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El Cable Francés

#14 | Preferiría escribir sobre otra cosa

El antisemitismo resurge con fuerza inédita desde los años 30. Ya no viene solo de la extrema derecha: la izquierda lo disfraza de antisionismo mientras crece la violencia.

Preferiría escribir sobre otra cosa. Lo intento, en serio, me esfuerzo, me impongo pasar a otro tema, creo haberlo atrapado y me aferro a él, recopilo información, pero enseguida se desvanece porque el otro vuelve a acosarme. Lo echo por la puerta y vuelve por la ventana. Motivos para querer evitarlo, sobran: detesto la victimización, y creí haber agotado lo que tenía que decir sobre el asunto —ser monotemático aburre hasta a uno mismo— y no puedo creer que sigamos teniendo que hablar de esto. Pero no sólo sigue ahí, sino que crece y te cerca.

Está, por supuesto, en las noticias, aunque hace rato que dejó de ser exclusividad de Internacionales; se ha declinado en todas las rúbricas, empezando por la política nacional. En España, usado para cimentar el aquelarre de alianza izquierdista atado con piolines. Del otro lado de la frontera, donde La Francia Insumisa de Mélenchon, por clientelismo electoralista, traiciona al laicismo para ganar el voto islamista. Mientras tanto, Emmanuel Macron anuncia el reconocimiento del Estado de Palestina, tal como preconiza el informe oficial sobre la amenaza de los Hermanos Musulmanes, para “calmar las frustraciones” de la comunidad musulmana en Francia. Es el precio de la paz social. En Reino Unido, Jeremy Corbyn regresa ahora con un nuevo partido y su vieja obsesión antisemita que lo terminó expulsando del Labour.

Hace décadas que las naciones árabes, divididas y enfrentadas, tienen por única causa común el odio a Israel. De hecho, son las únicas protestas callejeras toleradas en esas dictaduras. ¿Cuánto tiene que ver ahora el cambio demográfico en Europa con este giro en la agenda política doméstica? Lo mismo podríamos preguntarnos sobre la izquierda del Partido Demócrata en Estados Unidos y el Squad de Ilhan Omar y Rashida Tlaib.

Un fenómeno pop

El fenómeno excede por mucho lo estrictamente político. Hace años que las banderas palestinas ondean en cualquier tipo de manifestación sin ningún vínculo con la situación en Medio Oriente. Es un virtue signaling, el palestinismo como postureo pop. En los conciertos de Massive Attack, Kneecap o más recientemente del ignoto Bob Vylan en la BBC en vivo desde Glastonbury, la exhibición de las violentas consignas antiisraelíes hacían juego con el outfit cool posado para Instagram. Paralelamente, se normaliza que artistas judíos sean cancelados, desprogramados, con sus shows interrumpidos. El último artista de la larga lista de cantantes, violoncelistas, cómicos de stand-up o actores: Regina Spektor, el sábado en Portland.

Esto no tiene nada que ver con la verdadera gravedad de lo que pasa en Gaza. Conflictos similares contemporáneos con mayor número de víctimas y de genocidios —estos sí comprobados— no despiertan ni remotamente un interés comparable y menos agresiones físicas a sus diásporas. No pasa ni con los rusos, ni los chinos, ni los sudaneses, ni los congoleños o birmanos. Tampoco a los musulmanes o hindúes se los castiga en Occidente por lo que se hace en nombre de sus orígenes.

Nada de esto es nuevo; durante años la izquierda possoviética ha buscado pescar los votos que perdió cuando la abandonó el voto obrero en la nueva demografía. Y hace mucho tiempo que el periodismo y la academia fueron copados por sus sectores marginales que creen que vomitar sobre Occidente lavará las culpas del colonialismo y el imperialismo del pasado atacando a quienes erróneamente percibe como su nueva reencarnación: “los sionistas”.

