VICTORIA MORETE
Domingo

¿Y si les sale bien?

Juntos por el Cambio debe prepararse para que la histórica capacidad del kirchnerismo de sobrevivir a sus errores lo haga llegar entero a las elecciones.

Así como tras las PASO de septiembre pareció reinar una súbita euforia en el campamento cambiemita ante la posibilidad de un resultado contundente –uno que pudiera condicionar al Gobierno en todos los frentes–, después de las generales el mensaje autoimpuesto podría resumirse así: curb your enthusiasm. No tanto por los números finales que, en efecto, mostraron una clara victoria en los totales nacionales o por el sabor agridulce de las victorias en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires, sino más bien por la reacción posterior del Gobierno: todo pelota, siga siga, aquí no ha pasado nada.

Aquellos que esperaban algún tipo de definición clara o cambio de rumbo, más probablemente una radicalización de su programa en lugar del muy improbable “giro neomenemista”, pues bien, deberán seguir esperando. La manera en la que la Vicepresidente de la Nación eligió para tomar nota de su pérdida de caudal electoral fue primero el silencio y luego el repliegue estratégico. “La lapicera la tiene el Presidente” indica el regreso a un método al que el peronismo suele recurrir en casos como éste: el de la oposición al propio Gobierno. Deberá haber acuerdo con el FMI, entonces, pero éste será responsabilidad exclusiva de esa entidad tan elusiva llamada “albertismo” y de, cómo no, la oposición. Que, como todo el mundo sabe, “se la fugó toda”. Bien jugado.

Pero por supuesto que esa libertad para usar la lapicera no será tal, ya que la capacidad del Gobierno de llegar a un acuerdo serio y consistente con el Fondo es muy limitada, tanto hacia adentro como hacia afuera, por más esfuerzos que haga para dejar pegada a la oposición. Es de esperar entonces que el acuerdo final sea más bien modesto, con un ajuste cuya cuenta habrá de transferírsele enteramente a los sectores más productivos vía aumento de impuestos, reducción de algunos subsidios y actualización de las tarifas de luz y gas. El invierno del año par deberá atravesarse con el enojo cada vez más fuerte de la clase media, que nunca los vota ni lo volvería a hacer, mientras se ahorran fuerzas para un nuevo veranito de año impar con más impresora y plan platita para la clientela cautiva. Un verdadero plan plurianual (dos es más que uno).

Desde luego que, si del kirchnerismo se trata, “bien” o “mal” pueden ser conceptos muy relativos.

Sucede entonces que de este lado de la grieta se nos empieza a llenar la cabeza de preguntas, entre ellas las dos más acuciantes de todas: “¿Y si les sale bien?”, seguida por “¿Y si esto les alcanza para volver a ganar?”. Cómo saberlo.

Desde luego que, si del kirchnerismo se trata, “bien” o “mal” pueden ser conceptos muy relativos. “Bien”, para el tiempo que queda de gobierno albertista, consistiría en que el combo demente de emisión monetaria, cepo al dólar, déficit fiscal y presión impositiva récord no provoque que una o más de las variables afectadas se espiralicen o se descontrolen, con algún tipo de estallido social como consecuencia más directa. No parece haber herramientas econométricas suficientes como para descartar o asegurar, tanto en los informes que publican las consultoras más serias como en el off the record de los grupos de WhatsApp, que el manejo de la gigantesca suma de distorsiones acumuladas no terminará de escapársele de las manos al Gobierno.

Algunos, más tremendistas, creen que un panorama como el actual ya no admite más intentos de correcciones mínimas y vaticinan algún tipo de evento disruptivo para las próximas semanas o meses. Otros, quizás rendidos ante la capacidad aparentemente inagotable del kirchnerismo para surfear la ola de sus propios desastres, creen que el estallido es perfectamente evitable porque están seguros de que el Gobierno siempre tendrá margen para ajustarles a los mismos sectores de siempre o, incluso, a algunos nuevos. Un aumento de las retenciones al campo podría seguir vendiéndose como una guerra contra la oligarquía. Siempre habrá un argumento a mano para decirle a alguien más que llegó el momento de “ganar menos”. Sin dudas, se podría continuar aplicándoles a los jubilados el mismo torniquete draconiano de los últimos dos años simplemente haciendo de cuenta que eso no pasa, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo. Nadie fuera de Twitter alzará demasiado la voz para señalar esta realidad. Y hasta el presupuesto de las universidades públicas se verá sustancialmente reducido en 2022 sin que los cultores del nuevo modelo discursivo-decisional tengan mucho que decir al respecto.

