcopal.
En un contexto donde la Iglesia intenta mostrarse más inclusiva y abierta, estas palabras generaron una ola de repudios. Nadie esperaba una expresión tan despectiva de parte de un Papa progresista. Algunos de sus defensores vaticanistas alegaron que como el italiano no es su lengua madre, Su Santidad desconocía cuán ofensivo era el vocablo elegido. Pero las reacciones no se hicieron esperar y diversas organizaciones LGBT y figuras públicas expresaron su descontento.
Aunque convengamos que Francisco siempre fue errante en sus definiciones. Clásico y moderno, el jesuita ya pasó una vez de pronunciar la frase “quién soy yo para juzgarlos” a denunciar un “lobby gay” en la Iglesia, siempre caminando sobre una delicada línea entre sectores muy dispares: los progresistas que claman por reformas y los conservadores que defienden la tradición. Él, peronista.
En un esfuerzo por hacer control de daños, el Papa emitió una disculpa pública a través de su portavoz, “a quien se sintió ofendido”. Formulación controversial que pone en foco en el “ofendido” y no en el error. ¿No hay comunicadores políticos en el Vaticano? Les podemos recomendar uno de acá de Tolosa. También aclaró que sus palabras no reflejaban su verdadera intención y que lamentaba profundamente cualquier dolor causado.
Por supuesto que estas disculpas han sido recibidas con escepticismo. En última instancia, la moraleja es que no es fácil querer que te quieran, Francisco. Lo sabemos bien, cuando querés satisfacer a todos te condenás a no satisfacer a nadie. Nos despedimos cantando.
Algunos trasnochados siguen lamentándose por la derrota de Juntos por el Cambio en las elecciones del año pasado y preguntándose “¿qué pasó?”, como el título del libro que publicó Hillary Clinton el año siguiente de su (para algunos) sorpresiva derrota ante Donald Trump. Nosotros no creemos que sea lo más sano. Lo que pasó, pasó, como dijo Daddy Yankee. Ahora, a mirar para adelante.
Pero es cierto que no está mal mirar para atrás si no es para lamentarse, pero sí para entender. Toda esa historia de “no repetir nuestros errores”. Y entre las hipótesis de la derrota, una de las más populares dice que la interna entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich fue dañina, demasiado violenta, que los votantes percibieron a JxC como una bolsa de gatos o que se miraban más a su ombligo que a los problemas de la gente.
Imposible saber. Lo más probable es que las razones hayan sido muchas y diversas y que Javier Milei, en definitiva, haya sido inevitable. Pero es indiscutible que la interna, al menos de la manera en la que se dio, fue negativa. Cuando pasó el huracán y se acomodaron los melones, algunos dijeron: fue doloroso, pero sirvió para depurarnos, para poner a cada uno en su lugar, ahora somos los que somos y vamos juntos hacia donde queremos ir porque pensamos todos más o menos lo mismo.
Pues no, mi ciela.
A fines de la semana pasada explotó la interna entre Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Por orden de Macri, renunciaron 24 dirigentes al Consejo Directivo del PRO de la provincia de Buenos Aires para forzar la renuncia de la titular Daniela Reich, que responde a Bullrich, y reemplazarla por Cristian Ritondo, que responde a Macri. En respuesta, los diputados de Bullrich en la PBA lanzaron su propio bloque: PRO Libertad.
Unirse a La Libertad Avanza o no, esa es la cuestión. Bullrich, que ya pertenece al Gobierno, considera que hay que unirse. Macri, que volvió a la jefatura del partido a principios de año, cree que hay que mantener la identidad e independencia para apoyar lo bueno y criticar lo malo.
La diferencia de criterios es genuina y es probable que los votantes de JxC también estén divididos. También era genuina la diferencia ideológica entre Larreta y Bullrich, por lo que la interna en sí quizás era inevitable. Lo que no debería ser inevitable es resolverla a las patadas. No somos peronistas, che.
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