Vi Emilia Pérez en noviembre, bajada de internet, cuando todavía no había ganado impulso para la temporada de premios. La película contaba, sin embargo, con el Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes, donde Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón, Selena Gomez y Adriana Paz compartieron el de la Mejor Actriz. El musical es uno de mis géneros predilectos, y Jacques Audiard, un director a quien tengo en alta estima (su obra escasea en plataformas: solo Les Olympiades está en MUBI; pero si podés conseguir The Sisters Brothers o Un prophète, me lo vas a agradecer; esta última perdió el Oscar injustamente a manos de El secreto de sus ojos).
La imagen inicial ya da para tomarla o dejarla, y yo opté por lo primero: tres mariachis iluminados con lamparitas, como arbolitos de Navidad. Es decir, el musical se decantaría por lo kitsch en lugar del realismo crudo, una elección audaz considerando que la temática aborda los cárteles de droga mexicanos y las víctimas que estos hacen desaparecer.
Sin embargo, el primer número musical disipó mis ilusiones. La abogada Rita Mora Castro (Zoe Saldaña) prepara la defensa de un hombre que asesinó a su esposa y entona «El alegato» con una letra que recuerda las composiciones de Piero:
¿De qué hablamos hoy y ahora?
Hablamos de violencia
De amor, de muerte
De un país que sufre
Entonces la película iba a ser un musical kitsch pero que iba a tratar el conflicto del narco mexicano con la solemnidad del más ramplón cineasta testimonial. La combinación era rara.
No obstante, el tema del narcotráfico no era el núcleo de la historia. El foco estaba en Juan “Manitas” Del Monte (Karla Sofía Gascón), un narco que contrata a Rita para conseguirle un médico que le realice el tan anhelado cambio de sexo. Al transformarse en Emilia Pérez, abandona no solo su identidad masculina, sino también su pasado delictivo, decidiéndose a redimirse ayudando a las mujeres de los desaparecidos a recuperar a sus seres queridos.
Terminé odiando Emilia Pérez más que nada por la solemnidad del melodrama, que junto con los números musicales (que, por otra parte, son horribles) da como resultado una mescolanza difícil de tragar. A esto se sumó el castellano ininteligible de la pobre Selena Gomez —sin que la excusa de un acento yanqui sirviera para disimular que recitaba una letra que no comprendía— y los falsetes ridículos de Karla Sofía Gascón. En conjunto, la película se adentraba en el terreno del cringe (término que, irónicamente, empleó de forma elogiosa el periodista Pablo Schanton).
A medida que Emilia Pérez avanzaba hacia las 13 nominaciones al Oscar (para ponerlo en perspectiva, solo superadas por las 14 de All About Eve, Titanic y La La Land), comenzaron a surgir las repercusiones. Los mexicanos pusieron el grito en el cielo. Queda claro en el mensaje del guionista Héctor Guillén, citado por la BBC:
Este es un mensaje a la Academia: México odia a Emilia Pérez. Es una burla racista y eurocéntrica. Casi 500.000 muertos y Francia decide hacer un musical. Ningún mexicano en el elenco ni en el equipo, salvo la talentosa Adriana Paz. Audiard: México no es tu patio de juegos. Cuatro monólogos, cero palabras para las víctimas.
Otro crítico fue el filósofo español Paul B. Preciado, quien afirmó que la película criminaliza al personaje trans, reduce su transición a un mero procedimiento quirúrgico y perpetúa la idea de que las personas trans son, por naturaleza, víctimas de violencia. Además, coincide con los mexicanos en denunciar los estereotipos exóticos, como esos mariachis decorados al estilo navideño, que, irónicamente, a mí me parecieron tan encantadores. “Vete a comer otra concha”, invita Paul a Audiard.
Personalmente, no comparto estas críticas, que parecen más un afán de apropiarse de una temática y erigirse en sus guardianes, que una discusión estética legítima. “Solo los mexicanos podemos contar México, solo los trans podemos contar lo trans”, dicen algunos. Pero la historia del cine está repleta de heterosexuales que han relatado grandes historias sobre homosexuales (Brokeback Mountain) y de hombres que han contado relatos memorables sobre mujeres (Alice Doesn’t Live Here Anymore), por citar los dos primeros ejemplos que me vienen a la cabeza.
Lo irónico es que, a medida que la película acumulaba nominaciones impulsadas por su temática LGBT y su protagonista trans, también se convertía en blanco de críticas por parte de esos mismos movimientos por no representarlos “correctamente”.
La situación llegó a un punto álgido el jueves, cuando la periodista musulmana Sarah Hagi decidió buscar la palabra “islam” en los tuits de Karla Sofía Gascón. Encontró oro y el botón de “Traducir post” hizo el resto:
El islam se está convirtiendo en un foco de infección para la humanidad que hay que curar urgentemente.
Cuántas veces más la historia tendrá que expulsar a los moros de España… todavía no nos hemos dado cuenta de lo que significa esta amenaza de civilizaciones que constantemente ataca a la libertad y coherencia del individuo. No se trata de racismo, se trata de islam.