La fascinación y apología de Rodolfo Walsh por la violencia palestina ya estaban ahí; el entusiasmo de Michel Foucault por la revolución islámica en Irán, financista de Hamás y Hezbolá, también. La colaboración entre los movimientos de extrema izquierda y el terrorismo palestino no es nueva, como con la Fracción del Ejército Rojo (RAF) separando a judíos y no judíos en un vuelo de Lufthansa secuestrado en colaboración con el Frente Popular para la Liberación de Palestina o Montoneros y su colaboración para entrenamiento y logística terrorista con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y su facción armada, Al Fatah. Lo nuevo de todo esto es que estos vínculos pasaron de los márgenes más radicales a lo mainstream.

Anticuerpos para otra cepa del virus

El pogrom del 7 de octubre y la respuesta israelí no crearon antisemitismo, sino que lo desnudaron. Sí, en cambio, operaron una desinhibición a gran escala. La nazificación de los israelíes emprendida por la izquierda decolonial se extendió como reguero de pólvora. En un principio, con guantes. Decían que el odio no iba dirigido contra los israelíes sino contra Netanyahu y sus ministros extremistas, luego que no era contra los judíos sino contra los sionistas (ignorando o no que más del 90% de los judíos son sionistas). Y, finalmente, ya ni se molestaron en simular la distinción. Como ya no lo hacían quienes perpetran los ataques en las calles en una explosión de las agresiones a judíos (independientemente de lo que piense o crean) en Europa o Estados Unidos con niveles que no se veían desde los años ’30.  Ahora, los ataques se escuchan desde lo más alto del poder de democracias consolidadas en países desarrollados. Eso explica, por ejemplo, cómo el Gobierno de España, a través de su ministro de Transporte, Óscar Puente, pudiese tuitear que los niños judíos franceses expulsados de un vuelo de Vueling fuesen para él “niñatos israelíes” (sic).

La sensación en estos días es que todas las barreras de contención contra el virus mutante del antisemitismo han saltado, que toda la pedagogía hecha a través de 80 años de enseñanza: los testimonios, los documentales, las ficciones se ha desvanecido.

En Francia, judíos quitan sus mezuzot de las puertas, modifican sus apellidos en los buzones de sus hogares, de las aplicaciones en los servicios de entrega a domicilio, de Uber, crean sus propios servicios de taxis comunitarios, tras haber abandonado hace rato las escuelas públicas y utilizado gorras de béisbol para ocultar la kipá. No basta con querer ocultarlo, como aprendió la niña judía de 12 años que se decía musulmana para evitar la discriminación en la escuela y fue violada y torturada por adolescentes propalestinos cuando descubrieron su identidad.

No importa si es por antisemitismo declarado o por “antisionismo”, el resultado es el mismo, e incluso peor. El nazismo discriminaba explícitamente basado en una jerarquía racial codificada que hacía del judío su peor enemigo. El antisionismo discrimina y persigue a los mismos en nombre del antirracismo y los derechos humanos.

La amenaza de un retorno del antisemitismo fue siempre esperada llegando por la extrema derecha, pero sorprendió retornando por la izquierda, colaboradora del integrismo islámico. Hamás no quiere dos Estados, quiere uno sólo, un califato judenfrei.

Una de las preguntas más persistentes al reflexionar sobre el Holocausto es cómo pudo ocurrir, cómo no se dieron cuenta y no pudieron impedirlo. Incluso hay quienes estiman que en un mundo con internet, donde todo se sabe rápidamente, no podría haber ocurrido. Y sin embargo, las estadísticas oficiales sobre los ataques en todo el mundo no tienen parangón desde 1945. Lo que no estaba contemplado es que justamente se usaría la experiencia de la Shoá no como advertencia, sino en contra de los judíos. Se les exigiría un estándar de moralidad infinitamente superior al resto de la humanidad porque vivieron el genocidio; se les aplicaría la palabra nazi, diluyendo de paso el oprobio de la acusación de “antisemita”. Esta desensibilización sirvió como luz verde para los viejos antisemitas. Era el fin de un tabú, ya podían dar rienda suelta a sus rancias pasiones. Hoy, convierten en meme las caricaturas de los años ’30. Es así como está ocurriendo y nadie sabe cómo pararlo.

Nos vemos en 15 días; para ese entonces espero haber escrito sobre otra cosa.

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Alejo Schapire

Periodista especializado en cultura y política exterior. Reside en Francia desde 1995. Su último libro es El secuestro de occidente (Libros del Zorzal, 2024).

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