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Nota mental

#17 | Un aporte más a la confusión general

El nuevo documental de Matt Walsh se propone desmentir la existencia del racismo sistémico en Estados Unidos. El resultado es desparejo.

Hace poco más de dos años comenté acá el documental What Is a Woman?, producido por el sitio conservador The Daily Wire y protagonizado por Matt Walsh, un híbrido entre Michael Moore y Sacha Baron Cohen, pero desde la derecha. El mes pasado, Andrea Calamari mencionó –sin haberlo visto aún– su nuevo proyectoAm I Racist? Ayer finalmente llegó al videoclub, y lo vi. Acá te cuento todo.

Ambos documentales plantean preguntas en sus títulos, pero mientras que What Is a Woman? resultaba más interesante por enfrentar la contradicción del discurso woke más extremo —que sostiene que no hay relación alguna entre biología y género—, Am I Racist? queda más deslucido. En el primero, la respuesta a qué es una mujer se volvía imposible, dando lugar a situaciones absurdas con académicos que se ofendían por la mera formulación de la pregunta. Sin embargo, aquel enfoque también era deshonesto, como comenté en su momento.

En Am I Racist?, Walsh apunta a la industria DEI (Diversity, Equity, and Inclusion), que incluye desde bestsellers que ocupan salas enteras en las librerías hasta cursos de autoayuda para blancos con culpa y certificaciones de “espacios seguros” para minorías. Su estrategia es la misma que en el documental anterior: en lugar de intentar comprender a sus interlocutores y debatir con inteligencia, prefiere ridiculizarlos, apelando a un espectador que solo busca ver sangre. Pero en esta ocasión es peor: el ridículo no surge espontáneamente de las declaraciones de sus entrevistados, sino de las situaciones forzadas que Walsh arma para provocar. Acá se parece más a Baron Cohen que a Moore.

Por ejemplo, Regina Jackson y Saira Rao, dos mujeres (una afroamericana y otra de ascendencia india), organizan cenas para mujeres blancas que quieran confrontar su propio racismo. Walsh las presenta cínicamente: “Aparentemente, solo pagás miles de dólares para que estas señoras cenen con vos y te digan que sos racista”. Durante una de estas cenas, Jackson aclara que existe una regla: “Si tenés que llorar, te levantás de la mesa. Generalmente, el anfitrión preparó una habitación con pañuelos donde podés ir a llorar a gusto. Cuando una mujer blanca empieza a llorar, toda la atención gira hacia ella”.

Walsh se infiltra en la cena disfrazado de mozo, usando barbijo para no ser reconocido, y genera distracciones con su torpeza. La escena es irritante porque, al intentar demostrar la ridiculez del evento, termina desviando la atención y generando simpatía hacia las anfitrionas. El resultado es contraproducente: en lugar de revelar algo significativo, Walsh se convierte en una molestia y fortalece a quienes pretende criticar. Claramente, no busca llegar a ninguna verdad; su único interés es complacer a su audiencia, sus Gordos Dan, con burlas superficiales.

Los mejores momentos del documental ocurren cuando Walsh deja de intentar ser gracioso. Se destaca, por ejemplo, la entrevista con Wilfred Reilly, profesor de Ciencias Políticas y autor de Hate Crime Hoax: How the Left is Selling a Fake Race War. Reilly sostiene que no existe una epidemia de crímenes de odio: de los 20 millones de crímenes anuales en Estados Unidos, solo entre 6.000 y 7.000 son catalogados como crímenes de odio. También menciona casos famosos de denuncias falsas, como el de Yasmin Seweid, una joven musulmana que inventó una agresión en el subte para ocultarle a su padre que había bebido alcohol, y el del actor Jussie Smollett, quien simuló un ataque racista para ganar notoriedad mediática.

Uno de los momentos más reveladores es la entrevista con Robin DiAngelo, autora del bestseller White Fragility: Why It’s So Hard for White People to Talk About Racism. DiAngelo, figura central de la industria DEI, es su white whale (no pun intended), la Charlton Heston de Bowling for Columbine. Cobra grandes sumas por conferencias y asesorías para empresas como Netflix, Google y Amazon y, según dice Walsh, le cobró 15.000 dólares por la entrevista. Según ella, todos los blancos somos intrínsecamente racistas, incluso aquellos que creemos no serlo. Explica que, por ejemplo, sonreír “demasiado” (oversmiling) a una persona negra refleja la necesidad inconsciente de demostrar que no se es racista: “Cuando estoy en una tienda, no miro a nadie. Pero si veo a una persona negra, siento una urgencia por mostrar que estoy bien con ellos y que son bienvenidos”.

El documental contrasta esta perspectiva con la visita de Walsh a la América profunda, donde conversa con votantes de Trump y motoqueros bebedores de cerveza que no conocen siquiera el concepto de racismo sistémico ni el libro de DiAngelo. “El único libro que conozco es la Biblia, y ahí dice que todos fuimos creados iguales”, afirma uno de ellos. Incluso un hombre cuenta que su abuelo fue miembro del Ku Klux Klan, pero asegura que ahora tiene muchos amigos negros y que “está todo bien”.

La idea central de la película queda resumida en una cita del economista (negro) Thomas Sowell que aparece sobreimpresa en la mitad de la película: “El racismo no ha muerto, pero está con respiración asistida: lo mantienen vivo los políticos, los estafadores raciales y quienes se sienten superiores denunciando racismo en los demás”. Según Walsh, vivimos en un mundo donde el racismo es cosa del pasado y la izquierda woke ha creado una industria exagerando el problema para lucrar con cursos y seminarios.

El mayor problema del documental es que, si bien podría haber algo de verdad en esta hipótesis, Walsh no logra confirmarla. Se pierde en burlas y situaciones frívolas que le impiden tomarse el tema en serio. Claro que la exageración en torno al racismo existe, pero eso no significa que vivamos en un paraíso. El racismo sigue presente, no solo en formas evidentes como los insultos en una cancha, sino también en agresiones cotidianas. Hace unos meses mencioné acá un tuit que se había viralizado de unas chicas negras que contaban actos sutiles de racismo: “Somos mujeres negras en Argentina y si nos quedamos en esta esquina 15 minutos más, obvio que va a venir algún varón a preguntarnos: «Che, ¿cuánto cobran?»” o “Soy una persona negra en Argentina, y adonde entre, el de seguridad siempre me persigue”. Las mitad de las respuestas a ese tuit dicen que en Argentina no se discrimina y la otra mitad dice “vuélvanse a su país” (aunque son argentinas) o directamente “negras de mierda”.

Con esto no quiero decir que sea necesaria una nueva ley o reabrir el INADI, calma. Tampoco que todos los blancos debamos flagelarnos y alojar en nuestro living a un mapuche. No creo que la solución pase por el Estado. Simplemente, es importante reconocer que el progreso no implica la desaparición completa del problema.

Por otro lado, Walsh sí tiene razón en algo: hay una industria que exagera y se beneficia de estas dinámicas. Sin embargo, el documental omite la crítica más relevante: cómo los departamentos DEI en universidades y empresas se han convertido en centros de vigilancia ideológica que socavan la educación y la libertad de pensamiento. Ese, claro, era otro documental. Más complejo y menos pavote. Pero mucho más urgente.

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Diego Papic

Editor de Seúl. Periodista y crítico de cine. Fue redactor de Clarín Espectáculos y editor de La Agenda.

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