Gracias a Dios es viernes

#20 | Ajustando la vara

Argentina, protagonista de la batalla cultural mundial. La crisis moral de la Ivy League.

El lunes Marcos Galperín compartió en X una caricatura crítica de Ernesto Tenembaum y María O’Donnell que decía “ya estamos ajustando la vara” y mostraba a los periodistas subiendo la vara de “exigencias al resto” y bajando la de “exigencias al peronismo”.

Se ve que la ilustración pegó en un punto sensible, porque Tenembaum se desquitó de lo lindo en su programa radial, donde trató al empresario de amarrete. Entre otras descalificaciones, dijo que Galperin podría haber sido un ejemplo pero que se convirtió en un hombre que “está totalmente desequilibrado” y lo reprobó por haberse radicado en Uruguay, donde se pagan menos impuestos. O’Donnell se hizo eco de esas expresiones.

Dime lo que criticas y te diré de qué adoleces. Ernesto y María no cuestionan tanto al CEO de MeLi por sus opiniones públicas, sino más bien lo cuestionan por lo que hace con su plata. Algo que refleja mucho el sentimiento anticapitalista y antiempresa que pulula por la “equilibrada” Corea del Centro. El problema no es el periodismo “objetivo”. El problema es que esa supuesta neutralidad encubre un enorme resentimiento.

Parece que la vara de “exigencias a empresarios” es la más alta de todas. Si fundar el unicornio más famoso de la Argentina y crear una plataforma que le simplifica la vida a las personas, crea empleo, sostiene a familias, ayuda a los emprendedores y facilita muchas de las operaciones financieras que el Estado dificulta es producto de la mezquindad, bienvenidos sean los mezquinos. En contraparte, ¿qué hace Tenembaum por el país? ¿Cuál es su gesto ejemplar de altruismo? ¿Qué aporte nos da su labor cotidiana de arrugar la frente, escupirle a un micrófono y hacer denunciología?

Galperin no tardó en replicar compartiendo una nueva caricatura, que mostraba al periodista sosteniendo un libro de Economía para Dummies y gritándole a un grupo de personas que utiliza las aplicaciones de MeLi: “¿Ustedes entienden el perjuicio que le provoca a la economía argentina que Galperin no pague sus impuestos acá?”. Una imagen que expone muy bien lo que la revolución digital, de la que Galperin es parte, implica en términos de inclusión social: los vendedores ambulantes exponen sus códigos QR, los ancianos hacen sus compras online y las reciben en las puertas de sus casas.

Hace poco Ernesto Martelli escribió en Seúl un gran artículo sobre cómo el ascenso de Mercado Libre durante la pandemia nos ayuda a leer la victoria electoral de Milei. Hoy su lectura también puede servir para entender cuál es el trasfondo de los cruces entre los periodistas y el CEO.

Se volvió un lugar común decir que con la victoria de Javier Milei se puso todo muy raro, pero el pico de extrañeza (hasta ahora, porque todo indica que esto es sólo el principio) llegó esta semana cuando Elon Musk, billonario bocón, anti woke y dueño de X, posteó un video de 2017 en el que Jorge Asís entrevista al ahora presidente electo, que dice que “la justicia social es injusta”, y lo argumenta con una frase de Milton Friedman: “Cuando vos ponés la igualdad por encima de la libertad, no terminás consiguiendo ninguna de las dos. Cuando vos ponés la libertad por encima de la igualdad, conseguís muchas de ambas”. También parafrasea a John Stuart Mill: “Una sociedad que hace tanto hincapié en la igualdad, a la postre se vuelve una sociedad de saqueadores y se hunde”.

Lo primero que queremos decir de esto es cuán ridículas suenan las cantinelas de los académicos que repiten como si fuera cierto que “el voto Milei no es un voto ideológico, es un voto de rabia antisistema alimentada por 10 años de crisis económica”, como dijo en un podcast francés la investigadora del CONICET Sol Montero. No sabemos qué porcentaje de los 14 millones y medio de argentinos que votaron a Milei en la segunda vuelta lo hicieron pensando en Milton Friedman y John Stuart Mill y es lícito suponer que fue uno muy pequeño (aunque, otra vez, no lo sabemos), pero no se puede desconocer que en comparación al resto de los candidatos de esta elección y de otras anteriores, Milei tuvo altas dosis de ideología. Prueba de eso es la cuenta que publicó el video que replicó Musk: @Milei_Explains fue abierta en octubre, tiene 18,2K seguidores y se dedica a subir videos de Milei hablando de economía subtitulados al inglés.

Lo segundo son los hechos por todos conocidos: Milei le contestó “tenemos que hablar, Elon” y, efectivamente, hablaron. Según contó el libertario en un tuit el miércoles: “Elon me deseo mucha suerte y éxitos en la tarea, recordando que Argentina supo ser uno de los países más prósperos e influyentes del mundo y que era consciente de todos los desafíos que, tanto la Argentina como yo, tenemos por delante. Si bien no va a poder asistir a la ceremonia de traspaso, quedamos en contacto para que el año próximo visite la Argentina y podamos seguir estrechando vínculos y trabajando juntos”.

