París en verano es una discoteca sorprendida por la luz del día. No es una ciudad creada ni preparada para el sol abrasador, pero sus habitués, encandilados, se ponen veloces en modo estival. Toman por asalto las terrazas de los cafés donde, en la penumbra, una tele languidece con la transmisión del Tour de France, el runrún de fondo de las siestas de los europeos. Entre las mesas, asoman los tatuajes perpetrados durante el invierno en piernas aún pálidas, sedientas de su cuota anual de vitamina D. Los parisinos —decir parisinos es un abuso, eso que llamamos parisinos son en realidad provincianos, extranjeros, turistas y algunos, los menos, nacidos y criados acá— se muestran de un inusual buen humor que casi casi contagia a los mozos.
Llegan los primeros días de canícula; el sopor impone una existencia en cámara lenta: el precio de cada movimiento es más sudor. Lo que me lleva al primero de los lugares comunes sobre los efectos colaterales del calor en esta parte del mundo, es decir, el olor a transpiración, en particular en la adiposa promiscuidad del transporte público. Aunque para el resto del planeta constituya la identidad gala como el champán, la baguette o el croissant (sí, es masculino), muchos franceses ignoran que arrastran una reputación pestilente. Esta se remonta, al menos, al tufo en la corte francesa del siglo XVII, que le huía al baño porque creía que las enfermedades entraban por los poros abiertos en contacto con el agua. Para combatir los olores pútridos, los tapaban con perfumes que, también y por esa misma razón, forman parte de la Marca Francia.
La mala fama fue alimentada por los retratos que hacía Honoré de Balzac de un París infecto, recreado por el best seller El perfume de Patrick Süskind y ventilado por la hedionda cola de Pepe Le Pew, el zorrino con acento francés del dibujito de Warner Bros. Tampoco ayudó la impresión que se llevaron los soldados estadounidenses tras el desembarco en Normandía, entrando en contacto con una población privada de productos de higiene y menos asidua al baño por las razones que siguen.

Les bains-douches
A principios del siglo XX, apenas el 2% de las viviendas parisinas disponían de cuarto de baño con agua corriente. En 1950, sólo llegaba al 6% de las viviendas equipadas. Las clases populares debían conformarse con los “bains-douches” municipales del barrio y sus duchas colectivas. Incluso, ya avanzada la década del ’70, se estima que únicamente el 50% de los hogares franceses contaba con un baño privado. Hubo que esperar a la modernización de los viejos edificios, en los ’80, para que se generalizaran y llegaran al 98% en el año 2000. Hoy, los baños forman parte integrante de la inmensa mayoría de los hogares y pocos se ven obligados a compartirlo con los vecinos de palier. Sí, todavía existe el infame cuartito común con ducha y agujero en el piso para aguas menores y mayores.
En cuanto a la higiene corporal, existen hoy diferencias entre hombres y mujeres y, sobre todo, se profundizan en función de las generaciones. No los voy a abrumar con estadísticas, baste decir que un estudio de la encuestadora Ifop reveló que el 76% de los franceses se baña “al menos una vez al día”, frente al 53% de los italianos que afirman lo mismo. Si vemos de cerca —mejor no mucho—, apenas el 57% de los varones franceses de más de 65 años se bañan todos los días. La alimentación, la ingesta de alcohol y el cambio de ropa pueden también influir en el vaho. Lo interesante es que los extranjeros que se instalan a vivir en Francia descubren que ellos también empiezan a oler mal. Al cabo de una pesquisa, muchos encuentran la clave en la composición de los desodorantes locales, distintos de los productos de Latinoamérica o Estados Unidos. Muchos desodorantes vendidos en Francia y en general en Europa contienen menos sales de aluminio o directamente no las incluyen. Esto se debe a temores sobre posibles riesgos para la salud asociados a estos compuestos, como el cáncer de mama o enfermedades neurodegenerativas. Las sales de aluminio son el ingrediente activo principal en los antitranspirantes convencionales, ya que bloquean los poros y reducen la sudoración, me entero. Al no tener o tener menos de estos ingredientes, los productos europeos suelen actuar sólo como neutralizadores de olor y no como antitranspirantes potentes, de ahí el olor a chivo. Hay toda una trend en TikTok de estadounidenses residentes en París con “tips” para dar con alguna farmacia parisina con existencias de desodorante made in USA para pasar el verano.
El otro tema que subleva a los visitantes, sobre todo con las olas de calor cada vez más frecuentes, es el bendito aire acondicionado, o mejor dicho, la falta de este. Según datos de 2025, sólo el 20% de los hogares franceses cuenta con un sistema de climatización, mientras que en París la cifra baja al 15%. En 2018, era sólo del 5% para todo el país. En la vecina España, el promedio es del 41%, superando el 70% en Andalucía. Con cifras de 2024, Italia alcanzaba el 48,8%, China 60%, Estados Unidos 90% y Japón 91%. Las razones de la excepción francesa son las restricciones para la instalación de los aparatos en los edificios antiguos, que en muchos casos forman parte del patrimonio arquitectónico. Esto explica además que las aspirantes a Emily in Paris hagan tutoriales para instalar artefactos sin tener que romper la pared con un sistema de tubo que atraviesa una funda hueca entre la pared y la ventana semiabierta. También ha influido el lobby Verde, que, pese a que Francia cuenta con una electricidad relativamente barata gracias a sus centrales nucleares, impuso un discurso anti AC en nombre de “lo natural”. Es cierto que hasta hace unos años, cuando las olas de calor eran más puntuales y menos letales, era cuestión de aguantar unos días. Sobre todo, porque el bochorno asediaba un par de días que caían en plenas vacaciones con la ciudad vacía. Pero con las canículas cada vez más regulares y rigurosas, sobre todo para los ancianos, Francia, como sus vecinos británicos y alemanes, empieza a exigir la frescura artificial como un derecho humano. El asunto es más apremiante que los desodorantes eficaces, pero también ayudará a combatir ese mal francés.
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