El islam es maravilloso, sin ningún tipo de machismo. A la mujer se la respeta, y cuando se la respeta mucho le dejan un cuadrito en la cara para que se le vean los ojos y la boca, pero si se porta bien. Aunque ellas se visten así por gusto. Que asco más profundo de humanidad.
Debo decir que estoy bastante de acuerdo con Karla, pero es cierto que no parecen afirmaciones muy elegantes para alguien nominado al Oscar. Por supuesto, fueron hechas años atrás, cuando ni soñaba con Hollywood. De hecho, las escribió cuando todavía era Carlos Gascón. La vida imita al arte: los crímenes los había cometido cuando era varón, ¿la dejarían redimirse ahora?
Hagi, la villana de esta historia, dijo muy orgullosa que fue a buscar viejos tuits después de escuchar a la actriz pronunciar en una entrevista la palabra “islamista”, que le pareció un poco fuerte. De cómo una palabra te puede cagar la carrera ya habló Paul Graham en estas páginas.
A partir de esos posteos, la turba de las redes se puso en marcha y encontró para hacer dulce. Karla Sofía Gascón era una tuitera de ley y había dicho de todo.
Cada vez más los #Oscars se parecen a una entrega de premios de cine independiente y reivindicativo, no sabía si estaba viendo un festival afrokoreano, una manifestación Blackivesmatter o el 8M. Aparte una gala fea fea. Les faltó darle un premio al corto de mi primo que es cojo.
Pasó el COVID y se pasó con las mangas o pasó por el quirófano y no le quitaron la piel de los brazos. @Adele
La vacuna china, aparte del chip obligatorio, viene con dos rollitos de primavera, un gato que mueve la mano, 2 flores de plástico, un farolillo desplegable, 3 líneas de teléfono y un euro para tu primera compra controlada.
También la acusaron de defender a Hitler por este posteo irónico:
Esto es lo de siempre, “los negros esclavos y la mujer a la cocina”. Pero es mi opinión y hay que respetarla. No entiendo tanta guerra mundial contra Hitler, él simplemente tenía su opinión de los judíos. En fin, así va el mundo.
Además de que está contestando a otro posteo que no se ve, con lo cual se pierde el contexto, aun así queda claro que está diciendo que no hay que respetar cualquier opinión, porque sino habría que respetar a Hitler, que tenía su opinión de los judíos.
Algo parecido con un tuit sobre George Floyd:
Realmente creo que a muy pocos les importó nunca George Floyd, un drogata estafador, pero su muerte ha servido para volver a poner de manifiesto que hay quienes consideran a los negros monos sin derechos y quienes consideran que la policía es asesina. Todos errados.
La gente lee “George Floyd” al lado de “drogata estafador” y “negros monos sin derechos” y enloquece, pero lo que está marcando es la hipocresía de cómo en vida a nadie le importaba George Floyd y luego de su muerte lo usan como bandera.
Todo esto intentó explicar la pobre el domingo en una entrevista catastrófica con CNN en Español, en la que lloró, pidió disculpas, pero también dijo que no había hecho nada malo. Como dijo Deadline, la entrevista “no fue autorizada por Netflix”, la distribuidora de Emilia Pérez, que por ahora está tiesa.
Para tomar conciencia del nivel de hipocresía de todo, basta leer esta nota de Scott Feinberg, el editor general de The Hollywood Reporter:
Se podría argumentar que Netflix, con sus amplios recursos y docenas de personas trabajando específicamente en campañas para premios, debió detectar [los posteos] antes de invertir millones en una campaña para los Oscar en una película que la tiene a ella en el centro.
Es decir: la misma gente que demuele a una persona usando como arma unos posteos dice “los hubieran borrado”. Si considera que Karla Sofía Gascón es racista y que es correcto cancelarla por eso, ¿no debería alegrarse por la existencia de esos posteos? No, porque sabe en el fondo que no se la está cancelando por lo que es, sino por un error de PR. Como dice Paul Graham: por no cumplir las reglas.
La Academia, al igual que Netflix, también está en un estado de catatonia. Karla Sofía Gascón es la primera mujer trans en ser nominada a un Oscar. Tenía que ser la poster girl. Pero eso también es una especie de transfobia. Me recuerda a lo que cuenta Mark Harris sobre Sidney Poitier en el excelente libro Pictures at a Revolution:
Profesionalmente, ahora se encontraba en un limbo que lo situaba en algún lugar entre estrella de cine y modelo a seguir. Estados Unidos parecían sentirse más cómodos con él como la encarnación de una dignidad nebulosamente definida y de un progreso social incremental, y la industria cinematográfica estaba feliz de utilizarlo como una especie de embajador internacional de buena voluntad, enviándolo al Festival de Cine de Berlín como un ejemplo en plena Guerra Fría de la sociedad abierta de Estados Unidos.
Poitier era el “negro permitido”, pero para eso tenía que ser un ciudadano modelo. A Karla Sofía Gascón la usaron para anotarse el poroto de nominar a la primera trans, pero se olvidaron de que además de trans es persona, que tiene opiniones propias y puede cometer errores.
Odié a Emilia Pérez, pero amo a Karla Sofía Gascón; a partir de hoy, una de las heroínas de este newsletter.
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