Musk es un personaje al que le gusta jugar la batalla cultural y por eso compró Twitter. Por eso, también, se muestra interesado en Milei, que de hecho ya fue entrevistado por el periodista Tucker Carlson en exclusiva para la plataforma X. Y Milei, con su excentricidad y sus opiniones tajantes, quizás ubique a nuestro país como protagonista de esa batalla. Eso puede ser bueno si se lo aprovecha para bien, malo si llamamos la atención para mal. Tenemos una nota sobre el tema, de Leonardo Orlando, en el segundo anuario en papel, que sale antes de fin de año y se lo enviaremos a nuestros socios por correo sin cargo. Podés aprovechar para hacerte socio ahora mismo.

En esta batalla cultural parece curioso pero no nos queda otra que ponernos en la vereda de enfrente de la elite universitaria de la Ivy League. Hace rato que está claro, pero desde el ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre, más todavía. Las manifestaciones pro-palestina, que incluyen cánticos llamando al genocidio judío, se multiplicaron en los campus, y hemos visto cómo los alumnos judíos han sido acosados. Pasó acá también con las agrupaciones del Partido Obrero, pero hubo una diferencia: las autoridades de la UBA emitieron un comunicado sin ambigüedades repudiando el ataque. En las universidades norteamericanas no fueron tan claros.

Esto se vio el miércoles cuando las presidentes de las universidades de Harvard, Pensilvania y el MIT comparecieron ante la Comisión de Educación de Congreso de los Estados Unidos que las convocó para testificar sobre el antisemitismo en los campus universitarios. El fragmento que se viralizó fue el que la congresista republicana Elise Stefanik les preguntaba una y otra vez si “llamar al genocidio de judíos es una violación del Código de Conducta” y ellas tartamudeaban y decían que dependía del contexto.

Es cierto que Stefanik fue demasiado vehemente y no las dejó contestar, y no siempre las preguntas pueden contestarse con un sí o un no. Hay cosas que son “más complejas”. También es cierto que si te parece que llamar al genocidio judío no constituye en sí mismo acoso y que “depende del contexto”, estamos en un problema. Pero lo que llama la atención es cómo en un ambiente como el universitario norteamericano, en el que tuitear un meme incorrecto puede llevarte a la expulsión y al ostracismo, grupos numerosos de personas gritando “¡intifada!” de pronto están protegidos por la libertad de expresión.

Algo así razonó el psicólogo social Jonathan Haidt, autor junto a Greg Lukianoff del imprescindible La transformación de la mente moderna (mentado acá en Seúl por Eugenio Monjeau): “Como profesor que está a favor de la libertad de expresión en el campus, puedo simpatizar con las respuestas «matizadas» dadas ayer por las rectoras de las universidades, sobre si los llamamientos a atacar o aniquilar a Israel violan las políticas de expresión del campus. Lo que me ofende es que, desde 2015, las universidades se han apresurado a castigar las «microagresiones», incluidas las declaraciones que pretendían ser amables, si incluso una persona de un grupo privilegiado se ofendía. Los rectores dicen ahora: «Los judíos no son un grupo privilegiado, por lo que ofender o amenazar a los judíos no es tan malo. Para los judíos, todo depende del contexto». Podríamos llamar a este doble estándar «antisemitismo institucional»”.

El razonamiento de Haidt es atendible, pero el ambiente está demasiado espeso como para hilar tan fino. El escándalo explotó al punto tal que la presidente de Harvard Claudine Gay tuvo que emitir un comunicado para aclarar que “los llamamientos a la violencia o al genocidio contra la comunidad judía, o contra cualquier grupo religioso o étnico, son viles, no tienen cabida en Harvard, y quienes amenacen a nuestros estudiantes judíos tendrán que rendir cuentas”. Curioso que no lo haya podido decir en el Congreso, cuando se lo preguntó Stefanik. Lo mismo hizo la presidente de la Universidad de Pensilvania Liz Magill, con un video: “Hubo un momento durante la audiencia de ayer en el Congreso en el que me preguntaron si el llamado al genocidio del pueblo judío en nuestro campus violaría nuestras reglas. En ese momento estaba pensando en las antiguas políticas de la universidad, en línea con la constitución de los Estados Unidos, que dicen que el discurso solo no es punible. Yo no estaba pensando, pero debería haberlo hecho, en el hecho irrefutable de que el llamamiento al genocidio del pueblo judío es un llamamiento a la violencia más terrible que los seres humanos pueden cometer. En mi opinión, sería acoso o intimidación”. Parece que doña Magill reflexionó con la almohada.

Estos arrepentimientos parecen tan insinceros como inútiles. Ayer se supo que el inversionista Ross Stevens le retiró a la Universidad de Pensilvania una donación de 100 millones de dólares. Todo indica que rodarán cabezas, pero no será esta vez por los cuchillos de los terroristas.

 

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