En El acto en cuestión, una película argentina de los ’90, hay un personaje que conoce una frase infalible que permite seducir a todas las mujeres (que, por supuesto, nunca se revela). En el mismo sentido, a mí me gustaría que este artículo-panfleto sirviera para que sus eventuales lectores votaran a Patricia Bullrich. Sé muy bien que entre quienes leen esta revista hay una mayoría previa de convencidos y también sé que lo que se escribe en fechas cercanas a las elecciones sirve más para tranquilizar a los que piensan parecido que a cambiar algún voto. De modo que la empresa es muy difícil y, sin embargo, creo que puede intentarse bajo la siguiente premisa: voy a intentar explicar por qué voto a Bullrich y, de paso, explicármelo a mí mismo, de tal modo que mis palabras me resulten irrebatibles, definitivamente seductoras.
“¿Ustedes saben cuánto cuesta un día en el barco de Insaurralde?”, preguntó Patricia Bullrich en un acto de campaña el otro día en Tucumán. Enseguida se respondió: “Cuesta lo mismo que siete años del pago a un jubilado. Siete años”. Y terminó con un sonoro y resplandeciente: “¡Hijo de puta!”. El insulto, que excede largamente a Insaurralde y comprende a la enorme red de políticos kirchneristas corruptos (empezando por los fundadores de la causa), es mucho más que una exclamación de barricada: es una de esas verdades que la Argentina oficial, esa Argentina del lugar común y la hipocresía, disimula mediante dos estrategias concurrentes, la de ocultar el tren de vida de buena parte de los dirigentes que dicen representar al pueblo más humilde y la de igualar la conducta de aquellos que son descubiertos con las manos en el yate con la de los políticos opositores.
Estos muchachos, cabalmente representados por los dos partidos que hoy disputan la presidencia con Juntos por el Cambio, no hacen más que pronunciar variantes de viejas consignas. Por un lado están los que tienen como doctrina practicar la apropiación del dinero público para darse los gustos en vida (o quienes hacen la vista gorda frente a la legión de ladrones que los rodean) y, por otro, los que aviesamente no distinguen entre los crápulas y los honestos porque aspiran a reemplazar a unos y a otros (a los unos más que a los otros) con sus propias huestes iletradas para arrasar lo que queda de la República.
Quien quiere oír que oiga, como decía en otros tiempos un ex amigo de Patricia, una mujer libre que cambió de opiniones para bien.
Frente a ese panorama, el insulto de Bullrich es más que oportuno y no se confunde con el silencio hipócrita ni con la difamación destemplada. Es una justa y representativa muestra de indignación y un adecuado remedio contra la resignación. La oportuna precisión de ese insulto, que está lejos de ser un exabrupto, me parece más elocuente en este momento que cualquier otra manera de sintetizar una propuesta política a pocos días de estas elecciones decisivas. Quien quiere oír que oiga, como decía en otros tiempos un ex amigo de Patricia, una mujer libre que cambió de opiniones para bien. Pero es mejor que lo oigan todos.
Dos mínimas
Bullrich habló de los jubilados y yo me jubilé hace un par de años con una asignación equivalente a dos mínimas. De haberse mantenido ese valor, hoy necesitaría tres años y medio para pasar un día en el yate de Insaurralde. Hoy, mi jubilación está muy cerca de la mínima, por lo que debo necesitar por lo menos seis años. Una vez más, el kirchnerismo acható la pirámide previsional y convirtió a los pobres en hambrientos. Por supuesto, sigo trabajando. El otro día escribí una nota en la que reseñaba dos libros que sumaban unas 800 páginas. Voy a cobrar (el mes que viene) 17.000 pesos por esa nota en un medio que, cuando me contrató, pagaba razonablemente (hoy pagan así casi todos). Para igualar mi jubilación (no hablemos del día de yate de Insaurralde), debería escribir diez notas así por mes, leer 20 libros, unas 8.000 páginas en total o abandonar los estándares con los que alguna vez empecé a escribir esas notas. La inflación, que Massa está contribuyendo a espiralar con su ambición de psicópata, se devoró todo y el periodismo escrito (el único que estoy en condiciones de practicar) se devalúo hasta convertirse en una profesión de menesterosos.
Hablando de menesterosos, no sólo puedo verlos multiplicarse en las calles sino asomar en mi futuro. También tengo algunos ahorros, de los que casi no me queda nada. Se podría decir que gestioné mal mi economía, que no trabajo lo suficiente, que no soy un emprendedor adecuado, pero en un país ordenado (el lema de campaña de Bullrich) mi futuro no sería espléndido, aunque no necesariamente tenebroso. Tengo dos propiedades y debo vender una y, para hacerlo, necesitaría que hubiera un mercado inmobiliario, como le ocurre a muchos argentinos que no pueden participar de él ni para comprar ni para vender ni para alquilar a menos que tengan mucho dinero y puedan comprar las casas de los que se caen del sistema.
La Argentina terminal del kirchnerismo no propone otra cosa que miseria para la mayoría y yates para los privilegiados.
Con Massa no puedo esperar que mi jubilación deje de deteriorarse y no creo que Milei le haya dedicado un solo pensamiento a las jubilaciones, ni que le importe el tema, tal vez le deje el tema a Barrionuevo. Ni el Estado omnipresente de Massa ni el inexistente de Milei me van a ayudar en ese sentido: en la Argentina no sólo no hay viviendas, tampoco hay educación ni salud ni seguridad y no las habrá con esas concepciones del Estado ni con gestiones que suman corrupción y torpeza en todos los rubros de la administración o no tienen ningún plan ni experiencia al para cambiar las cosas.
Ya que estamos con la salud y las cuentas, para no hablar de los índices de pobreza y analfabetismo, quiero mencionar un dato sobre la salud, un dato privado en cierto modo: es el del médico que me dijo que necesitaba 20 consultas de la obra social para equiparar una privada. Agregó que el sistema de salud se estaba destruyendo, que los médicos se escapaban del país y que algunos de sus colegas se iban los fines de semana a Chile para hacer guardias. El sistema de la medicina privada no fue genial, pero está al borde de dejar de funcionar. Tanto con Massa como con Milei seguirá camino de su destrucción, mientras que Moyano o Barrionuevo se quedan con la parte que les corresponderá a cambio del desastre de la salud pública. La Argentina terminal del kirchnerismo no propone otra cosa que miseria para la mayoría y yates para los privilegiados. La de Milei propone una tierra arrasada sobre la que se edificará un vergel que, en el mejor de los casos, nunca veré.
Alguien dirá que esta nota está escrita desde mi perspectiva individual. Y es cierto. Es verdad también que otros no tienen tanto miedo ni ven tan negro el futuro si no gana Juntos por el Cambio porque sus condiciones de vida están aseguradas de algún modo o por ser demasiado jóvenes para pensar en el futuro. Pero somos muchos los que queremos gritar con Bullrich que este es un gobierno de hijos de puta y que el de un mitómano y difamador como Milei, tan aliado a las verdaderas mafias (a las que se cuida bien de denunciar) no puede ser mejor.
Es cierto: la vida de los que tienen un alto ingreso regular (preferiblemente en dólares) o un capital importante no dependen tanto del resultado de las elecciones como quienes estamos sufriendo y con ganas de insultar a estos miserables. Su vida no variará demasiado en el corto plazo. Pero a los que pueden mirar el partido desde el balcón les digo que piensen en nosotros, a los que nos va tan mal y nos seguirá yendo peor en manos de los aventureros del poder y sus séquitos. A esta altura, debería haberlos convencido.
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