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Mundo loco. Guerra, cine, sexo
Slavoj Žižek. Traducción de Paula Gürtler
Ediciones Godot, 2024
152 páginas, $16.999
En diciembre de 1989 se publicó El sublime objeto de la ideología, el libro que catapultó a Slavoj Žižek al estrellato de la intelectualidad crítica global. Era otro mundo. O no tanto. Quizás era este, pero cuando recién empezaba a cocinarse. Apenas unos días antes, el 9 de noviembre, había caído el Muro de Berlín, un evento histórico que marcó la reunificación de Alemania, la reconfiguración de Europa, el fin de la Guerra Fría y, según el historiador Eric Hobsbawm, el final del corto siglo XX. Un proceso que, si seguimos sus idas y vueltas, conduce de manera bastante directa hasta la actual guerra entre Ucrania y Rusia. Dos años después se derrumbaba la Unión Soviética. En medio del colapso del bloque socialista, Croacia y Eslovenia (la patria de Žižek) declaraban su independencia, lo que causaba la desaparición de Yugoslavia y el comienzo de la Guerra de los Balcanes.
El “socialismo realmente existente” se derrumbaba por todos lados, y el contexto intelectual era totalmente adverso a la teoría crítica marxista y las ideas radicales de izquierda. Francis Fukuyama decretaba en 1992 el fin de la historia, es decir, el fin de la historia humana entendida como lucha entre dos ideologías antagónicas, y su reemplazo definitivo por una pax romana marcada por el progreso económico gradual en el marco de democracias liberales estables. Sólo algunas voces aisladas reafirmaban, en ese contexto, la supervivencia de los “espectros de Marx”. Una era justamente la de Jacques Derrida, que publicaba en 1993 su libro sobre fantasmas (Espectros de Marx). Pero el Marx de Derrida era uno aggiornado a los nuevos tiempos, no totalitario, “deconstruido”. La provocación de Žižek, por el contrario, fue rescatar, en ese momento (en La permanencia de lo negativo), no sólo al Marx más clásico, sino incluso a Hegel, el pensador del todo y los absolutos, a contrapelo tanto de los profetas de la posideología, como de los promotores de un marxismo adaptado a la ética multiculturalista del posmodernismo.
Uno de los grandes aciertos de Žižek fue el “personaje”, provocativo y siempre a contracorriente, que supo inventar y en el que llegó a transformarse. Žižek es “el yugoslavo”, el esloveno un poco brutal y demasiado directo, que dice las cosas como son; pertenece a Europa, pero no tanto, es un europeo pobre, de los bordes, no un francés sofisticado, ni un alemán preciso; tampoco es un americano progresista políticamente correcto, pero habla los lenguajes de todos ellos, los tiene calados, y puede cantarles las cuarenta sin muchas vueltas. Así, su blanco polémico, desde el comienzo, siempre fue doble: contra los profetas del fin de las ideologías y el libre mercado, sí, pero también –y acaso en primer lugar– contra una izquierda académica hípercorrecta y demasiado preocupada por herir sensibilidades, que se autocondena así a la irrelevancia. Como dice un viejo chiste sobre los académicos norteamericanos de izquierda –ya que Žižek es tan afecto a amenizar sus argumentos con chistes, cuando no con películas de Hollywood– “esta gente no quiere tomar el poder, solo quiere tomar el Departamento de Inglés”.
Sin franela
Pero han pasado muchos años desde 1989. Slavoj ya ha publicado sus grandes libros, como El acoso de las fantasías (1997) o Mirando al sesgo (1991), entre tantos otros. Es un rock star intelectual con miles de videos disponibles en YouTube, entre ellos el del “debate del siglo”, que lo enfrentó en 2019 con Jordan B. Peterson, en torno al tema “Felicidad: Capitalismo versus Marxismo”, en el Meridian Hall de Toronto, y que lleva varios millones de vistas. Otra película documenta sus masivas conferencias en Puan; Žižek estuvo casado con una argentina, ex modelo y egresada de esa alta casa de estudios; también se lo vinculó sentimentalmente con Lady Gaga.
En los últimos años viene publicando una serie de libros breves, coyunturales, compilaciones de sus intervenciones sobre temas de actualidad de política internacional. En 2020 publicó Pandemic!, una reflexión sobre el impacto global del Covid, cuando la pandemia recién había comenzado. Ahora la editorial Godot publica en Argentina este nuevo libro en el que Žižek vuelve sobre sus temas de siempre: la política (o su continuación por otros medios: la guerra), el cine (analiza películas como No miren arriba y El menú), el sexo (en especial el MeToo y sus efectos en la cultura política y el cine).
El eje que recorre los artículos, publicados originalmente en diferentes medios internacionales, es el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. Žižek presenta de manera directa y polémica sus posicionamientos: a favor de Ucrania, aunque critique su sesgo nacionalista y antisemita. La de Ucrania es la lucha de un país sometido que busca sobrevivir, en eso se parece más a Palestina que a Israel, aunque Ucrania políticamente haya buscado aproximarse a este último, algo que para Žižek constituye un error estratégico. Contra Rusia, pero sobre todo contra la actitud de la izquierda europea bienpensante de no enfrentar firmemente a Rusia: «Sin embargo, más morbosa que la brutalidad de Rusia es la idea de algunos pacifistas “de izquierda” que creen que ahora es el momento de enviar una delegación europea a Rusia para indagar y negociar los términos de paz. Nosotros, la izquierda auténtica, tenemos que hacer todo lo posible para impedir una nueva guerra mundial, comenzando con una evaluación despiadadamente realista de lo que hoy es Rusia. Tenemos que abandonar la estupidez euroasiática; es decir, la idea de que sólo un pacto entre Europa y Rusia podría hacer que surja un nuevo bloque de poder, que a su vez le permitiría a Europa evitar el destino de ser un socio minoritario de Estados Unidos en el conflicto que se avecina con China. A esta altura, Rusia es sencillamente más peligrosa que China».
En el caso de Žižek, sorprende lo informado que está en materia de política internacional, sus artículos están repletos de referencias.
Otros filósofos reconocidos (Agamben o Badiou, por ejemplo) cuando escriben textos “coyunturales”, se muestran más preocupados por utilizar las situaciones que analizan como “ilustraciones” de sus grandes ideas, que por comprender realmente la situación en sí. En el caso de Žižek, sorprende lo informado que está en materia de política internacional, sus artículos están repletos de referencias a otros artículos de prensa contemporánea, más que a trabajos académicos o filosóficos. Realmente parece alguien interesado por comprender los detalles de lo que está pasando, más que por hacerlo encajar en su grilla analítica, aunque al final no se prive de hacerlo un poco.
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