Qué desear

Nadie en su sano juicio en la oposición podría desear entonces el estallido o el incendio generalizado, por más que nunca deja de ser un desafío comprender cabalmente cómo es que el kirchnerismo se las ingenia una y otra vez para evitar hacerse plenamente cargo de las funestas consecuencias de sus políticas. Cuando con cierta mezcla de rabia e impotencia se desea un cataclismo ejemplificador que permita, de una vez y para siempre, que la sociedad comprenda definitivamente la gravedad de la situación y los sacrificios a los que debería someterse para alcanzar un ciclo económico virtuoso, se suelen pasar por alto al menos dos cosas: la primera es que las impactantes cifras de pobreza hoy son el punto de partida y no de llegada de un eventual estallido; la segunda es que el efecto de disciplinamiento liberalizador que tuvieron las hiperinflaciones de 1989 y 1990 se revirtió apenas una década después, con el colapso de la convertibilidad.

Sería entonces recomendable abandonar por completo la hipótesis de que las cosas deberían salir mal, sobre todo porque, en ese caso, la sociedad entraría en un terreno desconocido en el que ya los indicadores económicos pasarían a segundo plano y la propia continuidad democrática podría llegar a verse comprometida. Mejor sería prepararse para el escenario “bueno”, uno en el que el kirchnerismo podría ser derrotado en 2023 pero en el que entregaría el poder en condiciones sustancialmente peores que las de 2015. Lo que no es poco decir. Al contrario.

Y, si bien es cierto que, aun evitando un estallido, las chances de victoria para el oficialismo se verían menguadas por el inevitable empeoramiento de la situación económica, la oposición cambiemita no debería de ningún modo subestimar la calidad y cantidad del poder de fuego del Gobierno. Al contrario, debería empezar a prepararse desde ahora y tener muy en claro qué tipo de campaña debería llevar adelante en 2023. El desafío es inédito: más allá de la definición de las candidaturas (un proceso que debería ser virtuoso a partir de la variedad de propuestas interesantes con las que cuenta), Juntos por el Cambio va a estar obligada a contrarrestar las dulces promesas de las sirenas kirchneristas y delinear al mismo tiempo un discurso atractivo para los votantes que no omita que esta vez no alcanzará con el optimismo y la confianza en una gestión mejor y más transparente.

¿Se le puede decir la verdad a la sociedad argentina? ¿Se le puede prometer tan sólo sangre, sudor y lágrimas?

¿Se le puede decir la verdad a la sociedad argentina? ¿Se le puede prometer tan sólo sangre, sudor y lágrimas? ¿Quién tiene el secreto mágico del marketing electoral capaz de lograr semejante proeza? No lo tuvo Jaime Durán Barba en 2015, probablemente con toda la razón: nadie quería que le prometieran privatizaciones o cierre de empresas estatales, shock monetario y saneamiento de las cuentas públicas. ¿Cuánta gente dispuesta a escuchar ese discurso habrá en 2023, para que se pueda ganar diciendo la verdad y gobernar de acuerdo a las promesas electorales? Por supuesto que siempre está la opción de llegar el 10 de diciembre de 2023 y declarar alegremente “si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”, pero… ¿y después?

Otro desafío no menor para la próxima campaña será contar con una estrategia más definida para tratar con los emergentes partidos libertarios. Es cierto que Juntos por el Cambio necesitaba asegurar quizás la lealtad de sus sectores más progresistas o inclinados a la centroizquierda, y no lo es menos que las tendencias imprevisibles y pintorescas (por decirlo suavemente) de los espacios liderados por Javier Milei y José Luis Espert hacen que este entendimiento se vuelva particularmente complicado de lograr. Pero más allá de la enorme distancia que se observa entre quienes se ocupan de divulgar con seriedad y honestidad intelectual la doctrina liberal (principios que son, por supuesto, en su gran mayoría constitutivos de Cambiemos desde su misma formación) y sus expresiones electorales efectivamente existentes, Juntos por el Cambio no podría permitirse de ningún modo sufrir un drenaje de votos por derecha como el sucedido en 2019.

Como sea que se vayan a resolver las internas y las candidaturas en estos dos años, sería deseable entonces encarar la próxima campaña con estas cuestiones si no cerradas, al menos encaminadas y muy presentes en la agenda. El desafío que nos espera es inédito y enorme, uno mucho más difícil que cualquiera de los anteriores que nos hayan tocado. 

 

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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